Capítulo 1

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Mila

Bianca necesitaba aire. Podía entenderla.

Hay veces que los sentimientos se vuelven tanto en nuestra cabeza y en nuestro pecho, que no podemos estar cerca de otros. Nunca te tomes como algo personal que alguien necesite un poco de aire, eso a la larga es mejor para todos.

Uno necesita estar con uno mismo, revolcarse un poco en la miseria, ser consciente de lo que le pasa, darle vueltas y después salir a la vida para seguir siendo un ser humano, medianamente normal.

Está infravalorado el sentido de rompernos para volver a armarnos de a poquito, pero por experiencia tengo que decir, que es la única manera de vivir. Si no nos permitimos sentir todas las emociones, pasan cosas feas.

Uno termina tomando decisiones malas o reaccionando como no quiere. Soy un convencido que por eso es que existen las peleas, las guerras, la violencia y hasta los asesinos en serie.

Seguro, que en el último caso hay otros agregados de enfermedad mental, pero es que parte de que esta se mantenga saludable, es dejándola respirar.

Y Bianca necesitaba hacerlo.

Jaz había insistido en que la siguiéramos, que no podía estar sola así como estaba, pero yo me negué y le pedí que la dejara tranquila. Ella vendría en busca de ayuda cuando la necesitara. Presionar a alguien hasta el límite no era mi estilo de todas formas.

Ella terminó enviándole un mensaje que decía que cuando estuviera lista para hacerse el test, la acompañaría, y yo solo le regalé espacio.

Espacio y silencio.

Entre nosotros las palabras solían estar de más, pero los dos sabíamos perfectamente que cuando necesitáramos algo, podíamos apoyarnos en el otro sin pedirlo.

Eso era algo que me gustaba de la amistad tan particular que teníamos.

Jaz era una buena chica, era dulce y despertaba un instinto protector de hermano mayor que no sabía que tenía. Era lo opuesto a lo que yo era, no veía en ella nada que pudiera ser un punto en común, y eso sin embargo, era algo bueno.

Ella me recordaba todas esas cosas que yo no era. Su bondad, su generosidad y su cariño, eran algo que deseaba fuera a contagiárseme aunque fuera un poco.

Tal vez por esto, es que sentía que debía protegerla a toda costa.

Estaba tan preocupada... Nunca la había visto así.

Tenía las mejores intenciones con todo este tema, pero por más que lo hacía para ayudarla, en el fondo, no la comprendía.

Nunca entendería cómo es que esas dos se habían hecho amigas tan rápido, pero eran de dos mundos diferentes. Y el mío, muchas veces era el mismo que el de Bianca.

Parpadeé con desgana mientras repasaba el mostrador de la peluquería, mirando cómo un caniche se reencontraba con su humano después de un corte de cabello algo extremo. Le habían dejado la cabeza hecha una bola en contraste con su delgado cuerpito con rizos casi al ras. Estaba chistoso...

Hice una mueca, comienzo de una sonrisa cuando noté que el celular me vibraba en los pantalones.

Amalia no tenía problemas en que usara el celular mientras trabajaba, aunque Samuel a veces me había llamado la atención por aquello. En su defensa, tengo que decir que justamente ese día nos habían faltado un par de mordillos de juguete que teníamos cerca de la vidriera, y que si no hubiera estado tan distraído, por ahí hubiera podido evitar los robos.

La madre de mi amiga no estaba hecha para regañar a nadie. Le hacía media sonrisa y la pobre se derretía de ternura, diciéndome que era como su segundo hijo. Y sí, mírenme mal si quieren, pero a veces me aprovechaba un poco de eso.

3 - Perdón por las mariposas, tenías razónWhere stories live. Discover now