Capítulo 7: El bizcocho

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—¿Tan rápido te he malcriado a que me encargue yo de la cafetera?

—Aún no... —carraspeé dándome algo de tiempo para pensar mejor mis palabras—. Se me ha hecho tarde.

Me miró con una ternura que me hizo sentir incómoda, como si mirara a un cachorro. Así que aparté la mirada fingiendo analizar lo que había traído.

—Ve a darte una ducha. Ya te preparo yo el desayuno.

Lancé otro vistazo a la cafetera vacía, extrañada por el singular de esa frase.

—¿Tú no desayunas?

—He desayunado fuera.

Algo en esa frase resultaba decepcionante, aunque no estaba segura de qué ni por qué. Pero no me di mucho tiempo para pensarlo porque ya se me habían pegado los minutos lo suficiente. Así que asentí con la cabeza con un gesto sobrio y me fui directa al piso de arriba.

* * * *

Me tomé unos minutos bajo el agua caliente, tratando de ordenar mis ideas. Yo no era una persona dada a perder el tiempo canturreando en la ducha, pero sentía que ahora era el único bastión de la casa a salvo de Eric y necesitaba esos minutos para intentar sentirme yo misma.

Sin embargo, cuando salí de mi dormitorio ya vestida y arreglada para la jornada laboral, lo único que pude sentir fue la culpa por ir tan tarde. O así fue hasta que puse un pie fuera de mi cuarto.

Por lo general, yo desayunaba algo rápido. Una tostada, un muffin, restos recalentados de la cena o quizás un sándwich. Cualquier cosa que no me llevara mucho tiempo y pudiera engullir mientras se hacía el café. Porque ese era un proceso al que no me gustaba meter prisa con magia. Me encantaba cómo, poco a poco, el aroma del café conquistaba la cocina y era un placer al que no estaba dispuesta a renunciar por exigencias del reloj. Hasta ese punto el café era sagrado para mí.

Pero la cuestión es que el desayuno, al igual que todas las demás comidas, lo tenía bastante desatendido. No me gustaba cocinar, así que recurría a lo fácil y rápido. O pedía comida a domicilio o picoteaba algo que tuviera a mano. Así que estaba acostumbrada a desayunos más bien frugales.

Eso no evitó que mi estómago se estremeciera de anticipación con el olor que venía de la cocina para cuando terminé de arreglarme. El bacon prácticamente me hizo gemir más que los últimos polvos que podía recordar. Sin contar a Eric, claro.

Apenas entré en la cocina, el mago puso delante de mí un plato con huevos, bacon, salchichas, tomate y champiñones. Hasta había tostado pan.

—¿Zumo? ¿O solo café?

Le miré aturdida, como si fuera una pregunta más complicada de lo que parecía a simple vista. Hasta que comprendí, con inesperada desilusión, que toda aquella amabilidad era solo su intento de seducción.

De pronto, todo aquello me pareció muy mezquino.

—Me bastaba con el café.

Consideré seriamente irme al despacho y rechazar aquella ofrenda envenenada. Pero me parecía un gesto innecesariamente agresivo y, además, aunque no me gustara, entendía que así no se jugaba aquel juego. Ya había sido directa y no había funcionado, pasar a la hostilidad solo era aceptable si trataba de propasarse. Pero no le podía montar un pollo por hacerme el desayuno.

Así que tendría que limitarme a ser un muro de hielo y dejar que se estampara tantas veces como quisiera. Tarde o temprano asumiría la derrota. Y, mientras tanto, pues tendría desayunos caseros.

—Gracias —me obligué a añadir tan regia como una dama.

Pero si le desilusionó mi falta de entusiasmo, no fue visible en sus rasgos.

Palabra de Bruja IndomableWhere stories live. Discover now