Un desastre llamado Valentina...

By GraceVdy

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Un escritor difícil y una editora novata, unidos por un libro que esconde un secreto, protagonizarán un inesp... More

Anuncio importante
Prólogo
Antes de leer
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce 🔞
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince 🔞
Capítulos Dieciséis
Capítulo Diecisiete
Capítulo Dieciocho
Capítulo Diecinueve 🔞
Capítulo Veinte
Capítulo Veintiuno
Capítulo Veintidós
Capítulo Veintitrés
Capítulo Veinticuatro
Capítulo Veinticinco
Capítulo Veintiséis
Capítulo Veintisiete
Capítulo Veintiocho
Capítulo Veintinueve
Capítulo Treinta
Capítulo Treinta y uno
Capítulo Treinta y dos
Capítulo Treinta y tres
Capítulo Treinta y cuarto (Parte I)
Capítulo Treinta y cuatro (Parte II)
Capítulo Treinta y Cinco
Capítulo Treinta y Seis
Capítulo Treinta y Siete
Capítulo Treinta y ocho
Capítulo Treinta y Nueve
Capítulo Cuarenta
Capítulo Extra

Capítulo Siete

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By GraceVdy


Nunca había sentido los días pasar tan rápido, mis ansias porque llegara ese miércoles se convirtieron en nervios. En unos que no me dejaban ni un momento en paz. A pesar de la carga de trabajo que tenía y el estrés por mis materias a punto de reprobar, mi mente se obstinaba por recordarme mi próximo encuentro con Santiago.

Me citó en la misma cafetería de la última vez, solo que escogió una hora más razonable. Llegué diez minutos antes de la hora acordada. Él ya estaba ahí, el maldito nunca me iba a dejar ganarle. Se había tomado treinta minutos de su ocupada tarde para leer conmigo, cosa que agradecí con mi mejor sonrisa que él evadió con sutileza, había pedido un capuchino para mí y me pareció estupendo, el café me daba la justa excusa para no hablar.

Los nervios me habían enmudecido, no saber cómo se iba a desarrollar ese encuentro me dejaba sin saber que decir. Me limité a observarlo con disimulo, alternando la vista entre el café y él. Estaba vestido con uno de sus trajes costosos, serio, con el ceño levemente fruncido mientras escribía algo en su agenda, supuse que solo estaba esperando que terminara para comenzar a leer.

Fue una lectura rápida, sin esas pausas misteriosas que hizo aquel día en mi departamento, ni ese toque sensual en su voz. Lo noté estresado, viendo el reloj de forma más seguida y lleno de una inquietud que lo llevaba a moverse sobre la silla. No hubo contacto visual, menos algo de cercanía en ese encuentro. Mis nervios se evaporaron al darme cuenta que aquello solo era una reunión formal para él, yo debía tomarla de la misma forma y no como colegiala entusiasmada contando los minutos para la próxima lectura.

Al terminar el capítulo dio por acabada nuestra cita. Pidió la cuenta para luego invitarme a salir de la cafetería de forma apresurada. El centro comercial estaba cerca, la editorial a una distancia considerable, le pidió a su chofer que me llevara sin darme oportunidad de negarme. Dentro del auto me explicó que en esa época del año el trabajo administrativo se incrementaba de manera exagerada, además, que tenía tratos que cerrar, tiendas que inaugurar y un sinnúmero de cosas que lo tenían así... Tenso. Nos despedimos con un suave apretón de mano que quiso extenderse, pero él no permitió, me regaló una sonrisa antes de bajar del auto apresurado, como de costumbre.

Nuestro próximo encuentro fue el viernes. Programó la cita a la hora en la que se tomaba para almorzar, por lo tanto, me pidió ser puntual. Me recibió en su oficina con una comida improvisada para ambos. A pesar de que aquello era un tanto más personal no dejó de parecerme una aburrida cita de trabajo.

Entre mis clases y la editorial acomodaba mis tiempos para poder asistir a cada cita. Me estaba sumergiendo en la historia de la que él renegaba tanto. Me cuestionaba si aquel enamoramiento no correspondido que relataba, era algo que él había vivido. Pese a que mi curiosidad solo crecía, no me atrevía a preguntarle, con él, parecía que había una especie de muro rodeándolo, no encontraba la manera de acercarme algo más, de que aquello no se sintiera tan robotizado.

—¡Valentina! ¡Valen!

—Aquí estoy. —grité saliendo del baño, Manu volteó al verme. —Te juro que no me tardo, me visto super rápido, te lo prometo. —aseguré mientras buscaba algo de ropa en mi armario.

—Llegarás tarde, Valen ¿No escuchaste la alarma?

—Sí, pero la apague. Ya sé no me lo digas, soy una idiota. —La toalla se me deslizó de las manos pero no me molesté con cubrirme, Manu no me miraba.

Tenía que presentarme a la universidad a las ocho en punto. El reloj estaba en mi contra, solo tenía diez minutos para prepararme y estaba decidida a aprovechar cada uno de ellos.

—Así estas bien, date prisa.

—¿Por qué te volteaste? —Reclamé sin dejar de peinar el desastre en mi cabeza, no me había dado tiempo de lavarme el pelo, atarlo era mi única opción.

—No puedo llegar tarde yo tampoco, Valen, hoy tengo una junta de la que dependo, pueden contratarme. —Me explicó, busqué una chaqueta, até mis convers y tomé la mochila. —¡Corramos! —Tomé la mano de Manu y juntos salimos de mi departamento a toda prisa.

La noche anterior mientras cenábamos juntos se había ofrecido a llevarme, pese a mi temor por las motocicletas acepté sin pensarlo. Me conocía lo suficiente como para asegurar que no saldría a tiempo de casa sin la presión de alguien esperándome. Tomada de su mano bajé hasta el estacionamiento, mi respiración entre cortada evidenció mi pésima resistencia física. La agitación que sufría bloqueó el nerviosismo que me provocaba subir a la motocicleta, me puse el casco con las manos heladas y me aferré a la camisa de mi amigo.

—Dijiste que tenías que presentar un plan de edición en la editorial, ¿Cómo resolviste ese asunto?

—Le pedí a Laura que se hiciera cargo de el. Le envié lo que ya tenía hecho para que lo terminara, espero todo le salga bien.

Ambos gritábamos por el ruido que hacía el viento, Manu negó y cuando estábamos esperando que el semáforo cambiara volteó el rostro.

—¿No te encargas de eso tú personalmente?

—Juro que no tengo tiempo. No sabes todo lo que tengo que hacer, las clases, el trabajo, Santiago. — dije en voz más baja.

—No sabes administrar tu tiempo, cuando aprendas te juro que harás todo.

—¡No sermones! —Pedí en un tono más alto.

El resto del camino no dijo una sola palabra más, me dejó en el campus lo más cerca que pudo del edificio donde debía estar. Al bajar de la moto me acerqué para besar su mejilla y entregarle el casco, lo vi irse y corrí hacía los pasillos en busca del salón.

Encontré al profesor impartiendo la clase, entré con sigilo, caminando despacio hacia los últimos asientos. La mayor parte del tiempo lograba pasar desapercibida, solo asistía por un par de materias, por ello no formé ningún vínculo con mis compañeros, a los que veía solo por media hora algunos días a la semana. Respiré con alivio cuando logré acomodarme en el último asiento, lugar en el que permanecí quieta gran parte de las dos horas que duró aquel suplicio que algunos llamaban clase.

Estaba convencida de que el tiempo pasaba más lento dentro de ese lugar. Mi cuerpo estaba predispuesto a sentirse aletargado cada vez que me hallaba sentada en mi asiento con la vista fija en la pizarra. Luché contra mis reflejos para no bostezar con constancia, y con mis párpados para que no se cerraran. Pensé que estaba punto de perder la batalla, pero entonces el profesor fue interrumpido por un colega.

Los murmullos de mis compañeros terminaron de despejarme. Me quedé atenta a lo que sucedía en la puerta, en donde ambos hombres conversaban. Solo unos minutos después, el profesor dio por terminada la clase, evidentemente, más interesado en la conversación con el otro sujeto. No me molesté en ocultar mi emoción por librarme antes de tiempo de aquel castigo. Recogí mis cosas tarareando una canción, mientras contemplaba mis opciones para el resto de la mañana. Podía dormir por un par de horas, antes de asistir a la editorial, o marcharme de una vez a mi oficina para hacerme cargo del plan de edición.

Al abandonar el salón, me debatía entre ambas posibilidades. Había dormido poco, la noche anterior me quedé hasta tarde hablando un poco de libros con Manu, si, no es que el bichito de la lectura me hubiera picado aún; el tipo de cosas que escribía Santiago despertó mi interés acerca el tema. El género erótico estaba lejos de ser el favorito de Manu, que optaba más por la fantasía; por ello, no pude indagar tanto como quería.

Sin terminar de tomar una decisión, caminé despacio por los pasillos del recinto. Moría de sueño, la opción de descansar estaba siendo la que llevaba la delantera en la batalla mental que libraba. Bajé los tres escalones que me llevaban hasta el camino hacia el estacionamiento, sin imaginar que a solo pasos me iba a topar con quién menos imaginé.

Aunque se encontraba de espaldas, pude reconocerlo con muchísima facilidad. Mi cuerpo se quedó rígido por la sorpresa que me causó observarlo. Estaba hablando por teléfono, alternando su atención en la conversación telefónica y su reloj, al que parecía no podía dejar de ver. Con todo y mi nerviosismo fui capaz de pensar con claridad para salir bien librada de aquel momento. Busqué un camino alterno para salir sin que se percatara de mi presencia.

No es que no quisiera ver a Santiago, de hecho, tenía dos días esperando su llamada para concretar nuestra nueva cita de lectura. El único motivo por el cual quería huir, era por aquel pequeño detalle que él no conocía y que podía cambiar la imagen que tuviera de mí como profesional.

Sin tener más opción giré sobre mis pies para regresar al edificio. Intenté no hacer ni el más mínimo ruido, subía de nuevo los escalones cuando mi mala suerte se manifestó.

—Valentina. —dijo mi nombre en voz alta, como una afirmación, como si no tuviera duda que la chica que le daba la espalda era yo.

Jamás me vio vestida de la forma en la que lo estaba aquella mañana. Todas las veces en las cuales nos reunimos estaba sobre tacones, con mis atuendos formales, intentando parecer la editora profesional que decía ser. Volteé despacio sintiendo esa estúpida debilidad en las rodillas. Le sonreí como si no pasara nada, como si no estuviera ridículamente avergonzada por lo que estaba a punto de descubrir.

—¿Qué haces aquí? —preguntó en un tono relajado que no escondió su curiosidad. Me acerqué a él con la misma actitud aparentemente tranquila que demostraba, extendió su mano cuando estuvimos de frente que acepté con cordialidad.

Me observó de pies a cabeza, con una sonrisa en los labios que no se molestaba en ocultar, miró la mochila que colgaba de mi hombro y enarcó una ceja.

—¿Qué haces tú aquí? —Rehuí de su pregunta, negó antes de quitarse los lentes y fijar sus ojos en los míos.

—Tuve una pequeña conferencia con alumnos de economía. El profesor es amigo de una amiga y no pude negarme a la petición —respondió sin romper el contacto visual. —¿Y tú?

—¿Con todo y tu agenda ocupada te diste tiempo de venir?

—Deja de intentar ganar tiempo y dime ¿Qué haces aquí?

—Lo mismo que tú. —respondí rápido. Como cada vez que estaba nerviosa no pude permanecer quieta, mecí mi cuerpo de un lado a otro, evidenciando la inquietud que me dominaba, cuando creía que las cosas no podían joderse más una voz ronca gritó mi nombre.

—Señorita Rincón. —Cerré los ojos al escuchar la voz de mi profesor, sin terminar de procesar lo que estaba sucediendo, de manera inconsciente bajé la mirada en respuesta a sus pasos que sonaban más cerca. —Salió del salón sin anotarse en la lista, y sin anotarse queda como ausente y lo sabe. —dijo cuando llego a mi lado.

No fui capaz de ver a Santiago, le sonreí al profesor que extendía la lista para mí y la tomé huyendo de la sensación de sus ojos estudiándome. Tras sacar un lapicero de la mochila escribí mi nombre a una velocidad en la que no lo había hecho nunca.

—Ahora sí está todo bien, recuerde no perder una sola clase más. —Me advirtió guardando la lista en su viejo maletín, le sonrió a Santiago antes de alejarse caminando a paso rápido.

Cuando levanté el rostro para ver a Santiago me encontré con la expresión de sorpresa que imaginé, bajé la vista de inmediato, pero él sujetó mi barbilla con cuidado, obligándome a verlo.

—Yo no vine aquí a estudiar. —aseguró, con un tonito estúpido de burla que me sentó terrible. Aparté su mano, acomodé la mochila sobre mi hombro y me adelanté unos cuantos pasos. —¿Por qué te vas? —preguntó caminando tras de mí. —Valentina, espera... Tú mientes y te enojas. ¡Grandioso! ¡Valentina!

El tono que usó hizo que me detuviera, se puso frente a mí, intimidándome con su mirada.

—No quiero ser grosera, pero no tengo tiempo.

—Estas usando mis palabras. —Sonrió.

—Tengo que llegar a una junta en la editorial.

—Así que estudias de mañana, trabajas de tarde.

—¿Tienes algún problema con eso? —lo confronté desafiante, me sentía irritada porque estaba casi convencida que todo se iba a dañar por ese pésimo encuentro.

—El primer punto de nuestro trato, el tono con el que hablas. —Me recordó. —No tengo ningún problema, solo me sorprende, mucho en realidad.

—Estoy terminando el último semestre de mi carrera. —Lo interrumpí. —Sí, aún no me he graduado y

—Eres una de las editoras principales del grupo editorial Águila. Una que nunca ha leído un libro completo, y que escoge las obras a publicarse basándose en reseñas, por cierto, mal hechas y elaboradas por adolescentes que se creen eruditos literarios.

El tono sarcástico que estaba usando acababa con mi paciencia, y mis ganas de comportarme con educación.

—Si, soy todo eso que tú dices.

—No tienes idea de lo que estás haciendo.

—Sí ¿Y? —dije más confrontativa.

—Nada. —Se encogió de hombros para tomar una postura más relajada, suspiró sonriendo volviendo su vista a mis ojos. —Me parece increíblemente valiente, pero irresponsable que estés haciendo algo para lo que no estas preparada.

—Si ya no quieres ni siquiera contemplar la posibilidad de pensar lo de la propuesta de publicación lo entiendo, pero no me sermonees. —Avancé esquivando su cuerpo frente al mío.

Ese jueguito mental con él me cansaba, nunca sabía que decir, sentía que todo lo que salía de su boca tenía el propósito de ponerme a prueba. Miré a los lados esperando que un taxi se acercara, deseando que alguien me sacara de ese lugar, no obstante, mi mala suerte se manifestó de nuevo, lo único que llegó fue el adictivo aroma de su perfume a mi nariz, una clara señal de que lo tenía cerca.

—Tienes muy poca habilidad social, no controlas la manera en la que les hablas a las personas. No tienes tacto para decir las cosas, eres

—Si lo sé.

—¿Por qué tan molesta, señorita Rincón? Solo le dije la verdad. No mencioné nada acerca de la propuesta, ni siquiera me importa que no te hayas graduado, solamente siento que ahora entiendo mejor muchas cosas.

—Señor Sada, no quiero ser grosera, pero de verdad no tengo humor para buscarle una respuesta inteligente a todo lo que dice, debo irme.

—Siento más empatía por ti, me parece muy valiente lo que haces. Yo jamás me atrevería a tomar un puesto así, sin preparación.

—Necesitaba el trabajo —respondí cruzando los brazos.

—¿De verdad no tiene idea de lo que haces? —cuestionó con una sonrisa en los labios.

—Leí algo en Google el día de la entrevista, y- tengo un equipo que me guía. —agregué pensando en Laura, volteé el rostro para verlo al escuchar su risa, miraba hacia el piso intentando ocultar su sonrisa.

—Perdón. —Se disculpó al notar como le disparaba con los ojos. —Es que —otra risa de nuevo—, eres tan tú, no sé con qué otra palabra describirte. Tengo tiempo ahora mismo, vamos a leer otro capítulo. —Propuso sin contener el tonito chistoso en su voz.

—¿Tú teniendo tiempo?

—Me haré el tiempo en realidad, pero no preguntes más, y vamos. —Me señaló su auto, que estaba estacionado a metros de nosotros—. ¿De verdad estás cursando el último semestre? —preguntó cuando avanzamos.

—Solo estoy aquí por tres materias, luego de esto podré preparar mi tesis y graduarme.

Asintió con la vista fija en el piso mientras caminaba a mi lado. Mi cerebro adormilado no asimilaba que lo tenía así de cerca, que hablamos en un tono más personal. La situación me hizo sentir increíblemente intimidada, no solo era su inteligencia y perspicacia. Físicamente me sentí cohibida por su aspecto. Santiago vestía un traje oscuro y sin corbata, lucía demasiado pulcro y elegante. El contraste entre los dos captaba la atención de las personas con las que nos topamos. Los jeans desgastados y mis convers no combinaban con sus zapatos italianos.

Nuestra caminata terminó al llegar hasta su coche, Santi se detuvo para abrirme la puerta y no se movió hasta asegurarse que me hubiera acomodado sobre el asiento. Esperé nerviosa que tomara su puesto, mientras me preguntaba cual era la razón de las cosquillas en mi estómago. El sonido del portazo me llevó a removerme. Santiago se sentó a mi lado, sus brazos largos y fuertes se extendieron para sujetar el timón, el que maniobró con una sola mano, gracias a su teléfono que sonó un par de veces.

—Esta mañana terminó siendo interesante —comentó, mientras leía algo en su teléfono—. Jamás esperé encontrarte aquí.

—Nunca viste mi cara. ¿Cómo supiste qué era yo? —Aquella pregunta llegó después de una breve reflexión, era imposible que él me hubiese visto de frente—. Santiago —insistía ante su silencio.

—Dame un momento —pidió, concentrado aún en su teléfono.

—Estabas de espaldas, volteé antes de que pudieras verme la cara. ¿En qué momento me reconociste?

—Cuando vi tu trasero. —Se quedó callado repentinamente, mostrándose ligeramente sorprendido por sus propias palabras—. Quiero decir, volteaste y te vi de espalda, supuse que eras tú.

—Entiendo.

Ambos nos quedamos callados huyendo de nuestras miradas. Apreté los labios para no reír por lo graciosa que me pareció la situación, bastó con que ambos volteáramos y nos viéramos a los ojos para dejar salir una pequeña carcajada que a él también lo divirtió.

—Estás muy guapa esta mañana.

Reponerme de aquel cometario que salió en un tono despreocupado y un tanto coqueto iba a ser imposible, al menos mientras permaneciera dentro del auto, con él a mi lado.

—¿Si? Estoy hecha un desastre. —Mi respuesta fue honesta, mi reflejo en el espejo retrovisor me daba la razón.

—Lo sé, por eso mismo.

No intenté averiguar el trasfondo de aquella respuesta, me limité a quedarme en silencio, dejándolo ganar aquel juego mental que se le daba tan bien. Santiago encendió el auto y se puso en marcha, ajeno a todo lo que me hizo sentir un breve intercambio de palabras.

Condujo hasta el centro comercial en medio de un tráfico tranquilo que nos permitió conversar un poco. Me informó que debía firmar unos documentos pendientes y luego podía tomarse una hora para que avanzáramos en la lectura. A medida que nos acercábamos noté como poco a poco se ponía tenso. Aquello no fue una simple impresión mía, su rostro adquirió una expresión de seriedad apenas pusimos un pie en el lugar en el que trabajaba.

El calor de la palma de su mano en mi espalda me tomó por sorpresa. Caminé unos cuantos pasos con él a mi lado, guiándome hacia el elevador que se encontraba casi oculto.

—Debe ser simpático trabajar en un sitio así ¿No? —comenté al llegar al último piso.

—No tanto como te imaginas —respondió a la vez que me cedía el paso, para que fuese la primera en salir—. Este lugar solo me estresa.

El ambiente navideño y divertido que se respiraba abajo no tenía nada que ver con ese piso lleno de oficinas. Todos se movían de un lado a otro apresurados, o hablaban por teléfono, otros en sus computadoras, cada quién concentrado en su asunto.

—Eres el dueño de esto que te estresa, déjalo y dedícate a otra cosa. —Sugerí.

—Ojalá fuera el dueño para venderlo de una vez, solo soy un empleado

—Licenciado Sada, su apellido está en la sociedad dueña de este y otros

—Que es el mismo de mi papá. —Me interrumpió. —Solo trabajo para él, teniendo más responsabilidades que todos porque no sabes las expectativas que tiene sobre mí.

Supuse que la carga sobre sus hombros debía ser muy grande, solo había visto a su papá una vez y con eso me bastó para darme cuenta que la relación que mantenían era extraña. A medida que avanzábamos por el pasillo me di cuenta como las secretarias evitaban verlo, parecían tenerle miedo. Gloría salió a su encuentro con una carpeta en las manos, decidí darles un espacio, pero Santi me hizo un gesto con la mano para que le siguiera, abrió las puertas de la oficina dejándome pasar a mi primero, luego a ella para él hacerlo después.

—Será rápido. —Me informó antes de sentarse tras su escritorio, Gloria a su lado le mostraba algo y él solo asentía de manera automática.

Aprovechando su distracción le eché un vistazo a su oficina. En un librero a su espalda había una foto de Sandy sonriente, al lado un portarretrato más grande con su hermana de nuevo y una señora elegante que supuse era su mamá. Me atrapó viendo a esa dirección a pesar de estar escuchando a Gloria.

Aunque la curiosidad me mataba, me negué a preguntarle si la mujer de la foto era su madre, no me atreví a ser imprudente. Entendía que tenía poco tiempo de fallecida y pensé que seguramente era algo doloroso para él.

En cuanto nos quedamos a solas lo puse al tanto de mis obligaciones, aunque por nada del mundo quería perder la oportunidad de avanzar con la lectura, debía volver a mi departamento para cambiarme antes de ir a la editorial, por ello le propuse leer en mi espacio, cuestión que para mi sorpresa aceptó de inmediato. Santiago parecía desesperado por salir de su propia oficina.

No fue necesario darle mi dirección, recordó el camino, el edificio y hasta el número de mi departamento. Abrí rápido evitando pensar en el desorden que encontraríamos, en ese momento vino a mi mente, mi mamá y su típico: ¿No te da vergüenza ser así? que usaba cada vez que entraba a mi habitación.

Me quité la chaqueta antes de recoger las tazas vacías que yacían sobre la mesa frente al sillón, estaba tan apresurada por ordenar un poco que no me di cuenta cuando Santiago se puso cómodo. Ocupaba el sillón más grande, dominando el pequeño espacio con su presencia. Su mirada directa no me estaba incomodando, en cambio, me llenaba de curiosidad. Palmeó el sillón al darse cuenta que dudaba en sentarme a su lado, me acerqué y tomé asiento intentando mantener cierta distancia.

—Te gustan muchos los cactus —comentó con la vista fija en mi ventana, asentí para luego quitarle el manuscrito de las manos, busqué el capítulo seis y le entregué el libro—. Y no te gusta mucho hablar de ti-

—Te equivocas, no tengo ningún problema con ello, solo que entiendo que tu tiempo es limitado y de verdad quiero que avancemos en la lectura.

Mientras hablé mantuvo la mirada fija en cada uno de mis movimientos. Siempre me sentí analizada, aunque intentaba restarle importancia al hecho. Soltó un suspiro largo y se acomodó mejor sobre el sillón antes de comenzar a leer.

Su cercanía me resulta inquietante, me agita como marea alta, dispara tantas sensaciones que identificarlas me resulta jodidamente complicado. Una voz en mi mente susurra mantén la prudencia, mi conciencia se impone ante el descontrol, esa falta de dominio que me hace acariciarla con la mirada.

Ella resulta ser demasiado desequilibrante para mí, es absurda esta atracción irracional, comprendí que esto va más allá de la belleza singular que hay en cada detalle de su rostro, del brillo poco común en sus ojos verdes, o el resplandor de su sonrisa. Me gusta oírla hablar, su incapacidad para esconder emociones, me gusta esa aura revoltosa que la rodea.

Intento no clavar en mis ojos en ella, aunque encuentre atractivo el rubor en sus mejillas al saberse observada, pero no lo logro. Sus labios rosas son lo primero que observo sin discreción, los humedece cuando está concentrada, pero creo que ella no se da cuenta, imito su gesto al deslizar la mirada y encontrarme con su cuello descubierto.

Su tono de voz cambió de gradualmente a medida que leía, las pausas largas y misteriosas se hicieron presentes de nuevo.

Quiero dejar de fantasear con mi boca seduciendo su cuello, con mi lengua recorriendo su piel, no puedo frenar a mi mente, casi la puedo escuchar gemir. Cierro los ojos y por un momento puedo percibir su piel erizada...

Me removí incómoda sobre el sillón hasta despegar la espalda del respaldo. Nerviosa arreglé el moño que me había hecho en la cabeza, seguía escuchando su voz, pero su respiración me parecía tenerla más cerca. Me llené de escalofríos en la parte trasera del cuello al escuchar cómo las palabras salían como murmullos de sus labios.

Trato y trato, pero no consigo frenar mi imaginación. Pienso en mis manos deslizándose por su cintura, mientras le susurro al oído que me encanta verla sonrojada. Quisiera que reaccionara a mi voz, que me dejara besar sus hombros y atreverme a subir mis manos hasta sus pechos, barrer con la yema de los dedos sus pezones erguidos por el calor de mis manos. Quisiera que girara solo un poco el rostro para verla a los ojos, para perderme en ese desorden que desprende su mirada que me hace cuestionarme cada cosa que hago en torno a mi propia vida.

Quiero apretarla contra mi cuerpo, que sienta el calor que exhala mi piel, lo que provoca sin proponérselo. Entiendo que la cercanía se está volviendo peligrosa, adictiva y reconfortante a la vez, que estoy a punto de...

Se quedó callado cuando lo miré por encima del hombro, y entonces descubrí porque su respiración la sentía tan cerca.  Mantuvo la cara a pocos centímetros de mi cuello, todo el tiempo queb leyó para mi.  Erguí la espalda y me recosté de nuevo sobre el sillón, sin quitarle la vista de encima por más nerviosa que me sintiera.

—¿Terminaste? —pregunté ante su silencio, no podía ver que tan avanzado estaba el capítulo porque el libro parecía estar oculto de mí.

—Casi. —respondió, una sonrisa que no pude descifrar apareció en su rostro, negó con la mirada en el piso y luego suspiró. —Casi termina el capítulo, pero no puedo continuar leyendo, debo irme.

—¿Irte? —Mi voz salió en susurros en reacción a su brazo extendido por el respaldar, sentía que me estaba abrazando, aunque nuestros cuerpos ni siquiera se rozaran.

—Sí, recordé que tengo que hacer algo que no puedo posponer, pero puedes continuarlo sola si gustas.

—No... no lo sé, es mejor... —Odiaba titubear, mostrarme insegura, respiré profundo y me puse de pie, necesitaba distancia. —Honestamente me quedaría dormida si leo sola, tú le das un toque interesante a la lectura. —Maldije mentalmente mi enorme bocota y mi poca capacidad para callarme.

Sonrió antes de ponerse de pie, echándome un vistazo de pies a cabeza. Me quedé frente a él, observando como anudaba de mejor forma su corbata, levantó la vista y la sostuvo en la mía, ninguno de los dos hacía nada más que mirarse. Ese tipo de contactos los odiaba por hacerme sentir torpe, el incrementaba esa sensación.

—Para ser alguien que no tiene mucho tiempo inviertes mucho en verme. —Solté con un toque de ironía, no quería darle el gusto de dejarme intimidar, aunque siempre lo lograra.

—Creo que tienes razón. Debo irme, te enviaré un mensaje para ponernos de acuerdo con la próxima lectura, estos días son altamente complicados para mí. Espero poder encontrar el momento.

—Debes encontrarlo.

—Bonito collar. —Su mirada estaba fija en mi cuello, por instinto pasé la mano por este, sentí frío hasta el punto de tener que soltar mi pelo para cubrirlo.

Se acercó tanto en mí que tuve que hacer un esfuerzo para no dar un paso hacia atrás. Me besó la mejilla, fue un toque simple, una presión breve de su boca sobre mi piel por eso me sorprendió la repentina punzada en mi entrepierna, ese tipo de lecturas me afectaba más de lo que imaginaba.

Intenté que eso que me hizo sentir desapareciera de mi cabeza, pero constantemente rondaba mi mente su voz, la manera en la que leía y hasta esa risa molesta que soltaba cada vez que me ganaba en esas luchas que tal vez ni se imaginaba que librara.

Una tarde mientras organizaba con Laura el esquema de trabajo con los autores, le comenté acerca de la historia de Santiago, quería hablar con alguien de mis reacciones, saber si era normal estremecerse con lo que se lee en ese tipo de obras. Le recomendé el libro que, aunque había desaparecido del perfil de Sandy, teníamos en nuestros archivos. Prometió leerlo y darme su opinión sin tener idea de lo trascendental que se sería eso para mí.

***

Los días posteriores transcurrieron con una lentitud inusual. La cantidad de cosas que perturbaban mi vida me hicieron percibir el tiempo de aquella forma. Me encontraba huyendo de la fiesta que organizaba la editorial por la temporada, de los reclamos de mamá que recurría al chantaje emocional para asegurarse de que pasaría las fiestas con ella, y no con papá, y de la perfecta vida que presumía mi hermana al lado de su nuevo novio, y terminaba provocando que mamá y sus hermanas cuestionaran mi soltería.

De Santiago no supe nada en la última semana. Supuse que el centro comercial absorbía su tiempo. La última vez que intercambié mensajes con Sandy comentó que llevaba días sin verlo porque llegaba muy tarde, así que pensar en retomar la lectura del libro era una idea que ni siquiera contemplaba. Intenté hacerlo sola y me sentí perdida, no encontré por ningún lado el fragmento que él había leído, pensé que lo había descargado de manera incorrecta y me dio por vencida al instante, tenía que esperarlo.

—¿Puedes darte prisa? —preguntó Manu al teléfono, quien me había invitado a un café.

Últimamente lo notaba decaído anímicamente, culpé a la temporada de aquello. La navidad solía ser épocas difíciles para algunas personas. Decidí no ahondar en el porqué de esa melancolía extraña en su mirada y acepté ir con él. Era viernes, un poco temprano, salí una hora antes de la editorial con una sonrisa en los labios por largarme antes de tiempo, sonrisa que se borró al verlo fuera del edificio esperándome en su moto.

Odiaba ese artefacto, pero disfrutaba de su ventaja, conseguimos librarnos del tráfico horrible. Manu condujo por una avenida que me resultó conocida, aferrada a sus hombros contemplé los edificios que íbamos dejando atrás, hasta llegar finalmente al Prime. Me sorprendió que manu optará por llevarme a una cafetería en un centro comercial, solía tener un gusto más alternativo, con preferencia por lugares acogedores en lugar de trendys, pero decidí no comentar nada, porque secretamente una emoción se alojó en mi pecho por la posibilidad de verlo.

La cafetería que eligió estaba tan repleta como los pasillos por el que se desplazaba la gente realizando sus compras navideñas. No había una mesa disponible, sin embargo, en lugar de irnos, esperamos diez minutos por una. Me dio la impresión de que necesitaba hablar, así que mientras tomaba mi frappé de coco con café, comencé mi breve y nada intromisorio interrogativo.

Resultó ser cierto lo que yo pensaba, o excuso su tristeza con el pretexto de las fechas, con el estrés que le provocaba viajar hasta su ciudad natal para encontrarse con sus padres, con quienes tenía una mala relación. Cambié el tema de inmediato, ni siquiera podía lidiar con mis propios asuntos no me atrevía ni a intentarlo ayudar a Manu.

Su teléfono sonó con un tono escandaloso, era una canción de Madonna, riendo por mi reacción se puso de pie para alejarse y responder. Me entretuve viendo a mi alrededor, dos hombres que entraron a la cafetería captaron mi atención, parecían impacientes, mal humorados y demasiados apresurados y pensé en él. Recordé lo exasperante que me resultaba esa manía suya de ver su reloj cada minuto, o lo tenso que se miraba todo el tiempo.

Abrí nuestra última conversación por mensajes de texto. Su última conexión había sido a la cinco de la mañana, escribí algo, pero lo borré antes de enviarlo. Era consciente de que estaba ocupado, no tenía una buena excusa para interrumpirlo; pero sí una para visitarlo, sonreí al recordar el café que quedó pendiente en nuestra penúltima cita.

Pedí un espresso muy caliente, tal y como le gustaba. Lo aprendí en nuestra segunda lectura. Con Santi solía ser un poco más observadora de lo habitual. Sonreí al tener el vaso entre mis manos, me encontraba lista para salir y buscarlo, pero entonces recordé a Manu que ya se encontraba en la mesa, desde donde me observaba con curiosidad. Me pareció inapropiado dejarlo solo, sin embargo, era consciente de que no era conveniente que me acompañara, por ello opté por excusarme para retirarme un momento.

Le expliqué que uno de los autores con los que estaba negociando se encontraba cerca y necesitaba congraciarme. Prometí no tardar y él asintió sin hacer preguntas, parecía estar muy concentrado en su teléfono como para ponerme atención.

Deambular por los pasillos con un café como excusa para verlo, me resultó estimulante. Aceleré mis pasos teniendo cuidado de no tirar ni una sola gota. Hice uso del mismo elevador en el que subí con él. No me sentí ni un poco nerviosa por estar a punto de irrumpir en su oficina sin invitación, al contrario, la idea de verlo me ponía de un buen humor. El estrés que se respiraba en ese sitio me impresionó apenas salí del elevador, caminé directo hacia el escritorio de Gloria que, por supuesto estaba enojada conmigo desde el día que entré a la oficina de Santiago sin pedir permiso, torció los ojos al verme, dejando claro que no le alegraba saludarme.

—¡Buenas tardes! —Sonreí para ella solo para demostrarle que me importaba muy poco la cara de pocos amigos que tenía.

—No recuerdo que tenga cita con el licenciado, en la agenda no hay nada y él tampoco lo comentó. Respondió mientras arreglaba unos documentos de manera automatizada, sin verme.

—¿Está en su oficina?

—Ocupado, resolviendo unos problemas de último momento, no quiere ni que le pase llamadas. —dijo con desdén.

—Voy a pasar, si no me puede recibir me voy. —Escuché su voz sonar, pero no presté atención a sus palabras. Caminé hasta las puertas ignorando su presencia tras mi espalda, toqué un par de veces antes de abrir solo un poco, asomé la cabeza y entonces lo vi.

Miraba la pantalla de la computadora, con el teléfono pegado a la oreja y las cejas arrugadas. No tenía el saco puesto y llevaba la misma corbata del día que lo conocí. Carraspeé para llamar su atención, la expresión en su rostro cambió de inmediato. Levantó la mano haciendo un gesto para que entrara, miré por encima del hombro a Gloria, sonreí ladinamente y pasé sin fijarme si ella aún me seguía.

Levanté la mano para saludarlo. Él respondió un hola sin voz, quería dejar de sonreír. Me daba mucho gusto verlo y era extraño porque era cansado mentalmente para mí enfrentarlo, y yo evitaba cualquier tipo de esfuerzo.

Mientras seguía con su llamada le di un vistazo al sitio. Su agenda estaba abierta sobre el escritorio y aunque fuese incómodo leer al revés, no pude dejar de intentarlo. El tipo estaba loco, tenía anotado cada paso que cada en esas páginas.

5:00 am bicicleta 16 kilómetros.

6:00 am Desayuno con papá

6:40 am Sandy

7:20 am Llamar a Gloria.

7:30 am Salir de casa.

Había tantas anotaciones que parecía no poder terminar de leer. Santiago era un maniático controlador del tiempo, estaba segura que tenía hasta el tiempo pautado para ir al baño, y que estaba anotada ahí en su agenda. A las ocho treinta iba al gimnasio y a las diez veía Friends con su hermana, si eso era organizar el tiempo prefería seguir a mi manera, aunque no me alcanzaran las horas para cumplir mis obligaciones, jamás iba a ser prisionera del reloj.

Colgó la llamada y por fin tuve su atención. Miró el café sobre su escritorio y sonrió tomando el vaso, lo acercó a su nariz para absorber el fuerte aroma del café y sus labios se curvaron aún más.

—Lo necesitaba. —El deleite que encontré en su tono me estremeció.

—Y lo te lo debía. —Intenté que mi voz sonara segura, pero en lugar de eso salió suave de mi boca. —Solo venía a traerte esto, sé que tu tiempo es oro y estás muy ocupado.

—Es valioso, pero no oro, y sí, estoy ocupado. —Frotó su rostro y respiró profundo, apenas le dio un trago relajó los hombros. Observé todos sus movimientos siendo tan descuidada que me atrapó haciéndolo, a Santiago le divirtió mi mirada de estúpida—. Para ser alguien que solo venía a traerme un café inviertes mucho tiempo viéndome. —La comisura de sus labios estaba levemente curvada, contenía la risa el desgraciado.

—No te miraba a ti, pero dejaré que creas eso. Espero que pronto encuentres tiempo para que reanudemos la lectura, quise leer por mi cuenta, pero creo que el libro que publicó tu hermana tiene cambios o yo lo descargué de forma inadecuada.

—Creo que quieres esperarme.

—Quiero terminar de una vez, para que firmes el acuerdo de publicación. Estoy ansiosa por organizar la presentación del libro. —Me puse de pie segura que iba a echarme una de esas miradas intimidatorias y lo hizo.

—¿Cuándo pasamos de leer la propuesta de publicación del libro, a firmarla, y hasta organizar la presentación de un libro?

—Desde que lo leo y me está pareciendo muy bueno. —La risa que salió de sus labios me puso arrítmica, su teléfono volvió a sonar, segundos después la voz de Gloria sonaba en el intercomunicador.

Me despedí moviendo la mano, pero él susurró un: espera, que me obligó a mantenerme en mi mismo sitio. Gloria le dijo tantas cosas que ni siquiera pude procesarlas, le recordó de una fiesta que pareció empeorar su humor. Colgó y apoyó la cabeza en el escritorio, en una actitud de fastidio que me daba pena.

—Entiendo que estas ocupado, hablamos cuando pase esta locura.

—Valentina, ocupado no es la palabra adecuada, estoy esclavizado a esto. Encima tengo que ir a la cena navideña que mi papá hace con los colaboradores, precisamente mañana, tenía algo en la agenda y no puedo, no puedo. —Se quedó callado al darse cuenta que estaba hablando en voz alta, me dio la impresión que pensaba solamente.

—Siempre es bueno ir a fiestas, comida y bebidas gratis, amigo. —dije en tono de broma, centró su mirada en mí resoplando, nada lo hacía reír. —Era como algo chistoso. —Expliqué.

—Nada me resulta chistoso hoy.

—No vayas a esa fiesta y punto, no te estreses por cosas tan tontas. —agregué, acomodando mi pelo tras la oreja en un gesto claro de nervios.

—Tengo que ir, es importante para mi papá.

—Pero no para ti, dijiste que tenías algo en la agenda y desde luego te importa más que la fiesta de tu papá. Sigue a tu agenda ella nunca se equivoca. —Solté irónica.

—Fisgoneabas en ella ¿Cierto?

—No, solo buscaba mi espacio en ella, quise decir, el del libro no de mí obviamente, porque nos miramos para leer y eso y- tú me entiendes.

Giré dispuesta a irme, pero su voz gritando mi nombre me obligó a detenerme.

—No siempre se puede hacer lo que se quiere, es bueno para mí futuro ir a la fiesta de mi papá. Son de esos sacrificios que dejan grandes recompensas, tal vez te hace falta hacer uno de ellos como por ejemplo no faltar a clases.

—¿Quién está hablando de mí?

—Yo.

—Si el sacrificio me va a torturar prefiero evitarlo, ninguna recompensa vale mi paz mental. Y no hablo de mí, hablo de ti. Me voy licenciado Sada, lo dejó con sus sacrificios y recompensas, y su agenda y su

—Me dio mucho gusto verte. —Me interrumpió, la sonrisa en sus labios era genuina, no respondí solo asentí evitando su mirada directa. —Gracias por el café no sabes cómo lo necesitaba.

—Pensé que había sido inoportuna, pareces no tener tiempo para respirar.

—Deberías de ser inoportuna más seguido. —Sostenía la manija de la puerta, pero no me animaba a salir, levanté la mano para decirle adiós y crucé la puerta. —¡Señorita Rincón! —gritó, asomé la cabeza para comprobar que me había llamado—. Creo que esto es suyo, mi hermana y usted son las únicas que han subido en mi auto en esta semana, y Sandy no lo reconoció. —Observé la liga para el pelo que me extendía y desconcertada entré de nuevo.

—Si, es mía. —Estiré la mano para tomarla ignorando mis deseos de verlo a los ojos.

—Te sienta bien el pelo recogido. —comentó, cuando me hice un moño mientras caminaba hacia la puerta, sentí sus ojos clavados en mi cuello, y una idea en mi mente comenzó a formarse.

—¿Qué quisiste decirme?

—Exactamente lo que dije.

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