Un desastre llamado Valentina...

By GraceVdy

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Un escritor difícil y una editora novata, unidos por un libro que esconde un secreto, protagonizarán un inesp... More

Anuncio importante
Prólogo
Antes de leer
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce 🔞
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince 🔞
Capítulos Dieciséis
Capítulo Diecisiete
Capítulo Dieciocho
Capítulo Diecinueve 🔞
Capítulo Veinte
Capítulo Veintiuno
Capítulo Veintidós
Capítulo Veintitrés
Capítulo Veinticuatro
Capítulo Veinticinco
Capítulo Veintiséis
Capítulo Veintisiete
Capítulo Veintiocho
Capítulo Veintinueve
Capítulo Treinta
Capítulo Treinta y uno
Capítulo Treinta y dos
Capítulo Treinta y tres
Capítulo Treinta y cuarto (Parte I)
Capítulo Treinta y Cinco
Capítulo Treinta y Seis
Capítulo Treinta y Siete
Capítulo Treinta y ocho
Capítulo Treinta y Nueve
Capítulo Cuarenta
Capítulo Extra

Capítulo Treinta y cuatro (Parte II)

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By GraceVdy


Hola, el capítulo está largo. Pónganse cómodas y disfruten, nos leemos el fin de semana de nuevo. Sé que Van a estar ansiosas y por eso estoy nerviosa jajajajajaja. 

Mi vista estaba fija en las velas que iluminaban nuestra mesa, la voz de mamá la escuchaba cada vez más lejana. Me era imposible actuar como si nada hubiese ocurrido, por más que me esforzara por dejar de pensar en las palabras de Saúl, las seguía recordando una y otra vez.

—Valen, la misma ensalada que yo pedí, ¿cierto? —preguntó mi mamá haciéndome notar con un gesto, que el mesero esperaba por mí orden.

—Sí, la ensalada está bien.

Miré de reojo a Santi que leía el menú con el ceño fruncido, habló dirigiéndose al amable joven que nos atendía y anotaba todo sonriente. Noté que mi novio volvió a frotar uno de sus ojos, era la tercera vez que lo hacía en lo que iba de la noche y esa no era una de sus manías.

—¿Estás bien? —pregunté en voz baja, llevé mi mano derecha hasta su mejilla acariciándolo con el pulgar justo detrás de la oreja.

—No me acostumbro a los lentes de contacto, después de tanto tiempo sin usarlos me siento incómodo, pero todo está bien.

Besó el dorso de mi mano para luego tomarla y entrelazarla con la suya, entre tanto, mamá nos hablaba de lo deliciosa que era la comida en el restaurante que ella había escogido, se mostraba tan contenta con nosotros que me sentí mal por estar tan distraída.

Tomé solo un sorbo de la copa de vino y me dediqué a comer mi ensalada que realmente sabía muy bien. Mamá y Santiago se encargaron de animar la cena con sus charlas ligeras y divertidas, Valeria tenía el don de establecer conversaciones fluidas con cualquier persona. La mano de Santiago sobre mi pierna me sobresaltó, lo miré sin obtener su atención, él fingía escuchar a mamá cuando realmente estaba más distraído que yo.

—La boda me tiene tan estresada que no puedo parar de comer —comentó Valeria mientras pellizcaba de mi plato—. Probablemente no me entiendas y has de pensar que estoy loca, las mujeres nos emocionamos con las bodas —dijo viendo a Santi—, en realidad no es la boda, es la operación.

—Mamá, no hables de eso con Santi, por favor —supliqué.

—Valen, deja el prejuicio, es normal que una mujer quiera hacerse uno que otro retoque. Yo tenía los pechos como los de mi hija —dijo apuntándome.

Santi apretó los labios para no reír mientras yo negaba cabizbaja y suspirando avergonzada.

—Mamá, no hables de tus pechos ni de los míos.

—¿Por qué no? Mira que heredaste lo mejor de mí. Así de bonitos como los de Valen eran los míos, pero alimenté a mis dos hijas, los años también han hecho lo suyo.

—Mamá, estás incomodando a Santiago. Él no quiere saber cómo son tus senos, ahora cada vez que mire los míos va a recordar los tuyos.

Santi escupió el vino que tenía en la boca a causa de la risa, le alcancé una servilleta sin dejar de ver a mi mamá, le hacía gestos para que dejara de hablar de ese asunto, pero ella también reía contagiada por la risa de mi novio. Cuando el ataque de risa cesó por parte de los dos, mamá cambió el tema inteligentemente. Santi se esforzaba por incluirme en la charla, se había percatado que algo que me pasaba y eso solo me preocupaba más, no quería decirle nada de la visita de Saúl a la editorial.

Nos tomamos un par de copas más antes de salir del restaurante, abracé a mi madre buscando un poco del confort que tanto necesitaba, a pesar de los problemas que solía tener con ella, sus brazos tenían el poder de hacerme sentir que todo estaba bien. Cerré los ojos aferrándome a ella y aspirando el aroma dulce de su perfume, antes de que preguntara si me pasaba algo, decidí alejarme con una sonrisa falsa en mis labios.

Se despidió de Santi bromeando de nuevo con el asunto de su operación, aunque él respondió igual de juguetón y sonriente, intuí que algo había cambiado su humor, extendí la mano pidiéndole las llaves del auto. Tenía la vista irritada por la falta de costumbre a los lentes de contacto, podía notarlo cada vez más incómodo.

—Sé que te pasa algo, también sé que no quieres decírmelo, pero insistiré igual. Te ves preocupada así que asumo que es un problema, si me cuentas quizás juntos podamos encontrarle una solución.

Respiré profundo conteniendo esa necesidad absurda de llorar que me embargaba, me conmovía toda la situación, me dolía porque sabía que la relación que mantenía con su padre era muy importante para él. La delicadeza del asunto me daba pánico, simplemente no sabía cómo abordar esa conversación que él buscaba propiciar.

—No quiero hablar de ello, no me siento preparada aún —respondí después de aclarar la garganta.

—Valen, me estás preocupando, lo que sea que te esté pasando dímelo, por favor. Los problemas los resolvemos juntos, yo soy bueno buscando soluciones.

—¿Dime con qué no eres bueno? —intenté aligerar el ambiente con una broma que no funcionó, Santiago me miraba fijamente visiblemente preocupado, puso una mano sobre mi muslo acariciándome con suavidad, a pesar de lo íntimo de su toque percibí cariño y no lujuria en él, intentaba relajarme.

—¿El problema nos involucra a los dos? —asentí suspirando mientras aceleraba para aprovechar el semáforo con la luz verde.

A pesar de no decir nada en todo el camino podía sentir que me presionaba por hablar. Me concentré en la autopista despejada, en la melodía que sonaba dentro del auto a volumen muy bajo y en la calidez de esa noche, sentí alivio al vislumbrar el viejo edificio donde estaba mi departamento, disminuí la velocidad cuando entré al estacionamiento evitando los ojos de Santi que no dejan de escrutarme.

—Te ves cansando —comenté con el fin de distraerlo.

—¿Estás embarazada? —La pregunta de Santi llegó en el justo momento en el que apagué el motor. Harta de esa pregunta asentí, giré el rostro para verlo a los ojos y asentí de nuevo sosteniendo su mirada—. ¿En serio, Valen?

—Sí, estoy embarazada, no me sentía lista para decírtelo, pero ya que preguntaste. ¿Qué haremos? —hice el asiento hacia atrás a la vez que soltaba un suspiro forzado.

Santiago me miraba fijamente totalmente inexpresivo, noté que abría y cerraba la mano izquierda constantemente, estaba pálido e incluso parecía no poder respirar bien.

—Dame un segundo —suplicó cada vez más pálido.

—Encuéntrale solución a este problema —seguí provocando.

Asintió para luego negar, se rascó la ceja izquierda y pasó las manos por su cabeza, a pesar de la preocupación real que me tenía completamente desanimada, en ese momento tuve un deseo intenso de reír a carcajadas, Santiago estaba al borde de un infarto.

—Tengo ganas de vomitar —confesó al mismo tiempo que inclinaba la cabeza hacia abajo, lo noté incluso sudoroso, pese a ello no pude detenerme.

—La embarazada soy yo, no eres tú, déjame las náuseas a mí —fijé la vista en la ventanilla, evitando que notase como contenía la risa.

—¿Estás segura? —cuestionó con voz débil—. ¿Fuiste a un médico? ¿Te hiciste una prueba casera? ¿Por qué no me lo dijiste?

La avalancha de preguntas estuvo a punto de hacerme flaquear, me centré en sostenerle la mirada mientras reunía toda mi determinación para no romper en risas.

—Sí, fui al doctor, me hice una ecografía. Es un bebé tan lindo.

—¿Qué?

—Que lo vi, es un...

—¿A quién?

—A nuestro bebé.

Por más esfuerzo que hice no pude mantenerme seria, la cara de pánico de Santiago terminó con mi compostura, dejé salir una carcajada estruendosa que hizo que mis ojos lagrimearan por la risa.

—Tienes el peor sentido del humor del mundo. Bájate de mi carro, no quiero verte.

—Soy la madre de tu hijo, no puedes tratarme así —la risa ni siquiera me dejaba respirar, tomaba bocanadas de aire que se veían interrumpidas por más carcajadas.

—Me comenzó a doler el brazo izquierdo, sentí una punzada fuerte en la cabeza y me ardía el pecho, Valentina, casi me provocas un infarto ¿Y te ríes?

—Tú también te estás riendo.

—Por los nervios, pasó toda mi vida frente a mis ojos en segundos. Estoy sudando.

—Respira profundo —sugerí preocupada al notar que de verdad tenía la frente perlada por el sudor, me quité el cinturón para acercarme un poco más, desabroché los primeros botones de su camisa para luego limpiar su frente con la palma de mi mano—. Me has preguntado tantas veces lo mismo que pensé que querías escuchar un sí.

—Mi papá me tiene tan harto con el tema que —se quedó callado repentinamente, supuse que al notar como mi risa se cortó al instante que mencionó a su papá.

—No estoy embarazada y no planeo estarlo hasta dentro de muchos años. Tengo tres alarmas que me recuerdan tomar las píldoras diariamente. A pesar de lo distraída que soy, nunca he olvidado alguna así que puedes estar tranquilo, no te daré esa noticia jamás.

—No digas jamás, Valen —pidió, después de unos segundos—. Planeo poner un bebé dentro de ti en algún momento.

El estremecimiento que sufrió mi cuerpo no fue normal, me removí por los nervios, experimentando cosquillas en el estómago parecidas a la sensación de caída al vacío. Golpeé el hombro de Santi al escuchar su risa, el idiota se estaba divirtiendo por mi reacción que evidenció sorpresa y luego temor.

—Te encanta ponerme nerviosa —lo acusé fingiendo estar molesta.

—¿A mí? Mis manos aún tiemblan —me mostró como lo hacían.

—Sandra te quedó corta. Dramático, descansa —me acerqué con el fin de darle un beso, Santi sostuvo mi rostro evitando el contacto de nuestros labios, se detuvo en mis ojos que observaba fijamente.

—A ti te pasa algo, hemos hablado de esto montones de veces. No te voy a presionar para que me lo digas, pero tampoco voy a dejar que te calles algo que te está afectando, por favor dime que pasa ¿Tienes problemas en la editorial o con tu hermana?

—Tu papá llegó a buscarme —solté sin más, sentía una tensión extraña en el estómago que solo incrementaba al ver la cara de Santi—. Me pidió que dejara de entretenerte, que dejara de acapararte...

—¿Cuándo pasó eso?

—Hoy —respondí en voz baja—. Me sugirió que en lugar de insistir con el asunto que trabajas demasiado, acelere las cosas entre nosotros, dijo que quiere anunciar la llegada de un nieto en la próxima subasta.

—Es un... Le pedí de mil formas distintas que no se metiera contigo, no puedo creer que haya sido capaz —decía cosas en voz baja que no lograba entender, estaba concentrada en lo que hacía con las manos, parecía marcar un número.

—Santiago, no —le quité el teléfono y corté la llamada antes de que Saúl respondiera—, no quiero esto, no quiero un problema más grande.

—¿Crees que dejaré las cosas así? Valentina, mi papá se mete en mi vida porque siempre me he quedado callado, le he permitido todo. Ya llegué a mi límite, se lo pedí encarecidamente que contigo no, tú no. Dame el teléfono.

—No, por favor, es tu papá no quiero que tengas más problemas con él de los que ya tienes.

—¡Llegó a intimidarte! Él se buscó los problemas.

—No, no me intimidó, de hecho, fue como de esa forma que tiene de bromear —mentí de manera apresurada—, solo que me desconcertó, pero no me sentí intimidada o algo parecido.

—No le voy a permitir esto, siempre bajo la cabeza cada vez que ordena algo, solo obedezco. Pocas veces lo contradigo, le he dedicado todo mi tiempo a todos sus negocios ¿Qué más quiere de mí?

—No quiero ser la causante de un problema entre ustedes. Él es tu papá, que peleen por mi culpa solo me hará sentir incómoda siempre, afectará nuestra relación.

—¿Entonces qué quieres que haga? No puedo llegar a casa y besar su mejilla como si nada ha pasado. Está invadiendo la poca vida privada que tengo, te está irrespetando a ti. Fui claro con él, le dije lo importante que eras para mí y aun sabiendo eso se atrevió a ir a buscarte.

—Solo te pido que lo manejes con calmas, no es necesario que discutas. No hagas que me arrepienta de habértelo dicho.

—Está bien, lo intentaré.

—Eso no es suficiente.

—Lo prometo.

—Eso está mejor, ahora bajemos del auto, ha sido un día muy largo, muero del sueño —intentaba aligerar el ambiente a como diera lugar. Santi solo fingía estar medio tranquilo.

—Mañana tengo una reunión muy muy temprano.

—Estás alterado, no dejaré que te vayas así.

—Si quieres dormir conmigo solo pídelo, las excusas no son necesarias.

Reí con soltura, olvidando por un segundo lo mal que me había sentido, bajé del auto esperando que me siguiera y así lo hizo, caminó a mi lado ofreciéndome su mano que yo me negaba a aceptar. Era un juego tonto que lo hacía enfadar y a mi reír mucho, finalmente me abrazó por la espalda obligándome a detener mis pies, dejé que esa energía que me envolvía cuando me estrechaba entre sus brazos hiciera su efecto. Me regocijé en su cercanía que tanto bien me hacía, aferrándome a la idea de que todo iba a estar bien.

Idea que se disipó a medida que pasaban las semanas, aunque Santiago aseguró haber cumplido su promesa, las cosas con su papá estaban muy tensas. Las discusiones eran constantes, las responsabilidades que le asignaba, más fuertes. El estrés estaba afectándolo, aunque él se negara a aceptarlo.

Intentaba reconfortarlo mientras lidiaba con mis propios problemas, iniciar a trabajar en mi tesis había sido una pésima idea, teniendo en cuenta la cantidad de trabajo a mi cargo en la editorial. Me encontraba buscando nuevos libros que publicar a la vez que cuidaba de cada detalle de los nuevos lanzamientos que teníamos. El poco tiempo libre que me quedaba era absorbido por mis estúpidas obligaciones de dama de honor, mi vida se estaba convirtiendo en un caos.

Caos al que me comencé a adaptar con el transcurso de los días. Santiago me ayudaba a mantener el balance, nuestros encuentros habían disminuido su frecuencia, pero la intensidad de ellos solo crecía en todos los sentidos. El apego que desarrollaba por él parecía no tener límites. Cuando lo extrañaba demasiado solía aparecerme en su oficina sin previa cita, con una espresso en la mano y una sonrisa en los labios que él decía le alegraba el día.

A pesar de lo difíciles que eran nuestros horarios acordamos tomarnos un día para ambos, usualmente eran los jueves, salía temprano de la editorial entusiasmada porque él me estaba esperando, cenábamos en algún sitio lindo y luego pasábamos la noche juntos en su departamento o en el mío. Los fines de semana continuaban siendo ajetreados, entre las competencias y las salidas con sus hermanos, evitaba a toda costa pisar su casa. No había vuelto a toparme con Saúl Sada y pretendía que ese encuentro no se diera con proximidad.

***

—¿Se puede? —gritaron desde afuera.

—Manu, es un mal momento —respondí con la voz agitada, intentaba levantar la pesada maleta que estaba tirada sobre el piso.

—Ábreme la puerta mala madre —insistió tocando el timbre.

—Eres tan molesto e inoportuno, tengo solo cuarenta minutos para llegar a la cita con el tutor. Tengo una junta en la tarde con un nuevo escritor y como si fuera poco también debo ¡Polly! —dije después de abrir la puerta— ¿Qué haces con ella?

No le di tiempo de responder, le quité a mi gata de los brazos y me hice a un lado para dejarlo pasar, la pobre Polly maullaba asustada enterrando las uñas en mi ropa.

—Gracias, Manu por ser un gran amigo y rescatar a mi gata, pasa estás en tu casa, nunca voy a poder pagarte lo que haces por Polly —decía irónico mientras caminaba por el pequeño espacio de la sala de estar— ¿Qué es esto? —cuestionó mirando a su alrededor.

—De verdad muchas gracias, no sabía que se había salido ¿En qué momento lo hizo?

—La encontré ayer en la madrugada en el pasillo. Eres tan mala madre que durmió fuera de casa y no te enteraste.

—Manu, no me digas eso que me siento peor. Lo siento, mi amor —besé su cabeza sin poder soltarla, el corazón me comenzó a latir rápido al imaginarla sola, hambrienta y asustada—, seguro se salió cuando llegué, fue el único momento en el que abrí la puerta.

—¿Qué dirá su padre cuando se enteré?

—No me hables de él —puse a Polly en el piso para continuar con lo que hacía—. Se suponía que iba a venir por mí a la siete treinta, me dejó plantada de nuevo.

—¿Dónde iban a esas horas de la madrugada? Valentina, me estás preocupando.

—A dejar estas cosas en su departamento y luego a desayunar juntos. Me estoy mudando poco a poco, es menos impactante para mí que hacerlo de una sola vez.

—¿Cuándo entregas las llaves?

—El Martes ¿Puedes creerlo? falta tan poco para que me vaya definitivamente, esta es una de mis últimas maletas, luego vendré por lo poco que queda. Mis plantas serán lo último que me llevé, aún no decido cuál será su sitio en mi nuevo hogar —solté un suspiro viendo ese pequeño espacio que a mí me gustaba tanto. Me aterraba lo que venía de una forma que no podía explicarlo.

—¿Quieres que te ayude?

—Por favor —respondí, me dejé caer sobre el sillón mientras él levantaba del piso la valija—. Tengo que llevarla al auto, solo espera que me cepille los dientes y bajamos.

—¿Aún tienes el auto de Santi?

—Sí, se suponía que hoy se lo llevaría, pero como siempre no se puede planear nada con Santiago.

—Valentina, ese hombre te ama, cuida de esa carcacha más de lo que cuida a Sandra. No puedo creer que te haya dejado usarlo por tanto tiempo.

—Ojalá me amara, seguro si lo hiciera no me dejaría plantada. Tampoco creas que está tranquilo, siempre me ofrece otro auto, incluso el que le asignó su papá, solo que no he aceptado, me estoy encariñando con el carro viejo.

Escuchando la risa de mi amigo entré apresurada al baño, mientras me cepillaba los dientes rechacé por tercera vez una llamada de Santiago, estaba tan molesta que no me apetecía hablar con él. Me conocía de memoria sus disculpas y pretextos.

—Ya estoy lista —anuncié mientras observaba como mi amigo se ponía de pie.

—Responde ese teléfono, no soporto escucharlo más.

—No, es Santi, debe estar furioso por un mensaje que le escribí temprano. Ayúdame con esto por favor, no tengo mucho tiempo.

Me despedí de Polly para luego salir detrás de Manu, arrastró mi maleta hasta el estacionamiento, mientras me contaba lo mucho que se había divertido con Sebastián en un evento de motocicletas al que habían asistido, subió la pesada valija en el maletero y besó mi mejilla antes de alejarse tan sonriente como siempre.

Miré en mi teléfono cuál era la autopista menos congestionada para no perder tiempo en el tráfico, puse el carro en marcha con sumo cuidado, tenía miedo de ocasionarle el más mínimo daño. Había avanzado apenas unos cuantos metros cuando entró una llamada a mi teléfono, estuve a punto de rechazarla hasta que vi el nombre de Sandy en la pantalla.

Tenía días sin verla porque estaba demasiado entusiasmada con sus múltiples fiestas de despedida, recibir su llamada me resultó extraño más no dude en responder de inmediato.

—Hola, Sandy —saludé mientras disminuía la velocidad.

—Valen ¿Dónde estás? —preguntó con la voz entrecortada.

—¿Estás llorando? Voy de camino a la universidad. ¿Te pasó algo?

—No, a mí no. ¿Estás conduciendo?

—Sí. ¿Le pasó algo a Santi? —sentí mis manos ponerse heladas en cuestión de segundos, mientras esperaba su respuesta— ¡Sandra!

—Si, pero nada grave, no te preocupes —pidió en vano, detuve el auto de forma repentina provocando que el conductor que venía tras de mí se estrellara en la parte trasera de la carcacha—. Valentina, háblame.

—¿Qué le pasó? —cuestioné con la voz temblorosa.

—Conduce con cuidado y aquí hablamos, te envío la ubicación.

—Sandy, no me cuelgues.

Tiré el teléfono en el asiento de copiloto, observé por el retrovisor como se acercaba un señor robusto al auto, seguro me iba a reclamar por mi descuido y lo tenía merecido, pero no había tiempo para eso, aceleré ante su mirada incrédula, desesperada por llegar de una vez con Sandra.

Esa mañana rompí varias leyes de tráfico, además de huir de la escena de un accidente. No respeté ni un solo semáforo. Llegué a la clínica cuya dirección había enviado Sandra, en cuestión de quince minutos, bajé del auto apresurada con el corazón latiéndome con celeridad. Le eché un vistazo a la zona donde impactó el otro carro, tenía una pequeña abolladura que seguro haría enojar mucho a Santiago, pero en la que no pude pensar en ese momento.

Le marqué a Sandra mientras caminaba por los pasillos sintiéndome perdida. El ruido de mis pasos resonaba en mi cabeza y se mezclaban con el sonido de mi corazón latiendo desbocado, estaban en el segundo piso, al cual llegué subiendo las escaleras de dos en dos. Miré a Sandra caminando de un lado a otro en un pasillo corto que no estaba muy lejos, quise gritar su nombre, pero mi voz no salió, sentía que me movía con lentitud a pesar del esfuerzo que ponía para acortar la distancia con velocidad.

—¡Valen! —exclamó Sandra al verme, salió a mi encuentro para lanzarse a mis brazos, estaba temblando, podía percibir hasta su respiración entrecortada—, no tardaste, te necesitaba.

Al verla así de frágil tuve que tragarme todas las emociones que me tensaban la garganta. La estreché entre mis brazos intentando calmarla en vano, sin soltar examiné con la vista el pasillo, Sebastián estaba recostado sobre una pared con una actitud más despreocupada.

—¿Qué pasó? —le pregunté cuando finalmente pude hablar.

—Se salió del camino, y chocó contra un árbol, pero dicen los doctores que está bien, no le pasó nada grave, pero estoy muy asustada, Valen. Mi papá y Sebastián no dejan de pelear, a Santi le estaban haciendo exámenes importantes y ellos se estaban gritando como si nada estuviera ocurriendo.

—Tranquila, todo va a estar bien —intenté sonar convincente porque me angustiaba verla así.

Sebastián se acercó a nosotras segundos después, le ofreció un vaso de agua a su hermana que tomó enseguida.

—Está muy alterada, a ella le avisaron y ya sabes cómo es de sensible —explicó en voz baja cuando Sandra se alejó un poco para atender una llamada.

—¿Qué fue exactamente lo que pasó? Santiago conduce con mucha precaución.

—Se quedó dormido, Valentina —respondió con un gesto de enojo en el rostro—. Constanza dice que llegó a casa a las nueve de la noche, mi papá le pidió que le diera el visto bueno a un balance que le acababan de enviar, terminó a las dos de la mañana, luego salió de casa a las cinco de para ir entrenar y camino al club se quedó dormido. Al fin Santiago le mostró a mi papá que es un humano y no un robot.

—¿Ya pudieron verlo?

—No, mi papá está con él, no dejó que Sandy entrara a pesar de lo alterada que estaba. La culpa lo está matando y por eso está actuando como un buen padre.

Lo abracé buscando mi propio consuelo, me sentí mal por haberme enojado con Santi cuando no llegó a buscarme, por haberle escrito que estaba harta de él, por haber rechazado todas sus llamadas. Comencé a sollozar sin poder contener el llanto, Sebastián me abrazó con más fuerza susurrándome al oído que todo estaba bien.

—¿Sandy me estaba llamando del teléfono de Santi? —pregunté separándome poco a poco.

—No, seguro fue mi hermano, desde que abrió los ojos preguntó por ti y por Sandra.

Escuchar su respuesta me hizo sentir peor, busqué a Sandy con la vista que aún hablaba por teléfono recostada a una pared, me concentré tanto en ella que no noté que la puerta de la habitación frente a nosotros había sido abierta. Sebas irguió su cuerpo adoptando una postura más desafiante, Saúl salió con la mirada fija en mí, se acercó a pasos rápidos, besó mi mejilla para luego alejarse en busca de su hija.

—Entra, Valen, él quiere verte.

Obedecí la petición de Sebastián de inmediato, caminé directo a la puerta que empujé para abrir sin tocar antes. Lo encontré con el teléfono en la mano, sentado sobre la cama como si nada le hubiese ocurrido, lo observé sin parpadear buscando algún golpe o rasguño, sentí alivio al no encontrar ni una sola señal de lo que le había ocurrido, aunque los nervios no mermaban, seguía teniendo el pulso acelerado y esa extraña opresión en el pecho que asumí era la culpa.

—¿Cómo haces para verte siempre perfecto? —cuestioné llamando su atención, estaba perfectamente peinado.

Alzó la vista al escucharme esbozando una sonrisa que me resultó inquietante, dejó el teléfono sobre la mesa auxiliar al lado de la camilla y encogió los hombros.

—Es un don —respondió en tono juguetón, estiró el brazo ofreciéndome su mano sin quitar esa sonrisa de sus labios—. Sé que estás harta de mí, pero acércate por favor.

—No, no lo estoy —dije con la voz temblorosa.

—Valentina, no llores —pidió riendo como si fuese chistoso lo que estaba sintiendo—. No pasó nada, ven acá.

—Yo no quise decirte eso, estaba muy enojada, pero sabes que no es así, no estoy harta de ti —acepté su mano mientras limpiaba mis lágrimas, me acerqué por completo para abrazarlo intentando controlar la angustia que me invadía—. ¿Te sientes bien? ¿Te duele algo? Cuando salgas de aquí te voy a encerrar en mi departamento y te obligare a dormir por tres días seguidos.

—Estoy bien, soy listo hasta dormido, al parecer bajé la velocidad unos cuantos metros antes de salirme del camino. Ni siquiera el auto sufrió daños.

—Es increíble como nunca dejas de ser arrogante —sostuve su rostro entre mis manos para darle un beso que sentía necesitar—. ¿Te das cuenta que te pusiste en peligro por tu falta de descanso? Te exiges demasiado Santi y no digas que estás bien, estuviste inconsciente, algo debió ocurrirte.

—No estaba inconsciente, estaba dormido con tanta profundidad que ni el golpe me despertó. Valentina, todavía tengo que lidiar con Sandra, tranquila por favor —pidió un tanto impaciente, pasó las manos por mi espalda una y otra vez, hasta relajarme.

—Campeón, ya hablé con Gloria.

Solté a Santi al escuchar la voz áspera de Saúl, supuse que había dejado la puerta abierta y él aprovechó la situación.

—Todo está listo, Mendoza se va encargar de todo, los asuntos más importantes los asumirá Alicia.

—Gracias, papá —respondió serio, continué dándole la espalda a Saúl incapaz de enfrentarme con su mirada que me parecía desagradable.

—Sebastián se hará cargo de lo del consorcio, yo me comprometo a supervisar personalmente lo de Sandra, puedes irte tranquilo, espero que Valentina pueda acompañarte.

Ladeé el rostro y le sonreí hipócritamente, no tenía idea de lo que hablaba, solo quería que se diera prisa por terminar y saliera de una vez del cuarto.

—Seguro si podrá.

—No molesto más, descansa campeón, por favor, no te olvides de llamarme.

—No molestas papá y lo sabes, prometo llamarte.

Me levanté de la cama para darle espacio de despedirse, era obvio que habían discutido la tensión era palpable, aunque la actitud tan extraña de Saúl no me parecía auténtica, se notaba que el viejo estaba preocupado. Minutos después Sandy entró al lado de Sebastián, se lanzó a los brazos de Santiago llorando desconsolada, mientras él torcía los ojos y la abrazaba sin quitar una expresión de fastidio que tenía en el rostro.

—Santiago necesita descansar de verdad, deberías amarrarlo a la cama eres la única que tiene ese poder —susurró Sebas.

—No repitas esto frente a Santiago, puede retomar la idea y convertirla en algo retorcido.

—Valentina —dijo mi nombre riendo—, eres muy espontánea.

—Esta vez fui solo sincera, créeme tu hermano tiene el don de sexualizar cualquier situación —río a carcajadas captando la atención de Sandra que hablaba en voz baja abrazada a Santi—. Olvida lo que te dije, estoy nerviosa y suelo decir un montón de tonterías.

—Sueles ser sincera que es distinto.

—¿Dónde irá Santi? Tú papá dijo puedes irte tranquilo.

—Se tomará unos días. El doctor recomendó que de verdad descansara, así que supongo que estos días serás una especie de enfermera.

—Tampoco repitas eso en su presencia, ya me vi con un ligero blanco y un traje de enfermera puesto.

—Yo que pensé que mi hermano era el sujeto más aburrido del mundo.

—¿Cómo diablos se pueden estar riendo cuando mi hermano está en la camilla de un hospital? —Chilló Sandra alterada.

—Princesa, estoy bien —repetía Santi, pero ella nos seguía viendo con cara de querer insultarnos, contuve la risa cuando Sebastián comenzó a reír oculto tras mi espalda—. Tranquila.

Tuvimos que salir y dejarlos solos para que se calmara, hasta que estaba sentada con Sebas a unos cuantos pasos del cuarto, recordé que había chocado el preciado auto de Santiago. Se lo confesé guiada por la necesidad de desahogarme sin esperar encontrar la ayuda me ofreció. Se iba a encargar de la carcacha ese mismo día, así le evitaba una molestia a su hermano y un gran problema a mí.

Casi media hora después Sandra salió con los ojos llorosos y cabizbaja, esperó paciente por Sebastián que entró a hablar con su hermano, y luego juntos fueron a la cafetería que quedaba en el primer piso. Cuando llegué a la habitación una enfermera joven y risueña le tomaba la tensión arterial, mientras él hacía una llamada.

—¿Todo está bien?

—Perfecto, el doctor solo quiere que se quede unas horas más para observación, hoy mismo podrán irse.

Santi colgó cuando estuvimos solos, me observó fijamente poniéndome nerviosa, tenía miedo que se diera cuenta que le estaba ocultando algo.

—Los doctores dicen que debo descansar un poco, me tomaré unos días.

—¡Al fin! — Exclamé sentándome a un lado de la cama.

—Regresaré al trabajo en lunes, pensé en descansar lo que queda del día y mañana a su totalidad.

—Santi, esos no son unos días. ¿No entiendes que lo que pasó fue una señal que estás haciendo las cosas mal?

—Lo entiendo, pero no puedo tomar más tiempo. El viernes es la última cena de despedida de Sandra, prometí acompañarte el sábado a lo de la casa de tu abuela. El domingo terminamos al fin con la mudanza más larga de la historia, y el jueves tengo que llevar a Sandy a que se instale en su departamento, no hay espacio para el descanso.

—Sí lo hay.

—Prometo que el próximo fin de semana nos vamos a la casa de campo, o donde tú quieras. Sé que tengo que tomarme unos días lejos de todo para recargar energías.

—¿Iremos sin tu novia y sin tu amante?

—No tengo amante.

—Reformularé mi pregunta ¿Sin trabajo que atender a distancia y sin la bicicleta?

—Serán días solo con lo que es indispensable para mí... Tú —susurró acercando sus labios a los míos—. Y la bicicleta— agregó riendo.

—Acabas de arruinarme un momento lindo —su risa y la mía resonaban en esos cuatros paredes, hacía el intento de atraerme contra su pecho mientras lo empujaba con suavidad, hasta que me rendí y dejé que sus brazos rodearan mi cuerpo. —¿Por qué me ves así? —pregunté un poco intimidada, me miraba fijamente a solo centímetros de distancia.

—¿Irás conmigo?

—Sabes que sí —respondí atrapada en la calidez que desprendía su mirada—. Siempre accedo a casi todo lo que pides.

—Dame un beso.

—Claro —susurré acortando la distancia entre los dos, sonrió sobre mis labios negando divertido al ver mi ceño fruncido.

—No te dije dónde.

—Pondré el seguro de la puerta —me puse de pie rápidamente ante su mirada expectante.

—¿De verdad? —preguntó con los ojos brillantes.

—¡No! —reí a carcajadas mientras me sentaba de nuevo.

—Tienes un pésimo sentido del humor —me empujó de la cama riendo mientras yo luchaba por abrazarlo.

***

Miré la fachada de la casa sintiéndome muy incómoda, tenía tiempo evitando pisar ese sitio que estar esa noche ahí me era un tanto difícil. Ladeé el rostro para ver a Santi que sostenía la puerta esperando que saliera de una vez del carro. Acomodé el escote de mi vestido mientras salía, estaba deseando no toparme a Saúl, pero era imposible que no estuviera en la cena de despedida de su hija.

—Estás muy guapa —dijo Santi mientras nos adentrábamos a uno de los salones, sonreí sin ganas, sin molestarme en ocultar lo poco que me gustaba estar ahí—. Lo dije en serio, Valen, estás preciosa hoy.

Me adelante un par de pasos para ponerme frente a él y darle un beso de esos que siempre me dejaban con ganas de más.

—Tú estás muy guapo también —confesé, después de darle otro beso fugaz.

—Lo dijiste al fin.

—Te dije que el día que menos lo esperaras.

Sonrió acelerando el paso sin soltar mi mano, acrecentar el ego de Santi no era necesario, pero esa noche no pude callarlo. Se miraba guapísimo luciendo completamente descansado, ese día y medio que había pasado en cama le cambió el semblante por completo. Me guiñó el ojo sin dejar de avanzar al notar la forma en la que lo miraba, me gustaba verlo así de relajado, había permito que yo eligiera la camisa que llevaba puesta, me esperó con paciencia mientras me maquillaba y me ayudó a escoger los zapatos perfectos. Santi estaba siendo perfecto esa noche.

—Nunca había estado aquí —dije mientras barría con la mirada la terraza.

—Estaba cerrada, hace dos años mi papá se encargó que nadie subiera aquí. Mamá solía hacer las cenas especiales al aire libre, decoraba así —dijo señalando las mesas con velas y llenas de flores, y las pequeñas luces doradas que alumbraban desde el aire—. Le gustaba amenizar con música en vivo, aquel bar —señaló un rincón—, fue de lo último que le agregó a este lugar.

Apreté su mano al percibir la melancolía en el tono de su voz para luego recostar la cabeza sobre su hombro. Nunca habíamos hablado a profundidad de su madre, pero evidente que esa herida aún dolía demasiado, por ello buscaba desesperadamente la manera de reconfortarlo.

—Solo Sandra logró que papá aceptara hacer otra cena aquí.

—Pero no lo veo aquí —comenté, buscándolo con la mirada.

—Sandra quería algo intimo con amigos, mañana tendrá una cena con papá y mis dos tíos.

—¿Mañana? Pero es la cena de ensayo.

—Lo sé, no te preocupes, iremos juntos a la cena de ensayo —dijo intentando ocultar el fastidio que le generaba todo el asunto de la boda de mi hermana.

Ignoré su tono y lo guie hasta la mesa donde estaba Sandra, sonreía radiante mientras conversaba con sus amigas, al vernos se lanzó a los brazos de Santi que la envolvió con una ternura que nunca antes había presenciado entre ellos. Me derretí cuando la llamó princesa mientras besaba su pelo, mi novio estaba sufriendo por dejar ir a su hermanita, aunque él no se atreviera a reconocerlo en voz alta.

Sebastián, él y yo éramos los únicos adultos en la cena, nos sentamos juntos para intentar animar a Sebas que estaba triste por no poder estar acompañado de Manu en ese tipo de ocasiones. Sandy se movía de una mesa a otra atendiendo a todos sus invitados, se mostraba contenta, disfrutando de toda la atención que estaba recibiendo. Me impresionaba que no se cansara de tanta celebración, su cumpleaños el mes anterior, había sido todo un gran evento, tuvo dos fiestas, de las cuales solo asistí a una, bailó y rio toda la noche como si el mundo se fuese acabar a la mañana siguiente, y todavía tuvo energías para seguir preparando cada una de sus fiestas de despedida.

Cuando la charla entre Sebas y Santi se tornó aburrida, me levanté de la mesa para admirar un poco la vista, recosté los brazos sobre los pequeños pilares que conformaban una especie de barandal, fijando la mirada en el bonito jardín que se podía apreciar mucho mejor desde esa altura. Por un momento imaginé a Santi siendo un niño montando su tonta bicicleta por todo ese gran espacio, era de lo que siempre me hablaba, de lo que más recordaba de esa etapa de su vida.

—¿Estás aburrida?

—¡Ay! —me quejé al sentir algo helado en mi espalda semi descubierta, Santiago había apoyado una copa en mi piel.

—Toma, pero solo una, mañana tienes que comportarte como la perfecta dama de honor que eres —dijo ofreciéndome la copa.

—Tonto.

—¿Qué haces aquí?

—Estoy aburrida —admití haciéndolo reír, se puso a mi lado fijando la vista hacia el cielo, pensativo, melancólico— ¿No quieres que se vaya Sandra, cierto?

—Puede ser, es decir, quiero que se enfrenté al mundo, salga de esta burbuja en la que la mantenemos, pero siento miedo. La veo y todavía observo a la niñita llorona que me seguía todo el día e imitaba todo lo que hacía. Ella quiere parecer toda una mujer, pero en el fondo sigue siendo una mocosa.

—La quieres mucho.

—La adoro, aunque te confieso —se acercó un poco más a mí y miró hacia atrás, como para asegurarse que no estuviera cerca—, siento un poco de alivio. Me la quitaré de encima por unos años, estoy seguro que va a volver y seguirá siendo igual de demandante.

—Estoy segura que le irá bien, es lista, dramática pero lista.

—Siento que lo último que me quedaba de mamá se va con ella —enmudecí al escucharlo mencionar aquello, llevó la copa hasta sus labios tomando de golpe todo el contenido de esta, lo noté tenso, invadido por una tristeza profunda—. Sandy se parece mucho a ella físicamente, porque mamá no estaba loca. Sebastián dice que la personalidad de mi hermana viene de la familia de papá, todos son anormales.

Me reía a carcajadas hasta que observé como tragaba con dificultad, me acerqué un poco, con mucha cautela porque ese era terreno desconocido para mí, no tenía idea de que decirle.

—Tu mamá era muy hermosa, he visto todas las fotografías.

—Este mes está siendo complicado para mí, mi hermana se va, en una semana es el segundo aniversario de la muerte de mi mamá, Sebastián y papá se están odiando cada día un poco más.

—Me mudo contigo en un par de días —lo ayudé a enumerar acontecimientos.

—Eso es difícil para ti, no para mí. Tú eres la que tienes miedo, yo no.

—Te lo dicho muchas veces, no es miedo. Tú y yo somos muy distintos, en algún momento vamos a tener roces.

—Tengo la firme intención de que tengamos roces todos los días —su sonrisa me resultaba contagiosa, fingí estar enojado solo para que me estrechara entre sus brazos, se reía pegado a mi oreja mientras yo le daba pequeños golpes en la espalda.

—Eres tan tonto, estaba hablando en serio.

—Valentina, ya nos enojamos seguido, mientras sepamos arreglar nuestras diferencias todo va a estar bien.

—Eso espero —susurré dejando un beso en su pecho, sentí como su abrazo se volvió más intenso, me pegó tanto a su cuerpo que podía sentir como latía su corazón casi en mi oído.

—A mi mamá le habría gustado mucho conocerte. Estoy seguro de que estaría encantada contigo—soltó de repente, me aferré a sus hombros percibiendo como mi pulso cambiaba su ritmo, escuchar eso me enterneció y al mismo tiempo entristeció terriblemente. Quería calmar ese dolor que sentía, pero no estaba segura de tener ese tipo de poder. En segundos mi garganta se tensó y lo único que pude hacer fue suspirar una y otra vez para dejar ir el llanto que amenazaba con desbordarse.

Los dedos de Santi estaban aferrados a mi cintura, su agarre me hacía daño, pero comprendía lo que estaba pasando, susurró algo a mi oído que no pude entender, y fue entonces que percibí como su cuerpo temblaba pegado al mío. Pasé las manos por su espalda una y otra vez hasta que suspiró más tranquilo, dejé muchos besos cortos sobre su pecho para luego romper el abrazo poco a poco.

—A mí también me habría gustado mucho conocerla. Aunque no estoy segura de que estaría encantada conmigo. Soy torpe, distraída y a veces imprudente.

—Eres perfecta, así como eres, Valentina.

—Te quiero mucho —confesé, sin importar que no respondiera nada, necesitaba que lo supiera, me vi impulsada a abrirme de nuevo frente a él. Sin darle tiempo de decir algo llevé las manos hasta la parte trasera de su cuello para atraerlo hacia mí, le di un beso largo y cargado de sentimientos que respondió con la misma intensidad, con un poco de conciencia corté el beso al recordar donde estábamos, rodeado de miradas que nos apuntaban—. Deberíamos irnos a tener roces en otro lado.

Asintió soltando una risa corta que no fue capaz de borrar la tristeza de sus ojos llorosos. Tomé su mano y caminé arrastrándolo hacia la mesa donde Sebas estaba siendo casi acosado, por dos amigas de Sandra.

—¿Se van? —preguntó preocupado.

—Sí —respondió Santiago mientras recogía mi bolso de la mesa—, vamos a tener roces en otro lado.

—¿A tener roces? —cuestionó frunciendo el ceño.

—¡Santiago! —rechisté molesta por su indiscreción.

Sandra palmeó un par de veces poniendo esa cara de loca que le salía bien, sus amigas se fueron al instante y ella se sentó al lado de su hermano.

Le lancé un beso a los dos antes de alejarme de la mesa guiada por la mano de Santi, bajamos las escaleras riendo, por la cara que puso Sebas cuando Sandra llegó a auxiliarlo, antes de salir de casa nos topamos con Constanza a la que saludamos rápidamente sin ocultar nuestra urgencia por largarnos.

Nos tardamos quince minutos en llegar al departamento, tiempo en el que no dejé de pensar lo feliz que me sentía por tenerlo conmigo. Lo quería tanto que tenía la absurda necesidad de gritarlo, me regocijaba en ese amor que tanto trabajo me había costado admitir. Tomados de la mano entramos al que unos días también iba a ser mi único hogar. La felicidad que me recorría acabó apenas la luz se encendió.

Al ver mis cosas en las cajas, algunos portarretratos sobre una mesa y a mi gata recostada cómodamente en un sillón, percibí una punzada en mi pecho sumamente extraña. Mi intuición estaba ahí, susurrándome al oído que algo estaba mal. Miré a mi alrededor sin parpadear, contemplando el lugar donde se suponía iba a empezar una de las mejores etapas de mi vida, mis brazos se erizaron y mi estómago se contrajo.

—Toda tu ropa está en el closet ya, Constanza se encargó de eso, espero no te moleste, pero se lo pedí porque estaba seguro que tú dejarías un mes o dos, las cosas dentro de la maleta.

—Solo faltan mis libros, mis plantas y las cosas pinturas que me regaló mi abuelo.

—Esas están en aquella caja, puedes ponerlas donde quieras.

Asentí a la vez que tomaba aire, asumí que aquella sensación inquietante era mi temor a lo que venía. Santi sin perder mucho tiempo se acercó a mí por completo, y me besó. Ese gesto fue suficiente para dejar ir todo miedo, toda preocupación, me enredé en sus brazos, en esa pasión sofocante que quemaba cada vez que estábamos así de juntos.

Esa noche en su cama, nos comimos a besos mutuamente, nos saciamos de un placer diferente, uno tierno y arrasador que nos hizo acabar completamente agotados y sudorosos.

***

Me odié por despertar tarde sabiendo del día tan difícil que tenía que enfrentar, me metí a la ducha renegando por mi mala suerte e intentando apresurarme de una buena vez. Mi teléfono sonaba aumentando la presión que sentía sobre mí, salí del baño casi corriendo para atender la maldita llamada.

Era Valeria, quería recordarme por quinta vez que tenía que pasar por la floristería verificando que los arreglos ya estuvieran en camino a la casa de la abuela. Santiago entró a la habitación en el justo momento en el que me quitaba la toalla, miró su reloj para luego sentarse sobre la cama a observarme con total confianza.

—Dijiste que hoy no ibas a trabajar —dije ignorando su mirada, me puse el sostén tan rápido que él alzó las cejas con sorpresa.

—Sebastián me está esperando en el centro comercial, mi papá dejó que se encargara de algo que solo he manejado yo, debo explicarle con calma.

—Recuerda no llegar tarde a la cena de ensayo. No me dejes sola con ese montón de personas.

—Pensé que nos iríamos juntos —dijo sin ocultar la decepción en su voz.

—Lo sé, pero la idiota de Vane me envió hacer mil cosas, tengo que ir a la floristería, luego a supervisar lo de la decoración. Mamá quiere que nos peine y maquille el mismo tipo, en fin, tendré un día horrible. Seré feliz hasta que llegues y me alejes de todos.

—¿Podemos quedarnos solo poco tiempo?

—Es lo que más deseo, podemos esperar que hagan el brindis y nos vamos —sugerí mientras me ponía perfume.

Me solté el pelo, guardé el labial rojo en mi bolso para después tomar el vestido que colgaba de una percha, caminé rápidamente hacia la puerta intentando recordar dónde estaban las llaves de la carcacha.

—¡Preciosa! —gritó obligándome a detenerme— Valentina, ni siquiera te despides.

Giré dispuesta a entrar a la habitación y buscarlo, pero él caminaba a mi encuentro, me disculpé antes de besarlo mordisqueando sus labios y ofrecerle un cálido abrazo.

—Llévate el otro auto —dijo entregándome las llaves.

Asentí de manera automática, intentando no mostrarme tan nerviosa como me sentía, aunque Sebastián se había encargado de arreglar la carcacha tenía miedo que notase el golpe que le había dado. Le di otro beso y corrí hacia la salida, tenía una hora de retraso, mi mamá estaba histérica.

Nunca había tenido tanta mala suerte como ese día. Los arreglos no estaban listos, la decoradora no respondía mis llamadas, y mi mamá y Vanessa no dejaban de gritarme al teléfono. Saliéndome por completo del plan inicial que tenía, busqué otra floristería que se encargara de hacer los veinte centros de mesas que necesitaba.

Le pedí a una de las amigas de Vane que se encargara de localizar a la decoradora mientras compraba un sándwich para tener algo de comida en mi estómago. Maldije en silencio cuando comenzó a llover, la cena de ensayo se iba a llevar a cabo al aire libre, imaginé a mi hermana gritando, y a mamá culpándome por el clima, en esos últimos días yo era la culpable de todo.

Tomé la iniciativa de trasladar yo misma los arreglos florales, no quería arriesgarme a que no llegasen a tiempo a la fiesta, mientras tanto mi papá me marcaba una y otra vez para saber dónde diablos estaba. Harta de todo y de todos apagué el maldito teléfono y terminé de acomodar todo dentro del auto de Santi.

Intenté relajarme antes de llegar a la casa de mi abuela, puse música que me animó un montón mientras conducía, disfruté de ese momento de paz, agradeciendo tener una sola hermana, jamás quería pasar por algo igual, era estresante cada detalle de esa boda. Mi hermana tenía tanta buena suerte, que la lluvia se debilitó en minutos, a medida que me acercaba a la propiedad notaba como el camino estaba cada vez más seco, y el cielo más despejado.

La casa tenía un jardín frontal muy bonito, los autos estacionados frente a él me privaron de esa bonita vista, bajé del carro rápido pidiendo ayuda para poder bajar todos los arreglos.

—Tu hermana tuvo que ir a buscarte, estaba segura que nos decías mentiras, creyó que estabas en tu departamento dormida y no resolviendo lo de las flores.

—Es una estúpida —le comenté a mamá ignorando la mala mirada que me ofreció—. Si me comprometí en ayudar, lo voy hacer mamá.

—Mi amor, contigo nunca se sabe.

Torcí los ojos y me alejé de ella para continuar con mi labor. La decoradora se apareció cuando yo misma me encargaba de poner cada arreglo sobre las mesas, dijo muchas excusas mientras ponía otros elementos de decoración por todo el espacio.

—Valen, intenta llamar a tu hermana, no le responde a nadie, debe de estar buscándote por todos lados.

Le obedecí a Valeria solo para evitar otro regaño, intenté comunicarme con ella mientras entraba a la casa para darme una ducha, pretendía estar lista a tiempo y ser la primera en ser peinada y maquillada.

—No responde —grité al mismo tiempo que entraba al cuarto donde me iba a arreglar.

—Valen, ya se tardó mucho ¿Y si le pasó algo?

—Mami, no seas tan pesimista, mejor comienza a prepararte que tú te tardas más que yo.

La dejé sobre mi cama refunfuñando como siempre, decidí que iba a relajarme, porque me lo merecía, tomé un baño largo ignorando todo lo que pasaba allá afuera. Cuando salí de la ducha pude escuchar como mi mamá se quejaba desde los pasillos, me vestí con paciencia entre tanto leía los mensajes del grupo familiar. Vanessa no le respondía a nadie y no había llegado, todos estaban enojados, pero conmigo por haber hecho que mi hermana saliera a buscarme.

—¡Mami! —grité desde la puerta del cuarto, se apareció por el pasillo al instante con el teléfono en la mano—. Está bien, me acaba de enviar un mensaje, dice que quiere hablar conmigo y desde ya te advierto que, si quiere pelear, esta vez no me pienso dejar. Ella se retrasó porque quiso.

—No vas a pelear, hoy es su día. ¡Gracias a Dios apareció! —murmuró alejándose.

Me volví encerrar para huir del estrés que se respiraba afuera, me contemplaba en el espejo cuando tocaron la puerta, estaba segura que era el chico que iba a peinarme. Me puse los zapatos sentada sobre la cama para poder abrir la puerta.

—Valen, mi amor, ¿estás ahí?

Escuchar la voz de Santiago me tomó por sorpresa, corrí hacía la puerta sintiendo que las piernas me temblaban, asumí ingenuamente que había sido en respuesta a ese «mi amor», cuando en realidad era mi intuición, esa que había ignorado tanto tiempo.

—¿Qué haces aquí? —pregunté sosteniendo la puerta.

Tomó mi cintura para abrazarme con fuerza, me empujó suavemente y luego cerró con seguro, estaba con la misma ropa con la que lo había visto esa mañana. Era evidente que no había llegado para disfrutar de la fiesta.

—Escúchame, necesito hablar contigo —sostuvo mi rostro entre sus manos con una perceptible desesperación.

Me guio hasta la cama donde me senté muerta de miedo, comencé a sentir náuseas cuando se inclinó frente a mí. Sus ojos estaban llenos de preocupación y de otra cosa que en ese momento no pude identificar.

—Santi, ¿qué tienes?

—Quiero que me escuches con atención, que intentes entenderme, preciosa, promételo.

—¿Qué quieres que prometa? —mi voz se quebró.

—Que vas a intentar entenderme.

—Lo haré —respondí.

—¡Valentina, abre la puerta! —gritó mi hermana golpeando como histérica.

—Dame unos minutos —respondí fijándome en Santi que negaba apretando los ojos—. Santi, mírame.

—Es urgente y necesario que hable contigo— insistió Vane.

—Está conmigo maldita sea —respondió Santi a gritos—. Yo se lo voy a decir, lárgate de aquí.

—¿Decirme qué? —pregunté aterrada— Santiago, habla.

—Valen...

—Dime —exigí.

—No puedo, no quiero perderte. 

***

Hijas, lo que se viene

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