El juego de Artemisa | COMPLE...

By OMCamarena

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Guiada por sus sueños, Elena se fue a Esperanza, dejando atrás el drama de la adolescencia. Tres años después... More

AVISO
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XIX
XX
XXI
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XXV
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XXVII
XXVIII
XXIX
XXX
XXXI
XXXII
XXXIII
XXXIV
XXXV
Epílogo
N. A.

XXXVI

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By OMCamarena

El mes se acabó, pero muchas cosas iniciaron, muchas retomaron su curso después de dos años.


Romeo hizo que Artemisa prometiera que sería buena niña, que se comería todas sus verduras, e incluso logró que incluyera la sopa. ¡La sopa que tanto odiaba! Elena solo deseaba que no se olvidara de la promesa en cuanto Romeo desapareciera por la puerta. Se esforzaba por sonreír, lo último que quería era pegarle a Artemisa su humor, ella estaba muy emocionada, podría decir que su tío estaba en Berlín, Alemania, aunque no sabía dónde se ubicaba esa ciudad en el mapa.

Romeo puso su dedo índice debajo del mentón de Elena y lo elevó hasta que sus ojos no tenían otra opción, sino verlo directamente a los suyos.

—No pongas esa cara, son cuatro semanas —le dio un casto beso en los labios—. Hemos estado separados más tiempo.

—Pero literalmente separados, no juntos pero a un mar y un poco más de distancia. —Frunció los labios.

—¡Hasta Artemisa se está comportando!

—¡Soy niña grande! —Exclamó mostrando su blanca dentadura.

Romeo se agachó hasta quedar a la altura de su sobrina, le revolvió el pelo y le plantó un beso en la frente.

—Cuida de tu tía, ¿me lo prometes? —Extendió su meñique con el objetivo de cerrar su promesa.

Artemisa enrolló su dedito en el de Romeo.

—¡Prometido!

Al levantarse, Romeo metió las manos en los bolsillos y contempló a Elena largos segundos, grabándola en sus retinas, quería verla hasta con los ojos cerrados. Elena quería tenerlo a su lado, deseaba encadenarlo a ella y no dejarlo ir, pero debía hacerlo. Se trataba de una prueba que le ponía Mr. Karma en su preciado juego, quería ver cómo se comportaría, Elena se había convencido de ello.

—Cuando regrese, iré cada fin de semana, aunque un par las secuestraré y las traeré aquí —tomó las suaves manos de Elena entre las suyas y se las llevó a los labios, besó cada dedo, y luego tiró de Elena, encajándola en su pecho—. No me he ido y ya te extraño. ¿Es eso posible?

—Cuando amas nada es imposible.

Llamaron a los pasajeros del vuelo en que iba Romeo. Elena abrió los ojos como platos. ¿Tan rápido? Y aún más rápido se encontró entre los brazos de Romeo, con sus labios probando los de él. Una última vez. Más cerca, es lo más cerca que lo tendré en un mes. Artemisa se quejó, cubrió sus ojos con las manos, pero la ignoraron. Sus corazones gritaban el nombre del otro mientras sus labios se movían lentamente, buscando alargar el momento unos segundos.

—Te amo, ¿lo sabes, verdad?

—Lo sé, así como tú sabes que nunca dejé de amarte.

—Ay, Romeo. —Dijo Elena con un hilo de voz intentando no ser consumida por las bombas en su estómago, las mariposas habían sido víctimas de una evolución muy extraña, un tanto violenta.

Romeo besó la frente de las chicas a las que más quería, las miró una última vez y sintió las miradas de las chicas hasta desaparecer por el pasillo, siempre mirando adelante, a un futuro donde no las vería por treinta días.

Yo puedo.

∞∞∞

De regreso en su departamento por la noche, Elena había sacado el colchón y el edredón de la cama a la pequeña terraza que tenía su cuarto. Dejó los ventanales abiertos, y las cortinas amarradas con las bonitas cintas de corazones rosados que compró antes de salir a carretera. Los farolitos colgaban de unos postes plegables que instaló con ayuda de videos de YouTube, y de poste a poste había pegado cuerdas con estrellas fluorescentes, que Artemisa no dejaba en paz un segundo.

Una charola pintada de sandía las esperaba en el edredón repleta de brownies, pequeños emparedados de jamón y queso y un poco de papas fritas. A un lado esperaba una caja envuelta en un papel de regalo, Artemisa había volado a su alrededor hasta cansarse, entonces había ido por las estrellas.

Elena abrazó a Artemisa y la arrastró al colchón. Se tiró, no la soltó, le fue señalando las estrellas en el firmamento. La luna llena iluminaba lo suficiente para ver con claridad y las nubes no rondaban esa noche. Era perfecto.

—¿Sabes, Artemisa? Tu madre me dio un juego de ajedrez igualito a este cuando cumplí cinco años, como tú —la sentó en sus piernas y le pasó la caja con el lazo rojo, color favorito de Atenea.

Artemisa agarró la caja y la sacudió. Se detuvo al escuchar las piezas chocar unas con otras, se giró con los ojos abiertos y la boca formando un circulito. "¿Lo rompí?" decía su expresión.

—Ábrelo.

—¿Luego me enseñas? Mamá me enseñó, pero hace mucho que no juego y se me olvidó.

—¡Así que puedes hacer frases largas!

—¡Sí! ¡Tengo cinco años! ¡Sé hablar bien! La abuela dice que hablo muy bien para mi edad.

—¿Dónde tenías guardadas todas esas palabras?

—¡En mi boca, tía Elena!

Las muchachas rieron, Artemisa se apoyó en el pecho de su tía y levantó la vista.

—¿Y qué más, tía mami?

—¡Ah, sí! Te estaba contando... ¿dónde me quedé?

—Mamá te regaló un ajedrez cuando cumpliste cinco.

—¡Cierto, cierto!

Rodeó a Artemisa con los brazos y le dio un beso en el pelo, más rizado de lo usual por la humedad.

—Tu mami, Atenea, siempre fue una mujer muy alegre. Le encantaban los juegos. No importaba cuál, ella siempre estaba gustosa de jugar, mientras no fueran apuestas y cosas así...

—¡No! ¡Apostamos chocolates y galletas!

Elena le indicó a la pequeñina que abriera la caja, el juego de ajedrez que había comprado días atrás y nunca se lo había llegado a dar. Le dijo que sacara cada una de las piezas y las pusiera sobre el tablero. Se veía reflejada en Artemisa. Una de las pocas cosas significativas que recordaba de su infancia era la explicación que llegó con su primer juego de ajedrez.

¿Recuerdas, Atenea? Me explicaste la vida como un juego de ajedrez donde yo tenía la última palabra, donde no podía dejarme llevar por el egoísmo y siempre debía ver por el bien de las personas, aunque tuviera que hacer sacrificios, aunque yo no ganara nada a cambio.

Atenea... siempre tan apegada a sus principios y deseosa de pasarlos a la siguiente generación. Elena recordaba las veces que le explicó quién estaba al otro lado del tablero. Quién era las piezas negras, porque el primer movimiento siempre sería suyo. ¿Elena conseguiría pasar las enseñanzas de su hermana? Deseaba poderlo lograr y de una manera justa. Intentó hacer memoria, buscaba en lo más lejano de sus recuerdos el que correspondía a la explicación tan sencilla que Atenea le dio a los cinco años, pero muchas cosas corrían por su mente, saturándola de imágenes y emociones.

Respira. Respira. Tú puedes, Elena.

Unos cálidos brazos la rodearon, se giró pensando que era Romeo y se llevó la sorpresa de su vida. No había nadie. Estaban solas en la habitación. Elena se erizó cuando se encontró mirando el portarretratos que colgaba de la pared que tenía detrás. Tendría unos quince años juzgando por su uniforme de equitación, más o menos a esa edad dejó ese deporte. Sostenía un trofeo de primer lugar y Atenea la abrazaba por la espalda con un orgullo que nadie podía negar. Elena juraba escuchar las risas en la habitación, la llenaba de energía.

—La vida no es un juego que se debe tomar a la ligera, todo lo que hagas tendrá una consecuencia equivalente —Artemisa la miró confusa. ¿Consequé? ¿Equivaqué? Elena entendió que las palabras eran muy complicadas, tenía que simplificarlo—. Una persona que roba es castigada, pero una persona le da su lugar en el camión a otra persona que más lo necesita recibirá una recompensa cuando menos se lo espere. Ojo, tiene que salir del corazón, Artemis. No hagas las cosas porque te vas a ganar algo. Todas esas acciones se van acumulando en algo que llamaremos "Karma". Tu Karma puede ser bueno si haces muchas cosas buenas y malo si haces muchas cosas malas... también puede ser más o menos benéfico para ti. ¿Cómo vamos? ¿Lo entiendes?

—Sí... ¿si hago cosas malas me va a ir mal? ¿Si hago cosas buenas me va a ir bien?

—Puedes resumirlo así.

—Okay. ¿Qué más?

Artemisa fue llenando sus manos de piezas hasta que no había espacio para más, aún quedaban unas en la cama. Elena empezó a acomodar esas en el tablero. Lo podía hacer hasta con los ojos cerrados.

—Cada cosa que hagas, cada acción —movió la reina blanca dos casillas— es un movimiento en el tablero.

—¿Se acaban? ¿Y si me comen las negras?

Elena soltó una suave y cantarina risa, Artemisa en serio estaba interesada.

—Tu mamá decía que nuestra vida era como un tablero de ajedrez, solo que nuestro tablero tiene más cuadritos para avanzar y las piezas no se nos agotan. Siempre te estás moviendo hacia adelante y tienes que ir luchando contra los problemas que te encuentras de la mejor forma posible.

—¿Cómo un guerrero?

—Sí, como un valiente guerrero. ¡Como una valientísima guerrera!

—¿Entonces no puedo ir hacia atrás?

Elena negó con la cabeza.

—Pero puedes encontrar soluciones caminando hacia adelante.

Si la vida es tu juego personal e irrepetible, entonces esta es la representación física del juego de Artemisa. De su vida. Y me toca darle las herramientas necesarias para salir victoriosa.

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