Capítulo 59: Las heridas

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El silencio que obtuve por respuesta me hizo plantearme si había hablado en voz alta o solo había pensado la pregunta. Me sentía lo bastante aturdida como para no tener clara la situación y mucho menos podía reflexionar sobre lo que acabábamos de vivir, pero esa parecía una primera pregunta aceptable. Un pequeño acertijo que gestionar hasta que tuviera fuerzas para el resto.

—¿Qué creías que había pasado con ella? —insistí.

Tampoco ahora obtuve respuesta, pero supe que Eric me había oído porque me lanzó una mirada de advertencia que ignoré por completo.

—Sabías que ella estaba aquí —medité en voz alta, aunque el tono apenas competía con el murmullo del motor del coche. Mi lengua se sentía demasiado grande para mi boca reseca y sentía que mis palabras sonaban arrastradas como si estuviera ebria, pero necesitaba respuestas—. Te has sorprendido al verla... aunque sabías que estaba ahí. No esperabas encontrarla viva. Pero esto no es un cementerio, así que no sé... ¿Creías que murió aquí y que estaba su fantasma?

—Spencer, déjalo —ordenó con voz tajante. Como si eso fuera a funcionar conmigo.

—No, pero tú puedes hablar con los fantasmas. Eso no sería un impedimento para ti.

Pero le había sorprendido que estuviera viva. Es lo que había dicho al verla: «estás viva». Esas dos palabras se me habían quedado grabadas.

—¿Creías que era un espectro o algo así? —tanteé.

No sabía tanto de espiritismo como él, pero...

—¡Spencer, para! ¡No más preguntas! Tienes que dejarlo aquí.

Me encogí ante su grito, no por miedo, sino por el dolor de cabeza. Él masculló una maldición entre dientes, yo por mi parte apoyé la cabeza contra la ventanilla, dejando que el frío del cristal me aliviara un poco.

Las náuseas, que nunca se habían ido del todo, volvieron a amenazar con ponerme el estómago reversible, así que cedí a la orden de Eric y a la súplica de mi cuerpo y cerré los ojos.

Mientras caía en un agitado sueño febril, me pregunté por qué nos habíamos marchado dejando a esa mujer allí atrapada. Y si su encierro sería peor ahora que estaba despierta para sufrirlo.

* * * *

Dormí el resto del viaje, despertando a ratos para ver imágenes inconexas del paisaje y volver a la inconsciencia. Pese a mis protestas, que no fueron tampoco muy enérgicas, Eric me sacó en volandas del coche y cargó conmigo hasta el dormitorio.

Dylan nos abrió la puerta y apareció a mi lado, pálido del miedo. Eric le instó a guardar silencio cuando empezó a preguntar a gritos que me había pasado. Se limitó a decirle un escueto «se pondrá bien», aunque algo en su tono me inquietó. Algo no estaba bien, pero no era capaz de adivinar el qué.

Me tumbó en la cama y siseé de dolor al notar la presión de mi propio peso contra el colchón en el hombro y la cabeza.

—¿Dónde te duele? —susurró tan flojito como fue capaz.

Moví el brazo derecho y me señalé la parte de atrás de la cabeza y luego el hombro izquierdo, mientras murmuraba solo la palabra «atrás». El dolor, en lugar de amainar, había ido empeorando, y cada maldito sonido era una agonía.

Entendiéndome sin necesidad de más palabras, Eric cerró las cortinas, reduciendo al máximo la luz de la habitación. Pese a que ya estaba anocheciendo, cualquier fuente de luz superior a la penumbra era demasiado para mí. Solo entonces me atreví a abrir los ojos, que ni recordaba haber cerrado. El alivio que sentí al desfruncir el ceño me hizo más consciente de cuánto tiempo llevaba apretando los párpados con fuerza.

Palabra de Bruja IndomableWhere stories live. Discover now