Fantasmas

By AndreaAS9

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»Amante del mundo paranormal o no, una chica en coma siempre terminará sumergida en él.« Con el esoterismo co... More

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13 - MAS
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17 - MAS
Capítulo 17 -MAS (Parte II)
Capítulo 18
Capítulo 19 - NOAH
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
MAS 💞
Capítulo 25 - MAS
Capítulo 26 - MAS
Capítulo 26 (Parte II) - MAS
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32 - Noah
Capítulo 32 (parte II) - NOAH
Capítulo 33
Capítulo 34 (parte I) - MAS
Capítulo 34 (parte II) - MAS
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39 - MAS
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42 - NOAH
Capítulo 42 -NOAH (II)
Capítulo 43
Capítulo 44 - MAS
Capítulo 44 - MAS Parte II
¡Feliz día del padre!
Capítulo 45 NOAH
Capítulo 46 - MAS
Capítulo 47
Capítulo 48 - I
Capítulo 48 II
HOLA, OTRA VEZ
Capítulo 49 - NOAH
Capítulo 50 - Mas
Capítulo 51
Capítulo 51 Parte II
Capítulo 52
Capítulo 53 (¿El fin?)
Capítulo 54
Capítulo 55 - NOAH
Capítulo 56
Capítulo 57 - MAS (parte I)
Capítulo 57 - MAS (parte II)

Capítulo 4

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By AndreaAS9

Estiro mis dedos. Los siento tan... Tiesos. Como cuando regresas de dos meses de vacaciones y te toca escribir el ensayo de 'qué hiciste en vacaciones' a primera hora de la mañana, y parece que olvidaste cómo escribir por tu repentina torpeza. Sin abrir los ojos, puedo sentir dónde estoy. Tampoco es que sea muy difícil, pero, si fuese científica, por los datos de dureza y aspereza, me atrevería a apostar por la autopista.

Respiro. Me sorprende la suavidad con la que fluye el aire a través de mi sistema respiratorio. Puedo respirar bien, eso es bueno; y puedo mover los dedos. No obstante, el cuerpo aún me pesa, me pesa mucho.

No quiero abrir los ojos. Todavía no. Presto atención y escucho. Ruido blanco, mucho ruido blanco; no entiendo, pero no me gusta, es abrumador.

Por fin apoyo mis manos en el suelo y me obligo a mi misma a sentarme, lo cual requiere más fuerzas de las que jamás tuve o tendré. Me falta energía. Aun así, me las arreglo para apoyarme solamente en mi trasero y en mis piernas. Y abro los ojos.

Oh, demonios, no.

Vuelvo a cerrarlos.

Respiro profundamente un par de veces y los abro de nuevo.

La escena podría sacarle el aliento hasta al más sádico. Por favor, dime que no he sido protagonista de este espectáculo. Porque la gente con cámaras significa espectáculo. Carros de policía y camiones de bomberos significan espectáculo. Ambulancias significan espectáculo. Pero, sobre todo, el gran revoltijo de metal en llamas que era el hermoso Nissan Versa de mamá es un espectáculo. 

Oh, ella va a matarme cuando vea eso. Me llevo una mano a la frente, tratando de analizarlo. Entonces me incorporo. Mi cuerpo sigue tan pesado como lo estaría si saliese de la piscina después de haberme remojado un par de horas sin descanso.

Doy unos cuantos pasos al auto, lo que es un triunfo, dada mi condición... Espera un momento, mi condición. ¿Por qué me pesaba el cuerpo? ¿Qué pasó conmigo? Todo apuntaba a un accidente automovilístico. Y si el auto en cuestión se trata del de mamá, entonces... Vuelvo la cabeza a tiempo para ver como el cuerpo de una jovencita vestida igual que yo era metida en una de las ambulancias.

El ruido engorroso que me rodea se vuelve más perturbador conforme me hundo más y más en la histeria. Tenía una corazonada, y apestaba. Esto no estaba pasando. En absoluto. Tomo mi antebrazo y lo pellizco con fuerza. Nada. No siento nada. Estoy soñando. Ha de ser. Tiene que ser.

Camino con pesadez hacia el vehículo que transporta al cuerpo inconsciente y veo por la ventanilla de las puertas ya cerradas. El cuerpo que tiene mi ropa. El cuerpo que no puede ser el mío, porque, vamos, estoy acá, estoy bien. Algo pesada, pero bien.

Y entonces la veo. Encorvada, tomando la mano de esa persona con fuerza pegada a sus labios, no puedo ver su rostro, pero seguro está contraído en esa típica mueca que todos hacemos cuando lloramos muy profundamente en silencio, ahogándonos en nuestro dolor. Es insoportable seguir mirando, tengo que estar a su lado. Una regla universal es correr a consolar a tu madre si la ves llorando. Es instintivo. Por lo que, sin darme cuenta, ya estoy adentrándome en la parte trasera de la ambulancia sin que las puertas supongan un problema real, y me siento a su lado. La energía de mi madre es tan fuerte y reconfortante que cada vez me siento mejor. Mi cuerpo deja de sentirse tan pesado.
¿Qué está pasando? ¿Qué sucede con ella? La emoción del momento genera una confusión tan grande en mi cabeza que de repente pierdo la ilación de los hechos. Olvido lo que vi hace un segundo, lo que veo ahora. ¿Por qué mi madre está acá? ¿Por qué el espectáculo? ¿Es por el auto? La frustración de no poder poner mis pensamientos en orden se hace a un lado y la impotencia se abre paso. En el instante que vi a mi progenitora, dejé de razonar como debía. Necesito explicaciones, así que las pido en voz alta.

La reacción sin duda no es la que espero. Me sorprende a sobremanera el que ella no pudiese sentir mi mano en su brazo, ni mis pellizcos en sus hombros, ni mis manos zarandeándola.  Me sorprende el que no pudiese escucharme como al resto, que no mirase en ningún momento en mi dirección. ¿Está ignorándome a propósito? La abrazo por un costado, después de varios minutos intentando hacerle notar mi presencia, resignándome a algo que no terminaba de creer, ¿por qué ignorarme?

De pequeña, solía soñar que, de un día para otro, me volvía invisible para mis padres. Eran los peores sueños de mi infancia. Usualmente me despertaba a mitad de la noche, hecha un mar de llanto.

Iba a despertar, seguro, y esta sería otra de esas pesadillas. Una que se sentía tan real como el calor que desprendía cada uno de los poros de mi madre. Apoyando mi barbilla en su coronilla, lloro en silencio con ella. Lloro y al mismo tiempo no. No estoy segura de por qué lo hago, qué he perdido.

Mi cabeza está dividida en dos, no, mil piezas, comenzando a maquinar, formando teorías, recogiendo pedazos que formarían muy lentamente el armazón de un rompecabezas. Sospecho qué está sucediendo y a la vez no. Mi subconsciente y mi raciocinio entran en constante conflicto. Lo tengo en frente de mí, y decido cubrirme los ojos con las manos. Es demasiado dura la verdad para ser real. Así que eso hago, cierro los ojos. Intento convencerme que despertaré en la capilla donde confesaba a Noah todo lo que acumulé durante años y, cuando llegue a casa, lo primero que habré de hacer será rodear con los brazos a mi mamá con tanta fuerza como me sea permitida, le contaré lo que soñé, y me dirá que fue solo eso, un mal sueño. Será un mal sueño. Y yo volveré a ser la niña que despertaba en medio de la noche, buscando a su mamá.

Hasta que levanto la vista, y por fin veo el cuerpo. Mis ojos se encuentran con los míos, cerrados, apacibles. Es una escena tan absurda y tan obsoleta que casi me río de la ironía. ¿De qué se trata esto? La imagen del auto vuelve a aparecer en mi memoria, como si hubiese sido invocada por este nuevo cuadro. El Nissan Versa de mamá que se hallaba envuelta en humo negro espeso después de que los bomberos lograran apagar el fuego. Alguien tuvo que conducirlo a ese estado. Mi mirada recorre cada centímetro de la Kendall en la camilla. Es difícil convencer a mi yo racional que soy la misma en aquel cuerpo. Esas son piezas particularmente complicadas de encajar. No quiero que encajen.

Lo dije ya, la verdad es demasiado dura para ser real. Sin embargo, cada minuto que pasa la siento espesarse a mi alrededor, arrastrándome, envolviéndome, extrayendo el aire de mis pulmones y nublando mi vista. Mi pecho empieza a ensancharse y estrecharse con mayor rapidez, de forma gradual. La imagen de mamá consolándome después de una pesadilla va difuminándose de a pocos, e intento aferrarme al pequeño reflejo de esta, a lo que queda. Aprieto mi abrazo a mamá, repitiéndome a mí misma que abriré los ojos y todo se habrá ido.

Abriré los ojos. Y todo se habrá ido.

Ella dice algo, mas no puedo entenderla, solo observo su boca moverse. El ruido blanco otra vez. Mi corazón, ya encogido desde la muerte de Noah, termina por hacerse un mísero puñado compacto cuando acepto de verdad que no hay forma de interactuar con ella. Quizá esa en la camilla soy yo realmente. Quizá no es un sueño. Quizá yo ya no existo en este plano.

La conmoción vuelve a darme como una cubeta llena de agua helada. Me siento allí, mirada perdida, brazos al rededor de una fantasía que cada vez se hacía más lejana, sin murmurar, sin decir nada, a pesar de saber que no podría oírme. Guardo silencio innecesario. Ya había gritado mucho. Había gritado sin éxito. Sólo me quedaba acompañarla en su pena (que se había convertido en mía), sumida en mi propio estupor, asombrándome de cómo la vida puede cambiar tan radicalmente en cuestión de segundos. No para mí, claro, para ella, que tal vez acababa de perder a su única hija.

Cuando llegamos al hospital, el molesto sonido que producen las radios cuando no sintonizas bien una emisora vuelve a hacerse presente con fuerza. Veo doctores ir y venir, cirujanos hablar con los internos. Sigo mi camilla sin darme cuenta de que lo estaba haciendo y, para cuando llegamos al lugar donde mi madre dejaba de tener la entrada permitida, me quedo atrás con ella, observando  aún en confusión como yo estaba siendo llevada al quirófano. Creo que aun cuerda no querría ver eso. Aun cuerda no querría ver cómo cortan mi piel y, luego de escarbar, vuelven a cerrarla. Coserla como una confeccionista cose sus telas.

Espero con ella las ocho benditas horas de operación, grabando sus gestos en mi memoria, ya sabes, por si acaso. Observo su rostro hasta el cansancio, hasta que lo sienta sellado en cera en mi alma cual anillo de los reyes de antaño, cuya marca permanecía implacable a través de los tiempos; tal vez repitiéndome que debí de hacerlo desde mucho antes, tal vez figurando, por fin, que la vida es tan impredecible que la certeza en ella no existe.

Aproximadamente dos horas después de tomar asiento en la sala de espera, el rompecabezas termina de armarse, muy a mi pesar. Los quizá y tal vez se convierten en afirmaciones tan dolorosas que prefiero evitarlas. Mas me es imposible. No habrá capilla, no habrá consuelo, no habrá despertar.

——***——
Lo sé, lo sé, no hay diálogos en este capítulo. Es el único así, lo prometo.

Aprovechando este espacio, ¿cómo reaccionarías tú si estuvieras en la situación de Kendall?

¿Cuánto tiempo te tomaría asimilarlo?

Deja tu suculento comentario.

Deja tu suculenta estrellita.

Conmigo será hasta la próxima semana :') Bye.

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