Capítulo 2

246 47 3
                                    

Deze afbeelding leeft onze inhoudsrichtlijnen niet na. Verwijder de afbeelding of upload een andere om verder te gaan met publiceren.


Bianca

Me había llevado un par de horas de preparación tomar coraje y darle al iconito de llamada de mi celular.

No había podido hacerlo sola, así que ahora me encontraba en casa de Jaz, sentada en su cama, mirando la pequeña pantalla, con más ganas de salir corriendo que otra cosa.

—Tenés que decirle. – me animó, apretando mi mano. Sus ojos enormes la hacían más joven y no podía evitar pensar en Campanita, esa hadita que siempre seguía a Peter Pan por todas partes. Ella era un poco así. Chiquita, adorable... Pero con unas ideas muy claras de las cosas. Testaruda, dirían los que no la conocían, aunque el adjetivo que mejor la describía era determinada. Y ahora que lo pensaba, ese podía ser uno de nuestros únicos puntos en común. No lo dejaría estar, me insistiría, y por eso es que le había buscado a ella, y no a Mila; sabía que si le decía a mi amigo que no me sentía preparada para hablar con mi novio, probablemente se encogería de hombros y me pasaría un cigarro. Sin juicios, sin dramas.

—Es que no sé cómo. – le confesé. —Además, qué podría hacer él desde allá.

—Escucharte, ponerte el hombro, acompañarte en algo que les podría estar pasando a los dos. – enumeró como si fuera lo más lógico. —Sea lo que sea que pase, sabes que teniéndolo a tu lado va a ser todo más fácil.

—Se supone que tengo que viajar a verlo en unos días. – me encogí de hombros.

—No podes esperar unos días. – me hizo ver, arrodillándose sobre el colchón para acercarse más a mí. —Te vas a volver loca con esta duda.

Tenía tanta razón, que sus palabras me caían como piedras en la panza. Cada una de ellas, cerrando todo allí, porque era exactamente lo que yo misma pensaba.

Me pasé, nerviosa, la mano por el flequillo, sacudiéndomelo por costumbre y mi amiga me frotó la espalda en un gesto cariñoso que quiso ser reafirmante, aunque parecía mucho a eso que hacemos cuando tenemos frío y queremos darnos calor. Le sonreí agradecida y ella se quedó ahí abrazándome.

Distraída me removí para cruzarme de piernas, cuando vi que Jaz retiraba el brazo con un gesto de dolor, y después se rascaba sobre la tela de su cárdigan color amarillo pastel. Fruncí el ceño, porque lo hizo con tanta delicadeza, que todas las alarmas se dispararon en mi mente. Yo mejor que nadie conocía esa sensación de picor y ardor. Yo sabía de esa sensibilidad en la piel y la irritación ante un contacto repentino los días posteriores...

—Levantate la manga. – le pedí con los ojos como platos.

—¿Q-ué? – dijo ella, sin perder la sonrisa.

—Que te levantes la manga hasta el codo. – insistí y ella tragó en seco, desviando los ojos hacia sus brazos.

—¿Por qué? Está fresco, me va a hacer frío. – dijo con inocencia. Jaz era generosa, bonita, una buena amiga; pero la peor para mentir o hacer trampas. En su mirada podía verse tanta culpa junta que era imposible no darse cuenta.

3 - Perdón por las mariposas, tenías razónWaar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu