Un desastre llamado Valentina...

By GraceVdy

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Un escritor difícil y una editora novata, unidos por un libro que esconde un secreto, protagonizarán un inesp... More

Anuncio importante
Prólogo
Antes de leer
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce 🔞
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince 🔞
Capítulos Dieciséis
Capítulo Diecisiete
Capítulo Dieciocho
Capítulo Diecinueve 🔞
Capítulo Veinte
Capítulo Veintiuno
Capítulo Veintidós
Capítulo Veintitrés
Capítulo Veinticuatro
Capítulo Veinticinco
Capítulo Veintiséis
Capítulo Veintisiete
Capítulo Veintiocho
Capítulo Veintinueve
Capítulo Treinta
Capítulo Treinta y uno
Capítulo Treinta y dos
Capítulo Treinta y tres
Capítulo Treinta y cuarto (Parte I)
Capítulo Treinta y cuatro (Parte II)
Capítulo Treinta y Cinco
Capítulo Treinta y Seis
Capítulo Treinta y Siete
Capítulo Treinta y ocho
Capítulo Treinta y Nueve
Capítulo Cuarenta
Capítulo Extra

Capítulo Cinco

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By GraceVdy


Hacía mucho tiempo no experimentaba tanta adrenalina recorriendo mi cuerpo. Estaba en un estado de alerta constante poco común en mí, menos a esas horas de la mañana. Con las manos intenté sin éxito limpiar la mancha sobre mi pantalón, jamás debí tomar esa taza de café caliente así de rápido, sabía terminaría derramándolo.

—¿Señor, puede darse prisa? —Pedí desesperada, faltaban solo diez minutos y estábamos a mitad de camino.

Había dormido solo cuatro horas, esa mañana desperté antes de las seis. El sol aún no salía cuando entré a ducharme. Santiago Sada logró lo que nadie había conseguido, hacerme despertar temprano para estar a tiempo en esa cita que tanto quería.

Pero ni el sacrificio de abandonar mi cama de madrugada me estaba sirviendo de mucho. El trabajo que me costó conseguir un taxi me retrasó tanto que si lograba llegar cinco minutos después de la hora acordada sería un milagro.

—Más rápido por favor. —Mi tono exigente hizo que el tipo redujera la velocidad para fastidiarme, miré la hora en mi celular, solo tenía siete minutos.

Cuando me dijo la hora de nuestra cita pensé que estaba bromeando ¿A quién diablos se le ocurre citar a alguien a las siete treinta de la mañana? Solo a Santiago Sada. Con la excusa de que era el único momento libre en su agenda justificó la hora que eligió para nuestro encuentro.

El taxi giró de prisa cuando volví a pedirle al conductor que condujera más rápido. El movimiento hizo que me estrellara con la puerta derecha, como si no estuviera teniendo lo suficiente, el golpe en la frente fue la cereza del pastel.

La alarma que programé sonó a las siete treinta en punto, todo mi empeño para llegar a tiempo fue en vano. Tuvieron que pasar diez minutos más para que llegara a la cafetería en la que me esperaban. Bajé lanzando insultos en voz apenas audible, y deseando que Santiago no estuviera aún ahí. Cosa que después de conocer bien a Santiago entendí que era imposible. Nunca, pero nunca, llegaba tarde a algún sitio. Tenía la puntualidad de un inglés y exigía a su entorno ser mínimamente igual de puntual.

La puerta de cristal fue mi primer gran problema. Luché por abrirla jalando hacia afuera, fueron varios intentos antes que una mesera sonriente se acercara para abrirla desde adentro. El maldito letrero de empuje no existía en ese lugar.

No tardé mucho en encontrar a Santiago, el sitio estaba casi vacío. Era lógico que nadie en su sano juicio estuviera en una cafetería a esa hora. Mis pasos ruidosos hicieron que volteara ligeramente la cabeza, al verme levantó el brazo izquierdo apuntándome el reloj, en un gesto que encontré sumamente atractivo. Intenté sonreírle para suavizar la expresión de enfado que tenía en el rostro, pero no logré mi objetivo.

—Señorita Rincón, es de pésima educación hacer esperar tanto tiempo a alguien. —Su voz parecía más ronca esa mañana, me observó de pies a cabeza haciéndome sentir por completo incómoda.

Se puso de pie ofreciéndome su mano a manera de saludo, en un impulso incontrolable y con el fin de romper el hielo, tomé su mano mientras me acercaba para besar su mejilla, primer error. El olor de su colonia masculina me sumergió en una especia de ensueño al instante que la percibí.

—Buen día, Santiago. No sabes todo lo que me pasó. Aunque salí temprano de mi departamento no logré conseguir un taxi. Debe ser por la hora, es demasiado temprano.

—Valentina, hemos perdido doce minutos y programé solo treinta para hablar con usted, así que prefiero que vayamos al grano. —La manera en la que me interrumpió debió hacerme enojar, pero no, estaba contemplando como tonta cada uno de sus gestos cuando me hablaba.

Me senté frente a él, intentando mantener la compostura, estaba nerviosa por su contrapropuesta, y a la misma vez ansiosa por escucharla. En silencio observé como sacaba de un maletín negro una elegante agenda, le echó un vistazo a su reloj, antes de anotar algo en ella.

Sus movimientos seguros y masculinos tenían mi atención por completo. Se quitó los lentes y de inmediato sus ojos hicieron contactos con los míos, Santiago tenía una forma de ver intimidante y se aprovechaba de ello.

—Y bien —titubeé, quería que el duelo de miradas acabara y me informara de una vez por todas que demonios iba a proponer—. Sé que dijiste que mi primera propuesta no te asombró, en la editorial estamos dispuestos a negociar hasta llegar al acuerdo ideal para ambas partes.

—¿Cuántos años tiene Valentina? — preguntó sin quitarme la vista de encima.

—Veintitrés —respondí mientras me sentaba de forma más erguida. Una media sonrisa se dibujó en su rostro, con un discreto movimiento llamó a la mesera, que con una sonrisa en los labios acercó la carta para los dos—. ¿Por qué la pregunta? — cuestioné curiosa, hizo un gesto con la mano disculpándose por no responder al instante, hablaba con la mesera acerca de su orden.

—Solo un café, gracias. —dije, cuando fue mi turno.

—¿Solo un café? El desayuno es la comida más importante del día, de ella depende la manera en la que te desempeñas a lo largo de la jornada.

—Nunca acostumbro a comer tan temprano, siento que es de madrugada. —Bajó la cabeza y negó con una sonrisa que no me dejó ver del todo.

—Valentina, las siete treinta de la mañana no es madrugada, supongo que su entrada a la editorial ronda estas horas.

No le respondí, me limité a observarlo. Tenía la manía de ver el reloj cada minuto, como si estuviese ansioso por irse, pero no comenzaba a hablar de una vez.

—No respondiste mi pregunta.

—Solo me parece un tanto impresionante que alguien que se ve tan joven sea editora, creo que es un puesto que requiere de mucha experiencia.

—Y la tengo.

—¿A los veintitrés? ¿Hace cuánto tiempo se graduó Valentina?

Esperaba mi respuesta, me observaba mientras me inclinaba un poco más sobre la mesa, apoyé los codos en esta, y sonreí desafiante.

—Creo que se me está acabando el tiempo ¿No? —Él observó su reloj y luego asintió—, No he escuchado tu contrapropuesta.

Parecía querer decirme algo, a Santiago no le gustaba perder, hasta en la más insignificante discusión quería tener la última palabra. Eso lo aprendí a tan solo semanas de que todo comenzara.

—Bien —volvió a colocarse los lentes adquiriendo esa apariencia seria que me hacía sentir torpe—, hice varias anotaciones acerca de tu propuesta, que dejaremos para después. —Cerró la agenda y me sonrió de una forma que me produjo escalofríos.

Odiaba ser tan susceptible a todo él, lo peor del todo es que con el tiempo mis emociones se salían casi de control ante su presencia.

—¿Por qué lo dejaremos para después?

—Porque no pienso hablar de la propuesta hasta que hayas leído el libro, mi contrapuesta es la siguiente. —Hizo una pausa para clavar sus ojos en los míos, sabía que estaba nerviosa y eso lo divertía, parecía estar a punto de reír—. Leerás mi libro para tener una opinión real sobre él, una crítica auténtica y hecha por ti. Si después de eso te sigue pareciendo bueno, podemos discutir lo de la publicación.

—¿Qué? —No quería sonar ni la mitad de confundida que estaba, pero no lo logré, miró su reloj una vez más para luego prestar atención a mis ojos.

—Que tienes que leer lo que quieres publicar, es parte de su trabajo, es ridículo que no lo haya hecho antes.

—Tutéame por favor —pedí cansada de su formalidad—. ¿Cómo estás seguro que no leí tu libro?

—¿Cuántos capítulos tiene? —Su sonrisa sarcástica parecía permanente, alzó una ceja y negó cuando no respondí—. Valentina, no lo has leído, acéptalo.

La manera en la que mi nombre salió de sus labios suavizó todo, le sonreí sintiéndome menos tensa, a la vez que asentía.

—No lo he hecho. —Admití al sentirme descubierta. La carcajada que soltó ante mi desfachatez aceleró un poco mi pulso. La mesera que se acercó con vaso de agua que dejó sobre la mesa, se fue riendo contagiada por ese sonido bonito que seguía sonando.

—Eres un desastre, Valentina. —murmuró entre risas. Su teléfono sonó en ese justo momento en que nuestras miradas se cruzaron, sus ojos brillaban por la manera en la que reía haciendo que fuese más difícil para mí dejar de verlos.

El tono de su voz cambiaba cuando atendía llamadas de trabajo. Incluso dejó de reír de forma automática, respondía con un uju a todo lo que le decían. Su frente estaba arrugada por la expresión de seriedad que había tomado. Levantó el brazo llamando la atención de la mesera, que se acercó de inmediato, pidió la cuenta en susurros, siendo la única vez que apartó el teléfono de su oreja. Le di un sorbo a mi taza de café, no quería parecer curiosa, pero quién lo llamó le estaba dando malas noticias.

—¿Aceptarás mi contrapropuesta? —preguntó apenas colgó la llamada. Aunque la mesera se acercó él no le prestó atención, extendió una tarjeta sin leer la cuenta como si no quisiera más interrupciones.

—Si, claro que sí —respondí segura, me había trazado un pequeño plan, Laura podía ayudarme con eso mientras yo haría el intento número mil de ponerme al día con mis asuntos académicos.

—Perfecto ¿Cuándo empezamos?

—No entiendo —susurré confusa. —¿Tengo que indicarte cuando comienzo a leerlo?

—No, lo vamos a leer juntos, como comprenderás no puedo fiarme de ti. Ya le mentiste a mi hermana acerca de lo que escribía, puedes hacer lo mismo conmigo, prefiero asegurarme de que lo leas de verdad.

—¿En serio? —cuestioné incrédula.

—Siempre hablo en serio, Valentina. —Me removí incómoda al escuchar otra vez mi nombre en sus labios, con él todo parecía un juego mental, nunca sabía qué responder.

—¿Por qué te tomarías esa molestia? No me lo tomes a mal, pero siento como si me estuvieras asignando un trabajo escolar. —No contuve la risa, aunque pude lograr que fuera discreta.

—No entiendo por qué tanto interés en ese libro. Estoy seguro que cuando lo leas comprenderás que no es nada del otro mundo.

—¿Te consideras un mal escritor?

—Puedo escribir algo mejor, lo he hecho, ese libro no es mi mejor obra —respondió con soberbia—. Valentina, mi tiempo se acabó. —Se puso de pie después que la mesera llegara con su tarjeta de regreso.

—Espera ¿y lo de nosotros? Es decir, tú me entiendes, lo del libro lo de que tú y yo, ya sabes...

—Te enviaré un mensaje para que acordemos una hora. Tienes que saber que tendrás que adecuarte a mis tiempos, sobra decirte que no tengo mucho tiempo disponible.

—Lo entiendo.

—Fue un gusto verte esta mañana, para la próxima no llegues tarde. No volveré a esperar por ti. —Su sonrisa contrastaba con la seriedad de sus palabras, me ofreció de nuevo su mano que acepté al instante, no hice el intento de cambiar ese saludo por otro más cálido, permití que el calor de su piel cubriera la mía y luego me limité a observarlo.

Salió con pasos rápidos y una seguridad envidiable, dejándome sin saber qué esperar de todo eso, pero con la certeza que aquel libro sería publicado. Algo en mí me decía que sería un éxito y ambos íbamos a salir ganando.

***

El resto de mi día lo viví rodeada de una energía extraña. Era una mezcla de temor, ansias y adrenalina, ese hombre despertaba cosas en mí que no podía entender con claridad de primera instancia. Esa mañana fui la segunda en llegar a la editorial, la primera siempre era Anita, parecía que dormía en su escritorio.

Su asombro al verme fue mi recompensa por despertar temprano, haciendo sonar de más mis zapatos me deslicé por el pasillo sonriendo, sintiéndome la mujer profesional que estaba lejos de ser.

Tenía que ver a un autor más, ese sería el cierre del ciclo de búsqueda. La editorial comenzaría a trabajar en los cuatro libros próximos a publicar. Las cosas estaban siendo distintas para mí en ese sitio. Gané una especie de respeto que no sabía si merecía, Rodrigo se encontraba muy contento, el jefe del departamento de Mercadeo había llamado a mi idea —la de Manu en realidad— como un plan brillante, innovador e ingenioso.

Pese a lo aparentemente bien que marchaba todo, sentía que algo malo iba a ocurrir, cuestión que no permitía que disfrutara de verdad todo lo que vivía.

—¿Se puede? —Al oír la voz de Rodrigo levanté la cabeza del escritorio, me estaba quedando dormida.

—Claro, pase. —Arreglé mi desastre lo más rápido que pude, sonreí cuando me atrapó acomodando mi pelo que se había desarreglado por estar recostada en la mesa—. ¿A qué debo el honor? —En realidad quería preguntarle ¿Qué hice ahora??

—Solo quería saber de tus avances. Me dicen que el departamento legal está cerrando al fin la firma de los contratos.

—Sí, estamos avanzando bien. Están trabajando en la corrección del primer libro, Laura se está encargando de hacer la promoción web, es importante que el lanzamiento del libro cree expectativas.

—Me sorprende lo bien que están saliendo las cosas.

—A mí también, créame.

—¿Perdón?

—Que espero que todo siga saliendo de la mejor manera posible. —Agradecí el hecho que no me haya escuchado con una sonrisa.

—Laura dice que estás trabajando en la propuesta de lo que pudiera ser nuestro pez gordo.

—Así es, y espero poder conseguirlo. Pondré todo lo que esté de mi parte para que publiquemos ese libro.

Hablé con convicción, pese a que las cosas con el libro eran complicadas, convencer a Santiago no iba a ser fácil, pero al menos ya tenía ganada una parte de esa batalla.

Eso de que al que madruga Dios le ayuda nunca tuvo menos sentido para mí como ese día. Me estaba quedando dormida sobre el escritorio sin que pudiera hacer nada para evitarlo, mi tarea esperaba por mí, un correo del departamento legal también, no había ni un solo café que pudiera despertarme de verdad.

Lo pensé mucho antes de tomar mis cosas e irme, pero al final lo terminé haciendo, pensé que funcionaria mejor al día siguiente si descansaba de una vez, ese ya era un día perdido.

Mi plan resultó un asco, dormí toda la tarde. Cuando desperté ya estaba oscureciendo, no pude pegar el ojo en casi toda la noche, así que desde luego llegué tarde al día siguiente a la editorial. El estrés que sentía por todos mis pendientes me mantenía distraída del asunto de Santiago, había olvidado casi por completo que esperaba un mensaje suyo que me indicara cuando comenzaríamos a leer su libro.

Me empezaba a doler la espalda por la posición en la que estaba sentada, mis dedos se movían con agilidad sobre el teclado, trabajando en el informe que debía enviar al profesor de diseño.

—¿Señorita Rincón, necesita algo? —Me sorprendió oír a Anita, asomaba la cabeza por mi puerta, con una curiosidad latente en la mirada.

—Todo bien, Anita, muchas gracias —respondí con seriedad, volví a poner mi vista en la pantalla ignorando su presencia, estaba segura que quería saber qué hacía a esas horas en mi oficina, nunca me quedaba tan tarde en la editorial.

Resoplé con el sonido que hizo la puerta cuando cerró, me encontré tan concentrada en terminar que no le tomé mucha importancia a la intromisión de Anita. Cuando terminé envié el correo con prisa, sintiendo alivio hasta que la palabra enviado apareció en la pantalla. Pese a mi cansancio no podía irme de inmediato, sobre mi escritorio se encontraba una carpeta con un acuerdo comercial que Laura dejó para mí.

Agotada y hambrienta me enfoqué en el documento que debía leer. La puerta fue tocada en el momento menos apropiado, perdí el hilo de la lectura a consecuencia del sonido insistente.

—Señorita.

—No estoy —dije exaltad. Anita entró sin ser invitada, me miró de forma directa sin ocultar su molestia por mi tono de voz.

—Alguien la busca, una jovencita que dice ser escritora.

—Lo siento, por favor dile que pasé.

—No es mi trabajo señorita —respondió de manera tajante.

Maldije en voz baja mientras caminaba hacia la puerta, sospeché que era ella, pero de igual forma me sorprendí al encontrarme a Sandy en el umbral de esta. Me sonrió con amplitud provocando que mis expresiones se relajaran.

—Hola, vine a verte ¿Ya es muy tarde?

Negué haciendo un gesto para que pasara, no esperaba su visita, no tenía idea de lo que quería. Observó mi minúscula oficina con curiosidad, se sentó sin dejar de mover la cabeza de un lado a otro, detallando con atención cada espacio.

—Qué sorpresa verte. ¿Cómo supiste dónde encontrarme?

—Instagram, tienes una foto en la fachada de este edificio, no me costó trabajo encontrarte —respondió con una sonrisa desfachatada—. Quería verte para que hablemos de mi libro, dijiste que era bueno.

—¿Está todo bien en casa? ¿Ya se arregló todo? —Noté como se relajó sobre la silla, rehuido de mis ojos solo por unos segundos, al momento de hablarme procuró establecer contacto visual.

—Están mejor, supongo, al menos ya tengo mis cosas de nuevo, pero Santiago está encima de todo lo que hago, revisa el historial de mi computadora.

Mientras me relataba todo lo que le sucedía, busqué en ella algún rasgo de Santiago. Escucharla me recordó un poco a lo que viví siendo más joven. También alguna vez me sentí de la misma forma que ella, sola, juzgada y necesitada de atención, intenté decirle algo que levantara su ánimo; sin embargo, no encontré las palabras adecuadas.

—Estamos leyendo varios manuscritos, tus dos historias serán las primeras que analice en cuanto tenga algo de tiempo disponible. Eres muy talentosa Sandy. —Intenté animarla con una mentira que pareció funcionar.

—Por eso quería hablar contigo. Habla con Santi, dile que me permita negociar una posible publicación.

—Misión imposible. Tu hermano es un sujeto difícil y te recuerdo que me prohibió verte. No puede convencerlo que te deje publicar en caso que quisiéramos hacerlo.

—No es tan difícil como crees. —Una sonrisa contagiosa se formó en sus labios, le pedí un segundo para firmar lo que tenía pendiente y en cuanto terminé le hice un gesto para que saliéramos de ese sitio.

Cuando caminábamos hacia la salida no dejaba de hacerme preguntas, mientras yo buscaba la forma de averiguar algo más de su comentario anterior. Ya había oscurecido, me sorprendí cuando salimos del edificio. Ofreció llevarme hasta mi departamento y ni siquiera tuve que pensarlo, acepté de inmediato.

—¿Por qué dijiste que Santiago no era tan difícil?

Me sonrió encendiendo el auto, parecía otra, la chica que había llegado a mi oficina lucía triste y desanimada, su humor cambiaba rápidamente, adolescentes.

—Sé que da la impresión de ser demasiado serio y eso, pero no lo es tanto. Tiene un carácter difícil, sin embargo, en el fondo es blando, al menos conmigo —agregó con una sonrisita—. Ha hecho muchas cosas por mí.

—Como un buen hermano mayor —comenté pensando en la mía que nunca hacía nada por mí.

—Cuando mamá murió mi papá quería enviarme a un internado. No sabía qué hacer conmigo. En casa nadie tiene tiempo nunca para nada, estaba seguro que el internado en el extranjero era lo mejor para mí, pero Santi se opuso. Dejó todo a un lado y se mudó de nuevo a casa, cuida de mis calificaciones y siempre está pendiente medianamente de mí.

Escuchar aquello me tomó por sorpresa, porque no me daba la impresión de ser precisamente tierno, y lo que hizo fue un gesto simplemente dulce.

—Lo debes querer mucho.

—Si, pero también no lo soporto. A veces es peor que mi papá, se quiere meter en mis asuntos privados lo sé. Se queja de no tener tiempo, pero siempre encuentra el momento para fastidiarme, debería buscarse una novia así me dejaría en paz.

—Supongo que es normal que te cuiden tanto, estás en una edad complicada por eso lo sientes de otra forma.

—Valentina, nunca le digas como nos conocimos, si sabe que me contactaste por redes sociales me mata.

—No lo haré, lo prometo. —Agradecí la confianza que de alguna forma me había dado, aunque seguía pensando que algo estaba mal con esa niña, no era normal que fuese capaz de llegar hasta la editorial. Debía reconocer que lo que hizo no solo fue algo loco, tenía habilidades de una Stalker de primer nivel.

El resto del camino no hizo muchas preguntas. Aprovechó para contarme de sus historias, sus ojos brillaban cuando hablaba de lo que significaba para ella todo lo que escribía, en realidad si tuve deseos de leer lo que me recomendó. Me dejó justo frente a mi edificio, la llamaban de su casa con insistencia por eso no aceptó el café al que la invité.

El mensaje que esperaba llegó en el justo momento que crucé mi puerta. Santiago me citó en una cafetería que estaba a unas cuantas calles de mi edificio, la hora me parecía poco convencional, pero de él podía esperar todo.

***

La noche estaba fría, asumí que por ello mi piel se encontraba helada pese a estar abrigada. Me negaba a admitir que el encuentro pactado a una hora inusual en una cafetería cerca de mi edificio era el culpable de mi estremecimiento. Me tomó solo unos minutos llegar hasta el sitio. A través de las paredes de cristal pude observar la poca actividad dentro del local.

Había unas cuantas mesas ocupadas, el ambiente era tranquilo, no era el sitio más popular de la zona supuse que por eso la eligió. Era uno de esos sitios donde se podía conversar con tranquilidad y sin ninguna interrupción. Empujé la puerta y el susurro de voces y movimientos me envolvió. Avancé con una sonrisa en los labios que obedecía a mi puntualidad. Logré llegar primero que él.

Busqué una mesa y ordené un sándwich y un expreso, necesitaba tener algo en el estómago para mitigar mis nervios, o al menos ese pensé hasta que lo vi cruzar la puerta diez minutos después. En ese instante comprendí que comer fue un error. Mi estómago se revolvió por los nervios al darme cuenta que se acercaba a la mesa.

Todas las veces que nos vimos antes, usó trajes costosos que le quedaban muy bien, pero lo cubrían demasiado. Verlo vestido de forma casual me sorprendió por completo. No perdí detalle de su andar elegante pese a llevar ropa para ejercitarse, seguía manteniendo el porte de hombre serio que yo encontraba intimidante. No supe que ver, mi vista vagó por sus brazos fuertes y en forma que por primera vez pude apreciar, en su rostro que lucía enrojecido y en sus ojos que me miraban directamente.

—Cinco minutos antes, asombroso.

—En realidad fueron quince —respondí orgullosa de mi proeza, mantuvo mi mano sujeta de la suya, expandiendo por toda mi piel una energía que me desconcertaba con más fuerza cada vez.

Se sentó a mi lado con una actitud despreocupada, noté el olor de su perfume con menos intensidad que las otras veces, parecía recién duchado. La mochila que dejó en la otra silla llamó por completo mi atención ¿Qué llevaba ahí?

—¿Ya pediste algo? ¿Valentina?

Me sentí tonta por no dejar de analizarlo. Asentí luchando para no dejarme intimidar por su presencia. Siempre sentí que él notaba la forma torpe en la que actuaba y disfrutaba ponerme así.

—Sí, tenía que hacer algo mientras te esperaba.

Soltó una risa sarcástica de esas tan comunes en él.

—Realmente no te hice esperar nada, llegué antes de la hora acordada.

Cuando el mesero se acercó aproveché su distracción para verlo mejor. Se acaba de duchar, lo deduje por su pelo algo húmedo, además, tenía los ojos ligeramente enrojecidos. Al estar solos de nuevo me atreví a preguntarle por qué escogió el sitio, me explicó que quedaba cerca del gimnasio al que solía ir, era su único tiempo libre y quería usarlo leyendo un libro conmigo.

—Traje mi Tablet, descargué el libro —dije, sintiéndome eficiente por mi iniciativa.

Sus labios se curvaron regalándome una sonrisa bonita, negó a la vez que tomó la mochila. La abrió y de esta sacó un cuaderno negro parecido a su agenda, solo que más grueso y parecía nuevo.

—Me gustan las cosas a la vieja usanza, lo hice imprimir, es tuyo. —Extendió su mano hacia mí ofreciéndome el libro—. En realidad, es para los dos, solo tengo una copia. Entre menos copias haya de este manuscrito mucho mejor para mí.

—¿Por qué? —cuestioné pasando las hojas del libro.

—Es una larga historia de la que no quiere hablar. —Cortó tajantemente el tema—. Mejor comencemos de una vez, supongo que a esta hora tienes cosas que hacer.

Quise decirle que no, que mis noches consistían en arroparme en un sillón perdiendo el tiempo con programas basura mientras me quejaba internamente de mi aburrida vida. Pero opté por quedarme callada, dejando que pensara lo que quisiera.

—¿Por qué siempre ves tu reloj? Me da la impresión que siempre tienes prisa o que estás ansioso por irte.

—Lo siento —su mirada se quedó fija en la mía, noté como la forma en la que me observaba era distinta—. Es un hábito extraño, no es que esté desesperado por irme.

—No te preocupes, mejor leamos. —No quería sonreírle así, pero al ver la más mínima señal de empatía me hacía sentir cómoda, a gusto con la compañía.

Lo intimidante que me pareció la situación desató mariposas en mi estómago al verlo arrastrar su silla para acercarla a la mía. Iba a leer para mí y no estaba preparada para ello. Mi pulso acelerándose cuando él se aclaró la garganta fue la señal de ello.

Te adoré en silencio observándote desde lejos,

te adueñaste de mi vida sin siquiera saberlo.

Eres la musa perfecta de mis poesías,

el aire que anhelo respirar todos los días,

Eva, Eva, te metiste en mi cabeza,

sacarte quisiera si imposible no fuera.

Aunque huyas de esto seguiré persistiendo,

porque besarte quisiera una noche entera.

Escribirle un poema fue la mejor de mis ideas, me miraba con sus ojos verdes abiertos de par en par, su delicado rostro no mostraba expresión alguna, sus amigas se rieron tras ella, no era un sonido fuerte, pero pude percibirlo.

Esperaba ansioso que dijera algo, que mostrara la más mínima emoción. El corazón latía con fuerza golpeando mis costillas mientras seguía ahí, esperando por ella. Eva arqueó una de sus lindas cejas, mordió su seductor labio antes de soltar una risa, al principio suave, delicada, como ella. Luego fuerte, burlona, e hiriente como su mirada. Se fue dejándome en medio del estacionamiento, con la cabeza gacha, la vergüenza atorada en mi garganta y mi amor por ella convertido en un rencor hacia todas las mujeres como ella.

Pero para que entiendan todo esto, tienen que saber cómo me enamoré de ella, y el motivo por el cual creí que correspondía de la misma manera.

La universidad seguía siendo una pesadilla para mí, un lugar que me asfixiaba poco a poco...

Su voz se perdía en mi mente a medida que avanzaba con la lectura. El tono con el que leía lo encontraba fascinante, apoyé la barbilla en mi mano observando cada gesto que hacía, me sentía en una especie de trance del cual no podía salir.

Lo último que recuerdo es a él, acercando más su silla a la mía mientras leía en un tono más suave, más íntimo. Me estaba relajando por completo, se sentía como si mis músculos se aflojasen con el sonido de su voz. Me perdí en lo que decía y la forma en la que lo hacía, hasta que alguien sacudió mi hombro.

Levanté la cabeza de la mesa sorprendida por la manera en la que me tocaron. Miré hacia al lado, la silla estaba vacía, Santiago no estaba.

—Señorita, disculpe ya vamos a cerrar —giré la cabeza siguiendo la dirección de la voz.

El mesero me sonrió apenado, pese a mi aturdimiento me di cuenta de que no había nadie ahí, incluso la mayoría de las luces estaban a apagadas.

—¿Me dormí?

—Supongo que sí —respondió sonriente.

—¿Y Santiago, donde fue el hombre que estaba conmigo?

—Se fue, pero dejo esto para usted. —Acercó una nota a mis manos para después alejarse recogiendo algunas cosas.

Pase las manos por mi cara para despejarme, no podía creer que me había quedado dormida. Desdoblé el papel que me dejó, indignada por el hecho de que se fuera dejándome sola en la mesa, y dormida. ¡Cabrón! No le costaba trabajo despertarme.

No fue necesario terminar el libro para que entendieras que no es lo suficientemente bueno, fue un gusto conocerte y gracias por el interés. Suerte con tus libros, espero encuentres uno que no te cause sueño, solo expectación.

Santiago S.

La nota con perfecta caligrafía me hizo entender que perdí mi única oportunidad con Santiago. 

***

¿La habrá perdido de verdad? 

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