II. Capítulo 7

513 81 23
                                    



La despierta el grito desgarrador de una mujer. Es tan visceral que casi pareciera que está siendo torturada de la manera más terrible, que no está lejos de lo que debe estar sintiendo.

Mina lo comprende, porque ella también ha parido.

No es un hecho nuevo que una pueda quedar embarazada trabajando en una casa de placer. Tampoco debería serlo la medicación vendida para cortar ese problema cuando sucede; menos, cuando se vive en una ciudad sin niños como lo es esa. Sin embargo, es la poca fiabilidad de esta medicación diseñada por los mismos ciudadanos y el alto costo lo que lleva a muchas a no adquirirlos. A veces solo son pastillas que no logran nada.

Otras, las llevan a la muerte.

No obstante, tampoco es un gran sacrificio llevara un embarazo encima cuando existen clientes con gustos particulares en ellos. Dispuestos incluso, a dejar una buena propina extra a la futura madre. Todo eso aun a sabiendas que no serán ellas las encargadas de criar al niño que paran.

En esa ciudad de betas, las prohibiciones son camufladas con el nombre de reglas para la buena gestión de la comunidad. Siendo una ellas, la que mayor impacto sostiene en la vida de las mujeres: Prohibida la tenencia de niños. Todo embarazo debe ser informado a los agentes que vigilan el único acceso de ingreso. No hacerlo, puede conllevar la pena capital; y dentro de las murallas el que menos está deseoso de informar algún hecho ilícito que le traiga beneficios económicos por parte del estado. De esta manera el estado lleva un conteo de embarazos y luego, de partos. Cada niño que nace, ya sea vivo o muerto, debe ser entregado a los mismos guardias que vigilan que nadie escape.

Ahora mismo, uno de ellos debe haber sido informado y es seguro que se encuentre en la habitación de la mujer solo esperando que este bebé nazca. Otra cosa que no se permite, es un solo instante de interacción de la madre con el recién nacido.

Mina ha oído casos de parejas que se han mantenido ocultas durante el embarazo y parto, decidiendo cuidar a sus hijos en secreto o incluso huido en familia de ese lugar.

Lo cierto es que aquello suena más a fantasía que a realidad.

Involucrarse en algo como eso sería condenarse a ahorcamiento en la plaza central de la ciudad y no solo los padres, sino todos los involucrados en la traición al estado.

Una situación a la que solo un tonto se arriesgaría. Y no por la condena que lleva, sino por lo difícil que es la vida ahí dentro. Si ella apenas tiene lo mínimo para vivir, no imagina lo que sería mantener a un niño. Va bien con que los alfas se hagan cargo de ellos en los orfanatos u hogares de acogida A/O.

Otro grito la vuelve a la realidad y da por vencido su tiempo de descanso.

Apenas ha dormido unas pocas horas.

Se estira en la cama con pereza. Mas aun, cuando piensa en lo cansado que es parir. Para suerte suya, sus clientes suelen ser bastante generosos en dejarle propinas u obsequios más allá del pago que hacen a la casa. Lo que le ha otorgado la calma de tener medicamentos a mano para prevenir esos embarazos. Salvo en cinco ocasiones y es por ello que conoce el juego sucio que llevan algunos betas ahí, vendiendo medicamento inservible con tal de quedarse con tu dinero. Como fuera, no es tanta desgracia si en las dos veces que el embarazo llegó a término, los guardias le dijeron sentir una leve esencia a alfa en sus bebés.

Espera que eso se mantenga hasta que cumpla catorce y tengan una buena vida.

Personas de bien, mejores de quienes le han metido ahí dentro.

The ChainWhere stories live. Discover now