Un desastre llamado Valentina...

By GraceVdy

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Un escritor difícil y una editora novata, unidos por un libro que esconde un secreto, protagonizarán un inesp... More

Anuncio importante
Prólogo
Antes de leer
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce 🔞
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince 🔞
Capítulos Dieciséis
Capítulo Diecisiete
Capítulo Dieciocho
Capítulo Diecinueve 🔞
Capítulo Veinte
Capítulo Veintiuno
Capítulo Veintidós
Capítulo Veintitrés
Capítulo Veinticuatro
Capítulo Veinticinco
Capítulo Veintiséis
Capítulo Veintisiete
Capítulo Veintiocho
Capítulo Veintinueve
Capítulo Treinta
Capítulo Treinta y dos
Capítulo Treinta y tres
Capítulo Treinta y cuarto (Parte I)
Capítulo Treinta y cuatro (Parte II)
Capítulo Treinta y Cinco
Capítulo Treinta y Seis
Capítulo Treinta y Siete
Capítulo Treinta y ocho
Capítulo Treinta y Nueve
Capítulo Cuarenta
Capítulo Extra

Capítulo Treinta y uno

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By GraceVdy


Pido perdón porque el capítulo está larguísimo 😣 Oigan, comenten, gracias, besos. 

Parpadeé varias veces intentando encontrar a Santi, las voces de las personas en las graderías no me dejaban concentrarme, estaba más distraída que de costumbre, mi cerebro no funcionaba bien tan temprano. Sandra se puso de pie apuntando al grupo de ciclistas que se miraba a lo lejos.

—Está punteando la primera vuelta —dijo emocionada, no entendía cómo era capaz de distinguirlo entre tantos sujetos vestidos de la misma manera.

Me levanté en un impulso al comprobar que el grupo se acercaba. Sandy me señaló el casco gris de Santi con una gran sonrisa en los labios, ambas dimos pequeños saltos al verlo avanzar con amplia ventaja del resto.

—¡Siéntense! —grito Sebastián riendo tras nosotras—, quiero ver la carrera no sus traseros.

Tomamos asiento al mismo tiempo, Sandra reía mientras escribía algo en su celular, miré a mi alrededor buscando a Saúl, me resultaba curioso ver a ese señor más emocionado que la misma Sandra. Lo encontré apoyado en el barandal que limitaba la zona de la gradería, con unos binoculares no se perdía detalle de lo que pasaba en la pista.

—¿Quieres algo de tomar? —preguntó Sebas a mí oído.

—Agua —ladeé el rostro para responderle, besó mi mejilla antes de ponerse de pie y alejarse rápidamente.

A pesar de asistir frecuentemente a las competencias no me acostumbraba del todo al ambiente en el club deportivo. Bostecé provocando que Sandra riera, estaba de muy buen humor esa mañana, las cosas entre las dos habían mejorado mínimamente después de esa charla que Santi me sugirió que iniciara.

—¿Mala noche o una muy buena?

—Mala, terminé un proyecto que tengo que entregar mañana, de eso depende que salve esa materia y luego soy libre.

—Santi no durmió en casa ¿Te estaba ayudando? —preguntó muy atenta.

—No, mientras yo trabajaba, él y Polly dormían plácidamente.

—Su agua, señorita —miré hacia atrás y tomé la botella que me ofrecía Sebastián, estaba sonriendo, pero se notaba tenso, fruncí el ceño llamando su atención, hizo un gesto con los labios mostrándome a la bonita morena que tenía casi al lado y lo entendí todo.

—Sebas, siéntate aquí con nosotras —pidió Sandy, al percatarse de la chica que miraba a su hermano con ganas de devorarlo.

—Estoy bien aquí, princesa, no te preocupes.

Los ciclistas se acercaban una vez más, Sandra se puso de pie aplaudiendo al mirar a Santi que había perdido casi toda la ventaja que llevaba del resto del grupo.

—Lo están alcanzando —murmuré después de darle un trago a la botella de agua.

—Él disminuye la velocidad para mantener un ritmo estable, en la última vuelta va con todo —me explicó Sebastián.

Miré de reojo al señor Saúl que seguía en el mismo sitio sin perder detalle de la carrera. Tal y como lo dijo Sebastián en la última de esas cinco vueltas Santiago comenzó a pedalear con más velocidad. Me puse de pie al igual que todos al ver el montón de cascos acercarse, centré mi mirada en Santiago que avanzaba moviendo las piernas con mucha rapidez, la bicicleta derrapó saliendo de la pista dejándolo fuera por unos segundos.

—¡Vamos, campeón! —gritó Saúl al verlo retomar el camino.

El corazón me latía a prisa debido a la adrenalina que se vivía, solté el aire que había contenido cuando Santi luchaba por tomar de nuevo la delantera.

—¡Más rápido Carajo!

—Calla a mi papá que me pone más nerviosa —soltó Sandy viendo a Sebastián.

Santiago inclinó el torso hacia adelante aumentando notablemente la velocidad en la que sus piernas se movían, pasó a uno, luego a otro hasta posicionarse a la cabeza del grupo. Le bastaron solo unos segundos alejarse del resto y cruzar la meta de primero.

El ruido a mi alrededor se intensificó en segundos. Sandra gritó a mi lado mientras Saúl Sada reía a carcajadas levantando los brazos, evidentemente feliz y emocionado. No esperé que a Sandra se le pasara el entusiasmo, bajé con cuidado hasta llegar a la zona donde estaba Saúl para ver mejor a Santiago. Jorge, su entrenador, sostenía el casco gris a la vez que le dejaba caer agua en la cabeza, otro sujeto le alcanzó una toalla pequeña que pasó rápidamente por su rostro mojado.

El caos que me rodeaba no apartó mi atención de lo que pasaba en la pista. Santiago asentía a lo que le decía el entrenador, entre tanto, ponían peldaños para la premiación.

—Es el tercer trofeo que gana —Sandra habló exaltada, escucharla me sobresaltó porque no la vi acercarse— ¿Quieres bajar? —señaló la pista.

—Mejor esperamos que la ceremonia termine —respondí, esperando que no insistiera. Me sentía ligeramente incómoda cuando me observaban muchas personas.

Sebastián también se acercó a nosotras para ver desde un mejor sitio lo que ocurría abajo. Saúl estaba abajo, abrazando a su hijo sin dejar de sonreír, Santi abrió un poco el cierre del maillots mientras su papá le decía algo muy cerca del oído.

Sandra sacó su teléfono cuando el animador del evento comenzó a hablar, grabó absolutamente toda la premiación y me pidió a gritos que le sacara fotografías a Santi cuando estaba en el podio. Miré con asombro como Saúl también tomaba fotos mientras sonreía sin ocultar el orgullo.

—Me quiero sentar —susurré viendo a Sebas— ¿Esto tarda mucho?

—Ya está terminando.

Santiago saltó del podio antes que el resto de los sujetos, caminó hacia la zona de los escalones para llegar a la gradería con su papá siguiéndole los pasos, hasta que subieron Saúl se alejó en dirección a sus amigos.

—¡Santi! —gritó Sandra saltando hacia él. Lo abrazó posesivamente provocando que Sebas y yo riéramos a su espalda, parecía una pequeña niña cada vez que hacía eso.

—Esto es tuyo, princesa —puso el trofeo frente a ella que lo abrazó de nuevo.

Les tomé una foto que le mostré a Sebas al instante, la mirábamos juntos cuando sentí como sujetaban mi cintura, automáticamente enrollé mis brazos en su cuello al verlo tan cerca de mí.

—Felicidades, campeón —dije en tono de burla, sabía lo incómodo que lo ponía que lo llamaran así, sonrió negando a la vez que acortaba la mínima distancia entre los dos.

—Esta es para ti —susurró alejando las manos de mi cintura, se quitó la medalla que colgaba de su cuello para luego ponerla sobre el mío.

Lo abracé al estilo Sandra, fuerte y acaparadoramente, ignorando la punzada en el pecho que me hacía dudar de que aquello fuera auténtico. Santiago en el último mes se había esforzado por tener ese tipo de muestras de afectos que bajo otras circunstancias me hubieran encantado. Asumí que esa forma tierna de tratarme, era consecuencia de aquella confesión de sentimientos en la que no obtuve respuesta.

Estaba casi convencida que movido por la culpabilidad se comportaba de esa forma conmigo, el no haber dicho: «Yo también te quiero», parecía pesarle más que a mí.

—Creo que Sandy me quiere matar —susurré al sentir la mirada asesina de la pequeña celosa sobre mí.

—Se le va a pasar, no te preocupes —respondió riendo.

Me alejé de él, aunque no quería hacerlo, para darle espacio a Sebastián que esperaba para felicitarlo. Miré a los lados percatándome de la cantidad de personas que nos comenzaban a rodear, intenté que mi cara no mostrara lo incómoda que me hacía sentir todo aquello, pero mi poca habilidad social se reflejaba en cada gesto.

—Quiero irme ya —murmuré cuando Sebas se puso a mi lado.

—Creo que se te está olvidando lo de la comida en casa, siento pena por Constanza que se esfuerza tanto en algo que nadie termina disfrutando.

—Al menos Sandra lo hará, mírala está feliz con su trofeo.

Los dos reímos a la vez con la vista fija en ella que parloteaba alrededor de su padre, quería que me contagiara, aunque fuese un poco de su buen humor, me esperaba una tarde larga y estaba demasiado cansada para lidiar con todo con una sonrisa en los labios. Salir del club deportivo tardó más de lo que supuse, suspiré con alivio cuando Santi tomó mi mano y caminó sin detenerse hasta el estacionamiento que supiera leerme tan bien era una bendición en circunstancias similares a la de esa tarde.

Mi humor cambió durante el trayecto a la casa de los Sada, reía mientras escuchaba a Santi fanfarronear sobre la fácil que resultó ganar esa carrera. Una pequeña parte de mí disfrutaba del arrogante de mierda que solía ser cuando se lo proponía.

—¿Por qué tardaron tanto? —preguntó Constanza saliendo a nuestro encuentro.

—Ya sabes cómo es todo —se justificó Santiago.

Como cada vez que llegaba a esa casa, Constanza se esforzaba por hacerme sentir en confianza. Me saludó con calidez para después llevarnos a la mesa donde solo nosotros faltábamos, Saúl que ya me había saludado en el club, se puso de pie para besar mi mejilla nuevamente, cosa que me incomodó, pero intenté disimular.

Constanza se sentó en la mesa con nosotros a petición de Santiago, a pesar de su rostro sonriente y la charla ligera de Sandy aquella situación no dejaba de parecerme intimidante. Sentía que cada uno de mis movimientos eran analizados y juzgados por Saúl.

—Pensé que invitarías a la hija de Pablo a comer con nosotros, te vi hablando con ella —dijo Saúl dirigiéndose a Sebastián.

—Solo intercambiamos un par de palabras.

—Por eso mismo debiste invitarla, para conocerla más, seguro congenian con facilidad, tienen muchas cosas en común.

—Papá, no estoy buscando novia.

La tensión se volvió palpable cuando Sebastián levantó la voz a la vez que establecía contacto visual con su papá.

—Yo si estoy buscando uno, uno que ustedes no me espanten —comentó Sandra.

—Pues deberías estar buscando una, ustedes no parecen querer madurar —soltó Saúl ignorando a su hija.

—Yo si quiero madurar, y un novio también.

El comentario de Sandy logró disipar la tensión que se desató de un momento a otro. Saúl no apartaba la mirada de su hijo que había dejado el plato a un lado, y parecía estar dispuesto a abandonar la mesa.

El resto de la comida fue igual de incómoda, la victoria de Santi en el torneo había quedado a un lado, me sentía en un velorio en lugar de una celebración, me resultó extraño ver a Sebastián en esa actitud tan confrontativa. Antes de esa tarde solo conocía al Sebas risueño y coqueto que parecía siempre estar de buen humor.

Me acomodé en el asiento del auto buscando una posición cómoda para dormir un poco, suspiré al detener la mirada en Santi que conducía callado, se notaba frustrado, agotado y no físicamente, supuse que la discusión de su hermano y su papá lo había dejado en ese estado. Pasé la mano por su barbilla, en una caricia tímida que era común entre los dos, ladeó el rostro para sonreírme solo por breves segundos.

El trayecto hasta su departamento fue igual de silencioso, pareció relajarse por completo hasta que apagó el auto en el estacionamiento del edificio. Me quité el cinturón para recoger mis cosas que estaban desperdigadas en los asientos traseros escuchando como se burlaba del desorden que siempre dejaba a mi paso.

—Vamos a pasar la noche aquí —anunció, mientras sostenía la puerta para que pudiera salir.

—Primero se pregunta ¿Valentina, quieres pasar la noche aquí?

—Siempre quieres pasar la noche conmigo —respondió riendo— ¡Admítelo! —dijo al ver el gesto de fastidio en mi cara.

Su risa se hizo más fuerte cuando no acepté su mano y comencé a caminar para adentrarme al edificio, ese jueguito donde solía hacerme la difícil y él tenía que esforzarse para hacerme ceder, siempre funcionaba para cambiarle el humor.

—Yo no soy la que se aparece a medianoche tras tu puerta para dormir contigo.

—Yo no soy quién envió un mensaje a media noche con un quiero verte —susurró abrazándome por la espalda.

—Tenía una semana de no verte estúpido —la risa hacía que mis intentos de empujarlo no funcionaran, él reía con la cara oculta en mi cuello mientras sostenía mis manos para que dejase de empujarlo—, además recordé que ese mensaje fue la respuesta a un "Te extraño, preciosa"

—Que salió después de cinco mensajes llenos de reclamos por pasar todo el día trabajando.

—Entonces no me extrañabas —reuní fuerzas para empujarlo, su risa sonaba en el pasillo largo por el cual caminábamos, intentó tomar mi mano de nuevo que rechacé con brusquedad.

Doblegada por las cosquillas que provocaban sus manos en mi cintura, dejé que me abrazara. En un acto espontáneo para nada común en él en sus cinco sentidos, me empujó con suavidad hacia la pared, donde me aprisionó con su cuerpo para luego besarme.

—Claro que te extrañé, no te lo habría dicho de no ser cierto —susurró entre besos, me resistía a corresponder a la suave caricia de su boca, sujetó con más fuerza mi cintura dejándome sin escapatoria, me mordía los labios suavemente hasta que logró lo que quería. Mis manos se entrelazaron en su cuello atrayéndolo hacia mí, le devolvía el beso con la misma intensidad que me transmitía, soltó uno de esos suspiros que yo conocía bien, se estaba descontrolando y en pleno pasillo.

—Santi, basta —lo empujé lo suficiente para alejarlo.

Reí al verlo inclinado apoyando las manos en sus rodillas, no usé tanta fuerza como para lastimarlo así que pensé que estaba bromeando.

—Se que soy fuerte pero no es para tanto.

—En realidad fue un calambre —respondió con la voz apretada. Le ofrecí mi mano que no sirvió de mucho, Santi pesaba demasiado como para usarme de apoyo para caminar.

Recorrimos el pasillo un poco más despacio, se burló de mí cuando dejó caer su peso en mí y ambos nos tambaleamos, estaba sonriendo a pesar del rato tenso que tuvimos en su casa.

El departamento de Santiago siempre lucía impecable, pero esa noche relucía de limpio. Me desplacé con confianza dejando mi bolso sobre uno de los sillones, para luego ir directo a la habitación. Santiago seguía mis pasos con el teléfono en la mano, hablaba con Alicia dándole indicaciones para el día siguiente, se quejó al sentarse en la cama capturando mi atención.

—No es nada —susurró apartando un poco el teléfono.

Asentí y le di la espalda mientras me quitaba los zapatos apresurada, entre tanto Santiago continuaba con aquella llamada decidí darme un baño. Me saqué la ropa sin prestar atención a todas las ordenes que le daba a su asistente, me observé unos segundos en el espejo para luego buscar en mi teléfono mi última lista de reproducción, dejé la música sonando y entré a la ducha para relajarme completamente.

Había tenido un día demasiado agitado, desperté temprano por la carrera a pesar de haber dormido solo un par de horas, la tensión que acumulaba en el cuerpo de disipaba a medida que el agua caía sobre mí, tenía largos minutos debajo el agua cuando escuché una risa que me hizo abrir los ojos de inmediato. Fruncí el ceño al ver a Santiago recargado en el marco de la puerta corrediza, la había abierto sin que me percatara de ello, aún mantenía el teléfono pegado a la oreja, pero su atención parecía estar solo en mí.

—¿Vas a entrar? —pregunté, negó y apuntó el teléfono indicándome que aún continuaba en su llamada.

—Solo me estoy inspirando —dijo sin voz.

Levanté el pulgar en una mueca de aprobación y le di la espalda para continuar con mi ducha, ignorar que me estaba viendo como un pervertido fue muy difícil, pero divertido a la vez, cuando lo miraba por encima del hombro lo encontraba contemplándome sin reparo. Se alejó solo cuando cerré el grifo.

—Alicia, repite lo que dijiste por favor, estoy distraído —le escuché decir cuando pasé a su lado.

Resignada a que me siguiera los pasos, busqué algo de ropa en su clóset, y me vestí con la tonta pijama rosa que dejé la última vez que estuve en ese sitio.

—Alicia te va a demandar por explotación laboral, es domingo, es pecado hablar de trabajo un día de descanso —dije apenas se despegó el teléfono.

—Mi trabajo es demandante.

—Tu novia querrás decir —ataqué.

—Mi novia también, pero ella finge no serlo.

Le lancé una almohada que tenía cerca que esquivó rápidamente, se quejó por el movimiento que hizo preocupándome un poco.

—¿Santi, estás bien?

—Estoy adolorido, mi entrenamiento para la competencia fue una mierda desde el comienzo. No me alimenté bien, no hice nada correcto —dijo mientras se sentaba en la cama—, estoy pagando la consecuencia de tomarme tantas libertades.

—¿Qué necesitas? ¿Cómo puedo ayudarte?

Me acerqué al borde de la cama y me senté a su lado, acaricié sus mejillas antes de darle un breve beso que lo hizo sonreír.

—Necesito un baño de agua fría, muy fría y luego los masajes creo que después de eso estaré como nuevo.

—¿Quieres que te ayudé con los masajes?

—Por favor —respondió apretando los ojos con un gesto de dolor en el rostro.

—Prepararé la tina.

—¿Qué haría sin ti, Valentina? —dijo en tono de broma.

—Tendrías el departamento ordenado, y más tiempo para pasar con tu novia y tu amante.

—Tienes un pésimo sentido del humor.

—¡Lo sé! —grité desde el baño.

Me senté sobre la cama mientras esperaba a que saliera de la tina, lo había dejado solo después de escucharlo quejarse, me daba la impresión que le parecía tonto que me preocupara tanto por algo que según él era un dolor tolerante. El estúpido amor que sentía no me permitía verlo sufrir mínimamente, sin sentirme mal.

Me recosté sobre el colchón soltando un largo suspiro sin esperar quedarme dormida a como lo hice, desperté de golpe sintiendo un ligero dolor en el cuello por la posición que adoptó mi cuerpo mientras dormía con profundidad. El cuarto estaba a oscuras lo que me hizo pensar que Santi dormía a mi lado, encendí la lámpara que estaba sobre la mesa de noche y miré la hora, estaba sola en la cama y no había ruido en el baño.

Salí de la habitación atando mi pelo que se había despeinado y bostezando. Tropecé con uno de mis zapatos que no tenía idea de cómo había llegado a ese sitio, a pesar de haber dormido un par de horas me sentía aturdida.

—¿Valen?

Escuchar su voz terminó de despejarme, lo busqué con la vista por la cocina y el comedor, pero no lo encontré.

—Aquí estoy —grité suponiendo que estaba en la sala de estar—. Me quedé dormida lo siento.

Tomé una botella de agua antes de ir a buscarlo, lo encontré sentado en el sillón, sin camisa y con esa sonrisa seductora que tanto me gustaba. Se quitó los lentes y los dejó en la pequeña mesa frente a él, palmeó sus piernas invitándome a sentarme con aquel brillo perverso en la mirada que identificaba con facilidad.

—¿Cómo te sientes?

—Como nuevo, con los músculos relajados y sin ninguna molestia —respondió extendiendo la mano para tomar la mía.

—Vamos a leer un rato.

Apreté su mano sin quererlo, notando como mi cuerpo reaccionaba a una simple frase, asentí sonriendo y me senté a su lado cruzando las piernas por puro instinto.

—No, ven acá, tú te sientas aquí —palmeó sus piernas sin dejar de verme con actitud intimidante.

Me dejé guiar por su mano, conteniendo un gemido cuando me senté en su regazo. Me sobresalté al sentir su mano sobre una de mis piernas provocando que el cabrón arrogante se riera al verme tan susceptible. Dejó un beso sobre uno de mis hombros antes de tomar el cuaderno de pasta negra que tenía al lado. Más relajada recosté la espalda en su pecho disfrutando de la calidez que me proporcionaban sus brazos fuertes.

El corazón me latió desbocado en respuesta al nerviosismo que estaba experimentando. Puse todo mi esfuerzo en controlar mi respiración, verlo me agitaba irremediablemente. Alargó el brazo y me quitó la botella de agua que llevaba en las manos, para darle un largo trago. Aclaró la garganta mientras hojeaba el libro, mostrándose cada vez más serio. Sentía que cada cosa que hacía tenía la intención de provocarme, sus jueguitos estudiados aún seguían funcionando.

—¿Escribiste algo? —pregunté titubeante.

—Sí, mientras dormías —dejó un beso suave en mi hombro izquierdo que hizo que me agitara por dentro. Sujetó el cuaderno con una sola mano y comenzó la lectura—: Mis ojos destellan por el deseo crudo que me recorre completo, frente a mí. La imagen de su cuerpo desnudo me atormenta con insistencia, mis ojos vagan por su espina dorsal y se detienen en su trasero redondo y respingón.

Cerré los ojos al escuchar el tono sugerente en su voz y la suavidad con la que pronunció las primeras frases. El calor que desprendía su cuerpo resultaba adictivo, me removí entre sus brazos buscando el acomodo perfecto entre ellos. Cada vez más expectante de todos sus movimientos

—Continúa —pedí con voz débil cuando se quedó callado.

Las ganas de tocarla no me caben en las manos, mis intenciones de contagiarla de la misma necesidad, sobrepasan mis deseos más primitivos. Contengo las ganas y me limito a observarla con hambre. Me pierdo en sus curvas rabiando por dentro, me provoca lanzarme hacia ella y devorarla con todas el deseo que despierta sin preocuparme por hacerle daño.

Perdí el hilo de la lectura al sentir su aliento cálido chocando contra la piel de mi cuello. Su voz sonaba de fondo en mi cabeza mientras me sumergía en un estado de excitación que se hacía cada vez más evidente. Bajé la vista hacia la mano que mantenía sobre mi pierna, era casi imperceptible la forma lenta en la que la arrastraba hacia arriba, dejaba mi piel erizada con su rastro y mi respiración acelerada por el calor que desprendía su tacto.

Y ver la imagen de su pecho subiendo y bajando a causa de la respiración forzada, y sus pezones erguidos llamando a mi boca que solo quiere saborearlos, hasta que gima cada vez más alto, pidiendo que continúe sin cansancio.

Temblé cuando con la punta de la nariz me acarició la oreja bajando por la curva de mi cuello. Mantenía ese tonito que lograba calentarme, sin detener su mano que seguía ascendiendo despacio por mis muslos. La estimulación a la que estaba siendo sometida era tan intensa que, sentía sus manos de verdad tocándome de la forma que lo describía su voz.

Apreté las piernas buscando un poco de alivio al dolor que me provocaba cada punzada entre los muslos. El constante movimiento involuntario de mi cuerpo también lo estaba afectando. Santiago sabía controlarse, pero su erección haciendo presión en mi trasero delataba lo mucho que lo calentaba la situación. Incitada por esas líneas perversas que leía para mí, comencé a mover las caderas de forma sutil, si él me provocaba yo no podía dejar de intentarlo.

Me bastó con repetir el movimiento dos veces para hacerlo titubear. La mano que estaba en mis piernas fue directo a mi cintura. Hizo presión en esta como queriendo detener mi acción. Me encontraba convencida de que, si seguía iba a terminar sacándolo de esa faceta de hombre controlado.

Su respiración entrecortada choca con la mía que cada vez es más forzosa. Evito ver su cara porque encontrarme con sus ojos sería lo único que frenaría mis intenciones, mis intenciones de cogérmela sin piedad, con todo el ímpetu que guardo para ella. Mis manos viajan directo a sus pechos...

Con la cabeza recostada en su pecho y los ojos cerrados, gemí cuando la lectura se volvió más descriptiva. Escuché su risita en mi oído mientras contenía el deseo de apretarme los senos sola, tal y como él lo estaba leyendo. De un momento a otro sentí un pellizco en uno de mis pezones que envió una corriente a todo mi cuerpo. Abrí los ojos sobresaltada, esperando encontrar las manos de Santi sobre mi cuerpo, pero él continuaba sosteniendo el libro y sujetándome la cintura. Eran mis manos, ambas, las que estaban dentro de mi camisa tocándome los pechos.

Las frases que salían de los labios de Santi eran cada vez más explícitas. Había escuchado a ese hombre decirme muchas cosas subidas de tono cuando teníamos sexo, pero nada así de intenso como lo que leía esa noche. Quería escapar de ese estado donde mi mente no dominaba a mis instintos, pero la neblina de lujuria que me rodeaba no me lo permitía.

Leyó un par de líneas más antes de hacer otra pausa. Sentí sus labios húmedos en mi cuello dejando besos y breves mordiscos que me hacían encoger los dedos en un acto reflejo del placer. Con la palma de la mano me rozaba el contorno de la cintura, deteniéndose justo debajo de mis senos. La punta de su lengua recorría uno de mis hombros, mientras yo movía el trasero sintiendo la presión de su erección cada vez más fuerte.

Retomó la lectura de forma repentina privándome de la deliciosa sensación de sus labios en mi piel. Un temblor me recorrió el cuerpo cuando comenzó a describir con aquellos términos que sabía utilizar muy bien, el placer que experimentaba al deslizar los dedos en mi entrepierna empapada. Seducida por su voz y cayendo con facilidad en su juego, arrastré mi mano derecha por mi vientre. Lo escuché jadear, lo sentí apretando mi cintura, presionándome hacia su pelvis hasta que de la nada cerró el libro. Como si se tratase de algún truco de hipnosis el sonido que hizo este, me hizo reaccionar. Con la respiración acelerada dejé de mover mi mano y alejé la otra de mi pecho, quería hablar, pero el aire no llegaba a mis pulmones. Incluso sentía que estaba sudando a pesar de que la temperatura era fría esa noche.

—¿Por qué te detuviste, Valentina?

Escuchar el susurro de Santi me hizo jadear, hice el intento de levantarme, pero como era de esperarse él no lo permitió. Con un brazo rodeó mi cintura manteniéndome pegada a su cuerpo.

—Yo nunca había hecho algo así —dije entre balbuceos, odiaba sentirme así de tímida, pero tampoco podía evitarlo, Santi me descolocaba demasiado.

—¿Nunca te habías tocado? —cuestionó sin ocultar el asombro.

—No frente a alguien.

—Conmigo vas a hacer de todo, sigue —ordenó.

Lo miré por encima del hombro estremeciéndome con el brillo de sus ojos, y la expresión de seriedad plasmada en todo su rostro. Asentí dudosa y, él sonrió satisfecho. Arrastró la tela de la camisa de mi pijama hasta sacarla por mi cuello. Recosté la espalda una vez más en su pecho disfrutando de sus manos que se movían por mi cintura de forma ascendente.

Ambos gemimos a la vez cuando comenzó jugar con mis senos, con movimientos lentos y luego más intensos. Pellizcó mis pezones a la vez que comencé a restregar mi trasero sobre su erección con más ímpetu. Sus labios en mi cuello aumentaban las sensaciones placenteras que me recorrían y me hacían jadear y suspirar con mucha más frecuencia. La mezcla de dolor y placer aumentaba la humedad que se concentraba entre mis muslos. Cerré los ojos cuando guio mi mano hacia mi vientre bajo, me instaba a tocarme con esas frases cargadas de erotismo que susurraba a mi oído.

Embriagada en ese placer apabullante dejé que me desnudara y se desnudara a totalidad en fracción de segundos. La respiración de Santi sonaba más alterada que la mía, lo que me indicaba que su control estaba a punto de esfumarse.

—Sigue, Valen, no te detengas —susurró con voz perversa a mi oído. Puso su mano sobre la mía arrastrándola hacia abajo—, separa más las piernas —indicó en el mismo tonito que me erizaba la piel. Cerré los ojos al percibir la humedad que bañó la yema de mis dedos, y gemí en un tono más fuerte en respuesta a la mano de Santi sobre la mía.

Abría los labios con movimientos sutiles mientras yo completamente desinhibida dejaba que mis dedos se deslizaran guiados por mis instintos. Lo sentía gemir contra mi cuello, me retozaba con el tacto de una de sus manos en mis senos. Hundí un dedo en mi interior sin esperar que él hiciera lo mismo. El deleite fue instantáneo, la exquisita fricción me tenía trepidando.

Apreté los labios para contener mis gemidos. El placer me colmaba, se expandía por cada célula de mi cuerpo cortándome la respiración, robándome la voluntad. El deseo crispó con intensidad cuando presionó mi clítoris con su pulgar, la humedad que solo crecía goteaba entre mis muslos, estaba casi fuera de mí sin procesar las cosas que decía Santiago con voz ronca y entre jadeos.

—No te contengas, córrete —dijo en tono de súplica.

Mis paredes se contraían en torno a sus dedos y los míos, la tensión en mi vientre estaba a punto de explotar cuando dejó de tocarme. Presa del descontrol dejé que me manejase a su antojo, me hizo girar para estar frente a frente. Sonreí al verlo así con esa carita de seriecito que me había grabado en la cabeza. Apretó mi cintura atrayéndome contra sí de forma apresurada, en la desesperación del momento enterraba sus dedos sobre mis curvas mientras me ayudaba a alinear nuestros cuerpos.

Se me cortó el aliento al sentir como se adentraba en mi interior, quería mantener ese ritmo lento, gozando centímetro a centímetro de aquella invasión placentera, sin embargo, él, muy impaciente, con un solo movimiento guio mis caderas hacia abajo, enterrándose en mí con profundidad. Apretaba mi trasero mientras me movía sobre él al ritmo que se me antojaba, los espasmos en mi vientre comenzaron a hacerse más frecuentes cuando su boca buscó mis pechos que saltaban frente a su rostro. La adrenalina que segregaba aceleraba la percepción de placer que recibía en cada movimiento. Aquella posición acababa rápido conmigo, quería resistirme, pero cada vez estaba más perdida en la neblina lujuriosa que nos rodeaba.

Tuve que besarlo para no gritar como quería cuando llegué a mi límite, dejé de moverme aun flotando en el placer embriagante que me sobrepasaba. Me esforzaba por respirar mientras Santi besaba el inicio de uno de mis pechos, me giró sobre el sillón sin salirse de mi interior, lo rodeé con las piernas dándole más profundidad a sus movimientos acelerados. Las venas en sus brazos se resaltaban a la vez que sus gemidos eran más fuertes. Estaba a punto de correrse, lo percibía en cada bocanada de aire que tomaba descontrolado.

Bastaron unos segundos para que dejara de moverse y mordiera suavemente mis labios, pasé las manos por su espalda sudada cuando dejó caer casi todo su peso sobre mí. Mantuve los ojos cerrados esperando recuperarme de aquel montón de sensaciones que parecían no dejar de recorrerme.

—Valentina —susurró mi nombre en medio de un jadeo—, Valen —insistió moviendo uno de mis brazos—. Mi amor, mírame.

Tuve otro orgasmo al escucharlo llamarme así, abrí los ojos al instante, encontrándome con su mirada que parecía consumirme. Sonrió, supuse que, por la expresión que seguramente tenía en el rostro y se acercó para darme un beso breve en los labios.

—¿Sí? —respondí aturdida.

—Solo quería ver tus ojos.

Salió de mí luego de darme otro beso corto. Me ayudó a levantarme, como si fuera capaz de intuir que no podía hacerlo sola. Las piernas me temblaban y por más que quisiera recuperar el aliento no lo lograba, en cuanto mis pulsaciones se estabilizaron un poco, hui a su habitación. Aquel «mi amor» que salió de sus labios me dejó una sensación extraña recorriéndome.

Lo que pare él pudo haber sido una simple frase, a mí me recordó lo mucho que yo anhelaba ser eso, su amor. Las dudas en torno a los sentimientos que tenía Santi hacia mí, incrementaron después de ese te quiero que respondió con un dulce beso y nada más. Entré al baño adaptándome a ese peso que se instalaba en mi pecho cada vez que le daba vueltas a ese asunto.

Cuando salí de la ducha escuché ruidos en la cocina, buscaba alguna camisa de Santiago pensando que no quedaba más ropa mía en ese sitio, hasta que me topé con un corto camisón de algodón que usé los días que estuve enferma. Me vestí desganada con el ruido que provenía de la cocina.

—¿Qué buscas? —pregunté al salir de la habitación, Santi abría y cerraba cajones apresurado.

—Manchamos el sofá, algo para limpiarlo ¿Tienes idea de cómo hacerlo?

—No, pero si quieres llamo a mamá y le pregunto ella es experta en limpieza.

—¿Y qué le dirás?

—Entiendo, no puedo pedirle ayuda—dije al darme cuenta de nuestras circunstancias, Santiago reía divertido mientras seguía hurgando entre los gabinetes.

Se miraba tan relajado, tan contento, tan ajeno a mis angustias que en ocasiones me parecían absurdas, caminé dispuesta a salir a tomar un poco de aire para aclarar mis pensamientos, deslicé la puerta de cristal y suspiré recargando los brazos en el balcón. Era desgastante no saber si estábamos en la misma sintonía y a la vez desconcertante todo lo que me hacía sentir, percibí el olor de su perfume y segundos después sus brazos apresaron los míos.

—¿Estás bien? —Asentí— ¿Por qué tan callada entonces?

Negué con la vista fija hacia los edificios que se podían apreciar desde esa altura, Santi besó mi hombro, luego mi cuello hasta detenerse sobre mis labios.

—Tengo algunas cosas que pensar que me tienen un poco distraída —mentí

—Cuítamelas.

—Mañana se define lo de mi materia, puedo hacer un extraordinario o recursarla, pero debo hacer algo. Necesito graduarme al fin, no soportó a papá. Vienen muchos cambios y no sé cómo manejarlos, en realidad no me gustan.

—¿Qué cambios, Valen?

—No lo sé, supongo que debo avanzar, es lo que todo el mundo dice. Tal vez después de graduarme buscar otro empleo ¿Crees que estoy lista para eso?

—¿Quieres hacerlo? Eso es lo único que necesitas para hacer algo, quererlo.

—Si quiero —respondí inyectándome seguridad—, ya no soy la Valentina de antes, ahora soy más responsable.

—Sigues llegando a todos lados, Valentina responsable.

—Lo sé, pero me siento mal por ello, antes no me importaba.

Su carcajada sonó cerca de mi oído, provocando escalofríos de nuevo. Me removí buscando espacio, mi cuerpo continuaba sobresaltado después de la sesión de sexo sobre el sillón.

—En tres meses vence mi contrato de arrendamiento, se casa mi hermana, mi mamá se va a someter a una operación, todo se ve como muy caótico.

—¿Tu mamá está enferma?

—No, va a operarse los senos, levantamiento ya sabes —respondí haciendo un gesto que le sacó una sonrisa—, quiere estar linda para la boda de siglo.

—¿Piensas renovar el contrato?

—La casera me odia, digamos que tuvimos una mala experiencia hace unos meses, cuando toqué fondo y tomé las cosas en serio. No creo que ella quiera renovarlo.

—Deberías mudarte aquí —sugirió como si nada—. Falta poco para que Sandy se vaya a la universidad, te alcanzaré en cuanto eso suceda —continúo hablando mientras me abrazaba con más fuerza a su cuerpo dejándome muda con su singular propuesta.

***

Maldije una y otra vez dentro del vestidor más grande que la sala de mi departamento, mi mamá parloteaba frente a la puerta haciendo que me arrepintiera de haber abierto mi gran bocota.

—Valen, quiero ver cómo te queda el vestido —dijo Vanessa a gritos.

Me odiaba por no poderle decir no a mi hermana y a mamá, tenía mil cosas que hacer en la editorial y estaba perdiendo el tiempo en la primera cita para elección del estúpido vestido de novia.

—No me entra —mentí, en realidad ni siquiera me molesté en probármelo—¿Por qué no nos enfocamos en tu vestido?

—Lo de mi vestido está bajo control —se quedó callada solo por breves segundos cuando abrí la puerta—. Iré a buscar otro vestido para ti.

La miré irse apresurada y fue entonces que centré mi atención en mamá que me miraba con una sonrisa enorme en el rostro.

—¿Qué le respondiste?

—Me quedé callada, no supe qué decir —encogí los hombros preparándome para el ataque de Valeria.

—Debiste decir ¡Si! Valentina, es un partidazo, si te está pidiendo algo así es porque quiera formalizar aún más las cosas.

En definitiva, estaba arrepentida por haberle contado acerca de la propuesta de Santiago, mi necesidad por hablar con alguien del tema me llevó a soltarlo con la persona menos adecuada para ello. Le di la espalda mientras continuaba hablando, me miré en el espejo y le hice un gesto con la mano para que saliéramos del vestidor.

Caminé a su lado escuchando todo lo que salía de su boca, me tensé al llegar al showroom, en donde estaba una mini pasarela y varios sillones llenos con las amigas de Valeria. Identifiqué a lo lejos a Alonso que hacía fotografías como si se tratase de una sesión fotográfica.

Valeria demasiado distraída en su parloteo no se percató en cómo mi mano que sostenía la suya la apretaba con fuerza. Mamá tenía que irse y pretendía dejarme sola con ese montón de víboras que no dejaban de probarse vestidos.

Alonso no dejaba de verme mientras yo le rogaba a mamá para que no se fuera, sonreía como si nada sin apartar sus ojos de mí, no asimilaba como Vanessa no entendía lo incómodo que era para ambos todo ese asunto. Dándome por vencida la acompañé hasta la salida de esa exclusiva tienda de novias.

—No entiendo como tu hermana contrató a ese sujeto.

—Ya sabes cómo es Vanessa, no pensó en otra cosa que no fuera la boda... que por cierto se me hace ridículo que quiera imágenes hasta de estas cosas.

Ambas sonreímos y nos abrazamos por largos minutos, estaba convencida que la tendría de visita en mi departamento en esos próximos días. Haberle contado lo de Santi era darle un pase para que me aconsejara y opinara de mi vida.

Subió a su auto y lo encendió rápidamente, levanté la mano para decirle adiós para luego girar cuando el auto se alejó. Y entonces solté un pequeño grito al sentir un par de manos en mi cintura, gritó que se silencioso al ver a mi novio frente a mí.

—¿Estabas cerca? —pregunté después que me diera un beso. Un par de horas atrás habíamos estado intercambiando mensajes, le conté lo de la prueba del vestido y bromeé pidiendo su ayuda.

—Sí, en ese edificio —apuntó hacia la izquierda—, era una reunión de la cámara de comercio—. Tengo que ir al Prime, pero puedes venir conmigo, no voy a tardar mucho.

—¡Valentina!

Santiago me abrazó con más fuerza cuando mi hermana gritó, apoyé las palmas de mis manos en su pecho luchando para encarar a mi hermana que salía apresurada de la tienda.

—Pensé que te habías ido —no saludó a Santiago y ni siquiera se detuvo a mirarlo—. Nos vamos a tomar una foto juntas en la pasarela de nuevo.

—No quiero más fotos —me quejé en voz baja.

—Valentina, debes superar tu trauma con las fotografías —murmuró en un tono serio—. Cuando estaba en la secundaria le envió unas fotos a su novio que se hicieron públicas, desde entonces odia las fotografías —explicó viendo a Santi por primera vez—, ya nadie recuerda tus pechos, supéralo.

—Eres una maldita víbora —escupió Santiago con furia. 

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