Capítulo 39

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Estaba helada.

Acababa de discutir con Amalia y me escapaba a mi lugar seguro para poder respirar por un rato. Esa hamaca algo solitaria que estaba en el lugar más oscuro de la plaza a la que ya ningún mocoso se acercaría por la hora. Era tarde.

No sabía con exactitud, pero podía adivinar que era la madrugada porque no había nadie en la calle tampoco.

Estaba cansada de pelearme con ella pero para variar volvía a estar borracha. Los problemas la ahogaban y me ahogaba a mí de paso, arrastrándome siempre a su vida de mierda. Odiaba que trabajara toda la noche en ese mugroso bar.

Encendí un cigarrillo y me quedé mirando la punta de mis botas preguntándome dónde estaba. Él siempre acudía a mí cuando me encontraba así de perdida. Me llevé una mano al tatuaje que llevaba en el vientre, ese que con puras mariposas oscuras habían borrado el recuerdo de mi ex, llevándose hasta la última lágrima también.

Tan acostumbrada estaba a que me trataran mal, no conocía otra cosa... pero desde que él había aparecido en mi vida, todo había cambiado.

Suspiré llena de alivio viendo su silueta recortada en la luz de las farolas. Se acercaba a mí, como había previsto.

Thiago, con su equipo de hacer ejercicio, seguramente hubiera estado entrenando y después buscándome para que pasáramos el rato juntos. Para que nos encerráramos en mi cuarto o en el suyo y miráramos las horas pasar mientras nos comíamos a besos. Mi pasatiempos favorito...

Lo miré con una sonrisa torcida de esas que sabía que no podía resistir y me puse de pie para acercarme un poco a él. Las manos me temblaban del frío, pero sabía que apenas estuviera en sus brazos, me sentiría como en casa. Su pecho cálido siempre me refugiaba de toda la mierda y ahuyentaba mis miedos. Miedos, sí, porque aunque había estado sola en ese parque miles de veces, por alguna extraña razón, esa noche tenía miedo.

Miré su rostro con anhelo concentrándome en sus ojos azules y esos labios que no podía esperar a sentir contra los míos.

—¿Qué estás haciendo vos acá? – preguntó entonces, desarmando la máscara de ternura con la que me había mirado hacía solo un segundo. Miró hacia los lados como si estuviera cerciorándose de que nadie más nos veía.

—Discutí con Amalia... yo...quería verte. – las palabras se me quedaban atoradas sin poder salir. No entendía qué estaba sucediendo pero me sentía mareada.

De repente estábamos en el patio del colegio.

Jaz estaba junto a mis demás compañeros mirándonos con atención y Mila se reía con maldad junto a Grego. ¿Qué...?

—Te dije que no quiero saber nada de vos. – masculló por lo bajo y se alejó espantando mi brazo que quería alcanzarlo. —¿Qué más tengo que hacer para que te des cuenta de que no quiero que te me acerques más? No quiero que me vean con vos, no quiero que me saludes en la escuela, ni quiero verte afuera. Dejame tranquilo de una vez. – agregó y esta vez todos lo escucharon. Miré nerviosa la cara de los que se reían. —La desesperación se te huele a kilómetros. – remató con una sonrisa torcida.

Eso era exactamente lo que yo le había dicho una vez y ahora se me volvía en contra, clavándose palabra por palabra como un puñal.

—Thiago... – rogué patética, pero por más que caminaba, no podía alcanzarlo. La distancia entre nosotros aumentaba, y las risas comenzaban a aturdirme. Me quemaban sus ojos despiadados y quería agarrarlos a todos a patadas. Sentía dolor, sentía mucho dolor y no podía hacer nada. Estaba ahí, impotente, mirando cómo él se alejaba con una sonrisa cada vez más grande, de la mano de Pilar. Esa que ahora me guiñaba un ojo, de manera triunfal.

3 - Perdón por las mariposas, tenías razónTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang