Capitulo 2

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Los días siguientes para Katsuki, se resumen en llanto, pataletas y mordiscos. Se siente pequeñito en una casa tan grande, con personas que no conoce. Es igual a cuando llegó al orfanato y solo lloraba esperando que un día aparecieran sus padres a recogerlo. En ese entonces, la hermandad formada entre el resto de niños le había ayudado a apaciguar sus miedos y regular su conducta conflictiva con los mayores; ahora, esa era tarea de Ochako.

–Debe superar su miedo solo. –dispone el alfa de lentes de pie en su puerta, viéndole llorar sentado en su cama.

Katsuki gime más alto, casi un gruñido de impotencia de que el alfa solo se pare ahí a verlo. Le recuerda al guardia del orfanato cuando una noche se apoyó en el marco de la puerta a observar como el miedo les corroía ante una tormenta eléctrica. Los niños más grandes calmaban a los pequeños y Katsuki, tras el miedo, rabiaba de la sonrisa irónica que les mostraba.

A veces siente que los alfas disfrutan viendo la desgracia ajena.

Vuelve a chillar fuerte y esta vez, Ochako se impone.

–A penas tiene siete años, Tenya, no puedes pretender que duerma solito. –su voz destila ternura, pero también firmeza.

Entre ambos adultos se forma una batalla encapsulada en una burbuja. Miran al otro sin intenciones de ceder. Ochako es una beta dulce, alegre con aura infantil; sin embargo, ha descubierto que siempre está ahí para defenderlo.

Otro chillido de Katsuki corta la tensión y a este le sigue un grito que no logra comprender que dice, pero pertenece al amo de la casa. Es el único, además de él, que duerme en el segundo nivel.

El alfa de lentes resopla.

–Nadie dormía contigo a esa edad –reprocha, cediéndole el paso finalmente– Lo malcrías y el amo Midoriya que lo permite. –Farfulla antes de irse y cerrar la puerta.

Ochako resopla, imitando el gesto irritado del hombre.

–Los alfas siempre son unos brutos con los niños –musita.

Le carga con dificultad, no es un niño tan pequeño para ella. Katsuki aferra su manito en el uniforme de la beta, hipando bajito, queriendo finalizar el llanto que la pesadilla ha ocasionado. Siempre están ahí, rondando sus sueños, abriendo las puertas de ese armario viejo y jalando de sus piecitos sin que nadie le defienda.

"–No hables, Katsuki. No hagas ningún ruido."

Las palabras de su madre suenan de fondo, pero el arrastre es inevitable y vuelve a ese lugar que era su casa, con el alfa que cuidaba el campo donde trabajaban sus padres sacándole de su escondite y el aroma a sangre aun fresco sobre sus manos.

–Tranquilo, tranquilo –la beta susurra contra su cuerpo, meciéndolo entre sus brazos, da pasos cortos en círculos– estás a salvo aquí, Kacchan.

Kacchan.

Suena bonito cuando dibuja las vocales entre sus labios. Suena bonito, porque es dicho con el cariño que no ha sentido en mucho tiempo. La beta había soltado aquel diminutivo luego de que, después de dos días en casa, decidiera hablarle y decir su nombre.

Solo a ella, muy bajito, casi un secreto.

–Shh... shh... shh –sisea una melodía pegajosa que finalmente calma sus sollozos.

Ochako tiene el cabello chocolate y apenas quince años, dos más que el niño más grande del orfanato. Poseía un ligero aroma a avellanas, tan leve como los rayos del sol acariciando su piel por la tarde. Es su cuidadora y su misión es alimentarlo, jugar con él, mantenerlo limpio y en noches interminables como esa, velar sus sueños brindándole seguridad. La beta mantiene el siseo en tanto le arropa de regreso a la cama, Katsuki no le suelta y ella ríe entre notas. Aunque el llanto se ha detenido, el miedo se mantiene incrustado en su pecho. Ochako obedece la orden muda de su pequeño "amo", se acuesta a su lado acariciándole la espalda, peina sus cabellos y le llena la frente de besos que no ha pedido.

The ChainWhere stories live. Discover now