Fantasmas

By AndreaAS9

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»Amante del mundo paranormal o no, una chica en coma siempre terminará sumergida en él.« Con el esoterismo co... More

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13 - MAS
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17 - MAS
Capítulo 17 -MAS (Parte II)
Capítulo 18
Capítulo 19 - NOAH
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
MAS 💞
Capítulo 25 - MAS
Capítulo 26 - MAS
Capítulo 26 (Parte II) - MAS
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32 - Noah
Capítulo 32 (parte II) - NOAH
Capítulo 33
Capítulo 34 (parte I) - MAS
Capítulo 34 (parte II) - MAS
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39 - MAS
Capítulo 41
Capítulo 42 - NOAH
Capítulo 42 -NOAH (II)
Capítulo 43
Capítulo 44 - MAS
Capítulo 44 - MAS Parte II
¡Feliz día del padre!
Capítulo 45 NOAH
Capítulo 46 - MAS
Capítulo 47
Capítulo 48 - I
Capítulo 48 II
HOLA, OTRA VEZ
Capítulo 49 - NOAH
Capítulo 50 - Mas
Capítulo 51
Capítulo 51 Parte II
Capítulo 52
Capítulo 53 (¿El fin?)
Capítulo 54
Capítulo 55 - NOAH
Capítulo 56
Capítulo 57 - MAS (parte I)
Capítulo 57 - MAS (parte II)

Capítulo 40

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By AndreaAS9

Subo las escaleras dos escalones a la vez.

Sí, señoras y señores, convencí a Mas de traerme de nuevo a su rinconcito libre de Kendalls —donde él puede puede pensar con tranquilidad sin mi irritante voz martillándole el cerebro—.

La verdad, no tengo idea de qué hora es. Quizá medianoche. Quizá las 4 de la mañana. No lo sé. Tampoco sé cuánto tiempo llevo ya deslizándome de la baranda de madera pulida de las escaleras que conectan las dos únicas plantas.

— ¡Hey, bola de luz! —escucho gritar a Más desde abajo—. ¿No crees que ya es suficiente?

— ¡Oye, esta es la última, ¿no?! —grita cuando vuelvo a subir.

— ¡Ken, es en serio! —grita cuando vuelvo a subir.

— ¡Kendall O'Mell, esto ya es demasiado! —grita cuando vuelvo a subir.

Obviamente, y como todas las veces anteriores, lo ignoro.

Después de darme un recorrido por toda la casa (casi), el único lugar que captó realmente mi atención fueron las hermosas barandas de madera de caoba barnizada. En seguida, me di cuenta de que eran lo suficientemente anchas como para que el trasero de una persona quepa en ella, y no perdí tiempo. Fue irresistible. Teníamos una parecida en Minnesota, y esa era mi única diversión cuando los días fríos se empeñaban en ser aún más fríos y no me dejaban salir ni a mi casa en el árbol. La diferencia entre esta y aquella radica en que la actual tiene una curva, como un espiral, lo que la convierte inmediatamente en una atracción mucho más entretenida que la que teníamos mamá y yo en casa, que era, más bien, todo recta.

Claramente, Thomas no parece entender lo mucho que me lleva este improvisado tobogán a mi infancia y mis más cándidos recuerdos; porque, de repente, lo tengo esperando en el final de mi improvisado deslizadero con las dos manos en frente, listo para atraparme. Si esto hubiese ocurrido en mi antigua vivienda, en su larga y sin curvas baranda, lo hubiese visto venir, y lo más probable es que hubiese hecho puff y aparecido detrás de él con total elegancia y mi dignidad intacta; pero, como las cosas normalmente no son perfectas, vengo a enterarme de último segundo, y, gritando a viva voz —porque a veces se me olvida que soy inmortal para ciertas cosas—, caigo encima de él.

Bien, caer de caer, no. No terminamos en el suelo, ya que Mas recibió el impacto como un campeón y me cogió de los hombros en una especie de abrazo, que en realidad no es un abrazo, sino un amortiguamiento.

— El último es el último, bola de luz —dice, mientras yo busco recobrar mi equilibrio.

Cuando finalmente lo hago, caigo en la cuenta de nuestra cercanía, basta con levantar mi cabeza para que el rostro de Mas y su severa expresión ocupen todo mi campo de visión.

Tom se aparta súbitamente, metiendo una de sus manos al bolsillo de su pantalón mientras con la otra rasca suavemente su ceja; y desvía la mirada. Supongo que debió incomodarse. No tengo idea de por qué siento una ligera vergüenza calentar mis mejillas, si evidentemente él se lo merece por aparecer abruptamente en mis narices y hacer de escudo humano.

— Totalmente innecesario, jovencito —me cruzo de brazos, reprochándolo—. Podías solo haber dicho que me detenga.

Con un suspiro de exasperación, gira sobre sus talones y se dirige a la cocina.

— ¿Y qué crees que estado intentando todo este tiempo, bola de luz?  —su voz aún contiene algo de humor.

Yo lo sigo, sin saber muy bien qué podría hacer un espíritu en una cocina aparte de tirar todos los platos y hacer bullicio como en las películas.

Entonces, se planta frente a la alacena y abre un cajón.

— Wow, ¿cómo has hecho eso? —digo.

Saca una llave del cajón.

— ¿Y cómo demonios has hecho eso? —digo.

Me sitúo a su lado, un estudiante listo para aspirar el conocimiento que su mentor quiera instruirle.

— ¿Abrir un cajón y sacar una llave? —se burla, después de concluir que yo no bromeaba, ni era irónica.

Palmeo suavemente su brazo; últimamente lo he estado golpeando mucho, es cierto, pero él tampoco es alguien defendible.

— Sabes a lo que me refiero.

— Bueno —suspira, mientras se me adelanta y cruza hacia la sala, y se prepara para una de sus mortales exposiciones—. Todo aquello sin vida existe en ambos planos. Objetos, minerales. Esas cosas. Tú puedes escoger con cuál de los planos de... determinado objeto quieres interactuar.

Me mira por encima de su hombro, como para verificar que lo estoy siguiendo, tanto literal como metafóricamente.

— Te sigo —respondo, tanto literal como metafóricamente.

— Abrir el cajón, lo hice en este plano. Sacar la llave, en este plano. Lo que significa ... —me incita a continuar con su tono.

— Que si alguien vivo entrase a la cocina... ¿vería el cajón cerrado y las llaves seguirían dentro?

Él se apoya lateralmente en el umbral, exageradamente asombrado.

— Te estás convirtiendo en una estudiante increíblemente rápida —dice, anonadado. Yo me pienso en eso de darle mis famosas bofetadas de ida y vuelta—. ¿Una estrellita en la frente, una carita feliz, qué deseas?

— ¡Oh, vamos! —arqueo una ceja, mientras me cruzo de brazos—. He respondido bien y te pones en plan sarcástico.

— ¡Pero sí te estoy felicitando!

— ¡Pues no parece! —inquiero, pasando a su lado lo suficientemente cerca como para impactarlo con mi hombro. Todo intencional.

Pero él solo se ríe, como si de verdad le pareciese gracioso.

No sé qué le pasa.

No sé si fue gradual y recién me doy cuenta.

Este muchacho cada vez está más y más fastidioso. Si sigue así, se viene una pelea. Y de las gordas. Una intenta aprender y el profesor se burla cruelmente en su cara. No, no, el sistema educativo de este plano apesta.

Después de unos minutos, él vuelve al frente.

— Hay un lugar que aún no te he enseñado. Dudaba mucho en hacerlo, y no he podido dejar de darle vueltas. Pensaba tener una larga y tendida conversación sobre el tema antes de hacerlo, pero, como has mostrado interés por este tipo de cosas, te lo mostraré.

¿Este tipo de cosas?

Sin embargo, antes de tener oportunidad de abrir la boca, se detiene frente a una puertecilla que una persona cualquiera hubiera considerado el almacén o algo del estilo. Mete la llave en la ranura y abre la puerta. Estrechas y escalofriantes escaleras se extienden hacia abajo, perdiéndose en la oscuridad. Hasta que Tom prendió la luz, claro.

Él espera pacientemente a que yo baje primero, y, muy caballerosamente (sorpresa), él cierra la puerta tras de sí para ubicarse justo detrás de mí en nuestra corta excursión a lo que (no sé, imagino, supongo sin base ni argumento sólido) podría ser el sótano.

Paso por paso, mi curiosidad me lleva a acelerar mi ritmo. Dar zancadas. Pero me contengo, porque la frase esa que soltó Mas —"Pensaba tener una conversación larga y tendida antes de hacerlo"— reprime un poco mi tan impulsiva impulsividad. Él no lo diría tan en serio si no significase nada. Y yo confío en él.

Bajo mis pies, se abre todo un nuevo nivel. Y está asombrosamente limpio y ordenado para ser un sótano. De hecho, ni siquiera parece uno. Tiene un escritorio vintage con una bonita silla vintage detrás. Estantes con libros de todas eras reposan ostentosamente contra las paredes. Un cuadro de arte abstracto por aquí, otro de un paisaje por allá. Y uno, un retrato, justo al frente del escritorio. Me detengo a observarlo. ¿Era yo? Volteo a ver a Mas, que me observaba con atención. Él intuye la interrogante en mi mirada, y solo se encoge de hombros. No tiene explicación para ello.

Es un rostro, aquel en el lienzo al óleo bien enmarcado. Un rostro ordinario de una forma ordinaria, con rasgos ordinarios: Nariz pequeña, labios ni muy carnosos ni muy finos, ojos almendrados tan celestes como verdes, diáfanos. Y ahí el problema. No podía ser yo. Esos ojos eran del color de paraíso, los míos eran del color de la popó. Y su cabello era más claro, también, a pesar de ser pelirrojo. El mío era una especie de castaño rojizo; el suyo, más bien, era un anaranjado, tirando a rubio. Así que no podía ser yo. Podría ser alguien de mi familia, quizá, porque tenía un aire, algo que hizo saltar esa alarma en la parte del cerebro que reconoce rostros de personas conocidas. La forma de los ojos y las cejas se parecen a mamá. Los labios, a tía Griselle. Si me ponía a evaluar detenidamente, llegaba a la conclusión de que no estaba loca. No lo estoy. Las reconozco en ese cuadro.

— ¿Sabías algo de eso? —pregunto a Thomas.

— El sótano es lo último que descubrí. Supe que tenía que mostrártelo tarde o temprano. Sobre todo por eso que estás viendo. ¿Tiene algo escrito?

— Eso te iba a preguntar —respondo, mordiéndome el labio—. ¿Podemos retirar el cuadro para darle un vistazo?

Con un movimiento de mano en el aire, Thomas hace desenganchar el soporte del marco de la pared y el cuadro cae directo en mis brazos.

— Vaya.

— ¿Impresionada? —se ríe.

— Ni un poco —niego con la cabeza, repitiéndome internamente que tengo que intentar hacer eso.

No importa ahora, sin embargo, la primera demostración de telequinesis de Mas (al menos en mi presencia). Importa lo que acabo de leer detrás del cuadro.

De repente, entiendo por qué se me hizo tan familiar.

Kenya Byrne.

Mi abuela.

Muerdo mi labio, con algo de ansiedad. ¿Qué hace el cuadro de mi abuela de joven aquí? Ella nunca vivió en Misisipi. Jamás. Nunca pisó tierra de estos territorios en su no tan corta vida. ¿Cómo? Estrecho los ojos. Hay una firma. Hay una fecha. 1967.

— ¿Sabes quién vivió acá? —pregunto distraídamente.

— Sí. Creo que sí. Algo me comentó la muchacha —arqueo mis cejas, sin que él pueda verlo, obviamente, porque le doy la espalda— que vivió un tiempo acá. Me dijo que estaba de paso, y este lugar tenía mucha energía... También me contó que la había traído de casualidad un anciano, con una muñeca relativa a su trágica historia, que obviamente era de "esos" objetos. Ya sabes, "esas" muñecas —¿Ahora hablábamos de "la chica que vivió aquí"? Sigo evaluando el cuadro, dándole tiempo para que llegue al punto—. Él sabía, me dijo. Y la liberó. Hizo el ritual, y se desligó de la muñeca y de toda oscuridad que la retenía. De alguna forma, él tenía ese don de reconocer lugares y objetos íntimamente ligados a espíritus. Me imagino que es como algún Abimazue. Quizá es alguno de ustedes.

— Quizá —respondo distraídamente, sintiendo faltante una pieza del puzzle—. Henry. Harry. Hugo —intento leer su firma.

— No hay más información, yo también intenté eso. Sé que te llama la atención, pero el retrato no fue el único motivo por el que te mostré el lugar. Quiero decir, mira a tu alrededor.

Y lo hago.

Más allá de los estantes, más allá del escritorio y la silla a juego, más allá del arte, me doy cuenta de que hay cosas que no serían ordinarias en casas ordinarias. Entonces, sí consideré que posiblemente sea uno de nosotros. ¿El hermano de mi abuela, tal vez?

Plantas de diferentes tipos se encontraban perfectamente colocadas en frascos a los que el polvo ya engulló. Hierbas, sobre todo. Velas de colores pastel y una colección muy ordenada de botellas pequeñas llenas de aceites. Repartidos por los estantes se encontraban figuras de santos. Algunas estampitas. Y muchos ángeles. Ángeles de yeso. Ángeles de cerámica. Ángeles de arcilla. Ángeles y ángeles.

— Hay una vibra muy diferente aquí que en el resto de la casa, ¿no?

Mas se balancea sobre sus talones, con sus manos en los bolsillos.

Ni me había percatado. Pero Tom tiene razón. Se respira un aire más limpio acá, una tranquilidad casi antinatural, una paz abrumadora. Vuelvo de nuevo al cuadro. Sea quien fuese el pintor, si es el dueño de la casa o alguien que se lo vendió al dueño de esta casa, conoce a mi abuela. Incluso podría decir que su feroz personalidad está muy bien reflejada en su mirada. Estoy 100% segura de que tendré muchas preguntas con personas que no creí tener que hablar después de despertar.

Minutos después, nos encontramos reposando en la habitación principal, sentados en un par de sillas una frente a otra, de ambos lados de una mesita en el balcón. Es una calle muy bonita la de fuera. Toda llena de plantas y flores de colores vivos y vibrantes.

Thomas me dijo que este era su lugar favorito de la casa.

— Entonces... —tenía tantas cosas que preguntarle, naturalmente, que no sabía por dónde empezar— la chica...

Definitivamente no por allí.

Pero ya lo solté, ahora solo me queda esperar respuesta.

Él me mira unos segundos, tratando de descifrar algo. Como si algo que yo acabo de decir estuviese fuera de lugar. Yo sonrío con picardía, para dar a entender mi punto. Los labios de Mas se estiran en una sonrisa cuando lo capta.

— Muy guapa —dice—. Cabellos dorados y ojos azules. Una personalidad absorbente.

— ¿Y? —lo empujo a continuar, apoyando mi mentón en la palma de mi mano, sobre la mesa.

— Kendall, si quieres saber si salimos, solo tienes que preguntarlo —se reclina hacia atrás en la silla, empujándose de la mesa con sus largos brazos. Parece contener una risotada.

Ahogo un grito, como cuando tu mejor amiga te acaba de revelar que su crush es la persona más impensable del universo.

— ¿Entonces sí salieron?

Él niega con la cabeza.

— No me merecía —se ríe.

— En serio —lo reprocho.

— Ken... Tenía más de 20 años. Quizá más de 25. Está bien que sea irresistible con mujeres de todas las edades, pero tengo códigos.

Me saco la liga que en ese momento sostenía mi cabello en una cola baja y se la tiro, porque no tenía nada más que lanzar. Él suelta esa carcajada que llevaba conteniéndose desde que empecé a preguntar.

— Bueno, ahora que terminamos los temas superficiales —aclaro, en tono oficial, mis ánimos habían mejorado repentina e inexplicablemente—, hablemos de cuando descolgaste el cuadro sin siquiera tocarlo.

— ¡Pero si tú lo has hecho con un florero la otra vez!

— Sí, ya sé —digo, sonriendo—; soy asombrosa.

Él rueda los ojos.

— Sin embargo, quería saber más. El hombre en el aeropuerto me dijo que podía controlarlo. Y no le iba pedir a él que me enseñe.

— ¿Cuál hombre en el aeropuerto? —ladea la cabeza, entrecerrando los ojos.

Definitivamente Mas sabe lo del hombre en el aeropuerto. Yo le he contado todo. O, más bien, un resumen de todo. Le dije que, ese día de mi visión y mi desmayo, le mentí descaradamente a Noah diciéndole que mi amiga estaba internada y yo no era más que visita, y que, al final, terminó cumpliéndose, porque apareció Danielle justo cuando Marcus y Adam me pegaban una visita de verdad; le conté cómo de rara se veía Camille y que Noah me había compartido sus sospechas (¡Noah! ¡El que confía en todo el mundo!); le conté que conocí un señor muy amable en el aeropuerto, que me daba una ligera sensación de incomodidad a pesar de haber respondido bien mis dudas. Eso es todo lo que él sabe; así que, si pregunta por el dichoso señor del aeropuerto, es por molestar.

Yo lo miro, simplemente enarcando una sola ceja. Él me enseña sus palmas, en son de paz.

— No me contaste muy bien esa parte. De hecho, no me contaste bien nada —aprieta sus labios, estirando sus cejas—. Es muy difícil seguir tus narraciones, ¿sabes? El club en tu escuela que necesitas con urgencia es el de cuentos, para mejorar tu forma de contar historias, de verdad.

Yo vuelvo a rodar los ojos.

— Estaba sentada. Camille me dejó sola, porque empecé a hacer preguntas un poquito personales...

— O sea, intentaste escarbar en sus secretos más oscuros —interrumpe Mas.

— Y se acercó este señor de traje y sombrero, y me habló del buen clima —continúo, ignorándolo—. Y luego me dijo que teníamos algo en común.

— ¿Hablar del clima cuando nadie quiere hablar del clima?

— Sobre eso de percibir las emociones. Es la primera persona que conozco que posee tal habilidad, de hecho.

— ¿Él también percibe emociones?

— Sí...

Me pierdo un rato en mis pensamientos, había algo que quería preguntarle a Mas sobre estos temas. ¿Qué era? ¿Qué había dicho ese hombre?

— ¡Eso es!

Palmeo la mesa con fuerza cuando la interrogante me golpea en la frente. Mas pega un salto tal, por la sorpresa, que cae con la silla hacia atrás. Naturalmente, me río, me río con tanto ímpetu que sé que, de haber podido sentir malestar físico, mis tripas estarían rogando por piedad. Echo la cabeza hacia atrás y me cubro la cara con las manos. Tal vez por eso no me doy cuenta que Tom va a por mis tobillos, hasta que estoy en el suelo, mi cabeza rebotando estruendosamente contra el piso.

Esa fue una clara declaración de guerra.

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