Tiana miró a su ahijada. Amelia Lewis.
-Pequeña Amelia.-Susurró antes de recibirla entre sus brazos.
Matthew fue hasta su mujer y la besó.
-Te amo. Me has hecho muy feliz, Eva.
Ella le sonrió.
-Estoy muy feliz, Matt.
Él volvió a besarla.
-¿Estás bien?
Ella rió.
-Sí, Matt. Estoy bien. Estuviste a mi lado en todo momento, aún fuera de la sala. ¿Por qué no habría de estarlo?
Se besaron de nuevo.
-¿Sabes algo, Eva? Es igual a ti. Tiene tus ojos.
Evanna sonrió.
-Sólo mis ojos. Tiene la forma de tu rostro. Y tu sonrisa.
Él sonrió.
-¿Así?
-Sí. Así.-Dijo antes de besarlo de nuevo.
Evanna se incorporó para ver hacia atrás. Oliver y Tiana miraban a su ahijada dormir.
-Se ven tiernos, ¿No crees?-Susurró Evanna.
-Sí. Serán buenos padres...
-¡Evanna!-Emma entró corriendo a abrazar a su amiga.
Matthew rió al ver entrar tras ella a Rupert, descalzo y jadeando.
-Emma, voy a encerrarte si vuelves a hacer algo así.-Dijo el pelirrojo dirigiéndose a su mujer, tomando con una mano el marco de la puerta y con la otra su estómago.-¡Salió corriendo!-Añadió para Matthew, que lo miraba sin dejar de reír.
-¿Qué hizo?
-No me dejaba levantarme de la cama. Lo engañé para que se cambiara los zapatos y vine corriendo.-Dijo Emma riendo.
Luego se acercó a Rupert y se agachó para quedar a su nivel, ya que agachado como estaba perdía casi cinco palmas de estatura.
-Pobrecito.-Le levantó el mentón para que la mirara.-Pobrecito. Has corrido mucho...
-También tú. Y estás embarazada y no pareces cansada.
-¿Eso crees?-Emma sonrió.-Muero por sentarme. Pero no podía no saludar. Eva, Matt, los niños les envían saludos.
Evanna también reía. Una enfermera se acercó a la sala.
-Lo siento, sólo tres visitas a la vez y... ¡Señor!-Exclamó al ver a Rupert descalzo.-¡Está en un hospital! ¡No puede estar así! Póngase algo inmediatamente o tendrá que irse. No puede quedarse así, son las reglas de salubridad.
Emma le habló a la enfermera.
-Lo siento, ha sido mi culpa. He venido corriendo y me ha seguido.
La enfermera la miró asombrada.
-Querida, estás embarazada, no puedes correr.
-Oh, sí que puede.-Argumentó Rupert, que todo lo que había oído era la última frase y la había sacado de contexto.-Y corre muy veloz.-Añadió jadeando.
La enfermera le sonrió a Emma.
-Sabes de qué hablo. Ahora, por favor, he de pedirles que se retiren. Son las normas de visitas y...
-Adiós, Eva. Adiós, Matt.-Dijo Emma saludando con una mano a sus amigos.
Rupert musitó un "adiós" incomprensible y salieron del cuarto.
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-Vamos, háblame.
Nada.
-Por favor.
Ni una palabra.
-No puedes seguir enojado.
Ni un gesto.
-Por favor, cielo.
Nada. Nada de nada de nada. Nada.
Emma suspiró y siguió caminando en dirección a su casa, ignorando las molestas punzadas de dolor que sentía en su vientre: El embarazo se quejaba por hacerlo correr. El bebé, mejor dicho.
Pero en una esquina no pudo con una puntada especialmente fuerte y se cayó.
Rupert, aunque estaba enfadado con ella, tenía reflejos rápidos y no dudó en atraparla antes de que cayera.
Emma estaba blanca como la cera y respiraba con dificultad.
-Emma... No... No otra vez... Por favor no...
Ella sonrió. Lo atrajo hacia sí y lo besó. Aunque su decisión casi los hace caer a ambos.
Rupert puso su brazo protectoramente alrededor de Emma y la ayudó a caminar con cuidado para que no volviera a caer. Incluso tenía su otra mano en su vientre, lo acariciaba con dulzura y lo sostenía como si también fuese a caer.
Cuando llegaron al edificio, Rupert notó un problema.
-Malditas escaleras...
No podía cargar a Emma por allí y las escaleras eran angostas, no entraban dos personas al lado.
Emma tomó una actitud valiente, se aferró al pasamanos y comenzó a subir.
Rupert se apresuró tras ella para evitar que cayera.
Tres pisos pueden ser una tontería.
Sesenta escalones. No es mucho.
Pero para una mujer embarazada que acaba de correr más de treinta cuadras para visitar a su 'sobrina', y que casi se desmaya en la vereda; y para su esposo que corrió tras ella y está descalzo, sesenta escalones son igual que tres millones.
Emma sentía que con cada paso que daba caería. Y Rupert tenía tanto miedo de que efectivamente cayera y se hiciera daño que no miraba por donde caminaba, y en ocasiones casi se tropezaba también él.
Cuando llegaron al apartamento, Emma fue directo a su cuarto sin saludar a Arthur, sentado en el sofá mirando televisión.
Rupert miró por toda la sala, pero Daphne y Ryan no estaban.
"Deben estar charlando en algún cuarto."
Intentando convencerse a sí mismo de que así era, y luego de saludar a Arthur, entró en su cuarto.
O eso intentó.
No podía.
Emma se había encerrado dentro.
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-Tienes... El cabello... Enredado...
Helena rió.
-Lo siento... Todo ha sido tan... Repentino y... No... He tenido tiempo... De nada.
Will sonrió y siguió besándola.
-Mejor lo solucionamos.
Con el propio cabello de su novia, le ató una coleta y la echó hacia atrás.
-Mejor... Así... Las manos no se enredan en tu cabello...
La pelirroja volvió a reír y siguió besándolo. Pero al sentir las manos de Will sobre el broche de su sostén se separó de él.
Él la miró confundido.
-¿Hice algo mal?
Helena estaba ruborizada.
-Yo... Tenemos que detenernos.
Él torció la cabeza.
-No podemos seguir. Tenemos que encontrar un punto de equlibrio, que sirva para detenernos pero para satisfacer... A ambos.
Will asintió.
-¿Dónde?
-Yo creo que... Hasta donde llegamos recién es suficiente, ¿no?
-Tienes razón. Ahora...
La echó sobre la cama y se echó sobre ella.
-Nena...
-¿Por qué sigues llamándome así?
-¿No te gusta?
-Sí. Pero es extraño.
-Eres igual que una pequeña rosa. Eres muy dulce y suave, pero tienes algunas espinas.
-Estás metafórico hoy...
-Sí. Pero si no te gusta...
Ella lo besó.
-Me encanta.
-Tienes los ojos más bonitos del mundo. ¿Te has visto? Azules como el mar...
-El mar no es...
-Te estoy haciendo un cumplido. No lo arruines.
Helena rió.
-¿Sólo el mar es azul?
-Y el cielo. Y las cosas azules que existen.
-Muy poético.-Dijo ella irónicamente.
Will la besó.
-Tú cállate, poetisa. A ver si dices algo mejor.
-Mis ojos son azules como...-Dijo ella conteniendo la risa.
-¡No sobre tus ojos! Sobre los míos.
-Tus ojos. Marrones como el chocolate y...
-¿Tienes hambre?
-Además de que el marrón no es poético, sí.
-¿Quieres merendar?
-Ahora no. Prefiero besarte.
-Creo que esa opción también la prefiero. Y recuerda que me debes un poema sobre mis ojos.-Dijo antes de volver a besarla.
-Por cierto... Fue lindo lo que dijiste. Sobre mis ojos y el mar.
Will sonrió y apresó sus labios nuevamente.
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-¿Se puede saber qué mosca te ha picado?-Le preguntó un molesto Rupert a la puerta cerrada, que parecía estar burlándose de él.-¡Primero te desmayas, luego corres, luego casi te caes, luego subes escaleras, luego te encierras en tu cuarto y luego no quieres abrirme!
Arthur se acercó a su tío y le susurró:
-Ten. Es una horquilla. Si no te abre, puedes abrir desde afuera.
Después volvió al sillón.
Rupert acarició la puerta como si se tratara de Emma.
-Vamos. Por favor. Abre.-Intentó de modo más suave.
-No puedo.-Susurró ella sollozando.
-¿No puedes?
-Me veo horrible y no me siento nada bien.
Rupert podría haber dicho muchas cosas. "Lo sabía", "te lo dije", "tienes que escuchar lo que te digo", "no vuelvas a hacerlo", entre otras. Pero no lo hizo.
-Em. Sé que no estás bien. Por eso quiero entrar. Quiero ayudarte. Y jamás te ves horrible. Por favor. Estamos juntos. Buenas o malas. Tienes que abrir...
Los labios de Emma lo interceptaron en mitad de su discurso.
Él le puso una mano en la cintura. Con la otra cerró la puerta tras de sí y la empujó sobre la cama.
Emma sonrió y suspiró.
-Cuéntame por qué crees que te ves horrible.
-Oh, vamos. Estoy pálida, sudada y gorda. No paro de hacer cosas sin sentido y de tomar decisiones idiotas. Me siento terrible. Estoy muy mareada y siento muchas náuseas. Además no...
Rupert volvió a besarla.
-Ya. El color volverá junto con la sensación de bienestar si reposas un poco. Seguro que si tomas una ducha estarás limpia y te sentirás mejor, el malestar va a irse. No estás tomando malas decisiones ni diciendo idioteces. En lo más mínimo. Son exageraciones tuyas. Y... No estás gorda.
Emma lo miró frunciendo el ceño.
-¿De veras no me crees? No estás gorda. Estás simplemente hermosa. Muy hermosa. Aquí hay una vida. Y esa vida tiene peso. Se agrega al que tienes. Que no es mucho, es normal. Y mi pequeño Weasley pelirrojo se irá pronto de tu vientre.-Dijo Rupert besándole el ombligo.-Ya verás. Y en cuanto salga, te tendré sólo para mí. Por mucho tiempo.
Ella sonrió.
-La última vez que tuviste esa idea quedé así, ¿ves?-Dijo señalando el bulto en su estómago.
-Prefiero aguantar nueve meses que no poder tocarte para que no quedes así. ¿No te dije una vez? Casada y con ocho hijos. Vamos progresando...
Emma rió y Rupert le acarició las mejillas.
Se perdió en los ojos castaños que lo miraban con afecto y gratitud, y suspiró.
-Eres hermosa. Aún siento que todo esto es un sueño. Que mañana despertaré y no estarás a mi lado, ni tampoco los niños.
Ella le acarició el mentón.
-Aquí estoy. Y aquí me quedaré. Hasta que la muerte nos separe, ¿recuerdas?
Rupert la besó.
-Hasta que la muerte nos separe.
Y se lanzó a sus labios para adueñarse, una vez más, de ellos.