Un desastre llamado Valentina...

By GraceVdy

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Un escritor difícil y una editora novata, unidos por un libro que esconde un secreto, protagonizarán un inesp... More

Anuncio importante
Prólogo
Antes de leer
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce 🔞
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince 🔞
Capítulos Dieciséis
Capítulo Diecisiete
Capítulo Dieciocho
Capítulo Diecinueve 🔞
Capítulo Veintiuno
Capítulo Veintidós
Capítulo Veintitrés
Capítulo Veinticuatro
Capítulo Veinticinco
Capítulo Veintiséis
Capítulo Veintisiete
Capítulo Veintiocho
Capítulo Veintinueve
Capítulo Treinta
Capítulo Treinta y uno
Capítulo Treinta y dos
Capítulo Treinta y tres
Capítulo Treinta y cuarto (Parte I)
Capítulo Treinta y cuatro (Parte II)
Capítulo Treinta y Cinco
Capítulo Treinta y Seis
Capítulo Treinta y Siete
Capítulo Treinta y ocho
Capítulo Treinta y Nueve
Capítulo Cuarenta
Capítulo Extra

Capítulo Veinte

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By GraceVdy


Se merecen el capítulo por los votos y comentarios en el capítulo de ayer. Ustedes Van a decidir cuando volvemos a leernos. 

Fijé la vista hacia abajo, en la gente caminando por la calle bajo el sol con tranquilidad, como si no percibieran el calor que hacía esa tarde. Con las piernas cruzadas bajo la mesa y una de mis manos sosteniendo mi barbilla, me sentía increíblemente relajada, me gustaba tanto ese restaurante, comer en esa bonita terraza, con la pintoresca vista que ofrecía la ciudad me ponía de muy buen humor.

—Si mamá te viera tomando cerveza para acompañar la comida se muere —dije viendo a mi papá, sentado frente a mí.

Su risa ruidosa fue tan contagiosa como siempre, dejó el plato a un lado y dijo:

—Creo que por algo no estamos juntos. Cuéntame, Valentina, ¿qué es eso que te tiene tan contenta? Tu sonrisa lo dice todo.

No lo sabía con exactitud, había despertado con un maravilloso buen humor, ni siquiera me molestó que su llamada para invitarme a comer me despertase. Tomé aire antes de comenzar a hablarle de la editorial y lo bien que yo sentía que me estaba yendo, obviando los pequeños problemas que tenía. Mi papá se estaba esforzando por arreglar las cosas conmigo, las últimas veces en que nos habíamos visto, nuestras discusiones acabaron con esos encuentros, por ello yo también intentaba poner de mi parte, conversando con él como casi nunca lo hacía.

—Tengo amigos, estoy saliendo más a menudo, tú sabes que nunca he sido la más entusiasta con lo de hacer vida social —continúe poniéndole al tanto de mi vida.

—Lo sé, siempre fuiste muy solitaria, hasta en casa evitabas pasar tiempo con nosotros en familia.

Quise decirle que no era así, que si evitaba compartir con ellos era por las constantes comparaciones que siempre hacían. Quise explicarle que siempre me sentí menospreciada cuando usaban a mi hermana mayor y sus virtudes para señalar mis defectos; pero no lo hice, opté por callar y sólo sonreír, no quería romper la atmósfera de paz que nos rodeaba.

Mientras lo escuchaba hablar de unas vacaciones que estaba planeando, desvié la vista a mi plato medio lleno, no tenía nada de apetito, la noche anterior me había excedido con las palomitas y las barras de chocolates. Papá quería ir a un lago, entusiasmado me describía la casa que pensaba rentar por una semana, para compartir tiempo de calidad conmigo y mi hermana. Desde ese momento comencé a buscar una buena excusa para librarme de esa escapada familiar.

Cuando bajábamos para salir del restaurante, comenzó a hacerme preguntas acerca de mamá, parecía muy interesado en los detalles de su nueva vida. Desde el divorcio había adquirido el hábito de mudarse constantemente. Mi vestido ligero y corto fue su siguiente tema de conversación, papá se quejaba de mi audacia por salir así de casa, mientras yo defendía mí elección para vestir en esa tarde, dado el calor que hacía mi vestido era perfecto y me importaba poco si pensaba lo contrario.

Al subir a su auto para aligerar el ambiente comencé a bromear acerca de sus celos, lo hice reír hasta que lo llamé viejito cascarrabias y así fue que logré que dejara en paz el tema. Evitaba bostezar mientras papá hablaba, pero cada vez era más difícil conseguirlo, la noche anterior había llegado demasiado tarde a mí departamento, la salida casual al cine terminó siendo una noche de tragos.

El sueño se fue de mí, cuando mencionó su intención de subir a mi departamento, para acompañarme. No encontré la forma de evitarlo, ninguna razón que pudiera disfrazarse de válida para no permitirle entrar a mi casa. Me tensioné un poco cuando llegamos a mi edificio, no me había dado tiempo de limpiar desde mi noche con Santi, temí que papá con lo intuitivo que era sospechase algo.

Abrí la puerta despacio, mirando por encima del hombro a papá que aguardaba tras de mí. No me permití dudar, respiré profundo y fui directo a mi habitación desordenada. Lo primero que hice fue patear las sábanas que yacía en el piso bajó la cama, luego y fingiendo cama miré a mi alrededor buscando otro detalle que me fuese a delatar, entre tanto papá tomaba asiento.

—¿Quieres un café o algo? —pregunté, al mismo tiempo que recogía del piso la envoltura plateada de un preservativo.

—¿Estás bien? —volteó el rostro para verme.

Asentí alisando mi vestido, intentando no mostrarme nerviosa, aunque solía ser torpe para esas cosas.

—Todo en orden. Entonces ¿puedo ofrecerte algo?

—No, mi amor, ya debería irme, tengo unos asuntos pendientes, solo quería dejarte en casa, cámbiate esa cosa —dijo apuntando mi vestido.

Nos quedamos callados al escuchar el ruido que hizo la puerta al ser empujada, Papá que había sido el último en entrar no cerró de forma correcta.

—Señorita Rincón, traje algo para usted.

Escuchar la voz de Santiago me generó un pequeño temblor en el cuerpo, por la expectación, por la emoción de verlo después de todo lo que pasó. Papá frunció el ceño al verlo entrar con tanta confianza. La sonrisa de Santi desapareció al notar la presencia de mi papá, llevaba algo en las manos que dejó sobre una mesa antes de acercarse a paso lento hacia nosotros.

—Papá, él es Santiago, Santi, mi papá —los presenté actuando con fingida naturalidad.

—Santiago Sada, mucho gusto —extendió el brazo ofreciéndole su mano.

Mi papá lo vio por largos segundos antes de aceptar el saludo, respiré profundo cuando estrecharon las manos, mi papá sonrió falsamente al momento de pronunciar su nombre. Daniel no podía fingir, sus expresiones siempre lo delataban.

—Santiago, tú cara se me hace muy conocida —dijo papá, viéndolo con detenimiento.

Santi negó visiblemente nervioso, algo extraño en un hombre que siempre se mostraba seguro.

—Estoy seguro que te he visto antes —insistió

—No lo creo, al menos no que lo recuerde —respondió Santiago recobrando la compostura.

—Seguro te estoy confundiendo. Mis hijas me han presentado tantos amigos que de repente todo se vuelve confuso.

—Papá —reproché entre dientes al escuchar su comentario malintencionado.

Cubrí mi rostro conteniendo la risa, deseando que ese momento incómodo acabase rápido.

—Santiago, fue en placer conocerte.

—El placer fue mío, señor —respondió con ese encanto tan propio.

—Cuídate mucho, mi amor —se dirigió a mí, dándome un dulce beso en la mejilla.

Sonrió a Santiago antes de alejarse hacia la puerta, se detuvo antes de abrir y giró para vernos.

—Este muchacho me cae mejor que el que me presentaste el mes pasado.

Su risa burlona se escuchaba aún después de cerrar la puerta. Santi alzó una ceja viéndome de una forma intimidante, mientras yo negaba moviendo la cabeza.

—¿El mes pasado?

—Se confundió, realmente fue la semana pasada —respondí riendo.

Le tomó sólo un par de segundos encerrarme entre sus brazos, su cercanía continuaba poniéndome arrítmica a pesar de lo cotidiana que se estaba volviendo.

—Tus bromas son tan malas.

—¿Quién dice que bromeaba?

Me soltó al instante adoptando una actitud de enojo que me causó risa, se alejó en busca de lo que había dejado en la mesa, para luego acercarse de nuevo a mí.

—Venía a invitarte a la feria de libros que te comenté ayer, pero mejor que te lleve el tipo de la semana pasada.

—Tus bromas si son malas —aseguré sonriendo.

Mis brazos rodearon su cuello en busca de nuevo de esa cercanía que se sentía necesaria. Él pego sus labios a los míos para darme un corto beso que no me permitió profundizar.

—Mi papá no va a regresar, no te preocupes. —Le quité los lentes antes de besarlo a como se debía.

Con la intensidad de lo que me provocaba, con las ganas que se manifestaban cada vez que estábamos juntos. Enmedio de ese beso cargado de tanta energía, entendí, que él era el motivo de mi buen humor, esa alegría que según mi papá destellaban mis ojos, tenía nombre, Santiago Sada. Sus manos sobre mi cintura me presionaron contra su cuerpo. El calor que hacía comencé a percibirlo más sofocante, paseé las manos por su espalda hasta que me atreví a meterlas bajo su camisa.

El beso intenso se volvió aún más rudo, me apresó con más fuerza, sin dejar espacio entre los dos, di un pequeño salto cuando sus manos se colaron dentro de mi vestido, me apretó el trasero con una desesperación palpable, su gemido ronco me llevó a morderle el labio inferior.

—Valen, Valen —repitió mi nombre casi sin aire, sujetó mis caderas para alejarme de él de forma brusca y yo solo pude sentirme desconcertada—. Debo mantener mis manos lejos de ti.

—¿Te dio tanto miedo mi papá?

—No —respondió riendo, mantuvo la distancia entre nosotros, cuestión que me irritó—. Mi entrenador no me perdona el minuto diez que perdí en la competencia. Mañana tengo que hacer una prueba de resistencia física, debo evitar cualquier actividad que merme mi desempeño. Lamentablemente el sexo es una de ellas.

—Pensé que solo era un mito.

—No lo es del todo. El desgaste calórico puede afectar el tono muscular, podría sufrir un calambre o lesionarme por alguna mala postura. Debo evitar tener sexo setenta y dos horas antes de una competencia.

—Entonces mantén la distancia, no quiero que por mi culpa comiences a perder.

—Eres malvada, Valentina —dijo al ver mi sonrisa.

—¿Por qué?

—Porque haces que todo sea más difícil —respondió quitándome los lentes de las manos. Los limpió antes de ponérselos y sonrió al darse cuenta de la forma en la que lo miraba—. Estás siendo muy obvia hoy.

—Yo no fui la que condujo hasta tu departamento, para invitarte a ¿cuál es el pretexto de hoy?

—La feria de libros y no es pretexto, vamos ya que se nos hace tarde —pidió tomando mi mano.

—Espera, al menos deja que me cambié estoy...

—Perfecta, Valen, vamos odio llegar tarde.

Me obligó a salir rápido de mi departamento, puesto según él estábamos retrasados. Caminamos tomados de las manos, a paso rápido mientras me hablaba del programa de la feria, ni siquiera me había llamado para preguntarme si quería ir, y tenía perfectamente planeada nuestra tarde en ese sitio.

Sonreí al ver el auto viejo en el estacionamiento. Santi parecía quererlo más que a su bicicleta, abrió la puerta para mí como lo hacía siempre, pero antes de que pudiera entrar, sostuvo mi cintura para robarme un beso que me dejó sonriendo como estúpida.

Me gustaba ese Santi, espontáneo, risueño, relajado conduciendo la carcacha. Puso una mano sobre mi pierna después de salir del estacionamiento, cuando lo vi entrecerrando los ojos, tuvo la osadía de subirla un poco más.

—¿No debías mantener las manos lejos de mí?

—La tentación es grande y yo soy débil —aseguró, mientras su mano apretó mi muslo, dejando una estela de calor por la piel que rozaba.

Aparté su mano con el sonido de su risa en mi cabeza, decidida a respetar las condiciones de su preparación física, aunque quisiera que me siguiera tocando. Me recosté mejor sobre el asiento, disfrutando de su compañía, de sus miradas y de esos jueguitos en las que ya no caía con tanta facilidad.

***

Nunca había estado en algo así, por eso la cantidad de personas que estaban en ese sitio me sorprendió. A pesar de ser un evento local tenía una gran concurrencia, casi no encontramos espacio para estacionarnos. Santiago soltó una que otra maldición por dejar su auto tan lejos de la entrada a la feria.

La fila para ingresar era corta, pero el calor hacía de aquello una espera casi insoportable, até mi pelo en un moño sin quitarle la vista de encima a Santi, se mostraba entusiasmado, muy conversador, me daba todos los detalles de un autor que estaba presentado su último libro esa tarde.

Tenía un novio y procesarlo era extraño. Más cuando se trataba de un hombro como Santiago, no era idiota, notaba la forma en la que lo miraban. Santi era apuesto, tenía porte y sobre todo mucha confianza en sí mismo, hacia que todos volvieran la mirada hacia nosotros, era imposible pasar desapercibidos.

Puse todo mi esfuerzo para adaptarme a la atención mientras caminaba aún de su mano por aquel montón de Stand llenos de libros. La presentación del libro estaba a punto de comenzar y entendí por la prisa que tenía que no quería perderse ningún detalle.

—Imagina que los autores de Águila editorial presentando sus libros aquí, el mercado que están teniendo es de.

—Jóvenes —interrumpí—, no veo a un montón de chicos haciendo fila para entrar a algo así.

—No conoces tu mercado, Valentina, claro que sí, ven acá —tiró de mi mano para llevarme a otra especie de pasillo—. Mira esto.

Leí el letrero pequeño en el primer stand, «Novelistas», había filas en distintos espacios. Santi señaló al montón de chicos que esperaban con libros en las manos, a que los autores firmaran.

—Romance Juvenil, de lo que más se lee hoy en día —susurró a mi oído—, hace un par de años traje a Sandy y a sus amigas, esperé por tres horas para que la escritora del libro que todas leían, firmara sus copias.

—Nunca lo imaginé, es decir... ¿Y las fiestas?

—No todos son iguales, a algunos chicos le gustan los libros y también van a fiestas. Los últimos libros que han publicado calzarían perfecto en esta sección.

—¿Crees que debería proponerle a mi jefe participar en eventos así?

—Estoy seguro de ello. Les ayudaría mucho y a ti, te dejaría como una editora proactiva y eficiente.

—Esto de juntarme contigo está siendo muy provechoso.

—Preferiría el término placentero, o satisfactorio, pero bueno tendré que conformarme con lo de provechoso.

***

Sí leer me causaba sueño, escuchar poesía me provocaba ganas de desmayarme. El autor del que hablaba Santi era un poeta, su último poemario era el libro que estaba presentando en esa feria. La pequeña sala donde se llevaba a cabo la mini conferencia, aún tenía algunos asientos disponibles. Nos sentamos en tercera fila, intentando pasar desapercibidos porque el autor ya había comenzado a hablar del libro.

Me esforzaba para no bostezar, me dediqué a observar a Santi con detenimiento, concentrado en todo lo que decía el viejo escritor, ladeó el rostro sin darme tiempo de ver a otro lado, sonrió con ese toque de arrogancia en la mirada que me molestaba ligeramente, pensé que iba a decirme que estaba siendo obvia, pero no lo hizo, en cambio tomó mi mano y la entrelazo con la suya, las mariposas no se quedaron en mi estómago, recorrieron mi cuerpo entero.

Sin saber en qué me estaba metiendo, me dejé llevar por lo que estaba sintiendo. Recosté la cabeza en su hombro, buscando más cercanía.

—¿Te gusta mucho la poesía? —pregunté, cuando salíamos de la presentación.

—No mucho, pero Guillén fue maestro de mi mamá, le gustaba leer sus poemas y de alguna forma crecí escuchándolos.

—¿Tú mamá leía poemas para ti?

—También los escribía, de hecho, creo que la facilidad para las letras que tenemos Sandra y yo, lo heredamos de ella. Quiero que me ayudes en algo —dijo serio.

Noté que quería cambiar el rumbo de nuestra conversación, su mirada se tornaba triste cada vez que hablaba de su mamá, comprendiendo aquello no comenté más nada, me limité a caminar en silencio a su lado aferrada a su mano.

Me llevó hacia otra sección de la feria, había menos gente, por lo que caminar tranquilamente viendo libros, era posible. Me llamó la atención un libro con una portada vistosa, obligué a Santi a detenerse, ignorando el gesto de molestia que hizo.

—Santiago.

Levanté la vista al oír la voz de una mujer, una morena con una sonrisa amplia nos miraba a ambos. Se encontraba dentro del stand, pero no vestía con las camisetas que usaban las personas del staff de la feria, deslicé la vista por ella, de su cuello colgaba un gafete con su nombre, leí directamente bajo este, decía escritora.

—¿Hace cuánto tiempo no te miraba?

Miré como salía del stand para acercarse a él, sin saber qué hacer, tomé el libro simulando leer la portada mientras intentaba escuchar todo lo que decían. Santiago sonrió cuando ella comentó algo que no pude escuchar, él alargó el brazo buscando mi mano, dejé el libro en el sitio y acepté su mano que me atrajo a su cuerpo.

—Valentina, ella es María Inés una vieja amiga.

La saludé con naturalidad, sin mostrar la curiosidad que sentía por ella, me dio la impresión que Santiago y ella tenían confianza, y esa sensación no me gustaba.

—María Inés está presentando sus dos últimos libros, es una gran escritora —explicó Santi—. Valen, es editora de adquisiciones en Águila.

Ella sonrió mucho más, levantando las cejas.

—Hace un par de años envié varios manuscritos a Águila, nunca recibí respuesta.

Santi presionó mi cintura con discreción, y cuando lo vi me miró de una forma que entendí al instante.

—Me encantaría leer alguno de ellos. La editorial acaba de pasar por una reestructuración, estamos en búsqueda de talento, ansiosos por llevar nuevos libros a los estantes de las librerías.

—Me encantaría hablar contigo con más profundidad.

—Podemos concretar una cita para la próxima semana, necesito tu correo y tu número —dije rápidamente.

De inmediato busqué mi teléfono dentro del pequeño bolso estilo bandolera, que colgaba de mi hombro, registré su número y su correo y le di el mío. Nos quedamos conversando con ella por unos minutos más, antes que tuviera que volver para atender a sus lectores.

—Gracias —dije, después de darle un beso en la mejilla, nos habíamos alejado un par de pasos apenas.

—No es necesario que agradezcas. Tú hiciste lo más importante, aunque creo que merezco algo más que un beso en la mejilla.

Puse la mano en su hombro para detenerlo y darle un abrazo corto. Me nació hacerlo, sentirlo cerca, y agradecerle por aquel gesto que para mí significó mucho.

—En serio gracias, piensas en todo.

—Tú tienes las agallas para hacer todo, solo necesitas un poco más de experiencia —respondió sin soltarme—. ¿Puedo darte un beso?

—¿Dónde?

—Ahí, donde estás pensando.

Lo empujé muerta de risa, quejándome porque había roto un momento agradable, pasó el brazo por mis hombros acelerando el paso. Cando le pregunté en que necesitaba mi ayuda, apuntó con la barbilla hacia una sección que estaba en un rincón.

—¿Qué se supone que haremos ahí?

—Buscar una Antología poética, fue publicada hace muchos años, pero supongo que podemos tener suerte y encontrarla.

—¿Cómo se llama?

—«Amores y otros vicios».

Buscamos el libro con paciencia, él parecía muy interesado en encontrarlo por lo que me atreví a cuestionar el motivo, me arrepentí de mi imprudencia al notar como su manzana de Adán subía y bajaba, por la emoción, tomó aire y aclaró la garganta. No era necesario que me dijera algo, sabía que se trataba de algo que tenía que ver con su madre.

—Hay tres poemas de mi mamá en ese libro, fueron publicadas pocas copias, se me ha hecho imposible encontrarlo.

—¿Intentaste en internet?

—Dos veces, y me han llegado los libros, pero en pésimo estado y, sin las páginas donde están los textos de mi madre.

Lo abracé por la espalda sin saber cómo iba a tomar mi impulso, solo quería ofrecerle consuelo, reconfortarlo. Santiago tomó una de mis manos que estaban entrelazadas sobre su estómago, y me puso a su lado para abrazarme sin dejar de buscar el libro.

—¿Por qué en tu casa no hay ninguna copia de ese libro?

—Una larga historia, mi papá es idiota.

No quise insistir más sobre el tema, me solté de su agarre para buscar el libro en el único sitio donde no lo habíamos hecho, estaba demasiado concentrada en mi labor que no me di cuenta que Santi se había alejado. Hablaba por teléfono con esa expresión de fastidio que no sabía ocultar, dudé en acercarme, pero al final me decidí. Su papá se hallaba tras la línea, por la manera en la que le respondía intuí que discutían, colgó el teléfono sin despedirse y suspiró para luego dirigir su vista a mí.

—¿Todo bien?

—Todo mal, pero ya estoy acostumbrado.

—Santi.

—No te preocupes, no es la gran cosa. Mañana tengo una reunión con papá y dos socios, y la prueba de resistencia, tendré que acomodar mejor mis horarios, creo que Jorge puede adelantar un poco la prueba.

—¿Nunca descansas?

—Ahora mismo lo estoy haciendo, ven —pidió tomando mi mano.

Se miraba tenso a pesar de intentar sonreír, estaba preocupada por él, pero no me atreví a comentarle nada. Un rato después nos dimos por vencidos con el asunto del libro, lo buscamos por cada estante sin encontrar nada. Me estaba aburriendo demasiado en ese sitio, y fingir que no, era ridículo. Santiago sabía leerme a la perfección; me dijo, cuando caminábamos entre los stands que solo buscaría un libro que le había prometido a Sandy.

Estaba pensando en inventarme una buena excusa para no ir a trabajar al siguiente día, me encontraba a punto de tener una intoxicación literaria gracias a Santiago. Mientras él buscaba el libro que quería Sandra, le eché un vistazo a los que estaban sobre una mesa. Leía la sinopsis de una historia romántica cuando Santi se puso tras de mí, pasó la mano por mi cintura y despacio me pegó hacia él.

—Nos compré esto —dijo poniendo un libro frente a nosotros.

«El sexo y otras perversiones», tosí al leer el título e intenté cubrirlo, al darme cuenta que una señora que estaba a nuestro lado nos observaba. Santiago se reía a mi oído sin importarle que la gente nos mirase.

—¡Por Dios, guárdalo! ¿Por qué compras esas cosas?

—Es lo único que te gusta leer, admítelo.

—¡Claro que no!

—Te quedas dormida, Valentina, este tipo de historias es para ti.

Lo empujé suavemente haciéndolo reír, el sonido de su risa se había vuelto cotidiano, en ese momento que se quitó los lentes soltando otra carcajada, me pregunté si su buen humor lo producía yo, si sus sonrisas eran mías y si se sentía tan a gusto como yo, solo compartiendo tiempo juntos.

—Quita esa cara, lo leeré para ti.

—¿Disfrutas esto, cierto? Intimidarme, ponerme nerviosa.

—En realidad disfruto de cómo cambia tu mirada cuando te ruborizas, adquieres un encanto irresistible. Además, no tiene por qué intimidarte que quiera leer para ti, ponte nerviosa cuando te diga que te escribí algo.

Mi risa tonta chocó contra sus labios cuando me dio un pequeño beso, una breve caricia que me hizo vibrar el cuerpo. Su teléfono sonó de nuevo, miró su reloj antes de responder, caminábamos hacia la salida mientras continuaba con esa llamada, hablaba con su asistente reconocí su nombre al escucharlo.

Trabajar con Santiago era esclavizante, no entendía como un domingo estaban hablando de presupuestos, gastos y datos. Puse atención a la llamada cuando Santi se disculpó por tener que colgar rápido, le explicó que estaba conmigo usando el término de mi novia, que la llamaría más tarde para que hablaran de ese balance.

Oír aquello hizo que mi corazón latiera con celeridad, todavía no procesaba del todo que tenía un novio, menos que ese novio fuese un hombre como Santi, ni siquiera me cuestioné como llegamos a tanto, como pasé de querer publicar su libro, a querer tenerlo metido en mi cama.

Me detuve frente al auto esperando que lo abriera, me cohibí al percatarme de la forma en la que me miraba, se quitó los lentes con esa sonrisita en los labios que me daba escalofríos, cruzó los brazos y se recostó sobre la carrocería, con la puerta del copiloto abierta.

—¿Puedes dejar de verme así?

—No puedo, estoy inspirándome —respondió tranquilamente.

—Sinvergüenza —susurré cuando pasé a su lado.

Su repuesta, una carcajada contagiosa, apenas subió y se acomodó en su asiento, puso música en un tono muy bajo. Entre tanto, abrí las bolsas para ver los libros que había comprado, le llevaba dos a Sandra, uno para él y el que nos compró a ambos.

Lo saqué de la bolsa con curiosidad, leí el título y sonreí negando, abrí el libro y lo puse sobre mis piernas para ojearlo un poco. La maquetación me pareció novedosa y se lo comenté a Santiago, la portada me gustó mucho y tampoco pude callármelo.

—Me da gusto que estés estudiando a la competencia, pero el objetivo de la compra del libro, fue otro.

—¿Leerlo para mí?

—En realidad quiero que tú lo leas, tengo la teoría que no te has enamorado de la lectura porque no has encontrado el libro adecuado, intentaré con todos los géneros hasta hallar el tuyo.

—¿Y decidiste comenzar con el erótico? Muy conveniente.

—Bueno, supuse que te iba a gustar, recuerdo tu cara cuando leía para ti, se notaba que te gustaba.

Ignoré su jueguito, su risa y su mirada, me concentré en el libro, leí un par de páginas antes de volverlo a guardar, leer en el auto se me hacía difícil.

—¿Tan rápido te aburrió?

—¿Tú que crees? —pregunté con la mirada fija en su rostro.

—Que necesitas leerlo a solas y en un sitio tranquilo para concentrarte.

—¿Sabes qué necesito?

—Cultivar el buen hábito de la lectura —respondió con ese tonito arrogante.

—Leer algo escrito por ti, me dijiste que, si decía si, iba a poder hacerlo.

Dejó de ver el camino por breves segundos, para mirarme a mí, sonrió y relamió sus labios, antes de volver a concentrarse en la autopista.

—¿A qué juegas, Valentina?

—A lo que jugamos siempre. Uno intenta intimidar al otro constantemente, se supone que quién lo logre más seguido es el ganador, pero creo que siempre empatamos.

Se quedó callado por largos segundos, hasta que nos detuvimos brevemente en un semáforo, ladeó el rostro para verme.

—¿Qué quieres que te escriba?

Reconocí esa sonrisa, y el brillo en sus ojos, crucé las piernas en un acto reflejo. La expectativa que me dejaba ese coqueteo me hacía sentir la necesidad de apretarlas.

—Lo que te inspire —respondí en voz baja.

—No sabes lo que estás pidiendo.

—¿Acaso tienes miedo de desatar tu imaginación? —La manera en la que hablábamos, el tono que ambos usábamos me provoca una sensación extraña en la boca del estómago.

Santiago sonriente aceleró el auto, cuando movió la palanca de cambios rozó con los nudillos una de mis piernas, me guiñó el ojo cuando lo vi seria. Y apreté de nuevo las piernas, todo parecía indicar que la estaba perdiendo ese juego era yo.

—Creo que ahora tengo permitido desatarla ¿no? Es uno de los beneficios de que hayas dicho sí.

—¿Y cuáles son los otros beneficios?

—Venir por ti y llevarte a una feria de libros, buscarte sin ningún pretexto —respondió con una seriedad que no mantuvo mucho tiempo —, pasar tiempo contigo... ¿Por qué me ves así?

—Eres tan mentiroso.

Mi respuesta provocó una risa de esas breves, que me dejaban con una satisfacción fuerte. Apagó el auto cuando llegamos a nuestro destino, recogí la bolsa con los libros y mi bolso mientras él se quitaba el cinturón, sentí sus dedos alrededor de brazo, giré mi rostro y sostuve su mirada.

—Venir por ti y llevarte a una feria de libros, buscarte sin ningún pretexto, pasar tiempo contigo ¿Ahora si me crees? —preguntó sin apartar sus ojos de los míos.

—No del todo, pienso que crees que tienes más beneficios y no los mencionaste. No puedo creer tu repuesta cuando conozco esa mente tuya.

—¡Basta! Tú ganas —soltó riendo—. Me doy por vencido.

—¿Quieres subir conmigo?

Asintió y negó, después dejó caer la frente sobre el manubrio del auto sin ocultar la forma en la que sonreía.

Me vio con los ojos entrecerrados, cuando cerré con demasiada fuerza la puerta de su viejo carro. Aceleré el paso esperando que me siguiera, sentí su mano en mi espalda y segundos después su brazo rodeando mi cintura. Santiago tenía una forma de sujetarme a la que ya me había acostumbrado, me apretaba hacía su cuerpo con algo de fuerza, no había escape, y yo tampoco buscaba uno.

Subimos en completo silencio, Santiago miraba el libro que había bajado del auto, mientras yo lo miraba a él, abrí la puerta sintiéndolo tras mi espalda, entré y me di cuenta que no se movió del pasillo.

—¿No vas a entrar?

Negó y extendió su mano hacia mí, la tomé de inmediato dando pasos cortos para estar frente a él.

—¿Tienes que irte ya? —Estaba siendo demasiado obvia, pero en ese momento no me importaba mucho— Ah, es por lo de lo que te inspiro, los beneficios y eso, no te preocupes, no haré nada que...

No me dejó terminar de hablar, con ambas manos sujetó mi rostro para atraerme hacia el suyo. Me besó con una rudeza excitante, que no tardé mucho en corresponder; saboreé el deseo de sus labios, deslicé mi lengua con la suya, sus manos fueron a mi cintura, presionó los dedos sobre mi piel, quemándome con su tacto sutil.

El aire me faltaba, las piernas se me debilitaban, rompió el beso dejándome sin aliento, miró hacia los lados, luego a mí. Respiraba rápido y me observaba con intensidad, de repente di un paso hacia el frente, me empujó hacia el interior de mi departamento, cerró la puerta y me acorraló contra la pared, me besó una vez más de la misma forma ansiosa, mordiendo mis labios suavemente. Mis dedos se aferraron en su cuello, cuando sus manos comenzaron a moverse por mis piernas.

Ambos respirábamos con celeridad mientras nuestras bocas seguían unidas, levantó una de mis piernas al mismo tiempo que empujó la pelvis hacia mí, la punzada en medio de los muslos fue dolorosa, yo quería eso, una parte de mí lo esperaba desde que estábamos en el auto, verlo así de descontrolado, era mi deseo reprimido.

—¿Quieres que escriba lo que me inspiras? —Escuchar su voz entrecortada, me puso los vellos de punta.

—Sí, por favor.

Al escucharme aplastó con más fuerza su cuerpo contra el mío, me desarmaba la forma hasta en la que respiraba, sentía un deseo sofocante entre los dos, era algo mutuo, fuerte y palpable. Bajé mis manos por su espalda hasta llevarlas al borde de su camisa, la saqué rápido de su cuerpo con su colaboración inmediata, su piel estaba erizada incluso tal vez más que la mía.

Su respiración se hacía más inconstante cuando pasaba las manos por su espalda desnuda y sus brazos. Los gemidos que salían de mis labios se perdían en los suyos, con una destreza increíble, levantó el vestido para quitármelo. No le tomó ni un par de segundos tenerme semidesnuda pegada a la pared, con una sola mano desprendió los broches de mi sostén, quería tocarlo, necesitaba hacerlo, pero su prisa por desnudarme, limitaban mis movimientos.

El sostén blanco cayó al piso y mi espalda chocó contra la pared, cuando empujó su cuerpo con más fuerza contra mí. Pensar fue imposible, todo estaba sucediendo muy rápido. Bajó los labios por mi cuello, mientras me apretaba los pechos desnudos. Desesperada llevé las manos hasta su trasero, empujándolo con descaro hacia mí.

Cerré los ojos y mordí mis labios al sentir la palma de su mano bajar por mi vientre. El calor se expandía por todo mi cuerpo, la tensión se concentraba en mi entrepierna palpitante, deseando aliviar aquella necesidad irracional apretaba los muslos desesperada.

Gemimos a la vez cuando sus dedos se deslizaron con facilidad entre mis muslos a causa de la humedad densa, que incluso resbalaba por mis muslos. Perdí el control de mi cuerpo al percibir esa fricción deliciosa de sus dedos en mi cuerpo, jadeaba en mí oído constantemente provocando una sensación de cosquillas en mi garganta.

Perdí la conciencia de tiempo y espacio, no me percaté del momento en que me quitó la ropa por completo, reaccioné hasta que me alzó sujetando mis piernas. Entrelacé los brazos en su cuello al sentirme en el aire, sin quererlo presionaba su cabeza contra mis pechos, él, listo en todo momento, aprovechó la situación para tentarme con su lengua rodeando la puntas de mis senos.

En ese punto era dolorosa la espera, necesitaba sentirlo dentro de mí para calmar esas ganas, que me cortaban hasta la respiración, como si leyera mi mente, separó solo un poco más mis piernas y con un sólo movimiento, se clavó en mi interior.

No hubo pausas, ni un solo segundo de calma, empujó con celeridad las caderas, provocando que mi trasero se estrellara contra la pared, una y otra vez. Le enterré las uñas en los hombros con el desenfreno que me recorría, nos besamos los labios sin ninguna sincronía, era una especie de mordiscos entre jadeos constantes. En algún punto aquello se volvió insostenible y solo pude aferrarme de su cuello. Me generaba cierto temor, ese placer que me aturdía, perdía hasta el control de lo que mi boca decía porque pedí que lo hiciera más fuerte, sintiendo que no podía soportar más intensidad.

—Mierda —murmuré antes de quedarme muda y con la mente blanca, intoxicada de placer.

Él siguió moviéndose, las dos últimas veces con tanta fuerza que me hizo volver, de ese sitio donde mi mente se iba.

—Valentina, eres tan adictiva. Mira como me pones —El tono de su voz y la fuerza de sus empujes provocaron que me contrajera con violencia.

Aquella era la gloria y la estaba alcanzando con un hombre que me miraba con perversidad mientras me empotraba contra la pared, enardecido por la excitación. Me dejé llevar hasta que no pude continuar sosteniéndole de nuevo. El placer llegó a su límite y solo fui capaz de sentir el peso de la cabeza de Santiago sobre uno de mis hombros.

—Tu prueba física —susurré agotada.

Lo podía sentir latiendo dentro de mí, sus brazos fuertes aún me sostenían y yo solo era capaz de pensar que no había nada mejor que eso en ese instante.

—Tendré que evitar verte antes de algún compromiso así. —Sonreí percatándome de que tan agitaba me encontraba. Santi estaba sudado, respiraba rápido y parecía decidido a no dejarme escapar, cada vez que intenté moverme se aferró a mis piernas—. Sujétate bien —pidió antes de caminar conmigo encima, hasta mi cama.

Respiré profundo sintiéndome agotada, la salida con mi papá, luego esa feria y nuestra obviedad en la entrada de mi departamento, habían acabado conmigo. Santi besó castamente mis labios después de dejarme sobre el colchón. Mi sonrisa de tonta desapareció al darme cuenta de lo que acababa de hacer, me senté sobre la cama de inmediato sobresaltada y entonces vi a Santi recogiendo el empaque del condón del piso. Sentí alivio de que al menos uno de los dos pensara, en momentos así. Por un momento creí que lo habíamos hecho sin protección.

Tenía la necesidad de acurrucarme a su lado, a pesar del calor infernal que se percibía. La primera vez que tuvimos sexo me quedé dormida con él abrazándome por la espalda, pero no estaba segura de lo que iba a proceder en esa nueva ocasión. Tiró su camisa en la cama teniendo cuidado de no golpearme con ella, entre tanto caminaba buscando algo, con el pantalón aún abierto cayendo por sus caderas.

Me puse su camisa porque aún me sentía incómoda desnuda frente a él, no perdí ni un solo movimiento menos un detalle de lo que podía ver de su cuerpo. El tono de sus brazos era un poco más oscuro que el resto de su torso, tenía una espalda atractiva, ancha y un poco trabajada, cuando se giró con la agenda que me regaló entre las manos, observé su pecho donde tenía apenas una capa de vellos, definitivamente la bicicleta era la causante de que tuviera ese cuerpo, definido con las proporciones justo como me gustaban. La v en su cadera me robó el aliento que apenas recuperaba.

Se sentó a la orilla de la cama, callado y con mi agenda todavía en las manos, se inclinó un poco hacia adelante y comenzó a escribir en ella. Me estaba escribiendo algo a mí. Lo hacía a una velocidad que me parecía increíble. Cerró la agenda y la tiró sobre el tocador, se dejó caer sobre el colchón respirando profundo, levantó los brazos y tomó mi tobillo para arrastrarme hasta donde estaba él. Apoyé la cabeza en su brazo girando el rostro hacia él.

—¿Qué harás con tu prueba física?

—Supongo que no iré —besó la punta de mi nariz, y palmeó el colchón buscando su teléfono.

Marcó un número y lo llevó a su oreja. Le hablaba a su entrenador, le dijo que no podía ir a la prueba que era mejor dejarla para otro día, podía escuchar al tipo preguntarle qué había pasado. Él, muy quitado de la pena, comentó que iba a ponerme al teléfono para que le explicara los motivos.

Le pegué con el puño en el pecho, resistiéndome a tomar el teléfono, finalmente colgó, me tiró una almohada para cobrarse el pequeño golpe que le di. Éramos un par de competitivos que no podían dejarse ganar, le lancé con más fuerza la misma almohada, lo pateé cuando me lanzó otra, sujetó mi pierna y mordió mi pantorrilla en respuesta, enterré las uñas en sus brazos evitando reír porque eso me iba a debilitar.

—Santi, basta —pedía riendo.

Me sujetaba de él con fuerza al sentir que estaba a punto de caer de la cama. Santiago me empujó sin hacer caso de mi suplica entre carcajadas.

—Di que yo gano.

—Tú ganas —lo complací.

Me ayudó a incorporarme un poco y fue ahí cuando aproveché para invertir la situación, giré sobre él dejándolo a la orilla de la cama... Error. El maldito se reía a carcajadas, era más fuerte que yo, tomando mi cintura me atrajo con él al piso, me puse de pie de inmediato, apoyé el pie en su entrepierna para subirme a la cama, haciéndolo gritar en el piso.

Riendo tomé mi teléfono que había sonado minutos atrás, era un mensaje de Manuel.

Manu: ¿Puedes coger a otra hora? Es perturbador escuchar cómo te clavan en la pared.

Solté una carcajada que hizo reír a Santiago también, le mostré el mensaje que él mismo quiso responder.

Decidió quedarse un rato más conmigo, sin la presión prueba física, no tenía por qué levantarse temprano la mañana siguiente, pedimos comida y mientras esperamos me propuso ordenar un poco mi dulce hogar.

—Encontrabas encantador mi desorden —dije mientras recogía una revista.

—Seguro también encontraré encantador tu orden —respondió sonriente.

Me senté sobre la cama con la revista en las manos, leía un artículo sobre maquillaje concentrada mientras él agrupaba unos libros sobre una mesa, volteé cuando el resplandor de un flash iluminó mi rostro.

—Deberías quedarte con ella, te queda mejor que a mí —apuntó su camisa.

—No me saques una foto así, estoy hecha un desastre —aún tenía solo su camisa puesta, y el pelo atado en una coleta descuidada.

—Es cuando más guapa te encuentro.

Agradecí que me estaba dando la espalda, para que no notase la cara de estúpida que tenía gracias a una sola frase.

—Somos mi hermana y yo —informé al verlo con una fotografía en las manos—. Yo soy el bebé, mi hermana es mayor.

—Te reconocí —murmuró sin despegar la vista de la foto—. Por tus ojos.

—Mis ojos son iguales a los de mi hermana —respondí.

—Para nada —afirmó viéndome directamente.

—Todo el mundo dice que los ojos son lo único que tenemos parecido.

—Se equivocan, tus ojos son cálidos y expresivos. Me gustan tus ojos por lo que reflejas en ellos.

Se acercó a mí para sentarse a mi lado, lo empujé para que los dos cayéramos sobre la cama, y tomé mi agenda que estaba sobre el tocador.

—¿Vas a leer esto para mí?

Alzó una ceja y besó mi cuello antes de comenzar a leer sus líneas perversas.

***

Gloria, la secretaria de Santiago arrugó el rostro al ver cómo me acercaba a su escritorio, estaba tan de buen humor que ni su cara de amargada borró mi sonrisa. Había tenido una noche genial, y una mañana estupenda en el trabajo. En una reunión comenté con Rodrigo acerca de la posibilidad de participar con nuestros autores en alguna feria y le había parecido fantástico.

Miré la hora en mi teléfono, necesitaba estar justo a tiempo, me detuve frente a ella y puse en el escritorio la bolsa con el pastel de chocolate, que compré en la cafetería del piso de abajo de la editorial.

—Es para ti, para que se endulce un poco tu día.

—Gracias —dijo aún con su cara de pocos amigos.

—¿Santi?

—El Licenciado Sada está muy ocupado, me pidió no pasarle llamadas.

—Voy a entrar a ver a mi novio ¿Tú crees que se enoje si lo interrumpo?

No esperé que respondiera, sonriendo ladinamente le di la espalda para abrir la puerta. Santiago estaba tras su escritorio, escribía algo con la mano izquierda en un cuaderno y daba clic en el mouse con la derecha.

—Hola, señor ocupado.

Levantó el rostro solo por un momento, el brillo del día pasado no estaba en sus ojos se miraba agotado y apenas era medio día, ni siquiera me sonrió. Santiago era otro cuando estaba en esa oficina.

—Valen, estoy con algunas cosas pendientes, tengo una cita programada en unos minutos y debo terminar esto.

—¿Eres zurdo? —pregunté curiosa, puesto nunca antes lo había visto escribir con la izquierda.

—Ambidiestro en realidad, puedo hacer mucho con ambas manos —respondió con su típico doble sentido—. Intentaré salir temprano e ir a buscarte ¿Qué dices?

—Que hablemos de eso después, Licenciado Sada, estoy aquí por otra cosa.

Dejó de hacer todo lo que estaba haciendo y me vio de pies a cabeza, puse el maletín que cargaba entre las manos, sobre la mesa y me senté frente a esta. Abrió su agenda y negó riendo al verla.

—¿Cuándo le di una cita a la señorita Rincón?

—Cuando me llevaste a tu habitación, supongo que ese es uno de los beneficios de haber dicho si —respondí sonriente—, pero no hablemos de eso, vine aquí para que negociemos la propuesta de publicación.

—¿No te darás por vencida?

—Vengo dispuesta a convencerte.

***

¿Valen logrará convencerlo?

Oigan gracias por comentar y votar, en serio me motivan un montón.

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