III. Capítulo 11

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Otro día despertando en ese lugar.

Otro día siendo consciente de su insignificante existencia.

Otro día a la espera de ver ese mundo arder.

La tenue luz del medio día se cuela entre los agujeros de la cortina vieja, arrojando un débil resplandor sobre las paredes desgastadas. Es un espacio austero, sin lujos ni comodidades para alguien que aspira a mucho más.

Mina suspira.

Agobiada.

Insignificante.

Aunque ha logrado su libertad gracias a los clientes que ha sabido conquistar con su carisma, no existe alegría. Una independencia ficticia en la que continúa siendo sometida a voluntad de los alfas poderosos, atada a ese lugar y empleo. No es fácil vivir en una ciudad donde las leyes no existen y las divisiones sociales continúan posicionándola por debajo de todo.

Una mujer beta, por debajo de un hombre beta.

Lo más bajo entre las jerarquías de géneros que rigen ese mundo.

De nada vale la libertad si esa pone en peligro su integridad al alejarse de la protección que esa casa. De nada sirve la autonomía por la que ha pagado una deuda que se le impuso, si ahora debe permanecer por decisión propia en ese mismo lugar, pasando de mano en mano cada noche. Porque esa casa no es un hospedaje, es un burdel al que todas deben de aportar con sus cuerpos.

Sean esclavas, o sean libres.

Tocan la puerta llamándola. Con pesadez se levanta de la cama. Parte de vivir ahí, es mantener el lugar limpio y listo para la llegada de los clientes.

El desayuno es un bocado que rara vez saborea. No hay alimento que pueda ser catalogado como delicioso que provenga de adentro de las murallas. Todo insípido y de textura desagradable. Aun así, todas lo devoran, porque al menos es un alimento que va a llenarlas y, en el caso de algunas, sostenerlas por el resto del día. La casa solo proporciona una comida dependiendo de si han sido útiles el día anterior, las raciones extras tienen un costo y van por cuenta de cada una. La habitación que tienen, los artículos de limpieza, la ropa de diario y la más elaborada para las noches; todo tiene un costo que solo pocas pueden llevarlo sin dificultad. El burdel es un negocio cruel en el que las apariencias cuentan. Juventud y belleza es igual a mayor clientela, mayor clientela trae ciertos beneficios con la madame que las supervisa, siendo reflejados en tareas más sencillas.

Algunas no cocinan ni limpian.

Mina, con diecinueve años, goza de pocos beneficios. En unos años más, no tendrá ninguno.

Con diligencia, limpia el salón principal con las demás chicas de su edad. Entre risas y chismes de alcoba que hacen la tarea menos agobiante.

Las labores terminan pasadas las cinco de la tarde, solo entonces, pueden recibir el segundo alimento quienes tengan para pagarlo. Otro acceso al que les da el dinero, es un té abortivo, aunque no incluso pudiendo hacerlo, alguna no lo pagan. Los niños son valiosos fuera de las murallas por su posibilidad de ser alfa u omegas, por ello durante el embarazo el estado proporciona a las mujeres alimentos y medicamentos de manera gratuita.

Mina no pretende venderse por algo que debería ser un derecho.

Paga por su infusión y la bebe bajo la esperanza de que esta no traiga alguna sorpresa más tarde.

Terminan de comer y se apresuran en alistarse. Su aspecto debe resaltar sobre el resto si quiere poder elegir a sus clientes antes de que estos la elijan a ella y solo le toque aceptara.

The ChainOnde as histórias ganham vida. Descobre agora