Capítulo 38: La libélula

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—Los lienzos de los lados... —señalé para cambiar de tema—. Está hecho así para dar la sensación de que las alas se mueven, ¿verdad? Porque si trato de imaginar la composición en un solo lienzo siento que sería muy opresivo, que parecería enjaulada. Por eso mismo no tiene marco tampoco.

—Bien visto —murmuró apreciativamente.

Vaya, había olvidado lo bien que se sentía cuando un profesor te pone un sobresaliente en un examen. Una prueba física de que eres más inteligente que la mayoría. De adulto es más complicado conseguir alabanzas.

Aunque dudo que cualquier otra persona de esa sala me hubiera hecho sonreír con tan solo dos palabras con la misma facilidad que Eric.

—¿No tienes que tomar notas? —pregunté cuando por fin nos pusimos en marcha para observar otras obras—. Llevamos aquí media hora y solo te has paseado por ahí.

—No vengo como crítico esta noche, sino como perito. Debo comprobar si un cuadro es original y, si lo es, hacer una oferta en nombre del comprador.

¿Perito? Bueno, nunca dijo que ser crítico de arte fuera su único trabajo, pero... En fin. Eric y sus misterios. Mejor no darle muchas vueltas. Esta noche no.

—¿Y cómo vas a saber si es original? ¿Te van a dejar hacer magia sobre el cuadro?

Aunque lo pregunté completamente en serio, Eric sonrió como si fuera una broma. Seguimos nuestro paseo hasta que se detuvo frente a un cuadro que parecía pintado por un ciego.

—Aquí sí que no veo nada —bufé sacudiendo la cabeza.

¿Quién pagaría dinero por algo así? Solo eran círculos y rayas y colores aleatorios por todas partes. Aunque... a medida que lo miraba, las líneas parecieron cobrar sentido y empecé a intuir un paisaje. ¿Ese círculo grande era el sol? Y quizás esas líneas que sugerían dos triángulos podrían ser montañas. Aunque no sabía cuánto de aquello lo estaba poniendo mi imaginación para tratar de dar sentido a aquel caos pretencioso o si es que el pintor encontraba divertido ocultar la intención de sus obras en forma de acertijo visual.

Composición ocho de Vasily Kandinsky. Se supone que está en el Museo Guggenheim de Nueva York, pero este es el original.

No pude evitar abrir la boca en un exceso de expresividad por la sorpresa y el horror que la sucedió cuando aquellas contundentes palabras se asentaron por completo.

—¿Es un cuadro robado? —pregunté haciendo mi mayor esfuerzo por mantener mi tono alarmado en un susurro.

—Te sorprendería saber cuántos cuadros de los museos son solo copias muy creíbles. Y mientras tanto las obras originales están en manos de personas con mucho dinero y pocos escrúpulos.

Lo explicó con tanta calma, como si fuera un hecho inevitable como el anochecer, que mi inquietud se multiplicó. Miré alrededor esperando ver a alguien reaccionar, pero el resto de personas que paseaban por la exposición con su ropa elegante y sus expresiones de intelectuales aburridos no parecían cuestionarse nada.

—Pero ¿cómo lo sabes? —insistí—. Este podría ser la copia y el dueño un idiota que compró una falsificación muy cara y se tragó el timo.

—Por la impronta. Este cuadro tiene la impronta de Kandinsky. Puedes copiar un cuadro, pero no la impronta que el autor deja en él. Ese es el beso que el alma del artista deja para siempre en su creación.

Le miré atónita unos segundos. Luego miré alrededor una vez más antes de susurrar:

—¿La impronta de un vacuo?

Yo no sentía nada viniendo del cuadro, no como cuando había visto el brazalete de Honey, tan cargado de poder y, por ende, de la impronta de Vincenzo. Pero esa pregunta podía ser considerada racista por mucha gente y no quería ofender a nadie. Al menos, no mientras Eric estaba haciendo su trabajo.

Palabra de Bruja IndomableKde žijí příběhy. Začni objevovat