El juego de Artemisa | COMPLE...

By OMCamarena

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Guiada por sus sueños, Elena se fue a Esperanza, dejando atrás el drama de la adolescencia. Tres años después... More

AVISO
I
II
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X
XI
XII
XIII
XIV
XV
XVI
XVII
XVIII
XIX
XX
XXI
XXII
XXIII
XXIV
XXV
XXVI
XXVII
XXVIII
XXIX
XXX
XXXI
XXXIII
XXXIV
XXXV
XXXVI
Epílogo
N. A.

XXXII

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By OMCamarena

¡Ring! ¡Ring!

¿Quién es? Sí, sí. No, no están. Papá y mamá están en el cielo. Sí, son estrellas y me cuidan desde ahí. Tía Elena me lo ha dicho. Me lo repite todas las noches.

Se dedicaron toda la mañana y parte de la tarde a decorar la casa. Las réplicas de las pinturas de Edgar Degas fueron intercambiadas por cuadros de películas animadas que Artemisa disfrutaba. Globos con las caras de las princesas de Disney flotaban a un metro de las sillas del comedor, los platos, vasos y servilletas también eran de princesas. ¡Todo era de princesas! Artemisa estaba en la edad... y Elena ayudaba a su creciente amor por ellas.

De hecho, Flora se había llevado a las niñas a la matiné de un cine a media ciudad de distancia. Como parte de las actividades por el inicio de las vacaciones estaban dando clásicos infantiles. La información había llegado a Elena justo en el momento adecuado, incluso habló con la vecina del piso de abajo para ver si podía cuidar un rato de Artemisa, o más bien su nieta, porque Elena no creí que tuviera la energía para seguirle el paso a la niña.

Elena se acercó al sillón, allí Romeo recién acababa de llenar la piñata que tanto pidió Artemisa en los últimos días. ¿Desayuno? Pedía la piñata. ¿Comida? Piñata. ¿Cena? Piñata. La idea de comprarla fue del tío, Elena estaba convencida de que era un capricho, un gasto más que su cartera no podía permitir, porque además los dulces eran caros. Específicamente los que Artemisa quería. Al final, el tío estrella había comprado la piñata y los dulces a escondidas. Sería una sorpresa.

—Ve a darte una buena ducha —Elena le besó la mejilla a Romeo y le dio un corto masaje en los hombros—, con un poco de suerte y saldrá agua caliente rápido. Está deliciosa.

—Más vale que no me hayas dejado una onza.

Elena se rio con los labios pegados a su mejilla, él lo sintió como una suave vibración.

—Te dejé más que eso.

Le dio un pequeño empujoncito para que se levantara.

—Eso espero... si no te toca castigo.

—¡Uy, uy! Mira como tiemblo.

Romeo negó con la cabeza, sonriente. Una cosa se sentía extraña en esa sonrisa, ¿un poco forzada? Elena no supo distinguirlo, fue un instante fugaz.

Siguió a Romeo hasta verlo subir las escaleras, juraba que algo había cambiado desde el mediodía del día anterior. Como si un pensamiento gris se hubiera pegado a la mente de Romeo. Estaba con ella, pero en realidad se encontraba a años luz de distancia. No tenía apetito y se había quedado hasta tarde despierto. ¿Qué le pasaba? Elena quería saber, estaba preocupada y sentía curiosidad. Una mezcla perfecta para seguir buscando respuestas.

El celular vibró en la isla de la cocina. Elena desbloqueó la pantalla y leyó el mensaje de Flora.

"Vamos en saliendo de la plaza comercial."

Respondió con un corto "okay" sin un punto final. Elena se masajeó la sien en círculos. Los últimos días habían sido una búsqueda incansable, ¿quién diría que encontrar un mantel de princesas de calidad costaría tanto trabajo encontrar? ¿O los vasos? ¿Las servilletas? Suerte que con la comida no tuvo problemas, salvo un ingrediente que terminó pidiendo a una compañera de la universidad.

Después del cumpleaños de Artemisa en un par de días, se dijo que descansaría, aunque sabía que sería imposible. Romeo era fundamental en la rutina. Se encargaba de darle el desayuno y entretener a Artemisa mientras Elena dormía hasta las nueve. Caminaba con Artemisa en los alrededores, le leía cuentos cuando Elena hacía la comida y la entretenía cada vez que su tía andaba ocupada. Elena consideraba imposible poder hacer todo sola, desde el primer día se había acostumbrado a el apoyo que Romeo le brindaba.

Sonó la alarma, un huevo que se abría y dejaba a la vista un pequeño pollito en su interior. Elena presionó un botón para callar el "quiquiriquí", mismo que volvía el huevo a la normalidad.

—Veamos...

Clavó un cuchillo en el pie de manzana, uno de los postres favoritos de Artemisa, y comprobó que estuviera en su punto.

—Perfecto.

Se miró en el reflejo de la ventana. Un mechón se le salía de la trenza de pescado que se había hecho. Demonios. Justo ahora que no me queda tiempo. En el centro de la isla había un platito con chucherías, desde pequeños adornos hasta monedas de cinco centavos. Rebuscando entre todo, Elena encontró un bobby pin y arregló ese problemilla estético.

—¡Eleee!

Ya se metió en problemas, pensó automáticamente, aunque hacía años que Romeo no la llamaba así. Romeo la llamaba de muchas formas. Querida. Amor. Linda. Lena. Elenita. Todos con cariño, reservando unos para momentos más románticos. Le decía "Ele" cuando necesitaba de su ayuda urgente, como si llamarla por su nombre fuera equivalente a una muerte segura.

Elena juntó las cejas preguntándose qué le habrá sucedido. No estaba tan preocupada porque no había escuchado un golpe o algo que pudiera señalar que estaba en peligro inminente, como su tono de voz hacía pensar.

—¡¿Qué pasóóó?! —empezó a subir las escaleras.

Halló a Romeo parado frente al armario. Lo único que cubría su cuerpo desnudo era una toalla que tenía enrollada, de la cintura para arriba estaba desnudo. Se volteó hacia ella cuando escuchó los peldaños rechinar bajo el peso de la chica, permitiendo que viera la camisa arrugada que tenía agarrada.

—Esa criatura del mal estuvo jugando con mi camisa favorita —señaló un punto detrás de Elena. Solo cuando Josefo Nicolás ladró se dio cuenta de que la había seguido—. Está toda mordisqueada.

—Por Dios... Romeo. Ponte otra.

—Obviamente me pondré otra —fulminó al perro con la mirada—, no puedo salir ni a la esquina con una camisa llena de agujeritos. ¡Mira!

Puso la prenda frente la ventana. Por los huequitos se filtraba la luz y podía ver circulitos verdes, las copas de los árboles.

—¡Me lo voy a comer en taquitos! —gruñó.

Josefo Nicolás le respondió con un ladrido.

—Ya, ya. No te pongas como niño, ve a ponerte ropa encima —se puso de puntitas y le dio un beso en la mejilla.

—¿Te prendo?

Elena intentó reprimir la risa que subía por su garganta, pero fue imposible.

—Le hizo mal a tu cerebro tener relaciones —dijo entre risa y risa—. Me gustabas más cuando estabas en abstinencia. Ahora pareces un adolescente hormonal.

Romeo se tiró sobre la cama con dramatismo.

—¡Ay, de mí! ¡Ay, de mí! —se impulsó para atrapar a Elena entre sus brazos y se la llevó con él de regreso a la cama, la rodeó de la cintura y apoyó su mentón en el hombro derecho de la chica—. ¿Es que ya no me quieres, amor mío? ¿Te diste cuenta que no soy digno de ti?

—Eres un dramático, Ro —acarició las manos de Romeo. No podía girar la cabeza, pero sí oler su shampoo y la colonia que tanto la embriagaba—. No quiero que te vayas. ¿Es necesario que estés un mes en Berlín?

—No sabes lo que daría por quedarme a tu lado...

—¿Pero?

Romeo suspiró.

—Pero tengo que cumplir con mi trabajo y lo que me piden —se sentó, Elena se incorporó a los segundos—. Ya me dieron muchas facilidades al permitirme no estar en la oficina.

Verlo encorvado le daba la sensación de ver a un vencido o un guerrero a las puertas de una batalla difícil. Elena se sintió estúpida por haberle hecho la pregunta. Si no fuera necesario obviamente no irías. Que bruta. Puso una mano sobre el brazo de Romeo y le dio un suave apretón para transmitirle que no estaba solo.

En mal momento sonó el timbre, Elena miró a Romeo como si estuviera pidiéndole permiso para ir.

—No me veas así —le dijo—. Eres libre de hacer lo que quieras.

∞∞∞

Artemisa abrió los ojos sorprendida. Cuando su tía Elena le había dicho que iba a ser una fiesta pequeña, nunca se imaginó que tendría tantos adornos. Lo primero que llamó su atención fue el cuadro cruzando la habitación, justo enfrente de la puerta del departamento. Se emocionó hasta brincar y señalar el cuadro mientras intercalaba la mirada de sus tíos al cuadro. Ese tenía a las princesas bailando con sus respectivos príncipes en un gran salón, Artemisa no se fijó, pero en la esquina inferior derecha estaba la firma de Atenea.

—¡Son mis favoritas! —decía una y otra vez.

—¡Mira, tía Flora! —exclamó Magnolia, sus manitas aferradas al vestido rosado—. ¡Son las princesas! ¡Ahí está Ariel! ¡Y Cenicienta!

Artemisa corrió al comedor, donde se encaramó a una silla para alcanzar a ver sin problemas. Ese pastel no lo había hecho Elena, era demasiado complicado para ella, lo supo desde la noche que hizo el bosquejo mientras descansaba en el hospital. La forma principal era de un castillo. Tenía tres torres con sus respectivos balcones, en cada uno saludaba una princesa distinta hecha de fondant. El repostero se las ingenió para poner una alfombra voladora, además del dragón que se asomaba por un lado. Todo estaba detallado, los ladrillos azul cielo, las puertas de madera. Incluso podías ver figuritas pintadas en las diez ventanas en todo el castillo.

—¡Wooooow!

—¡Ese no es el castillo de Peach! —se quejó Philip a costado de Artemisa.

—¡No! ¡Es el castillo de las princesas! —habló Magnolia como si fuera lo más obvio del mundo.

—¡IUGH! ¡Niñas! ¡Todo tiene que ser de princesas!

—Pero son muy bonitas —comentó Artemisa, nadie le podía quitar la sonrisa de la cara—. ¡Ah, miren! —señaló las tres figuritas en las puertas principales del castillo—. ¡Soy yo, mamá y papá!

—¿Tus papás? —preguntó Magnolia.

—¿Dónde están? —siguió Philip.

Flora dio un paso en dirección de los niños, pero Elena la detuvo agarrándola del brazo. Negó con la cabeza, quería ver qué sucedía.

—¡En el cielo! Mis papás son estrellas.

—¿Eh? ¿Estrellas? —Magnolia hizo una mueca de incredulidad.

—¡Sí, sí! ¡Desde ahí me cuidan! ¿Verdad, tía Elena?

La sonrisa en los ojos de Artemisa, su inocencia impoluta. Se le formó un nudo en la garganta a Elena y Romeo se tensó, incluso su mano —que rodeaba la cintura de Elena— se contrajo por un segundo. Elena asintió con la cabeza, porque sabía que al hablar se le quebraría la voz.

—Y me visitan en mis sueños —agregó la niña.

—¡Wooow! —dijeron los niños asombrados.

Romeo no pudo seguir escuchando a los niños. Fue en busca de los platos de botanas y puso un poco de música, desde la sala ya no oía nada. Elena tuvo la intención de ir a hablar con él, sentía necesario esa plática. Sabía que no era el momento adecuado, sin embargo, no permitiría que ese día especial lo pasara con una cruz en la espalda, sobre todo si podía aligerar la carga.

—¡Tía! —llamó Artemisa a Elena atrapando el borde de su falda con sus deditos, tiró un par de veces hasta que se cercioró de tener la atención de la joven—. ¿Podemos pintar? ¿Podemos? ¿Plisss?

—¿Ya? ¿No quieren esperar, Artemis?

—¡No, no! ¡Queremos pintar! Yo voy por las pinturas.

Elena no se pudo resistir a esa carita de ángel que su hermana y cuñado le dieron a Artemisa.

—Está muy alto, ya voy.

A un lado de la puerta del departamento, una segunda siempre permanecía cerrada. Del picaporte colgaba una delgada llave adornada con un moño azul que Artemisa encontró entre la ropa interior de su tía. ¿Qué andaba esculcando por ahí? ¡Ja! Decía buscar la puerta a Narnia. Estaba un poco perdida mi niña. Elena sonrió al recordar lo ocurrido el lunes de esa misma semana.

Abrió la puerta con esa llave, cerró detrás de ella. El closet estaba repleto hasta el último centímetro cuadrado. Las repisas parecían vomitar objetos decorativos de diferentes festividades, destacaban las cosas navideñas, como la corona de Adviento y las esferitas regadas. Elena maldijo en voz baja y se fue abriendo paso, ¿dónde estaban las pinturas?

Abrió la puerta y se asomó. Artemisa pegó un gritito de sorpresa cuando la puerta se movió, estaba esperando a una nariz de distancia.

—Cuidado, Artemis —dijo Elena mirándola de reojo, luego se dirigió a Romeo—. ¿Moví las pinturas? ¿Recuerdas?

—Mmmm... —cajas se cayeron alrededor de Elena cuando movió un libro que mantenía todo en equilibrio. Pegó un grito que sacó a Romeo del sillón— ¿Estás bien?

—Sí, sí, sí —Elena se quitó un par de guirnaldas de encima—. Todo en perfecto estado. ¡Ah! ¡Ya las encontré!

—¡¿Ya?! —exclamó Artemisa haciendo a un lado a su tío para asomarse—. ¡Síííí! ¡Magnolia! ¡Philip! ¡Tía Elena ya encontró las pinturas!

Elena salió cargando una pequeña cesta con pinturas de acrílico, mandiles, pinceles y hojas con los dibujos animados de los niños. Además de las princesas, claro. No podían faltar, ¿verdad, Artemisa? Como era costumbre, el primero en quejarse de tantos dibujos para niñas fue Philip. Encontró varios de coches y superhéroes, pero ninguno lo convencía de tomar el pincel y darle color.

—¡MARIO!

Sus ojos chispearon emocionados.

—¡Encontré a Mario Bros! —decía sin cesar corriendo a unirse a las niñas en la sala—. ¡Mario Bros, Artemisa! ¡Es Mario Bros!

—Yo tengo a Peach —Artemisa le sacó la lengua.

—¡Oye! ¡Hay muchas princesas, déjame a Peach!

Flora interrumpió apareciendo con un plato de papas a la francesa. Los niños dejaron las pinturas en la mesa sin cuidado, muy cera del borde. Esto hizo que Elena se levantara de un brinco para prevenir manchas indeseadas en el piso.

Entre el escándalo de los niños, la música y el ruido de los vecinos, Patrick entró al departamento pasando totalmente desapercibido. No le molestó, adoraba sorprender a todos, aún más cuando nadie se esperaba un segundo postre. Sabía que los niños lo amarían y Elena lo colgaría por llenar a su sobrina de azúcar cuando ya había rebasado la dosis diaria.

—¡A ver, niños! ¿Quién quiere pastel de helado de chocolate? —dijo Patrick a modo de saludo.

Tal y como pensó. Artemisa, Philip y Magnolia olvidaron las papas a la francesa y fueron a su encuentro. Los tres se pusieron de puntitas intentado ver de cerca el pastel, eso provocó la risa de Romeo. Parecía que nunca habían probado un pastel.

—¡El encantador de niños! —las carcajadas no paraban. Elena le dio un codazo—. ¡Auch!

—¡Compórtate!

—¡Sí, mamá!

—¡No estoy vieja!

—Yo no dije eso.

—Hasta parece casados... —murmuró Flora mirándolos de reojo—. Enamorados, ¡ja! Nadie los entiende.

—¿Entonces, niños? ¿Pastel?

—¡Sí! —coreó el trío.

Elena se levantó de un brinco haciendo cosas con sus manos que nadie interpretó bien, incluso Romeo. Era algo nuevo para él.

—¡Primero el mío! ¡Vamos a cantar el pastel! —se giró a Flora y Romeo—. Vamos, muévanse. Estos diablillos tienen hambre.

Romeo la vio dirigirse a la cocina seguida de Patrick. Hablaban muy animados acerca del sabor de los pasteles, nada importante. Elena le sonreía a su amigo y una que otra broma se le escapaba.

Los celos se hacían sentir en el estómago de Romeo cuando veía que Elena era cercana con otros hombres. No parecía importarle pasar tan cerca de él o empujarlo, con cariño, para alcanzar las cosas. En una de esas, Elena se tropezó y Patrick la cachó de la cintura. La miró preocupado y Romeo se vio atacado por una ola de calor que lo cubrió por completo.

—Elena —casi se atragantó al decir su nombre.

La muchacha buscó el origen de la voz, la mirada que le dio demostraba que no estaba consciente de los celos que había provocado en Romeo. ¿Cómo podría? No lo hizo a propósito. Y seguía intentando desarrollar un método para leer el estado de ánimo de Romeo a una habitación de distancia.

—¿Sí? Dame un segundo. Voy a sacar los platos... juraba que ya había sacado todo.

Romeo empezó a caminar en su dirección.

—Elena.

—Patrick... voy a guardar el pastel unos minutitos para que no se derrita, podemos acompañar el que le hice a Artemisa con este. Va a parecer brownie con helado de chocolate —sintió las grandes manos de Romeo caer sobre sus hombros.

Patrick los miró un segundo, comprendió que necesitaban estar solos.

—Aquí tengo los platos —los levantó—. Yo los llevo.

Elena asintió con la cabeza. No podía pronunciar palabra alguna sintiendo la respiración de Romeo rozando su cuello. El corazón de Romeo latía a gran velocidad y sus manos le temblaban. Había reaccionado bajo el efecto de los celos, había reaccionado como un hombre posesivo. No le agradaba y solo ayudó a poner un granito más a la montaña de negatividad acumulada en su cuerpo.

Se escuchaban las voces de los niños, todas muy mezcladas. Sin embargo, él no confundía la voz de su sobrina. Artemisa podría estar en su habitación y su voz siempre sería igual de clara. Estaba feliz, no cabía duda. Siempre había sido una niña muy alegre, irradiaba vida y no causaba problemas. Romeo no pudo haber pedido una sobrina mejor. Pero sí una situación distinta para ella.

Sus manos bajaron por los brazos de Elena y la rodearon por la cintura. Todo Romeo temblaba sutilmente.

—¿Romeo? —Elena rotó para tenerlo de frente, odiaba darle la espalda, era como si estuviera hablando con el aire—. Dime, por favor. ¿Qué te pasa?

—Mañana, no quiero arruinarte la velada con mis problemas mentales —intentó esbozar una sonrisa, pero le salió una curva extraña, un poco de susto.

—No, ahora. No voy a permitir que pases la fiesta de Artemisa con sus amiguitos así —lo señaló completo, suspiró—. Vamos. Nada puede ser tan malo.

—¿Y si lo es?

Elena lo miró con ternura. Parecía un niño asustado, un niño perdido.

—Al menos compartirás la carga —Flora los llamó, al segundo les gritó que se quedaran allí. Que esperarían—. No me voy a mover hasta que me digas, Romeo Dalmas. Y si llega la hora de dormir, no duermes en la misma cama que yo.

Romeo torció la boca. Suspiró. No se podía con Elena, una vez que se le metía algo en la cabeza, nadie podía quitárselo. Una cualidad buena, cuando no era una locura o dañino.

—Es sobre... Paris... y Atenea —clavó la mirada en la ventana.

—Me lo imaginé. No sé por qué, pero lo hice.

—¿Qué pensarías si te dijera que soy el culpable de la muerte de nuestros hermanos?

El corazón de Elena se encogió. Sin darse cuenta contuvo la respiración unos breves segundos. Al ver su reacción, Romeo se encogió de hombros pensando que nunca debió decirlo. Iba a abortar la misión. Estaba decidido a hacerlo. No estaba listo, el mundo se estaba haciendo más chico a su alrededor. Gris, así veía todo. La dulce voz de Elena y su cálida mirada fue a lo que se aferró para no hundirse.

—¿Por qué lo dices?

—La noche del accidente... —se le hizo un nudo en la garganta—. Los tres iban a ir a la playa después de comer con mis padres, pero le dije a Artemisa que iría al cine a ver una película que ambos queríamos ver. No le pude quitar la idea de la cabeza. Ya sabes cómo es. Y como Atenea prefería que Artemisa se quedara conmigo a tenerla furiosa el resto del día, me la dejó.

Volvió a guardar silencio. Elena lo tomó de la mano y le dio un apretón.

Aquí estoy.

—Le llamé a Paris para saber si les llevaría a Artemisa o ellos irían por ella... eso fue a las seis. No lo voy a olvidar. Ellos estaban en carretera y nosotros escuchábamos en el coche el programa de las seis. Estaba empezando.

La cabeza de Elena ya se encontraba haciendo cuentas. Restando. Sumando. Multiplicando, aunque no era necesario.

—"No te preocupes, lo vemos cuando lleguemos" fue lo último que dijo antes de colgar.

Los ojos de Elena se llenaron de lágrimas. Y nunca llegaron. Pareció que Romeo le leyó la mente porque negó con la cabeza al mismo tiempo. Se mordía el labio para contener las lágrimas, a Elena no le gustaba eso, por eso dejaba caer las lágrimas sin importarle su apariencia. Romeo le limpió las pequeñas gotas antes de que se volviera un desastre, un mapache.

—A la hora me llamó mi papá... y el resto te lo sabes. Si no hubiera sido por esa llamada estarían aquí, Elena. Los maté.

Elena se hundió en el pecho de Romeo, lo abrazó con fuera prometiéndose que no lo dejaría culparse de nuevo, porque ella sabía. Elena sabía que él no era el culpable. Sabía de esa llamada, su padre se lo había confiado. Y conocía el final de la historia mejor que nadie.

—¿Qué sucede si te digo que le salvaste la vida a Artemisa? —preguntó alzando la vista.

Romeo no tuvo el valor para mirarla, quería disculparse hasta que la palabra se desvaneciera. Quería devolverle a su hermana. Quería tener a su hermano allí con ellos.

—Romeo —sonrío. Acarició la mejilla del muchacho, estaba rasposa, ya se veía la sombra de la barba—. Mi Romeo... no mataste a nadie. Salvaste a una niña.

—¿Cómo puedes decir eso, Elena? —le quitó la mano de su cara, pero Elena no se rindió. Tenía otra mano y no la paró.

—Tu llamada fue a las seis, eso es indiscutible. Pero el auto no chocó por una distracción. Entre el choque y tu llamada pasó cerca de media hora.

Romeo abrió los ojos como platos y centró su atención en Elena, quien parecía brillar. No por la desgracia que cayó sobre sus hermanos, sino por los juegos del destino y los movimientos del Karma. Elena había imaginado cientos de veces a Mr. Karma y Mr. Destino en su lucha por ganarle el juego a Atenea. Soñaba con eso. En un principio pensó que había perdido, pero hablando con Romeo llegaba a una conclusión muy distinta.

Atenea no había perdido. Todo lo contrario, había tomado sus decisiones de la mejor forma para el escenario que terminó presentándose ante ella.

—El otro coche que los impactó iba a exceso de velocidad y sin frenos. Artemisa no estaría aquí hoy. Si tú no le hubieras dicho que ibas al cine, si Artemisa no hubiera insistido, si Atenea no hubiera aceptado... si todas esas pequeñas cosas que sucedieron no se hubieran dado, Artemisa no estaría acá. ¿Y sabes qué empezó esa cadena? Un puñado de palabras que pronunciaste.

—¿Treinta minutos?

—No fue tu llamada, Romeo. Fueron la velocidad y los frenos de un idiota. Y tú, mi amor, salvaste una vida.

La estrechó como si fuera la última vez que lo haría, como si fuera Dios quien le acababa de quitar un peso de encima. Se atrevió a pensar que quizás Elena había sido el ángel que le envió una fuerza superior a él para que sus días no se apagaran estando vivo.

—¿Entonces vamos a partir el pastel o no?

—¡Ya va, ya va! —dijo Romeo tapándole los oídos a Elena para no lastimarla—. Por Dios, Flora. No interrumpas.

—¡Sí, Flora! —repitió Artemisa poniendo los brazos en jarras—. ¡No interrumpas!

Elena no necesitó seguir la dirección de la mirada de Romeo para saber que veía a Artemisa. Se guardó las palabras que iba a decir cuando los interrumpieron y se limitó a disfrutar el momento.

A veces, el juego de la vida es un misterio que solo se aclara cuando el tiempo ha pasado. Y hoy, Romeo, se aclaró para ti.

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