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—☁️—




               Los ojos de Beth se abrieron lentamente al recibir la tenue luz del cielo nublado a través de la ventana. Suspiró metiéndose un poco más bajo las sábanas, hacía frío y estar en ropa interior no ayudaba mucho. Bruce sintió el movimiento y aún algo dormido le atrajo hacia sí, manteniendo su fuerte brazo sobre su cintura por encima de las cobijas.



Un rato más—murmuró él con voz ronca muy cerca de su oído.



—Hoy Alfred sale del hospital.



Mmm...—no abría los ojos ni se movía su cómoda posición.



—En una hora debemos estar allí—miró el reloj de números rojos en el buró junto a la foto.



Bruce soltó otra queja finalmente relajando su agarre, dándole la oportunidad de darse la vuelta para verle. Parpadeaba con lentitud al aún estar somnoliento, no usaba camisa y mantenía su mano ahora en la cadera de Beth bajo las telas. Su tacto fue frío por unos segundos. Ella en cambio, no pudo evitar acariciar su mejilla, gesto que luego cambió a delinear con delicadeza su mandíbula. 



—Creo que tenía tanto sueño que ni siquiera me di cuenta cuando te fuiste—dijo devolviendo la mano al espacio entre ambos.



—Es porque no lo hice.



En los más de 600 días en los que llevaban de conocerse Bruce nunca se había tomado una noche libre. Ni en su cumpleaños ni la noche en que se reconciliaron pese a que le dijo que lo haría, ella simplemente no podía pedirle que dejara de lado el traje pues sabía lo importante que era para él, así que poco después le llevó a casa y se adentró en las calles de Gótica.



—El negro es definitivamente tu color—continuó, bajando la mirada a su sostén por un momento dándole a entender a lo que se refería.



Beth ni siquiera recordaba que no usaba nada más que el conjunto de ropa interior y pese a que horas antes le vio sin nada, sus mejillas ardieron. Él sonrió ante su reacción.



—Será mejor que nos demos prisa—cambió de tema.



—Si...porque podría pasar todo el día así. Contigo.



Ella también podría hacerlo. Qué más quisiera que perderse por horas en sus ojos grises, sintiendo su cálido toque y memorizando cada lunar de su espalda y cicatriz en su torso...



No era exactamente lo mismo pero sostener su mano mientras caminaban por los pasillos del hospital también era buena forma de pasar el tiempo. Y es que desde que el Acertijo sacó a la luz ciertos detalles sobre su familia, salir a la calle era aún más difícil. Las intensas miradas acompañadas de murmullos hacían que deseara desaparecer.



Beth no tardó nada en notarlo. Ya le había dado una mirada a lo Paddington a más de tres grupos de personas, cuatro enfermeras y hasta a un cirujano. Su novio podía cerrarse e ignorarlos, limitándose a darle ligeros apretones a su mano, pero ella no.



—Has asustado más personas en los últimos cinco minutos que Batman en meses—dijo dando la vuelta en un pasillo vacío.



—No me gusta cómo te miran, no me gusta cómo te hacen sentir y nadie se mete con mi Bruce.



La castaña no lo vio pero la pequeña sonrisa que se dibujó en su rostro no fue nada comparada con lo que sintió dentro suyo al escucharle decir esas dos palabras.



Dentro de la habitación de Alfred yacía su doctora esperándoles para explicarles algunos detalles, él ya estaba listo para irse vistiendo su ropa de siempre. Fueron casi diez minutos de explicación en los que Beth se perdía a ratos viendo la lluvia caer por la ventana. Finalmente todo estaba dado por terminado y volvían a casa en otro de los autos de Bruce, uno donde cupieran los tres.



—Bueno, ¿y de qué me perdí?—dijo el inglés desde el asiento de atrás con entusiasmo.



Ambos se miraron por un momento. Habían roto, reconciliado, mudado juntos y conocido del todo en cuestión de un fin de semana.



—No mucho—contestaron al mismo tiempo, con nervios.



—Bueno, la estadía de Beth en la Torre ahora es permanente—añadió él con las manos en el volante.



—¿De verdad?—Alfred sonreía ampliamente—es maravilloso. Sabía que arreglarían todo.



—Si, creo que la dependencia que tenemos en el otro ayudó mucho—ella bromeó (aunque no tanto)—Bruce es como el peluche de poodle rosa que tenía a los 6, sin él no funciono.



—No sé cómo catalogar eso, así que supondré que es un halago.



—Definitivamente es un halago. Amaba a ese perro con mi alma y lo llevaba a todos lados, era como mi mejor amigo. Hasta que cumplí 12 y desapareció. Dos días antes mis papás dijeron que estaba demasiado grande para tenerlo...hace unos meses lo encontré en una caja en lo más profundo del ático—hizo una pausa recordando el momento—como sea, mi punto es que te amo y bueno, tú entiendes.



—Si, supongo que sí—le miró brevemente poniendo la mano sobre la suya.



—Bruce también solía tener un juguete preferido—comenzó Alfred, ella sonrió emocionada. No escuchaba anécdotas suyas de pequeño seguido—era un tiranosaurio de plástico color café. Hacía sonidos y todo.



—¡Un tiranosaurio!—exclamó enternecida. Él permanecía con la mirada en la carretera, muy apenado para siquiera moverse—cada día estoy más convencida de que somos almas gemelas, como ese test de Buzzfeed me dijo.



—Si sabes que no tiene un algoritmo muy confiable, ¿verdad?—desvió el tema exitosamente sin que Beth se diera cuenta.



—Por supuesto que lo es. Me dijo que sería un jedi y no un sith...—respondió obvia—espera ¡debería hacértelo llegando a casa!



—¿Y qué pasa si mis resultados muestran que sería sith?



—Tendría que mostrarte después una canción llamada "Amor Prohibido". Está en español pero la traduciré con gusto para ti.



Alfred miraba la interacción del par con una sonrisa. Ellos ni siquiera parecían recordar que estaba presente perdiéndose cada vez más y más en los temas que iban divagando, cosa que le parecía lo mejor del mundo. Bruce por fin estaba siendo él mismo frente a alguien y en especial, lo que más llenaba su corazón, es que por fin su muchacho amaba y dejaba ser amado.

afterglow     ⸺     bruce wayneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora