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Todo me da igual.

Una pequeña mentira que me protege cuando en realidad todo me importa, sin embargo, me encuentro estúpidamente cansado y no puedo más. El peso aumenta y con el mi estrés, y es en ese momento en el que me digo a mi mismo, culpándome, lo débil que me he vuelto cuando la maldita verdad es que siempre lo he sido.

Así que soy un inútil que está harto de todo, que siempre lo ha estado. Un inútil al cual le molesta llorar en la noche en una habitación oscura, lejos de aquellos ojos ajenos juzgadores para impedir que vean las lágrimas caer; así que me trago mi propio dolor y me ahogo en alcohol para olvidarlo, porque así es más fácil y menos sincero.

Cierro mis cuencas y el techo desaparece, no me interesa si es de noche o de día, simplemente los cierro porque el cansancio me acompaña a todas horas.

Da igual, todo da igual.

¿De qué me sirve preocuparme por el mañana si sé que voy a ignorar todos mis malditos problemas? Nuevos o viejos, no importa.

Suelto un suspiro y giro mi cuerpo para recostarme de lado hasta que mi oreja da con el apoyabrazos del sofá. Mi propósito es dormir, pero mi mente pesa y me lo impide; por lo que los vuelvo a abrir con desgana.

Lo primero que encuentro es aquella cortina roja que estorba a los rayos del sol, negándoles el paso a la ventana y que lleguen a mi rostro; a mi derecha está el televisor apagado y en su reflejo esta aquel sillón más pequeño. Mis pupilas viajan de derecha a izquierda y veo a Tord acostado de cabeza en ese mueble; sus piernas están cruzadas en el respaldo y su cabello cae sin tocar el suelo, mientras que en sus manos se encuentran esas estúpidas y repulsivas revistas.

—Hey Commie— llamo sin poder evitar tener una cara que demuestra lo asqueroso que se me hace ver lo que trae entre sus dedos.

—¿Mmm?

—¿Puedes matarme? — pregunte tontamente sin darme cuenta de la idiotez que le estaba diciendo.

Mis cuencas se abrieron y arrastre mi palma por mi rostro, negando con la cabeza, sin embargo, de un vistazo note como Tord giró sus pupilas hasta dar con mis ojos, a lo cual él solo abrió y luego cerró la boca. Después, como si de una idea le llegará a la mente, se sentó recargando su espalda en el respaldo tal cual una persona normal.

—No puedo hacerlo.

—¿Por qué? — sonreí al creer que todo esto es absurdo, ¿en realidad me respondería?

—Porque aún te necesito— su mirada volvió a caer en la estúpida revista, dándole vuelta a la página como si fuera un libro interesante mientras yo me ahogo con mi propia saliva y con una respiración en pausa— necesito que hagas mis comidas, que laves mi ropa, limpies el departamento — dio una pequeña risa, aún sin apartar la vista de esos malditos cuerpos desnudos— vayas a la tienda y compres mis cigarros.

—...

Tord dio una última carcajada y yo trague mi propia saliva.

—Púdrete.

La tristeza es una droga.

InestableWo Geschichten leben. Entdecke jetzt