Un desastre llamado Valentina...

By GraceVdy

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Un escritor difícil y una editora novata, unidos por un libro que esconde un secreto, protagonizarán un inesp... More

Anuncio importante
Prólogo
Antes de leer
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce 🔞
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince 🔞
Capítulos Dieciséis
Capítulo Diecisiete
Capítulo Dieciocho
Capítulo Diecinueve 🔞
Capítulo Veinte
Capítulo Veintiuno
Capítulo Veintidós
Capítulo Veintitrés
Capítulo Veinticuatro
Capítulo Veinticinco
Capítulo Veintiséis
Capítulo Veintisiete
Capítulo Veintiocho
Capítulo Veintinueve
Capítulo Treinta
Capítulo Treinta y uno
Capítulo Treinta y dos
Capítulo Treinta y tres
Capítulo Treinta y cuarto (Parte I)
Capítulo Treinta y cuatro (Parte II)
Capítulo Treinta y Cinco
Capítulo Treinta y Seis
Capítulo Treinta y Siete
Capítulo Treinta y ocho
Capítulo Treinta y Nueve
Capítulo Cuarenta
Capítulo Extra

Capítulo Cuatro

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By GraceVdy


—Señorita, entienda de una vez, no podemos transferir su llamada. Tengo indicaciones de la secretaria de gerencia —respondió la voz femenina, Laura me miró esperando mi próxima indicación.

Me encogí de hombros y le hice un gesto para que colgara, no había nada más que hacer. Intenté casi toda la tarde comunicarme con Santiago, sin obtener ningún resultado.

—Muchas gracias por su ayuda —dijo Laura, levantó la mano para colgar el teléfono que estaba en alta voz, pero la detuve, y me acerqué solo un poco al aparato.

—Me saludas a tu mami. —Usé un tono alto para que me escuchara la tipa que nos había ayudado en nada. Laura comenzó a reír perdiendo la compostura que siempre mantenía.

Convencerla para que hiciera esa llamada por mí, fue tan difícil que estuve a punto de desistir. Pensé, que si otra persona se intentaba comunicar iba a tener más suerte, aunque mi teoría fue incorrecta, Laura lo hizo mejor de lo que esperé.

—Que se vaya al diablo, creo que de verdad me enfocaré en buscar otro prospecto. —Me estaba quedando atrás, en una semana Laura avanzó en las negociaciones con un autor que yo misma había escogido.

Apoyé los brazos sobre mi escritorio para dejar caer mi cabeza sobre ellos, me sentía derrotada y no entendía por qué con tanta intensidad. Las cosas no me estaban yendo tan mal, mi idea, o más bien la idea de Manu tenía a Rodrigo encantado. Leyó las propuestas de publicación que hizo Laura y entendió que aquello iba a beneficiar mucho a todos.

—Valentina, dijiste que él te había dado una cita —comentó Laura como si acabara de recordarlo.

Cerré los ojos por un segundo, recordando el día que lo visité en su oficina. Después de que de mala manera aceptara el documento que le di, insistí para que la analizara la propuesta de una vez. Aunque se negó a hacerlo y me pidió de nuevo que me fuera, no pensaba salir de ese sitio sin una cita pactada y se lo hice saber. Al final, terminó llamando a su secretaria para agendar una cita.

—Ni me recuerdes eso, el idiota me engañó.

—Pero si tienes la cita, ¿no?

—En febrero.

—Bueno faltan solo unos meses, el año está casi acabando. —Sonrió intentando animarme como si hubiera sido así de fácil lograrlo.

—Para el veintinueve de febrero no faltan meses, son años, tres para ser exacta —agregué con ironía—. Se cree muy listo, es insoportable. No me dio la oportunidad de hablar, solo repetía que estaba ocupado.

—¿Qué vas a hacer?

—No lo sé, Laura no lo sé. Por hoy, irme de una vez de este lugar. Me duele la cabeza. —Me quejé mientras me ponía de pie. Mi día laboral había acabado, mi mente se encontraba cansada.

—¿Te vas ya? Apenas son las tres. —agregó, observándome con sorpresa.

—Tengo muchas cosas que hacer, ni te lo imaginas. Esto de ser editora es agotador, si quieres puedes quedarte a trabajar aquí. —Le sonreí antes de agitar mis manos para despedirme y salir al fin.

Al pasar por el escritorio de Anita aceleré mis pasos para evitar darle explicaciones por mi salida temprana. Era consciente que no tenía por qué hacerlo, pero no era mal educada y si preguntaba tenía que responder.

Logré escabullirme sin problema, casi cantaba de felicidad mientras caminaba hacia el elevador. Quería un baño caliente, comida china y un poco de entretenimiento televisivo por lo que quedaba del día. Aprendí a cuidar de mi dinero después de haber padecido por la falta de este, así que el taxi no era una opción para volver a casa. Caminar me hacía bien, le ayudaba a mi cuerpo y a mi bolsillo.

A pesar del desánimo que sentía, había algo en mí que me decía que todo iba bien. Por primera vez en mi vida estaba poniendo empeño verdadero en algo, y esperaba ver resultados. Mientras caminaba pensé en llamar a mis papás, tenía la absurda necesidad de aprobación que todos en algún momento sentimos, pero que yo experimentaba con más intensidad.

Siempre fui la pequeña y bonita oveja negra de la familia, así solía decirme mi abuela. Los halagos por parte de mis padres era algo que casi desconocía, estaba acostumbrada a sus reproches, y no me quejaba del todo, porque en el fondo sabía que algunos de ellos los merecía.

Mientras esperaba que el semáforo cambiara le marqué a mamá. Con ella era más fácil hablar y siempre parecía entusiasmada cuando la llamaba. Me respondió casi de inmediato, emocionada por escucharme. Tras un largo saludo comencé a contarle de mi nuevo trabajo, del cual sabía muy poco y parecía estar interesada por conocer más.

Colgué al estar a unos pasos de mi edificio, sintiéndome tan entusiasmada que de inmediato marqué el número de papá. Tenía mucho tiempo de no hablar con él, desde que me dio la agradable noticia de que debía buscar un empleo.

Me respondió al segundo intento, su tono de voz no denotó sorpresa a pesar de que mi llamada era poco habitual. Iba conduciendo, pero decía poder hablar. No perdí tiempo, le conté de inmediato acerca de mi trabajo, de lo que consistía y exageré un poco en cuanto me gustaba. Casi no tenía aliento porque hablaba mientras subía las escaleras hasta mi piso, pero no fue la falta de aire lo que me dejó muda, fue su respuesta a todo de lo que salió de mi boca.

Después de escucharme por dos minutos lo primero que preguntó fue por mi sueldo. Estaba preocupado porque este cubriera todas mis necesidades, sabía que debía la renta, el plan de mi teléfono y hasta dinero a mamá. Después, de un breve silencio, respondí todas sus dudas de forma automática y asombrada porque conociera tantos detalles de mi vida.

Me aconsejó tomarme las cosas en serio, y sobre todo que me apresurara por terminar el maldito semestre que tenía incompleto. Respondí a todo lo que dijo con monosílabos deseando colgar de una buena vez. Mi panorama cambió repentinamente tras esa llamada, el desánimo me absorbió al llegar a mi piso. Me quité los zapatos harta de ellos y emprendí de nuevo mi camino hasta el departamento, con los hombros caídos y una punzada en mi pecho.

Nunca negué que gran parte de mis problemas tenían un solo culpable, yo. Desde siempre me di a la tarea de sabotearme. Era yo la que solía dejar todo a medias, la que nunca hacía ni la mitad de las cosas que se proponía. Fui yo quién desaprovechó oportunidades sin motivo alguno. Era mi obligación rescatarme de mi propio desorden, pero siempre fui muy holgazana para intentarlo, y no contar con la motivación de mis padres de alguna forma me afectaba.

Odiaba sentirme así, decepcionada de mí misma, fingiendo que nada importaba. Me arrepentí de haber llamado a mi papá y evité seguir dándole vueltas a sus palabras, sobre todo a lo que me hicieron sentir. Me di el baño que programé, la comida china fue sustituida por helado y mi entretenimiento consistió en los mismos programas televisivos de siempre.

Me sumergí en mi propio patetismo. Dormí pasada la medianoche en mi sillón, con el volumen del televisor alto y con el vaso vacío de helado en la mano. Desperté con dolor en el cuello y más ganas de dormir. Tenía clases en la universidad; sin embargo, necesitaba descansar. Tomé un baño y me acurruqué de nuevo, mi mente traicionera estaba llevando todos los pendientes de la editorial cuando cerraba los ojos, pero mis ganas de descansar fueron más fuertes y ganaron la batalla, todo podía esperar para el día siguiente.

Tenía planeado dormir por el resto del día, sin embargo, mi teléfono sonando cada dos minutos me hizo abandonar mis planes. Estiré el brazo para tomarlo mientras me sentaba con dificultad sobre la cama.

—Bueno. —Aclaré la garganta, mi voz sonaba soñolienta.

—¿Cómo puedes dormir tranquila después de hacerle daño a la gente? —El grito me despertó totalmente—. Eres una falsa, mala persona, me castigaron de la peor forma por tu culpa.

—¿Sandy? —pregunté confusa al creer reconocer su voz.

—¡Te odio! Perdí lo único bueno de mi vida por tu culpa. Me arrepiento mil veces de haber respondido tu mensaje, de aceptar verte. —Las palabras se mezclaban con sollozos desesperados, no tenía idea de lo que le pasaba, pero sentí una angustia inquietante al escucharla así.

—¿Sandra, qué pasa? ¿Estás bien?

—¿Todavía te atreves a preguntar?

Pese al enojo y su llanto desesperado, logré que me pusiera al tanto de su ubicación. Se encontraba tan alterada que pensé que no era prudente que estuviera sola. Renegando por lo que estaba a punto de hacer me levanté de la cama, me cambié rápido dejando a un lado mi ropa de vagabunda que era mi favorita para dormir. Tomé dinero, mi teléfono, y salí a buscar a Sandy al parque a dónde me dijo que estaba.

No entendía nada de lo que pasaba, sin embargo, asumí que tenía que ver conmigo por la forma tan confrontativa de hablarme. En el taxi me solté el pelo para intentar peinarme un poco, todavía mi cara se veía hinchada por todas las horas de sueño.

—Es aquí —dije apresurada.

El parque era pequeño, pero no lo suficiente para que encontrarla fuera tan fácil. Avancé hasta la zona donde las bancas eran más alejadas y justo cuando cruzaba hacia otra área del parque la vi sentada a la orilla de un árbol. Corrí al verla llorar con desconsuelo y fue entonces que me di cuenta que no llevaba sostén. Detuve mis pechos con mis manos para seguir corriendo, estaba preocupada por ella, en el fondo me sentía culpable.

—Sandy —me incliné hacia ella de inmediato, levantó la vista al escuchar mi voz. Sus ojos rojos y llorosos se quedaron fijos en los míos—. ¿Qué pasa?

—A ti no quiero verte —aseguró apretando los dientes. Sus manos se movieron a mis hombros y me empujó para botarme al piso—. Esto es tú culpa. ¿Por qué abriste tu gran boca con mi hermano? ¿Qué ganabas contándole todo? ¿Pensabas que así ibas a publicar esa novela? —Me reclamó furiosa.

—Sandra, yo no... Yo ni siquiera he hablado de ti con tu hermano, dime qué pasó, ¿Por qué estás así?

—No me niegues que buscaste a Santiago, lo sé todo. —Sorbió la nariz antes de ocultar su rostro con las manos—. No te quedes callada, tonta.

El tono quejoso de la niña malcriada frente a mí, me irritó de inmediato. No tenía por qué preocuparme por alguien que solo había visto una vez. Mi presencia ahí estaba de más, pero como siempre le llevé la contraria a la lógica.

—Sí, hablé con él, no lo voy a negar, pero no de ti. Estoy interesada en la historia, lo sabes, descubrí que él es el autor y solo quise...

—Eres idiota. —Se puso de pie y comenzó a limpiar sus lágrimas—. Mi hermano se enteró que yo subí su historia por tu culpa, no sabes en todos los problemas que me metiste, jamás debí haber hablado contigo.

—Lo siento, no tenía la intención de meterte en problemas.

—Me quitaron mi computadora, me prohibieron hacer uso del internet, incluso me quieren quitar hasta mi teléfono. Me obligaron a cerrar mis cuentas. —Su llanto se descontroló más.

—Si quieres puedo hablar con él

—No lograrás que cambié de opinión. ¡No conoces a mi hermano! Desde que mi mamá murió escribir se volvió en mi todo, ahora por tu culpa me quedé sin nada. No sabes todo lo que he trabajado, perdí mis lecturas, mis seguidores. Te odio, Valentina.

—Oye, no fue mi idea publicar una historia que no me pertenece. No me culpes de todo. Lamento mucho lo que hice, voy a hablar con tu hermano, lo prometo.

—No vas a hablar con nadie. Santiago me amenazó con contarle a mi papá que escribo y si se entera no va a haber quién me salve del internado.

—¿Internado?

—Te mentí, estoy en el último año de la escuela. No soy una universitaria, aún soy menor de edad. Una adolescente controlada hasta más no poder por sus estúpidos hermanos.

—Sandy, de verdad no me imaginaba que ver a Santiago y hablar con él te iba a meter en un problema a ti. Le explicaré a Santiago que...

—No, Santiago no te escuchará, es igual a mi padre. Me quiere hacer lo que a él le hicieron, alejarme de lo que me gusta. Debí darme cuenta de que algo andaba mal, tenía toda la semana actuando extraño. —Lloriqueó.

—Ya deja de llorar así. —Pedí desesperada.

Se quedó callada de una vez, pero no por mí, giré el rostro hacia donde ella miraba y observé a un hombre vestido con elegancia, cargaba la chaqueta del traje sobre el hombro mientras avanzaba a paso rápido.

—Tu hermano.

—Me tengo que ir. —Pasó las manos por su cara evidentemente nerviosa, no lo dio tiempo de huir como quería, su hermano estaba justo a dos pasos de nosotras.

—No quieres que te tratemos como una niña, pero actúas como tal. —Su tono de voz fuerte y seguro me causó escalofríos, di un paso hacia atrás sintiéndome extrañamente cohibida por su presencia—. Buenas tardes, señorita —saludó en voz baja, solo tuve su atención por escasos segundos, después dirigió la vista a su hermana.

—¿Quién te dijo dónde estaba? —Reclamó ella.

—No eres muy lista para buscar un sitio donde esconderte. Siempre vienes a este parque, vámonos no me hagas perder más tiempo.

—No le hables así, pobre —susurré, no tan bajo como quise. Frunció el ceño al verme para luego pasear los ojos por todo mi cuerpo. Se quitó los lentes, los limpió con un pañuelo que guardaba en su traje y se les volvió a poner.

—Vaya, la acosadora.

—Vaya, el maleducado —respondí.

Crucé los brazos para ocultar la ausencia de sostén que se transparentaba en mi camisa blanca.

—No se le da eso de ser graciosa.

—A ti tampoco.

—Sandra, he perdido mucho tiempo ya. Vamos a casa por la noche hablamos.

—No, no vuelvo a esa cárcel jamás. Quiero mi laptop, mis cosas, no puedes quitarme el internet, es un derecho humano por si no lo sabías.

—¡Dios mío! Hoy es el día de escuchar estupideces. —Contemplé sus gestos de fastidio, sus labios carnosos se fruncían mientras juntaba las cejas.

—Es cierto, googléalo, tonto. Estás violando mis derechos.

Él hablaba en tono alto, ella gritaba, las personas que transitaban cerca no dejaban de observarnos. El ruido de su discusión cesó de repente, al levantar la descubrí la mirada de Santiago atenta a mí.

—¿Qué?

—¿Lo está haciendo? ¿Lo está buscando?

—Obviamente, y si lo es —afirmé, mostrándole mi teléfono.

—Demasiado por hoy, vamos, Sandra.

—¡No! Hasta que no me devuelvan mis cosas no regreso.

—Cometiste un grave error, es delito hacer pasar una obra intelectual como tuya. Además, no tienes edad para leer esas cosas.

—Si la tengo, soy casi una adulta, tú no sabes nada de mí, eres un

—No me hables así. —La apuntó, su tono de voz denotaba seguridad, aunque se encontraba sereno, como si era capaz de mantener la calma a pesar de los gritos de su hermana.

—Santiago, deberías entregarle sus cosas. Entendió que hizo algo malo, va a eliminar esa historia de su cuenta.

—Señorita.

—Valentina —dije, cuando entendí que no recordaba mi nombre.

—Le voy a agradecer con toda la amabilidad del mundo que no interfiera en esto.

—Ella se mete porque yo se lo permito —gritó Sandra llena de coraje—. No voy a borrar nada, es mi historia más popular.

—No es tuya —Replicó él.

—Lo que sea, pero no lo haré.

—Sandy, todas tus historias son buenas. Tienes mucho talento muchísimo, incluso en la editorial estamos analizando otra de tus obras. —Desesperada por controlarla mentí de forma descarada.

La chispa en sus ojos cambió al instante, se irguió con más seguridad y se abalanzó hacia mí.

—Olvídate de eso, Sandra.

—¡Cállate!

—No me hables así. —Advirtió molesto.

Su discusión se volvió más fuerte, algunas personas en el parque nos observaban, hasta que Sandy arregló su pelo, se puso la mochila sobre el hombro y se alejó casi corriendo.

—¡Sandra! —gritó él—. Raúl, que suba al auto. —ordenó a un hombre que estaba a unos pasos de nosotros.

—Santiago, espera —pedí caminando tras él—, Santiago.

—¡Dios qué hice! —Levantó los brazos sin dejar de caminar.

—Santiago Sada, te estoy hablando. —Se detuvo al instante, giró lentamente con una sonrisa extraña en los labios que me puso nerviosa, observé como cruzaba los brazos mientras paseaba la vista por todo mi cuerpo.

—Es usted muy valiente.

—Siento mi tono, pero de verdad necesito hablar contigo. Dime que ya leíste mi propuesta.

—Señorita, odio ser maleducado, pero no tengo tiempo de esto. Tenga un bonito día.

—Espera.

—No puedo, en serio, perdón —dijo acelerando sus pasos, era más rápido que yo que evitaba correr por mis pechos sin soporte que los mantuviera en su sitio.

Sin darme tiempo de decirle algo más subió al auto negro que lo esperaba. Sandra estaba adentro, logré verla por segundos. El carro arrancó con gran velocidad dejándome ahí en medio de un parque, al cual nunca debí haber ido.

Hasta que estaba de regreso a casa noté que mi ritmo cardíaco se encontraba un poco alterado. Cerré los ojos para intentar relajarme en vano. El teléfono vibró sobre mis piernas cortando aquel momento en donde respiraba profundo. Era un mensaje de Sandy, me envió un contacto, el de su hermano.

—¡Si! —Celebré dando un pequeño salto.

Sandra me lo envió para que intentara hablar con él acerca de su castigo, y lo iba a hacer. Aunque, también le daría otro uso, tener su número personal fue mi recompensa por llegar al parque.

***

Mi abuela materna tenía un jardín tan grande que pasaba gran parte de sus mañanas dedicada a su cuido. Era mi sitio favorito de su casa, solía correr por el mientras ella regaba algunas plantas, había un rinconcito que era especial para mí. Uno al que casi nadie le ponía atención, pero que yo encontraba fascinante. El montón de pequeños cactus que parecían estar escondidos del resto de personas, era mis plantas favoritas.

Los movía hacia la ventana más grande de mi departamento buscando un poco de luz mientras esperaba la respuesta al mensaje que ya había sido leído. Santiago ignoró cada uno de los mensajes que envíe, pero tenía la esperanza que el último no corriera con la misma suerte.

Iba a hablar con él a como diera lugar. Me sentía culpable y realmente mal al recordar como Sandra lloraba con desconsuelo, no olvidé lo que dijo de la muerte de su mamá y como escribir parecía ayudarle. La presión de ayudarla por resolver lo que de alguna forma yo provoqué, solo crecía.

Por la noche quedé de cenar con Manu, fuimos a una pizzería cerca de nuestro edificio. Yo me encontraba malhumorada, él, cansado, éramos la combinación perfecta para una pésima noche.

—En serio debe haber algo bueno que contar.

—No, ha sido una semana horrible. Debo de hacer un trabajo y no tengo nada de tiempo. El lunes tengo una junta en la editorial, el martes, creo que una cita con uno de los prospectos, Tu idea tiene a todos llenos de entusiasmo —respondí sin dejar de comer.

—Eso es algo bueno que contar. Valen, mira el lado positivo de las cosas, yo, por ejemplo, estoy teniendo problemas en mi vida personal, pero la maestría y el trabajo me mantienen contento, me enfoco en lo bueno.

—Sandy, la chica del libro está jodida por mi culpa, me siento mal

—Lo sé, pobre —susurró pensativo.

—¿Umm? —Dejé el plato a un lado para fijar mi vista en él—. ¿Cómo lo sabes?

—¿Qué?

—Lo de Sandy, dijiste pobre. ¿Cómo lo sabías? —Y fue justo en ese momento en que mi curiosidad se despertó.

No respondió nada en concreto, comenzó a balbucear. Me di cuenta de que no sostenía mi mirada ni de broma y sus manos no paraban de moverse.

—Si, lo habías comentado.

—No lo recuerdo, pero seguro sí —aunque fingí no darle importancia, pero anoté mentalmente su comportamiento extraño—. Debo arreglar lo que hice, y convencer a Santiago de publicar su libro, cosas sencillas. —Ironicé amargamente.

Me encontraba tan distraída que no fui capaz de disfrutar de la cena, ni de la compañía de Manu. Mi noche empeoró al comprobar que mi mensaje no tuvo respuesta. En medio de mi inquietud pensé en dar otro paso que me acercara más a mi objetivo, mientras me preparaba para dormir decidí cuál sería.

No tenía claro si era mala idea llamarlo un sábado por la mañana, pero tampoco me detuve mucho a considerarlo. Desperté tan cargada de energía y de entusiasmo, que no hubo espacio para ningún tipo de titubeo. Después de tomar una larga ducha busqué el teléfono para marcarle.

—Buenos días. —Su voz sonó casi de inmediato, tomándome por sorpresa.

—Hola, buenos días. Soy Valentina, pero supongo que lo sabes. Te envié un par de mensajes para que habláramos.

—¿Sabes cómo se llama esto? —Me interrumpió con su pregunta, sentí tenso el estómago por los nervios, me costaba trabajo pensar rápido—. Acoso —se respondió solo ante mi silencio—, es acoso señorita. No me envió un par de mensajes, fueron trece.

—Supongo que darás parte a la policía, si te sientes acosado por mí lo correcto es que acudas ante las autoridades ¿No? —Solté malhumorada.

—Lamentablemente, no creo que me tomen en serio. Es un poco inverosímil que un hombre se sienta acosado por una mujer joven y bonita.

Mis latidos se aceleraron súbitamente y no tenía claro cuál fue la razón, si sus palabras o la risita coqueta que sonó después. Aclaré la garganta para poder hablar, tragándome la emoción.

—Santiago, en realidad es importante que hablemos. Lamento mucho lo que le está pasando a Sandy por mi culpa, ella no se merece esto.

—No es su culpa, señorita. Usted no fue la que tomó algo que no era suyo fingiendo serlo, por mi hermana, no se preocupe —dijo en un tono más relajado—. Le devolví la computadora y el teléfono. Hará uso del internet bajo supervisión, lo único que quiero pedirle es que usted y sus libros se alejen de ella.

—¿No la dejarás seguir escribiendo acaso? Sandy es muy buena, todos lo dicen.

—Ha sido un gusto saludarle, en cuanto cuelgue bloquearé su número. Tenga un bonito fin de semana.

—Santiago, no me cuelgues, Santiago, al menos lee la maldita propuesta —supliqué frustrada. Segundos después colgó así sin más, cerrándome la posibilidad de seguir intentando hacer un maldito trato con él.

Al menos saber que Sandy no estaba tan castigada como pensé me otorgó un poco de alivio. Evité darle vueltas al resto de mis problemas preparándome para visitar a mamá. Un rato después, al salir de casa experimenté genuino entusiasmo, fue como si el sol me hubiese inyectado energía.

Lamentablemente, la sensación duró poco. Apenas llegué a casa de mamá en dónde encontré a Vanessa mi día pasó de claro a gris. Seguía molesta con ella, furiosa por su intromisión y la manera de minimizarme que tenía al mirarme.

—¿No te alegra ver a tu hermana? —preguntó mi mamá confusa.

—No.

—Menos a mí —respondió Vanessa.

—Pueden no pelear hoy. Estoy tan feliz por pasar tiempo con las dos. Mantengan la fiesta en paz, por mí.

No me quedó más remedio que ceder a mamá. Decidí ignorar cualquier cosa que saliera de la boca de mi hermana con el fin de molestarme. Todo iba bien, extrañamente bien, hasta que al despedirnos tocó el tema de mi trabajo. Se mostró sorprendida porque no me hubiesen despedido aún y dijo de manera cruel que si duraba un mes más debía ir a la iglesia por el milagro concedido.

Generalmente, las estupideces que salía de su boca no me afectaban del todo, pero en ese momento me sentía tan contrariada por las cosas de la editorial que aquel chiste tonto logró irritarme de una forma indescriptible.

Vanessa no se me imaginaba como me motivaba a callarle la boca. Cuando llegué a casa comencé a buscar cualquier tipo de información que me ayudara a hacer mejor mi trabajo. Las redes sociales de la editorial se encontraban muy descuidadas, teniendo en cuenta que era una de las cosas más importantes para la comercialización de los servicios, anoté muchas sugerencias que le haría a Rodrigo y luego hice otra búsqueda de futuros prospectos.

El domingo aproveché para ponerme al día con mis tareas pendientes de la universidad e incluso para responder correos que recibí desde tiempo atrás. El lunes me sentía otra, como un poco más ligera sin tantas cosas encima. Desperté temprano, o al menos antes que mi despertador sonara. Después de prepararme en lugar de ir a la editorial tomé un taxi y fui directo al centro comercial. Mi actitud era otra, no quería dejar ir esa historia tan fácilmente, estaba dispuesta a demostrarme que podía hacer algo que me propusiera.

Caminé con seguridad ignorando la posibilidad de no ser recibida. En el elevador la sensación de vacío en el estómago se hizo presente, me miré en el espejo de nuevo, preocupada por mi apariencia. Peiné un poco mi pelo, acomodé mi blusa y sonreí aprobando mi imagen.

Cuando salí vi el escritorio alto de Kathy a lo lejos. Tomé aire y di unos cuantos pasos para hacia al frente. Llenándome de valor y determinación para salir de ahí con una respuesta. Justo antes de llegar escuché una voz que me obligó a detenerme. Levanté la vista y me quedé congelada al encontrarlo frente a mí. No llevaba lentes, mantenía la corbata en la mano, y el saco del traje doblado en su brazo.

Esa fue la primera vez que noté lo atractivo que era Santi.

Una mujer caminaba a su lado anotando lo que él decía en una libreta. Al verme levantó las cejas denotando un poco de sorpresa. Le regalé mi mejor sonrisa que por supuesto no fue correspondida.

—Buenos días.

—¿Es ella la licenciada Roque? —cuestionó la chica a su lado.

—No, señorita acosadora, le presento a mi asistente, Alicia, ella es la señorita a la que no debe responderle las llamadas —informó con seriedad.

—Santiago —lo llamé por su nombre al verlo avanzar. Que no se detuviera me obligó a seguirlo a paso rápido para subir al elevador con él.

—Ya está solucionado el asunto con mi hermana, no hay más de que hablar.

—Claro que sí, de la propuesta de publicación. —Negó riendo con ironía, con la vista en el piso y las manos en los bolsillos.

—Está a una llamada o una visita sorpresa más de ser denunciada por acaso.

—¿Por qué no quieres ni leerla? Mi propuesta es buena.

—¿Por qué tanto interés?

—Es el libro más popular de la categoría juvenil, todos lo aman.

—¿Y eso es su indicador de calidad? —Su pregunta me tomó por sorpresa, me recosté sobre la pared sintiéndome intimidada por su intensa mirada.

—Tiene excelentes críticas, y las reseñas son...

—¿Y? Eso no es nada señorita.

Las puertas se abrieron tomándome por sorpresa, me hallaba tan enfocada en él que no le prestaba atención a lo que sucedía a mi alrededor. Su asistente fue la primera en obedecer al gesto con el que nos cedía el paso.

—Santiago, tu libro es bueno.

—Lo mismo le dijiste a mi hermana y me tomé la tarea de leerla, es aceptable, pero no buena.

—Pero todos dicen que es la mejor.

Se detuvo al instante que dije eso, giró lentamente aumentando mis nervios al encontrarme con su mirada. Con otro gesto instó a su asistente para que siguiera caminando, y se acercó a mí.

—¿Ya leíste el libro que quieres publicar? —preguntó en un tono de voz ronco, pasé las manos por mis brazos para aliviar el escalofrío que me invadió al oírlo.

—¿Sí? —respondí con dudas, se dio cuenta, el tipo era listo y yo idiota cuando estaba nerviosa.

—¿Sí?

—Algo así. —Lo vi reír por primera vez, sus ojos brillaban cuando lo hacía y el sonido era demasiado agradable para que acabara tan rápido.

—¿Quiere publicar un libro que ni siquiera ha leído? Es un desastre, un desastre. —Repitió, lo observé con detenimiento al escucharlo decirlo, mi intuición me alertaba que algo estaba pasando.

—Deberías leer mi propuesta y no preocuparte por si yo leí o no el libro. Todos en la editorial están interesados en él. La propuesta es buena.

—No lo es, es aceptable no buena. —Me dio la espalda y siguió caminando.

—¿La leíste?

—Supongo que tampoco leyó las historias de mi hermana —dijo caminando hacia la salida del centro comercial.

Me sentía estúpida corriendo tras él por todos lados.

—No lo hice.

—Para un escritor eso es un insulto, no puede emitir una opinión de una obra sin haberla leído.

—No dije nada malo, dije que era buena y los que ya la leyeron dicen eso. —respondí con la voz entrecortada por el esfuerzo que hacía siguiéndolo.

—Nunca engañes a un escritor, una crítica honesta lo puede hacer mejorar mucho.

—Entiendo, leeré tu libro y te daré una crítica si eso quieres para que analices la propuesta.

—No necesito una crítica, señorita. El libro no es lo mejor que he hecho, pero es bueno. —Ladeó el rostro y arqueó una ceja sonriendo, maldito arrogante—. Ha sido un placer verla, pero mi auto me espera.

—Santiago, solo dame una oportunidad para explicarte.

—Ni siquiera lo ha leído, no tiene derecho a nada, que tenga un buen día, señorita acosadora. —Aceleró el paso y fue entonces cuando la frustración me hizo actuar.

—¡Valentina! No señorita acosadora. Mi nombre es Valentina Rincón —grité fuerte.

Volteé percibiendo como el enojo crecía. Tenía la necesidad de tachar de mi lista de cosas pendientes el libro, lo tomé como algo personal, como un reto que no quería perder. Resoplé irritada mientras caminaba con pasos fuertes, dispuesta a alejarme de ese lugar.

—Señorita Rincón... ¡Valentina!

Mis pies se detuvieron por voluntad propia al escucharlo decir mi nombre, volteé sobre mis talones adoptando una falsa tranquilidad que tenía como objetivo mostrarme controlada ante él.

—Mañana, mañana tenemos una cita. Tengo una contrapuesta para ti. —La sonrisa sobre sus labios debió advertirme algo por ese repentino cambio. 

***

Se viene lo buenooooooo 

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