I

36.5K 741 62
                                    

Judith

Abrí la puerta del portal y me alejé de allí tan rápido como fui capaz. No tenía la menor idea de la hora que era, pero las pocas personas que se encontraban en la calle me hacían pensar que no era precisamente pronto. Hacía frío y soplaba el viento, como la mayor parte del tiempo en Londres. Las tímidas gotas que caían del cielo se unían a las lágrimas que resbalaban por mi rostro. Un día más.

Aflojé el paso cuando mi ritmo de respiración me advirtió del estado en el que me hallaba y me adentré, despacio, en el parque que separaba la casa de Max de la mía. Todo lo que quería era refugiarme en Rosa y Alba; ni siquiera me detuve a pensar en la poca confianza que me había inspirado siempre ese inmenso parque que cualquier otro día hubiera evitado. Necesitaba alejarme de allí.

Una nueva discusión con Max había conseguido que finalmente explotase. Había perdido la cuenta de los reproches que había sufrido en las últimas dos semanas y empezaba a comprender que esa no sólo no era la vida que quería: no era la vida que merecía. Nadie merecía aquello.

Suspiré y casi sin darme cuenta comencé a andar más rápido, murmurando cosas para mí misma. No lograba encontrar una explicación al mar de celos que Max había empezado a desarrollar hacia todo lo que me rodeaba. Seis meses después de empezar a salir, seguía falto de una confianza necesaria en todas las relaciones. El origen de aquello podía encontrarse en su propia inseguridad pero había dejado de ser motivo suficiente para comportarse como se comportaba; había dejado de ser motivo suficiente para que yo me ofreciera a apoyarlo y ayudarlo con aquello. Había hecho todo cuanto estaba en mi mano para mejorar la situación... Y había sido en vano. Parecía crónico. Y no estaba dispuesta a soportarlo. Nadie tenía que soportarlo.

Comencé a llorar de nuevo, en esa ocasión con más fuerza. Cuando el llanto se volvió insostenible me detuve; me agaché, apoyando todo mi peso en las rodillas, y respiré profundamente. Debía tranquilizarme si no quería despertar a todo el vecindario con mis sollozos.

– Perdona, ¿estás bien?

Levanté la cabeza al instante, sobresaltada por esa voz inesperada. Me incorporé como bien pude, quedando frente a una figura de un joven vestido con ropas deportivas y un curioso gorro gris. Sequé mis lágrimas rápidamente y desvié la mirada, avergonzada.

– Sí, tranquilo, gracias.

–¿Segura?

–Sí –dije, carente de esa seguridad de la que hablaba–. Gracias.

Me tambaleé cuando inicié la marcha hacia el banco más cercano, donde pretendía sentarme y tranquilizarme antes de retomar mi camino.

– No pareces estar muy bien –sentí la voz del extraño de nuevo cerca–. ¿Necesitas hablar?

–Necesito que todos los hombres de este planeta desaparezcáis, no dais más que problemas.

En esa ocasión, sí había sido sincera.

– Eh, te conozco desde hace un minuto, no puedo haberte hecho ningún mal. ¡No me ha dado tiempo! –Se sentó a mi lado–. Pero, si quieres, puedo acabar con quien lo haya hecho.

Sorprendentemente, su comentario me hizo gracia.

– ¿Quieres su dirección? –Respondí, provocando su risa.

Lo miré de reojo. En la media oscuridad en la que nos encontrábamos pude apreciar dos ojos azules que me miraban con interés. Bajé la cabeza.

–¿Qué hora es?

–Las doce y veinte, en todo Londres.

–Y en más sitios –añadí, por responder algo.

Tomé aire y sentí cómo mis pulmones quedaban invadidos por el frío que aquella noche se ceñía sobre Londres. Estaba más tranquila y con esa tranquilidad volvió la imperiosa necesidad de irme a casa.

All their little things | Fan-fic de Louis Tomlinson y One DirectionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora