—No se sabe nada a ciencia cierta —informa Death—, solo que Gema está al frente de la FEMF junto al presidente del Concejo y el ministro está preso al igual que parte de la Élite.

Mis latidos aumentan al igual que el desespero que me eriza la piel lanzándome al abismo del miedo de que lastimen a mis seres queridos.

—Entramos en alerta tipo 5—añade Make—, Antoni Mascherano escapó de Iron Walls.

Me tambaleo y la contracción es inminente con la descarga de oxitocina que libera mi cerebro llevándome a la baranda de la escalera en la cual me cuesta sostenerme.

—¿Que huyó quién? —me dejo ver y todos se apresuran a mi sitio— ¡¿Donde está Christopher?!

La última oración de Make se repite en mi cabeza y la imagen del coronel, de mi familia, de mis suegros y de mis colegas me hunde en un pozo, «Si quieres mi ayuda vas darme tu palabra prometiendo venir a mí sin que tenga que buscarte».

—¿Escapó? —le vuelvo a preguntar a Make queriendo que mienta, pero asiente confirmando la noticia.

—Cálmese...

Las palabras prometidas al italiano son una puñalada que me marea desatando otra contracción que me quita las fuerzas a la vez que una oleada de agua tibia avasalla mis muslos con un suplicio más intenso y agresivo que todos los anteriores.

—¡Rompió la fuente, llévenla a la cama! —pide la rubia y el dolor es demasiado, tanto que siento que me están desgarrando por dentro. El sudor me abarca y ella da órdenes claras llamando a la mujer que le ayuda en los quehaceres.

—¡Para esto! —exijo con las contracciones que se unen al ardor que me quema las venas.

—Respira —pide ella y grito cuando no soporto los espasmos.

El viento de la tormenta abre los paneles de la ventana y los truenos retumban mientras me retuerzo queriendo morir.

—Te voy a anestesiar y procederé con la cesárea — informa la rubia y sacudo la cabeza.

Si no estoy consciente no sé qué harán con ellos y yo los quiero nazcan como nazcan. Siento que el oxígeno no es suficiente y que todos mis huesos están siendo fracturados al mismo tiempo.

—¡Los voy a parir asi me muera! —dejo en claro— ¡No quiero ninguna anestesia!

Traen toallas, agua, gasas, encienden velas y no sé que es más tortuoso; si las contracciones que me quitan la capacidad, la idea de sopesar que he perdido al coronel o el saber que mi peor pesadilla está afuera.

Los truenos disfrazan mis gritos, Death atiza la chimenea y el perro no deja de ladrar ferozmente al pie de la cama. La rubia tarda frente a los implementos haciendo no sé qué, pero no deja que se cierren las ventanas mientras hago lo posible por resistir, por no desmayarme.

—Hombres, fuera —pide antes de desnudarme de la cintura para abajo y la casera que le ayuda se posa a su lado alistando lo que falta.

Me limpio la sangre que me sale de la nariz y cierro los puños en la sábana. Tengo miedo de que los pueda matar, de que no sobrevivan y todo esto haya sido en vano.

—Puja cuando te lo diga.

El dolor llega a los niveles nunca antes alcanzados y pujo, pero no surge nada y no entiendo lo que me dicen con el zumbido que tengo en los oídos.

—¡Puja! —me indica ella, pero fallo en el nuevo intento cuando el vértigo me resta la capacidad de coordinar.

La tormenta no cesa y vislumbro los relámpagos en la pausa mientras que mi cabeza no deja de pedir una sola cosa y es que salgan bien. Me mareo en medio del llanto, no lo logro con la cuarta vez y mis ojos empiezan a cerrarse.

LUJURIA  - (Ya en librerías)Where stories live. Discover now