Capítulo 10: El domúnculo

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—Anthony, la niña está bien —insistió su pareja con un tono más suave, intentando que bajara la voz.

Pero el hombre estaba fuera de sí. Le soltó una patada a la papelera y cogió la sillita para ir inmediatamente a poner una queja, muy alterado. Y se aseguró de que todo el mundo pudiera oírle de camino.

Cuando me quedé a solas de nuevo en aquel pasillo miré de nuevo la papelera con interés. No había dado muestras de reaccionar a los golpes ni los gritos. Y por cómo se había lanzado hacia la niña casi diría que era imposible presuponerle inteligencia. Pero sin duda aquello era un domúnculo.

—Había olvidado que os camuflan —murmuré pensando en voz alta.

Al fin y al cabo, el domúnculo de Honey era el único al que había prestado atención, y ese habían sido nada más que un puñado de piedras. Había esperado encontrar algo que estuviera claramente fuera de lugar, que desentonara en alguna de las salas. Pero que una papelera fuera el domúnculo... La verdad es que era muy buena idea.

—Oye... oye...

Obviamente el chisme no reaccionó.

—Hazme alguna señal de que me entiendes.

Nada. ¡Claro que nada! Me estaba empezando a sentir estúpida.

—Oye... Si necesitas ayuda... solo hazme una señal. Quiero ayudar.

Tras unos segundos de absoluto silencio y quietud resoplé exasperada. Estaba hablando con una puñetera papelera. Los domúnculos eran aún más estúpidos de lo que había pensado jamás y yo una idiota por dudarlo.

A ver, tal vez...

Bufé con impaciencia. Odiaba el mentalismo, pero quizás si intentaba imitar a Honey pudiera notar algo ahí. O, más bien, descartar que hubiese algo.

Retrocedí por la sala, buscando el punto ciego del inhibidor. Estaba literalmente en una esquina, lejos de cualquier cuadro u objeto valioso. Me coloqué ahí, vigilando por si venía un guardia o cualquier persona. Aunque entre semana no había demasiada gente y, por suerte, la mayoría de ellos ya empezaban a despejar el museo para ir a almorzar.

Cogí el ticket del autobús y, tras hacer una pelotita con él, lo dejé caer al suelo, a mis pies. Inmediatamente el domúnculo se levantó de su sitio y levitó apenas a un centímetro del suelo, lo suficiente para no arrastrarse. En cuanto lo tuve delante, absorbiendo el papel y en pleno funcionamiento, intenté darle un empujón psíquico.

El domúnculo se tambaleó en el aire, hacia atrás y luego volvió a incorporarse. La misma inútil reacción que cuando golpeaba el saco de boxeo. Pero eso... en realidad, no demostraba nada. Lo había sentido, claro, pero podía ser simplemente el alma artificial reaccionando a un ataque, viendo su función alterada apenas un par de segundos por las interferencias que le había causado. Y no había hecho nada más, ni siquiera sentía nada en él tratando de contestar, nada vivo. Hasta las plantas mostraban más vida que aquello.

El domúnculo volvió a su sitio y se quedó inerte de nuevo. Y yo, dado que no encontraba ninguna otra forma de ponerlo a prueba, decidí marcharme antes de que alguien de seguridad me pillara haciendo el tonto.

Volví a casa con las manos vacías, tremendamente frustrada, aunque tampoco sabía qué esperaba encontrar. Pero sentía que nada de aquello sería lo bastante rotundo como para convencer a Honey, para ayudarla a dejar de sentirse culpable por su domúnculo.

Puede que sea la era de Internet, pero documentarse sobre magia sigue siendo imposible fuera de los métodos tradicionales. En las páginas webs es imposible distinguir conocimientos reales de tonterías supersticiosas y, a diferencia de cuando investigas sobre cualquier otro tema, aquí no hay magos compensando la ignorancia con información real en una especie de Magipedia o Wikimagic o lo que sea.

Palabra de Bruja IndomableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora