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—☁️—




               El ascensor del centro de operaciones de Bruce se abrió. No hacía falta que girase la cabeza para saber que Beth caminaba hacia él y aquella mesa de donde metía su traje y gadgets a la mochila que cargaba cada noche desde hace dos años.



—Estaba por ir a despedirme de ti—dijo cerrando el cierre antes de mirarle ya a su lado.



—Lo sé. Pero pensé en traerte algo para el frío—le mostró un termo plateado que puso en un costado de la mochila hecho especialmente para eso—es té, como el que mi mamá me preparaba por las mañanas para la escuela.



—Gracias—ella sonrió—¿segura que no quieres regresar con tus padres? Odiaría que se molesten contigo.



Beth tenía el permiso de su mamá para quedarse con Bruce algunas veces —otras simplemente decía que estaría con Iris— mientras Paul no se enterara. Una parte suya quería volver siendo obediente como siempre, pero otra deseaba quedarse. La segunda ganaba.



—Segura. Tú no te preocupes por eso—puso su mano en el hombro de Bruce—y regresa completo ¿si?



Asintió besando su mejilla por más tiempo de lo normal, no queriendo separarse de ella. Pero aún así lo hizo y unos minutos después Beth se disponía a leer su revista mensual de cine en el sofá frente a la chimenea, estaba sentada al revés con su cabello casi tocando el suelo y las llamas naranjas le proporcionaban la luz perfecta pese a la neblina que podía apreciar por los grandes ventanales.



No tenía sueño, cosa que aprovechaba para esperarlo. Sin embargo, Dory interrumpió el tranquilizante silencio apareciendo por uno de los tantos pasillos.



—Señorita Walker—le llamó, haciendo que dejara la lectura en pausa—su...padre está aquí.



—¿Mi padre?—bajó la revista sentándose normal—¿estás segura?



—Si, señorita. Es él.



Beth sintió la ansiedad apoderarse de ella. Estaba allí para regañarle, no había forma de escapar y lo peor es que no tenía a Bruce a su lado.



—Dile que pase—respondió tras pensarlo unos segundos.



Dory desapareció por donde vino dejándole por un momento a solas en el que decidió ponerse de pie y recargarse en el respaldo del mismo, dejando la chimenea detrás. ¿Qué iba a decir? Pensaba y pensaba en todos los posibles escenarios para poder hacer un guion en su cabeza al respecto.



—¿Porqué no contestas el teléfono?—dijo en cuanto puso pie en el salón.



—Olvidé ponerle el sonido de nuevo—mantenía la mirada en el piso y los brazos cruzados—¿porqué estás aquí?



—Estaba buscándote. No tienes a nadie, así que supuse que estabas con Bruce—ella resopló con una pequeña sonrisa irónica—vengo a llevarte de regreso a casa.



No le puedo llamar casa a un lugar donde nunca pertenecí—susurró ahora jugando con el dije dorado que colgaba en su cuello.



—¿De qué hablas?



Esta era su oportunidad de por fin hablar y decirle las cosas tal cual las percibía. Probablemente no la volvería a tener.



—De que no iré a ningún lado—subió un poco el volumen de su voz—me cansé de ver el cielo en búsqueda del avión que te traería a casa. Me cansé de esperar a que llegaras por mí al colegio y preguntaras sobre la estrella que me gané. Me cansé de esperar que me aceptaras...—sorbió por la nariz y limpió sus ojos húmedos torpemente con su mano—que me amaras. Elijo quedarme aquí, con alguien que sí lo hace sin importarle que no soy una genio en física y soy diferente a los demás.



El silencio inundó el lugar mientras ella trataba de controlar las emociones que sentía, que no sabía cómo expresar de manera correcta. Paul le veía con los ojos bien abiertos. No le había escuchado hablarle tanto desde el jardín de niños cuando le contaba todo lo que hacía en clase, que cantaba alegremente las canciones que le enseñaban. La Beth que tenía enfrente suyo no era ni la sombra de lo que alguna vez fue esa sonriente niña que recitaba especies de dinosaurios mientras coloreaba el próximo dibujo que metería en su maleta antes de irse.



—Por favor toma tus cosas—habló aún asimilándolo—ya vámonos.



¿Qué acaso no había escuchado nada de lo que dijo? Le miró ladeando la cabeza y decidió que diría esa palabra que nunca le había dicho a Paul. Aquella que parecía desaparecer de su vocabulario cuando estaba en su presencia al estar tan deseosa de aprobación.



—No.



—¿Qué dijiste?



—No.



—Ojalá pensaras con la cabeza porque hacerlo con el corazón no te llevará a ningún lado. Mira a tu hermano y mírate...—negó suspirando—está bien. Sólo no te atrevas a poner un pie de vuelta en mi casa.



Y como si volviera a tener seis años, le vio darse la vuelta y desaparecer con camino a la puerta. Dejándole por milésima vez detrás. Lo más triste es que ya se lo esperaba. . .



La luna podía verse sin interferencia alguna desde la ventana de la habitación de Bruce donde recargada en el pilar detrás de las cortinas perdía el tiempo. No recordaba exactamente lo que sucedió luego de que su padre se fuera pero tampoco estaba interesada en tratar de hacerlo.



—Creí que te encontraría dormida—dijo Bruce, sacándola del trance al posicionarse a su lado.



El maquillaje aún escurría por sus mejillas, siendo la luz lunar la encargada de resaltar sus ojos entre lo negro de alrededor.



—Estaba...pensando—respondió sin moverse—Bruce, ¿porqué mi papá me odia? ¿tan difícil soy de amar?



Finalmente su mirada castaña se encontró con la suya. ¿Qué se respondía a eso? Él era malo con los sentimientos en general. De lo que sí estaba seguro era que le rompía el corazón escucharle decir aquello. Ver las lágrimas caer por su rostro.



—Estoy harta de no saber qué hice mal.



—Tú no has hecho nada mal, mi vida.



Tras limpiar una de las pequeñas gotas con su pulgar en un acto de ternura, Beth se lanzó a sus brazos. Todo el tiempo decía que odiaba el contacto físico pero en realidad lo anhelaba y necesitaba, mientras fuera de la persona correcta.



No sabía qué hacer para detener su dolor así que se limitó a sostenerle evitando que cayera en mil pedazos. Esa correspondencia fue suficiente para que rompiera en llanto, sintiéndose otra vez como la niña pequeña que lloraba cada noche al llegar del aeropuerto tras dejar a su padre porque, como solía decirle su mamá cada que preguntaba, ¿si no con qué dinero podrían comprarle más juguetes? Poco sabía Faith que cambiaría todos los juguetes de su habitación por que él se quedara y le llevase al colegio como a todos los demás en su clase. Que le enseñase a andar en bicicleta como su amiga Marilyn le platicó.



Trató de darse explicaciones con ese mismo argumento, qué estaba trabajando para darle una buena vida. Que lo hacía por ella. Pero eso perdía credibilidad al ver que todos esos momentos que tuvo que pasar sola, su hermano los tenía junto a Paul sin dificultad alguna. Se sentía feliz por él, Evan no tendría que crecer en esa oscura soledad. Roto.



Esas piezas finalmente comenzaban a unirse poco a poco con cada canción que Bruce le tocaba, con cada noche estrellada en su compañía. Como esta misma ocasión en la que no le permitiría caer de nuevo. Aferrándose uno del otro. Y es que la culpa era algo que tenían en común. Pero también la insistencia en que las cosas podrían mejorar en un futuro.

afterglow     ⸺     bruce wayneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora