Un desastre llamado Valentina...

By GraceVdy

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Un escritor difícil y una editora novata, unidos por un libro que esconde un secreto, protagonizarán un inesp... More

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Prólogo
Antes de leer
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce 🔞
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince 🔞
Capítulos Dieciséis
Capítulo Diecisiete
Capítulo Diecinueve 🔞
Capítulo Veinte
Capítulo Veintiuno
Capítulo Veintidós
Capítulo Veintitrés
Capítulo Veinticuatro
Capítulo Veinticinco
Capítulo Veintiséis
Capítulo Veintisiete
Capítulo Veintiocho
Capítulo Veintinueve
Capítulo Treinta
Capítulo Treinta y uno
Capítulo Treinta y dos
Capítulo Treinta y tres
Capítulo Treinta y cuarto (Parte I)
Capítulo Treinta y cuatro (Parte II)
Capítulo Treinta y Cinco
Capítulo Treinta y Seis
Capítulo Treinta y Siete
Capítulo Treinta y ocho
Capítulo Treinta y Nueve
Capítulo Cuarenta
Capítulo Extra

Capítulo Dieciocho

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By GraceVdy


Tenía una rutina con mis plantas que casi nunca descuidaba. Un poco de agua cada diez días, y el tiempo en aquella pequeña ventana bajo los rayos de sol, por varias horas al día. Tomé la suculenta evitando verla con más atención, una diminuta planta, en una coqueta maceta rosa me recordaba a él.

Estaba pasando por la etapa «sigo enojada contigo, pero quiero verte», cualquier cosa por mínima que está fuera, me recordaba la existencia del arrogante mentiroso, y pervertido Santiago Sada. Era normal estar experimentando por esas emociones, apenas habían pasado cinco días de nuestra gran discusión, y la molestia que sentía seguía ahí, latente, muy anidada en mí.

Me concentré en mi cactus más antiguo, había sido un regalo de papá que aprecié mucho cuando lo recibí. Estaba pensando en llevarme un par de plantas a mi oficina, necesitaba a como diera lugar sentir ese sitio mío, porque, después de tantos problemas, sentía que no merecía estar ocupando ese espacio. Las dudas sobre mis capacidades me asaltaron en medio de los últimos detalles para el nuevo lanzamiento, no pudo juntarse todo en peor momento.

Mi teléfono sonó cuando me lavaba las manos, era inevitable que el corazón se me acelerara pensando que era él quien llamaba. Me sentía estúpida por ese repentino entusiasmo disfrazado de enojo falso, mi mente decía: «ojalá que no se le ocurra llamarme», mientras por dentro esperaba que intentara contactarme.

De Santiago no supe nada desde nuestra discusión, no me llamó, no me escribió, tampoco me buscó. Mi orgullo le manda saludos al tuyo, era la frase que nos calzaba a la perfección. Yo seguía pensando que él había hecho algo muy malo, él, seguía dolido por haberlo dejado así en el estacionamiento. Sandra que no podía creer que estuviéramos enojados, me escribió para contarme.

Me sequé las manos para atender la llamada, era Laura, había quedado llegar temprano a la editorial, pero no pude levantarme a tiempo, rechacé la llamada y le escribí un mensaje justificando mi ausencia, mis clases, como siempre mi excusa perfecta.

Me resultaba cómodo todo aquello, encerrarme en mi departamento, imaginando como podría mejorar mi vida, sin hacer nada para lograrlo. Sabía que me encontraba fallando en la editorial, pero no hacía nada para remediarlo, estaba dejando que la pereza ganase terreno, estaba sintiéndome derrotada antes de tiempo, un correo de Rodrigo me hundió más en mis problemas, necesitaba para la semana próxima las nuevas propuestas de publicación.

La editorial estaba vendiendo muy bien los dos libros que habíamos lanzado, y la preventa del próximo era todo un éxito, aunque aún no estaban publicados todos los que habían sido seleccionados, necesitaba el avance de nuestros nuevos libros. Sabiendo que no podía continuar así, descuidando mi empleo y mis materias pendientes, salí de la cama y me decidí a empezar ese día, aunque fuese ya media tarde.

—Licenciada Rincón, que gusto tenerla por acá —soltó irónica Anita al verme entrar al piso de la editorial.

—Gracias Ana, que amable eres —respondí con su mismo tono falso.

No me detuve ni por medio segundo, seguí mi camino hacia mi oficina, dando pasos seguros, a pesar de sentirme incómoda con el vestido corto que llevaba puesto.

—Te estaba esperando —dijo Laura preocupada—. Alfredo quiere que le enviemos el detalle del presupuesto asignado a Mi príncipe verde.

—Se lo envié la semana pasada, lo que está haciendo es tratar de presionarme.

—Pidió que lo revisaras ¿No lo hiciste? Me senté en mi silla sintiendo que era incapaz de hacer algo bien.

—Revisarlo me va a llevar horas.

—Te voy a ayudar, no te desanimes —sonrió Laura, quería ser así de positiva pero no se me daba—. Valen, pero ya deja de lamentarte y pongamos manos a la obra.

Observé como hizo espacio en un lado de mi escritorio para poner su laptop, le envié el archivo por correo y en cuestión de minutos ambas estábamos revisando hasta el último detalle. Terminamos cuando yo no había nadie en todo el piso, me parecía necesario invitar a cenar a Laura, no solo era agradecimiento por todo lo que hacía por mí, quería conocerla un poco más, compartir con ella en otro ambiente que no fuera el laboral.

Aceptó de inmediato mostrándose animada por esa improvisada salida nocturna, juntas esperamos un taxi para que nos llevara a un restaurante italiano, que estaba cerca de la editorial, en un silencio que ella se atrevió a romper varios minutos después.

—Estoy segura que cuando Alfredo revise todo se va a dar cuenta que esta vez sí hiciste las cosas bien, te apegaste al presupuesto, incluso hiciste propuestas para disminuir los costos.

—Las hiciste tú —respondí pensativa.

—No, Valen, yo redacté tus ideas, todo lo que estaba en ese papel era lo que tu dijiste, con palabras más serias. Tienes que confiar más en ti, en serio hay talento en ti para todo esto que estás haciendo.

No era la primera vez que alguien me decía eso, pero esa noche me sentí confortada por las palabras de Laura. De vez en cuando todos necesitamos un empujón y a veces llega de quién menos se espera. La comida estaba deliciosa, la confianza fluía despacio entre las dos, me animé a hacerle preguntas más personales que respondió sin titubeos. En cambio, cuando llegó mi turno de responderle a ella, lo hice intentando guardarme muchos detalles.

Regresé a mi departamento casi a las nueve de la noche, dispuesta a descansar para comenzar el día siguiente con una mejor actitud, nunca conté con que mis vecinos iban a tener fiesta, y que dormir me iba a resultar muy difícil. La mañana siguiente comenzó siendo extraña, tenía una corazonada, una sensación persistente de haber olvidado algo que no entendía. Llegué a la editorial antes de las nueve de la mañana, eso era madrugar para mí, contenta, motivada y decidida a ocuparme por completo de todos mis pendientes, estaba tan de buen humor que incluso saludé a Anita.

—Ya estoy aquí —anuncié abriendo la puerta, Laura ya me esperaba en la oficina—, dormí poco, pero traigo toda la energía del mundo.

—Me parece genial porque debes enfrentarte a don Rodrigo.

—¿Qué? —pregunté preocupada.

—Valentina, todos piden Para Eva con amor, en cada publicación en cualquier red de la editorial, nos bombardean con preguntas, Rodrigo cree que estás cerrando el trato y...

—No tengo nada —interrumpí—. Y tampoco la posibilidad de convencer al autor.

—A mí me pareció tan encantador —dijo sonriendo, me puse de pie para caminar por el corto espacio, intentando pensar en algo que decirle a Rodrigo—. No sé, pero es tan guapo, parece sacado de un libro, de uno de esos donde el protagonista es rudo en la cama y sensible con su amada, es tan...

—Laura, despierta —troné los dedos casi frente a ella—. Es un arrogante de mierda, se cree más listo que todo el mundo y es un desconsiderado de lo peor, me hizo perder tiempo sin tener remordimiento de ello.

—¿No te parece atractivo?

—Sumamente.

—¿Y sexy?

—Arrogantemente sexy.

—¿Y te gusta?

—Sí, quiero decir, no. Laura me pusiste nerviosa —comenzó a reír al atraparme en mis dudas, le di la espalda para que no viera como me sonrojaba, me sentía estúpida por reaccionar así, mi vista se quedó fija en el calendario que colgaba de la pared—¡Mierda! ¡Su cumpleaños! Es eso lo que había olvidado.

—¿Tu cumpleaños?

—No, el del estúpido que me hizo perder tiempo.

—Tienes la excusa perfecta para iniciar otro nuevo acercamiento, llámalo y felicítalo, algo tan simple te puede ayudar mucho.

—Eso no pasará —solté con seguridad.

Me negaba a buscar un acercamiento, ni siquiera permití que mi mente fantaseara con ello. Ocupé mi mañana entera con trabajo después de todo tenía demasiado que hacer, comí con Laura en la oficina que hacía chistes acerca de Anita, estar entretenida resultó ser fácil.

—¿Tú sales de fiesta los viernes? —Levanté la vista para ver a Laura que guardaba sus cosas, apresurada.

—Casi nunca salgo y este viernes precisamente no me parece buen día para hacerlo.

—¿Por qué no sales, Valen? Te estás perdiendo los mejores años de diversión.

La miré con curiosidad, a simple vista daba la impresión de ser una chica tranquila, incluso tímida, me era raro escucharla hablar así.

—¿Tú sales mucho de fiesta?

—Antes sí —respondió sonriente—, ahora no lo hago tan seguido porque me metí en problemas en casa por excederme en diversión.

—¿Sí?

—Sí, incluso me iba mal en hasta en clases —suspiró—. Tengo un año tomando las cosas con más calma, poniendo en orden mis asuntos académicos y tratando de vivir sin complicarme mucho.

—Laura, si te aceptaron como pasante fue por tus calificaciones y las recomendaciones que trajiste de tus maestros ¿falsificaste eso?

—No, Valen —río, relajada—, me propuse mejorar en todos los aspectos que estaba fallando y lo hice, aunque me ha costado trabajo, solo es cosa de tener fuerza de voluntad. Pero aún me gusta la fiesta y creo que sería bueno salir hoy.

Me quedé callada esperando que olvidara esa idea, aunque tal vez un poco de diversión me iba a ayudar con el asunto de Santiago. No tenía humor para algo así, incluso me sentía cansada después de haber pasado todo el día, sentada tras una computadora.

—¿Se puede? —Sonó la voz de un hombre tras la puerta de mi oficina.

Laura y yo nos sobresaltamos, le hice un gesto para que abriera la puerta que habíamos cerrado para comer a gusto sin ser interrumpidas por nadie, sonrió con confianza haciéndome sentir relajada, por un segundo pensé que el arrogante amargado estaba tras la puerta.

—Valentina, te traen algo —dijo haciéndose a un lado.

La cabeza de Martín se asomó antes de entrar a la oficina, levantó el brazo mostrándome una mini suculenta en una pequeña maceta dorada. Fruncí el ceño viéndolo confundida ¿De qué iba todo eso?

—¿Tú?

—No, no —río al verme sin palabras—, esto es para ti, lo dejó un mensajero en recepción y me ofrecí a traértelo.

—Valen, ¿quién te regala plantas? —preguntó curiosa Lau.

—Alguien que sabe que las amo.

Me sentí tensa sin saber por qué, miré mi teléfono esperando que me llamara o me escribiera un mensaje porque estaba segura que eso lo enviaba él. Martín se acercó para dejar la maceta sobre mi escritorio y darme un pequeño sobre blanco con mi nombre.

—También te dejaron esto.

"Me gustan las cosas a la vieja usanza", recordé que Santiago siempre me decía eso ¿Qué hacía esperando un mensaje? Laura con los ojos chispeantes esperaba que abriera el sobre, los miré a ambos con una sonrisa, antes de disculparme y levantarme para ir al baño, me costaba abrirme con la gente, no podía leer lo que sea que fuera aquello con ellos presentes.

Bajé la tapa del retrete y me senté sobre esta, estaba nerviosa y confundida con su detalle.

«Solo quería recordarte cuánto te amo, lamento mucho lo de la última vez, quiero verte pronto mi atolondrada favorita. Papá».

Me sentí estafada, aunque me llenó de gusto que mi papá tuviera un detalle así conmigo, había decepción en mí. Malditos libros románticos que me hacían esperar cosas que no iban a sucederme. Me levanté de inmediato y salí del baño azotando la puerta, como si ella me hubiera hecho algo. Llamé a papá mientras caminaba por el pasillo, respiré profundo antes de darle las gracias suavizando mi tono de voz, cuando entré a la oficina aún hablaba con él, Laura le señalaba algo en mi computadora a Martín y él asentía, parecían concentrados. Me despedí excusándome con mi trabajo, prometí ir a verlo pronto y colgué intentando que mi rostro no reflejase lo decepcionada que me sentía.

—¿Y quién es el noble caballero que te hace regalos tan tiernos? —Lau no se aguantó la duda.

—Mi papá.

Me acerqué a ellos esperando ver qué era eso que hacían, le mostraba lo que parecía ser el diseño de las páginas y ella asentía aprobando todo.

—Creo que ya es hora de irme —dije buscando mis cosas—, ya terminé con mis pendientes de hoy.

—Sí, solo estaba esperando que tú lo dijeras para irme también —respondió Laura sonriendo.

—¿Las llevo?

Aceptamos de inmediato, quería evitarme la molestia de esperar por un taxi, y se me antojaba seguir escuchando a esos dos hablar, parecían muy comprometidos con su trabajo y aquello me motiva a seguir sus pasos.

Habíamos recorrido la mitad del trayecto a mi edificio, yo era la que vivía más cerca, por ende, sería la primera en llegar a su destino. Mi teléfono vibró dentro de mi bolso, sin dejar de poner atención a Martín que hablaba con Laura de su trabajo de Dj desbloqueé mi teléfono.

Santi: Hola

Las manos me temblaron al leer ese simple mensaje, tragué saliva viendo como al lado de esa fotografía de una medalla decía: Escribiendo

Santi: Lamento mucho todo lo que pasó, de verdad nunca fue mi intención burlarme de ti, menos de tu trabajo, solo quería decirte que de verdad siento mucho lo que hice.

Valen: Hola

Fue lo único que pude responder, porque de nuevo estaba escribiendo.

Santi: Leí tu crítica, tu reseña y todo lo que hiciste, me impresionó tu análisis, si quieres podemos reunirnos para que conversemos un poco de ello.

Eso era una trampa, mi intuición me lo decía, un jueguito de esos suyo, que siempre salía perdiendo yo. Respiré profundo alejada de aquella charla que mantenían dentro de la camioneta, y escribí un mensaje de respuesta.

Valen: ¿Quieres reunirte con Valen o con la señorita Rincón?

Santi: Con ambas

Respondió al instante, miré la pantalla, seguía en línea sin escribir nada, lo imaginé esperando una respuesta. Fui capaz de verlo sentado con el teléfono en la mano, debía estar preparándose para la subasta, era su cumpleaños y no lo había felicitado.

Valen: Santiago ¿Por qué quieres salir conmigo? Dame una razón para entender todo lo que ha pasado.

Espere paciente que respondiera, mirando la pantalla del teléfono fijamente.

Santi: Sabes que me resultas atractiva, tienes un sentido del humor feo que me hace reír, siento que hay química entre los dos y nos entendemos con facilidad, además te gusto de la misma forma en la que tú me gustas a mí.

Leer su respuesta, me recordó un poco la arrogancia que había en él y en cada cosa que decía, asentí a la pregunta que me hizo Laura que no escuché del todo y volví a fijar la vista en mi teléfono.

Valen: Espero que tengas un bonito cumpleaños, éxito en todo.

Presiono enviar y me relajé sobre el asiento, para mi debía ser asunto olvidado, por más trabajo que costase, si le hubiera hecho caso a mi presentimiento, me habría ahorrado la molestia que me generó descubrir lo del libro.

—¿En serio no quieres venir al club? la noche de viernes hay barra libre, el ambiente es increíble.

—No, lo dejamos para el próximo mejor —rechacé a Martín que impulsado por Laura insistía con invitarme a salir.

—Es una lástima que nos prives a todo de verte bailar.

Laura soltó una carcajada mientras yo solo sonreí por compromiso, no estaba de humor para coqueteos y para mí lo que estaba haciendo Martín era eso. Me despedí de los dos, después de agradecerle a Martín por llevarme a casa, les prometí una salida al cine el domingo, en la que habían insistido tanto, y entré a mi edificio, viendo como el sol se había ocultado.

Me iba a dar un baño, prepararme algo ligero de comer, estudiar para el examen del lunes y dormir temprano, eso Valentina, eres una buena chica —me felicitaba mentalmente. No esperé el elevador, subí las escaleras buscando los auriculares en mi bolso, al llegar a mi piso, noté que la puerta del departamento de Manu estaba abierta, me apresuré por entrar al mío, no quería saludar a nadie.

—¡Valentina! —cerré los ojos al oír la voz de Sebastián, ladeé el rostro y le sonreí mientras se acercaba—, tengo días sin verte.

—El trabajo —me excusé.

—Te hace mal pasar tiempo con Santi.

—Si, por eso dejé de verlo bromeé con amargura.

Su teléfono sonó en ese justo momento, dejándome la posibilidad de huir a mi encierro, posibilidad que aproveché, cerré la puerta cuando dijo adiós moviendo la mano y me fui directo al baño, lo primero que haría esa noche era pasar un rato largo bajo el agua caliente.

***

Sostenía la puerta con una mano y la toalla con la otra, los tres me miraban juntando las manos como niños pequeños cuando quieren algo, Sebastián era el más divertido con la situación, Sandra la más insistente y Manuel el más molesto por mi negativa.

Me sacaron de la ducha con los golpes que daban en mi puerta, me estaban invitando a ir con ellos a un club nocturno, Sandra que supuestamente estaba en su casa castigada, no quería ser el mal tercio de la pareja, por ello insistía en que los acompañase.

—Chicos de verdad, en otras circunstancias los habría acompañado, pero estoy cansada.

—¿Valentina, seguirás encerrada aquí sintiéndote mal por lo de Santiago?

—¿Qué te hizo Santiago? —preguntaron Manuel y Sebastián al mismo tiempo.

Me negué a responder, si Sandra sabía algo era porque su hermano se lo había confiado, de mi parte no hubiera hablado con nadie del asunto. Me sentía estúpida me resultaba vergonzoso dar detalles de nuestro distanciamiento.

—Están enojados —respondió Sandra.

—Por eso estás siendo amable con ella —intervino Sebastián desviando un poco el tema.

—Valen, sea lo que sea que pasó no puedes quedarte encerrada aquí —susurró Manu solo para los dos.

—Siempre me he quedado encerrada aquí.

—Vamos, ponte linda que nosotros te esperamos.

Respiré profundo antes de asentir, les cerré la puerta en la cara para poder cambiarme tranquila, iría, pero quería que supieran que lo hacía de muy mala gana. Me puse un vestido menos corto que el de Sandra, que en su lucha por verse mayor se vistió de manera más audaz. Ellos seguían insistiendo con el timbre mientras yo gritaba que me dieran un minuto, no encontraba uno de mis zapatos, y en el apuro estaba dejando todo tirado.

—¡Ya estoy lista! —dije abriendo la puerta, los tres me miraron con rostros cansados, yo ni siquiera quería ir, no podían culparme de hacerlos esperar.

Subimos a una camioneta negra y elegante que conducía Sebastián, tan espaciosa y cómoda que hasta busque la forma de acomodarme para tomar una siesta.

—Valen, se te ve el sostén —susurró Sandy.

Ambas íbamos en los asientos traseros, bajé la vista hacia mi pecho, el escote de mi vestido era profundo de la parte trasera, había hecho el intento de cubrir mi ropa interior pero no lo logré, miré hacia el frente, Sebas besó la mano de Manu haciendo que este sonriera, los dos iban sumergidos en su mundo, no notaron como me saqué el brasier y lo guarde en mi bolso pequeño. Acomodé mis pechos y Sandra asintió aprobando como había quedado.

—¿Cómo lograste salir de tu casa si sigues castigada?

—Mi papá está en la subasta —respondió riendo—. Santi también y Sebas es mi héroe, mi hermano favorito —levantó más la voz—, me va a llevar a un club —aplaudió.

—¿Por qué no fuiste a la subasta?

—La odio —dijo fría.

Sacó su teléfono y comenzó a tomarse fotos, dejándome claro que no le interesaba seguir hablando más del tema. No me molesté en preguntar a cuál club íbamos, estaba viendo el camino, pensativa, escuchando de lejos como murmuraban conversando. Sebastián estacionó el auto en un callejón oscuro, miré a mi alrededor asustada para luego darme cuenta que ellos conocían muy bien el sitio, saludaron al chico que parecía cuidar de los autos y hablaron de lo lleno que estaba el lugar.

—Espera ¿estamos en un club gay?

Manu y Sebas comenzaron a reír, mientras Sandy suspiró cruzando los brazos.

—¿Tú crees que me iba a llevar a un club donde pueda conocer a algún chico al que le gusté? mis hermanos son idiotas —susurró acelerando el paso.

—¿En serio por eso estamos aquí?

—Ella dice que solo quiere bailar, aquí puede bailar todo lo que quiera, ningún imbécil caliente se le va a acercar —me respondió Sebastián sonriente.

Miraba todo con atención mientras entrabamos, bajamos unos escalones con luces púrpuras que nos llevaban hasta donde estaba toda la diversión, a mi derecha sobre pequeñas tarimas había bailarines moviéndose al ritmo de la música. Sandra estaba boquiabierta, tuve que tirar de su mano para que siguiera bajando conmigo. Manuel y Sebas saludaban a todo el mundo, parecían clientes recurrentes del lugar.

—Finjamos que somos novias —gritó Sandy acercándose a mí—, para sentirnos en ambiente —agregó riendo.

Tomé su mano para que no perdiéramos de vista a los tortolos que nos habían olvidado. Sebastián movió las manos llamándonos a unos cuantos pasos, nos señaló una mesa en el área vip del lugar, cerca de la barra, con vista a la pista, y sin tanta gente alrededor.

—¡Esto es de locos! —gritó Sandra entusiasmada.

—¿Qué van a tomar? —preguntó Manu mirándonos a las dos.

—Alcohol, lo que sea con alcohol a Valen tráele lo mismo.

Sebastián negó muerto de risa al escuchar a su hermana, acompañó a Manu a la barra mientras yo me quedé escuchando a la escandalosa de Sandy hablando de lo maravillada que se sentía.

—¡Por Santi! —gritaron todos al unísono, era la cuarta ronda de un trago rosa que supuse era vodka.

Aquel brindis que se le ocurrió a Sebas, para celebrar a su hermano, aunque fuese de lejos, me hundió en mi realidad. A mí me encantaba Santiago y aunque no lo admitiera me hubiera gustado pasar su cumpleaños con él.

—Quiero ir al baño. Ven conmigo —pidió Sandy a gritos.

Estaba sobreexcitada, había bailado con Manu, con su hermano, con dos chicos, parecía estar ebria y solo había tomado tres tragos.

—Me haré amiga de Manu, me conviene salir seguido con mi hermano. Sebastián conoce todos los buenos sitios, ni siquiera me pidieron identificación para entrar, y todo gracias a él —decía mientras tiraba de mi mano para apresurarnos—. Además, a ellos les conviene salir conmigo, así nadie le dice a mi papá que lo vieron con otro hombre, ya sabes, les puedo servir de escudo. Creo que voy a escribir una historia de dos chicas, me haría mucho más popular, me siento inspirada de repente ¿Crees que me pueda ir bien? A lo mejor esa sí la puedes publicar. ¡Es genial, no! ¿Estoy hablando mucho?

Negué abrumada señalándole un cubículo que acababa de ser desocupado. Necesitaba dejar de escuchar su voz por largos minutos, esperaba que tardara lo suficiente como para relajarme, me acerqué al lavabo para verme en el espejo, saqué el labial para retocarme un poco y fue ahí donde sentí como mi teléfono vibraba dentro de mi bolso.

Dejé de escuchar la música, el ruido de las mujeres hablando dentro del baño, solo podía ver la pantalla que reflejaba su nombre. Caminé hasta un rincón del baño en donde creí que iba a poder escucharle con más claridad, acepté la llamada sin pensarlo y llevé el teléfono a mi oído.

—¿Fue mi respuesta? ¿Mi respuesta fue el problema? —escuché su voz a lo lejos por el ruido— Dime, Valentina, porque no sé qué pensar y odio esta sensación.

—¿De qué hablas? —pregunté confundida.

—Tú me preguntaste porque quería salir contigo, yo te pregunto si mi respuesta fue la causante que me mandases a la mierda de una forma educada.

—¿Te mande a la mierda?

—Me respondiste feliz cumpleaños, éxito en todo, si eso no es mandar a la mierda, entonces no sé qué sea —el tono arrogante que siempre estaba en su voz, seguía ahí, pero sentí distinta la forma en la que me hablaba, me recargué en la pared sosteniendo el teléfono con una sola mano—. Valentina, nunca te quedes callada.

—Yo te pedí respuestas primero, y no me las diste, te pedí razones para entender todo lo que hiciste.

Escuché como suspiro con pesadez, se quedó callado unos segundos, había ruido de música instrumental en donde él estaba, seguro seguía en la subasta.

—No sé cómo explicarlo.

—Inténtalo, Santiago —pedí exaltada.

—Hiciste fluir mi imaginación, mientras pasaba tiempo contigo mi mente se soltó, quería escribir, quería sacar todo aquello que pasaba por mi cabeza. Necesitaba decírtelo no sé porque, todavía no lo entiendo, mientras leía para ti y me mirabas con los ojos soñolientos, me sentía impulsado a decirte todo lo que me inspirabas, las historias que me creaba con solo verte.

Llevé mi mano al pecho mientras lo escuchaba, miré como Sandy salió del baño y comenzó conversar con otra chica que se maquillaba.

—¿Sigues ahí?

—Continúa —pedí con voz débil.

—Valentina, no pretendía herirte, ni burlarme de tu trabajo, solo me deje llevar por esa sensación adictiva que sentía cada vez que nos sentábamos cerca para leer el bendito libro.

—¿No pensaste que me iba a enterar de todo? ¿En serio me creíste tan ingenua? —pregunté dolida, contuve un sollozo, no entendía porque sentía que iba a llorar, le hice un gesto a Sandy para que me diera un momento, levantó el pulgar antes de volver a conversar con la chica.

—Valentina, no pienso, cuando estoy contigo no pienso —dijo con cierto cansancio—, tampoco creo que seas ingenua o tonta, ya te lo dije me dejé llevar, no pensaba en las consecuencias solo en lo que me gustaba leerte y verte sonrojada o sobresaltada... ¿Valen?

—¿Por qué quieres salir conmigo? Y espero que guardes al arrogante de mierda que vive en ti y no me digas que porque me gustas y lo sabes.

Soltó una risa triste y suspiró una vez más, sentí eternos los segundos mientras esperaba a que se animara a hablar.

—Me gustas, me gusta como soy cuando estoy contigo. Me siento cómodo conmigo mismo por primera vez en toda mi vida—hizo una pausa que me puso nerviosa—. También, me pareces graciosa, aunque tus chistes sean malos. ¡Tienes una sonrisa, demonios, haría cualquier cosa por tu sonrisa! Hasta tu poca habilidad social la encuentro encantadora. Y sí todo esto no es suficiente, necesitas saber que estoy seguro de que eres una las mujeres más listas que probablemente haya conocido, un poco perezosa, pero lista. Además de todo, tienes las agallas que muchos necesitamos. Y, aunque me llames arrogante de mierda, estoy convencido de que te encanto.

—No puedes estar tan seguro de ello —respondí sintiendo mi pulso descontrolado.

—Tienes unos ojos sumamente expresivos, tú dirás que no, pero ellos dicen que sí, son obvios.

—Me hiciste sentir muy mal.

—Lo lamento, juro que lo hago, sé que no quieres saber de esto, pero de verdad tu crítica y tu reseña me dejó impresionado.

—No es fácil para mí, he intentado hacer bien mi trabajo, por primera vez en la vida me estoy tomando en serio y siento que no sirvió de nada, al menos contigo.

—Lo siento, Valen, lo siento. Dime qué hago, dime qué tengo que hacer para que arreglar las cosas.

—¡Valentina! —me llamó Sandra.

—Dame un minuto —grité alejándome el teléfono.

—Lo que me leías, eso lo...

—Lo inspiraste tú, todo, Valentina. Cada una de esas cosas las despertaste tú, si quieres hablar de eso en este momento será un poco incomodo, estoy rodeado de gente y el exhibicionismo no es lo mío —se carcajeó—. Dime qué hago, cómo puedo arreglar esto, porque quiero verte, quiero que...

—Ven y dime todo lo que me acabas de decir viéndome a los ojos —lo interrumpí— porque tú eres muy hablador y escritor, estás cosas te salen con facilidad, quiero que me repitas todo frente a frente.

—¿Dónde estás? —preguntó con un tono de voz más fuerte.

—¿Sigues en la subasta?

—No importa eso, dime dónde estás y estaré ahí en unos minutos.

—Te envío la ubicación —dije antes de colgar.

Respiré profundo para luego cerrar los ojos y sonreír con el corazón latiendo a toda prisa. Me alejé de la pared y vi a Sandra frente al espejo, dándose un beso con la chica con la que hablaba.

—¡Sandra!

Se sobresaltó al escucharme, separó su rostro del de la chica viéndola con asombro, tomé su brazo para sacarla del baño, el papá se iba a morir, Santiago me iba a matar, Sebastián había fracasado con su plan.

—¿Qué fue eso? ¿Qué te pasa? ¿Cómo te besas con alguien que acabas de conocer?

—¡No me grites! —pidió para después ponerse a reír como tonta—, estaba experimentando, ¿nunca lo has hecho? solo tenía curiosidad, pero no me gustó nada, nada —repitió limpiándose los labios.

La llevaba casi a la fuerza para que siguiera caminando, se reía viendo hacia atrás como en busca de la chica con la que se había besado.

—¡No debiste darle alcohol a tu hermana! —reclamé directamente a Sebastián, cuando llegamos a la mesa—. Es menor de edad, no sabe cómo comportarse.

—¿Quién dice que le he dado alcohol?

—La he visto tomando.

Ambos miramos hacia el lado, donde ella bailaba animada con Manu.

—Lo de ella es un trago sin alcohol, Sandra es tan dramática que ha de fingir estar borracha.

Me alejé de él para hablar de nuevo con Sandra, tomé su mano y la llevé conmigo a unos pasos de la mesa, necesitaba decirle que Santiago estaba en camino, no quería más problemas con ella, ni confusiones con nadie más, lo solté de golpe con el poco tacto que tenía en esos casos, dejó salir una carcajada sin poder creer que su hermano mayor iba a entrar a un club gay, cuando se calmó, dijo que no había problema alguno, Santiago no le iba a decir nunca a su papá donde estaban, eso significaría hundirse también.

Se alejó bailando, dejándome sola con una incertidumbre que no sabía a qué obedecía, Santiago estaba en camino no había espacios para las dudas, solo quería verlo a los ojos y que me convenciera de todo lo que dijo al teléfono

.

—¡Me encanta esta canción! ¡Ven, Valentina! Miré la mano de Sandra con dudas, pero luego la tomé para aceptar bailar con ella, me arrastró hasta la pista mostrándose más enardecida, miré a mi alrededor todos bailaban, otros se besaban y Sandra frente a mí saltaba seguro convencida de que estaba ebria.

Le seguí el juego, moviendo las caderas, dejándome llevar por el ritmo, nos reíamos sin dejar de bailar, cuando dos chicas se nos acercaron para bailar sonreímos asintiendo, sin dejar de movernos, después de dos canciones el ritmo cambió, pusieron música suave que frenó la algarabía que había en la pista.

—¿Bailas conmigo? —preguntó la morena bonita.

—Nos reservamos esos bailes para nosotras ¿cierto mi amor? —preguntó Sandy, asentí conteniendo la risa, para luego tomar la mano de Sandra y alejarnos de esa pista—. De casi cuñadas a novias, somos geniales —dijo riendo mientras nos acercábamos a la mesa.

Mi risa se acabó al ver a ese apuesto hombre de traje, con los brazos cruzados observándome. Mordió su labio inferior al verme frente a él, negó con esa sonrisa maliciosa que me ponía las piernas débiles y dio pasos hacia mí. Acortó por completo la distancia, sujetó mi rostro entre sus manos y me observó fijamente antes de aclarar la garganta.

—Me gustas, me gusta como soy cuando estoy contigo. Me siento cómodo conmigo mismo por primera vez en toda mi vida—alzó una ceja sonriendo al ver mi cara de asombro—. También, me pareces graciosa, aunque tus chistes sean malos. ¡Tienes una sonrisa, demonios, haría cualquier cosa por tu sonrisa! Hasta tu poca habilidad social la encuentro encantadora. Y sí todo esto no es suficiente, necesitas saber que estoy seguro de que eres una las mujeres más listas que probablemente haya conocido, un poco perezosa, pero lista. Además de todo, tienes las agallas que muchos necesitamos. Y, aunque me llames arrogante de mierda, estoy convencido de que te encanto.

Me mareé y no supe si fueron los shots de vodka que tomé, o ver eso que noté en sus ojos y me hizo respirar de forma más descontrolada. Me sujeté de las solapas de su elegante traje, mientras él seguía ahí, viéndome impaciente, comiéndome con esos intensos ojos. Se acercó sin darme la oportunidad de hacer algo, abrió su boca sobre la mía devorándome en un beso intenso, no fui consciente de cuanto extrañé estar así, pegada a él, hasta esa noche, todas las dudas y malestares desaparecieron al instante que percibí su lengua rozando mis labios.

—Se me olvido decirte algo —dijo jadeante a unos centímetros de mis labios.

—Dilo —pedí observándole.

—Me encanta besarte y esa sensación de necesitar más que me dejas en todo el cuerpo.

—Solo quieres hacerme sonrojar —dije entre risas, asintió antes de volverme a besar, con la misma intensidad.

—¡Chicos, ya basta! ¡Los estoy viendo! —gritó Sandra. Despegamos nuestros labios y la vimos al mismo tiempo, no hablaba con nosotros, se dirigía a Manuel y Sebastián.

—¿Por qué aquí? —preguntó sin soltarme mientras observaba hacia los lados.

No pude responderle, sentía la lengua adormecida, la piel cosquilleante, tomé su mano para llevarlo a la mesa que estaba a unos pasos de nosotros.

—Me merezco tanto después de que me hicieras venir a este lugar —susurró a mi oído sin dejar de caminar—, me siento como un bicho raro —dijo apuntando su ropa.

Antes de sentarme, lo ayudé a quitarse el saco solo por el simple gusto de tocarlo, lo empujé para que se sentara, él solo me miraba con una sonrisa en los labios, aflojé la corbata y después la saqué con delicadeza, abrí los primeros botones de su camisa, luego doble las mangas de su camisa hasta los codos, y lo despeine un poco, se dejó hacer contento, con un brillo en la mirada indecente.

—Como que te gusta esto de desvestirme —susurró viéndome la boca.

—Cállate, que nos está escuchando tu hermanita.

—No nos escucha —respondió sujetando mi cintura, me obligó a sentarme en sus piernas, mientras seguía riendo.

—Si los estoy escuchando y para que sepas me están traumando... Valentina, bájate de mi hermano —sujetó mi brazo haciendo que me pusiera de pie.

Santiago se puso de pie para acercarse a su hermana, por las expresiones de su rostro deduje que estaba reclamándole algo. Sandra reía a carcajadas provocando que Santiago frunciera más el ceño, me acerqué para intentar mediar, pasaba las manos por los brazos de Santiago esperando que se calmara.

—No es alcohol de verdad —susurré a su oído—, Sebastián me aseguró que no lo era.

—¡Déjame en paz! —gritó Sandy alejándose de nosotros.

Sebastián sorprendido de verlo, llegó a nosotros rápido, comenzaron a hablar a gritos por el volumen de la música, Santi en ningún momento soltó mi mano, mientras discutía hasta con Manu.

—Me van a volver loco todos —dijo girando hacia mi—. Tú, sobre todo.

Había demasiadas cosas que quería decirle, pero no era el sitio, tampoco el momento, estaba demasiado emocionada con el simple hecho de haberlo hecho llegar a buscarme, su orgullo le había dicho al mío que quería verlo, y se sentía tan bien, que no podía dejar de sonreír.

—¿Yo?

—Tú y esa manera que tienes de mirarme, eres tan obvia Valentina.

—Yo no fui la que corrió después de una llamada y se metió a un bar gay, sin importarle ser el centro de todas las miradas, mira cómo te ven ese par. Si aquí hay un obvio, eres tú.

Su risa fuerte me hizo reír también, sus manos apoyadas en mi espalda baja me atrajeron contra su cuerpo, mi corazón latía con demasiada celeridad, mi lado intuitivo estaba dormido, mientras mis sentidos estaban alerta a todo él.

—Bésame para que sepan que estoy contigo.

—No, es divertido que te vean con ganas de querer comerte.

Hice el intento de alejarme, pero sus fuertes brazos me atrajeron a su pecho, reía debilitada por su cercanía, aprovechándose de la situación comenzó a besar mi cuello de forma constante, para luego subir hasta mis labios.

No me molesté en analizar un poco lo que estaba sucediendo, me dejé llevar por sus jueguitos, por sus labios acariciando los míos, por sus manos bajando con cuidado hasta quedarse estáticas sobre mi trasero. Entrelacé los dedos en su cuello, aferrándome a todo eso que me hacía sentir. Corté el beso al sentir la palma de sus manos dentro del escote trasero de mi vestido, sonrió al verme antes de guiñarme el ojo, alcé una ceja y su sonrisa se amplió.

—Necesitamos convencerlos del todo que estoy contigo.

—¿Manoseándome?

—¿Acaso hay otra forma? —subió sus manos de nuevo hasta la mitad de mi espalda poniendo cara de fastidio— ¿en serio no me dejas tocarte?

Negué fingiendo seriedad, dejando que de nuevo me acercara a su cuerpo, Sandy llego hacia nosotros con Sebastián pisando sus talones, tomó la mano de Santi para llamar su atención y le mostró algo en su teléfono. Sebastián se unió a ellos que intercambiaban palabras con rostros serios.

—¿Santi, que pasa? —pregunté al verlo tenso.

—Tenemos que llevarla a casa —dijo Sebas, antes que él me respondiera.

—¿A quién?

—¡A mí! —respondió Sandy para luego colgarse del cuello de Santi—, por favor por favor, no me eches de cabeza.

—¡Sandra, todos estamos en problemas! —dijo él, alterado.

Santiago me explicó que teníamos que irnos, tomó mi mano y la de su hermana para guiarnos hacia la salida, Manuel y Sebastián caminaban delante de nosotros, intentando abrirnos camino.

—¿Qué pasó? —cuestioné cuando llegamos al estacionamiento.

—Mi papá llegó a casa antes de tiempo, se dio cuenta que Sandra no estaba, nos ha llamado a mí y a Sebastián, ninguno ha atendido, está furioso.

—No me quiero ir, es temprano —gritó Sandra.

—Princesa, no podemos quedarnos.

—Te prometo que el otro fin de semana saldremos de nuevo —decía Manu abrazando a Sandra.

—Dejen de consentirla tanto, por eso nos va a como nos va.

—¡Tú cállate, Santiago! Nunca me quieres dejar hacer nada, no puedo divertirme, no puedo salir con el único tipo que me ha gustado en la vida.

Las personas que caminaban cerca de nosotros, observaban la rabieta de Sandra.

—Diviértete estudiando y lo del chico ese, olvídalo, es mayor que tú y solo te mete em problemas.

—¿Y qué con sea mayor que yo? Tú eres mayor que Valentina y te acuestas con ella.

—No nos acostamos —intervine fastidiada

—Todavía —dijo Santi en voz baja, golpeé su hombro para que cerrara la boca.

—Valentina, es una adulta.

—En unos meses yo seré una y ninguno de ustedes dos podrá decirme algo —señaló a sus hermanos.

El camino a mi departamento se sintió eterno, la discusión con Sandy había dejado callado a Santiago, no dijo una sola palabra en todo el camino, llegamos al mismo tiempo que Sebastián que no tardó mucho en despedirse de Manu.

Observé como mi amigo entraba al edificio mientras yo continuaba dentro del auto, Santiago espero que la camioneta de su hermano se alejara para quitarse el cinturón y salir al fin, respiraba profundo mientras esperaba, sosteniendo la puerta para que yo bajara.

—Tranquilo —presioné uno de sus hombros intentando relajarlo.

Asintió cercando mi cintura con sus brazos, con sutileza me empujó hasta que me recargue sobre el auto, atrapada por su cuerpo dejé que me besara de esa forma intensa y necesitada.

—Quiero subir contigo —dijo entre besos con la voz agitada.

—¿Así nada más?

—Ya no necesitamos de excusas —respondió en susurros.

Sujeté su cuello para besarlo de nuevo, mordí sus labios cuando empujó sus caderas hacia mí, el ruido de un auto hizo que nos separáramos de manera abrupta, tiró de mi mano para animarme a caminar, me opuse solo para llevarle la contraria, se notaba ansioso, descontrolado, lo tenía, así como quería, perdiendo nuestro juego, sin saberlo.

Lo intentó de nuevo, jalaba mi mano para hacerme caminar, sin darse por vencido, aunque yo no me moviera. Me reía al ver su cara de frustración, esa que ni siquiera se molestaba en disimular.

—Valentina, te voy a cargar.

—No sería capaz.

Ignorando mi protesta sujetó mis piernas y me levantó del piso, quería dejar de reír, sin embargo, las carcajadas no cesaban, golpeaba su espalda para que me bajase de una vez, el sitio estaba vacío, pero temía que nos topáramos con uno de mis vecinos. Me puso sobre el piso hasta que estuvimos frente a la puerta de mi departamento, me sostuve de sus brazos mareada, el estar de cabeza me había afectado.

—Tienes que soltarme para que pueda abrir la puerta.

Le di mi bolso para que buscara las llaves y me recosté sobre la pared, esperando que el malestar pasara. Tenía los ojos cerrados cuando lo escuché reír a carcajadas. Había sacado mi sostén y colgado en su hombro mientras abría aun riendo.

—Yo quería quitarte la ropa, no era necesario facilitarme el trabajo —dijo con ese tono arrogante, que en ese momento me hizo reír demasiado.

El sonido de la puerta cerrándose provocó una sensación extraña en mi cuerpo, ni siquiera pude asimilar lo que estaba pasando. Santi me aprisionó en la pared con su cuerpo para devorarme a besos, guiada por mis instintos llevé las manos a su pecho. Abrí con impaciencia cada botón de su camisa, la sensación de tocarlo al fin, hacía que la temperatura de mi cuerpo se elevara de golpe.

Pasé la palma de las manos por sus hombros sacando la camisa de su cuerpo, me atrajo frenético cuando comencé a acariciar su espalda. Mi respiración se hacía más forzada cada vez que apoyaba su peso sobre el mío, dejándome pegada a esa pared.

Sentí los pies en el aire cuando me sujetó con más refuerza, sus brazos rodeaban mi cintura mientras caminaba conmigo encima, hacia mi cama. Tropezó con mis zapatos, una mesa y algo que hizo ruido al quebrarse. Lo empujé de los hombros para poder respirar, sus besos me asfixiaban, aunque me resultasen adictivos. Llevé las manos hasta su cinturón que abrí con facilidad, intenté desabotonar su pantalón, pero me giró de repente evitando que lo hiciera.

—No estamos en igualdad de condiciones.

Cerré los ojos al sentir su aliento en la parte trasera de mi oreja, ese tono íntimo similar al que usaba cuando leía, me hizo gemir con timidez. Mi estómago se contrajo cuando besó mi cuello y deslizó los tirantes del vestido por mis brazos, con una lentitud desesperante empujó el vestido hacia abajo, dejándolo enrollado en mi cintura.

Sentía que el corazón se me iba a salir del pecho, pasaba las manos por mi cintura deteniéndose justo bajo mis senos, su respiración inconstante chocaba contra mi cuello, mi piel entera estaba estremecida. De alguna forma su tacto tan íntimo se sentía familiar, lo había imaginado tanto mientras leíamos, fantaseado tanto cuando nos besábamos que era como si ya me hubiese tocado.

Gimió en mi oído cuando sus manos llegaron hasta mis pechos, masajeó ambos, mordiendo levemente mi hombro aumentando todas las sensaciones placenteras que recorrían mi cuerpo entero.

No fui consciente de como sacó el vestido por completo de mi cuerpo, me di cuenta que estaba desnuda, hasta que percibí el calor de sus manos en mi vientre bajo. Aquello no era igualdad de condiciones, pero no pude reclamar nada, me giró manejándome con facilidad, para verme de frente.

Me ofrecí para él al recostarme sobre la cama, sonriéndole al verlo así, agitado, con la mirada oscurecida y despeinado. Su pecho era tal y como lo imaginé solo que más pálido, noté el esfuerzo que hacía para respirar cuando se acercó lentamente hasta estar sobre mí. Se acomodó entre mis piernas gimiendo entre besos, pasé las manos por su espalda hasta lograr meterlas dentro de su pantalón y apretar su trasero. Sentía que ganaba al percibir como su piel estaba erizada, como su corazón latía con fuerza.

Arqueé la espalda cuando sus labios llegaron hasta mis senos, los pequeños mordiscos me hicieron recordar, un fragmento del supuesto libro, lo estaba haciendo de la misma forma en la que lo había descrito en aquella lectura. Apreté sus hombros sin dejar de retorcerme bajo su cuerpo, sentí su lengua rozándome el abdomen, mientras me sumergía en esa neblina lujuriosa dónde pensar con claridad simplemente era imposible.

—Valentina —abrí los ojos al escuchar su voz ronca.

Lo miré a los ojos deslumbrándome por la forma en la que me sonreía, era una mezcla de arrogancia y sensualidad que me dejaba muda.

—¿Sí? —mi voz salió débil.

—¿No quieres pedirme algo?

Si risita diabólica, su ceja alzada y esa forma en la que me miraba, provocaban que la humedad entre mis piernas aumentara. Reí negando, sintiendo como latía mi cuerpo entero, no podía ser tan débil, no quería serlo, pero mi boca no podía callarse cuando con la punta de la nariz rozó mi vientre.

—Cobra tu premio —me rendí al fin, sintiendo que caía al vacío, cuando acomodó su rostro entre mis piernas.

***

Que feliz cumpleaños el de Santi. 

¿Cuando quieren que nos leamos de nuevo?

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