Lo muevo cuando llora en mis brazos y le beso la cabecita amándolo más con cada segundo que pasa, porque si no fuera por él no hubiesen nacido ninguno de los dos y yo no estuviera tan feliz ahora.

—Hay que devolverlo —me indica el coronel y me niego.

—Ellos necesitan a su madre.

Me las apaño para tomar el otro obligándolo a que mueva el oxígeno cuando busco la mecedora con mis bebés en cada brazo saboreando el indescriptible sentimiento de llenura.

Vuelvo a besar la cabecita de cada uno estando sentada y es que no los quiero soltar.

—Ahora tú —le digo a mi marido y este se inclina uniendo su boca a la mía.

Quién diría que la cena en Londres terminaría así, casados y con dos bebés que ahora son todo lo que necesito en la vida para ser feliz.

—¿Quién les da calor? —pregunto.

—La incubadora —responde él y lo miro mal.

—¿No los has cargado?

—¿Para qué?

—Christopher, son prematuros. Hay que cargarlos, darles amor y hablarles bonito.

—Ajá.

—¿En verdad no los has cargado? —lo regaño.

—No.

Los acuno queriendo compensar al espécimen cavernícola que tienen como padre y me dedico a mirarlos todo el dia viviendo mis primeras experiencias como madre mientras Christopher le acerca la ropa de ambos al perro para que la olfatee y los reconozca.

—Que nadie los vea —advierte el coronel antes de irse y asiento estando de acuerdo.

Tampoco me apetece que nadie los vea ahora con Antoni suelto, ya que querrá hacerles daño y me niego a que me quiten la creación más bella que he podido lograr.

"Muerte a los Morgan, a sus hijos y a los hijos de sus hijos". Esa amenaza sigue latente en mi pecho.

Dejo uno en la incubadora mientras le doy de comer al otro la fórmula alternándome para que ambos reciban mi calor y sientan mi amor de igual manera. El baño está aquí, el coronel me sube la comida y solo me enfoco en ellos durante los días siguientes.

No hay nada más importante que no sea el que superen la etapa de prematuros y los cuido con tanto esmero que el mundo deja de existir para mí.

—¿Ya hay un diagnóstico? —le pregunto al coronel mientras enjuago la cabecita de mi primer radiador.

—No, es cuestión de semanas, meses, años, no sé —responde alterado inyectando al bebé que se pone a llorar y hace que agilice la tarea con el que tengo en la bañera.

Hago el cambio para que el siguiente se relaje en el agua tibia masajeando el área de los piquetes diarios. No sabemos lo que tiene, si hay una cura, si puede empeorar o mejorar y eso me preocupa, ya que no hay casos como el suyo. Lo que me hace suponer que es una anomalía propia del veneno italiano.

—Necesito que solo estés concentrada en esto —Christopher me abraza la cintura reiterando lo mismo de siempre —. Tú atención en ello y en nadie más.

—Vale —no es necesario que me lo diga, pero se lo confirmo para que se vaya tranquilo.

No veo las noticias, no toco el celular, tampoco la laptop y no hablo con nadie en las dos semanas siguientes. La faja posparto va moldeando mi figura, a las 3: 30 ya estoy despierta y hago dos horas de ejercicio en el balcón con el fin de que me devuelvan el estado físico que necesito, además, sudar me ayuda a sacar las toxinas que tenga mi sistema.

LUJURIA  - (Ya en librerías)Όπου ζουν οι ιστορίες. Ανακάλυψε τώρα