Capítulo 58: Las vergüenzas

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—Necesito que hagas metamagia en mí.

Me giré de nuevo hacia Eric al oír esas palabras tan contundentes, pero su vista seguía clavada en la mujer con una férrea determinación. Se había levantado y limpiaba el rastro de lágrimas con el antebrazo, pero no se había movido de al lado de ella.

Me acerqué a ellos con la extraña sensación de ser una intrusa, de que no debería estar viendo aquello pese a haber sido traída aquí por el propio Eric.

De cerca, la mujer me pareció aún más bonita pese a su edad, pero también muy triste. Como si toda su quietud no pudiera borrar una pena tan profunda de sus rasgos.

—¿Qué necesitas? —ofrecí solícita.

Eric negó levemente con la cabeza.

—Lo haré yo. Tú solo dame energía. Toda la que puedas —añadió con seriedad.

Tragué saliva.

Ya lo había hecho mientras estaba malherido para ayudarle a sanar más rápido y todavía quedaban restos de mi magia en él. La idea de repetirlo me resultaba incómoda porque eso significaría que durante otro par de semanas estaría conectada a él, sintiendo su ánimo incluso sin pretenderlo.

Pero Eric confiaba en mí tanto como para darme poder sobre él. Y si me lo pedía era porque lo necesitaba de verdad. Así que, aunque mi parte racional me señaló lo estúpido que sonaba desprenderse de mi poder en territorio enemigo, confié en Eric tanto como él lo estaba haciendo en mí.

Puse mi mano sobre su pecho y cerré los ojos. Respiré hondo y me concentré en mi cuerpo, en la magia que circulaba por mi organismo; la visualicé como un río y mi brazo era el trasvase por el que redirigirla hacia otra zona, hacia el cuerpo de Eric. Con cada exhalación empujaba más y más poder en su dirección, como una ola tras otra subiendo la marea. Lo hice hasta que el propio esfuerzo de transferirle poder ya me exigía más del que sentía que me quedaba.

No era una metamaga experta, así que no entró en su cuerpo tanto poder como salió del mío. Transferir magia no es un proceso tan sencillo como puede parecer, incluso contando con la aprobación de la otra persona. Era como tratar de llenar un dedal abocando un barreño sobre él: gran parte del líquido caerá fuera por la falta de precisión.

Cuanto mejor se era, más cerca estaba la proporción de ser de uno a uno. Y aunque yo no era una Dawlish, estaba bastante por encima de la media, así que esperaba que al menos le hubiera llegado la mitad de lo que yo había tenido que perder —que aunque pueda sonar a poco, te aseguro que es una cantidad muy considerable—. Y, sobre todo, esperaba que con eso fuera suficiente.

Dejé caer el brazo, y sentí que todo mi cuerpo quería dejarse ir detrás, pero Eric me sujetó antes de perder del todo la batalla contra la gravedad. Me ayudó a sentarme en la cama mientras murmuraba palabras de gratitud que no llegaba a escuchar por el desagradable pitido en mis oídos.

La inconsciencia me estaba llamando, así que ignoré todo protocolo y me recosté en aquella cama sin permiso. Si me desmayaba y caía al suelo haría demasiado ruido y no nos lo podíamos permitir.

Me pareció sentir la mano de Eric en mi mejilla. Era puro fuego contra mi piel helada y sudorosa. Solo entonces me di cuenta de que había cerrado los ojos.

Eric volvió a murmurar algo que no pude escuchar, pero no tenía fuerzas para pedirle que lo repitiera. Me limité a tratar de mantenerme despierta por si me necesitaba, aunque sintiera que cada parpadeo duraba demasiados segundos. O eso deducía por la velocidad a la que se sucedían las escenas frente a mí.

Eric de pronto estaba junto a la mujer de nuevo. La oleada de poder que desprendían era como sentir la brisa en la cara, sutil pero inconfundible. Perdí la noción del tiempo entre parpadeo y parpadeo porque Eric pasó a estar muy quieto también, arrodillado junto a la mujer, muy concentrado mientras sujetaba de nuevo sus pequeñas manos dentro de las suyas, enormes y suaves.

Palabra de Bruja IndomableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora