El juego de Artemisa | COMPLE...

By OMCamarena

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Guiada por sus sueños, Elena se fue a Esperanza, dejando atrás el drama de la adolescencia. Tres años después... More

AVISO
I
II
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
XI
XII
XIII
XIV
XV
XVI
XVII
XVIII
XIX
XX
XXI
XXII
XXIII
XXIV
XXV
XXVI
XXVII
XXVIII
XXIX
XXX
XXXI
XXXII
XXXIII
XXXIV
XXXV
XXXVI
Epílogo
N. A.

X

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By OMCamarena

Podrá ser la persona correcta en el momento menos adecuado.

Te hervirá el estómago, el corazón amenazará con matarte por sus abruptos cambios de velocidad y los bajones de energía te dejarán en el suelo. Probablemente psicológicamente ya te encuentres en un hospital, a pesar de eso no vas a querer ver la verdad. Para ti es difícil aceptar que él es el correcto cuando han sucedido cosas que te destrozan el corazón, dolieron más que una herida abierta hasta el hueso, y como toda herida, la vas a cuidar para que no se vuelva a abrir. Eso significa mantenerte alejada del objeto punzante, de él. Pero sientes una atracción inexplicable. Es parte de tu maldición. ¿Puedes perdonarlo por la herida que te hizo? ¿Aceptas que hay una segunda oportunidad?

¿Regresar a su ciudad natal? Elena creía que regresaría un día, dentro de muchos años cuando ya se hubiera graduado de la universidad y hubiera abierto su propio negocio. Cuando ya no pudieran decirme "Elena, ven a casa y entra a la escuela de leyes". No podía dejar de mover sus manos, trazando líneas en sus muslos. Durante todo el camino Romeo estuvo agarrando una de sus manos, intentando quitarle un poco de los nervios que tenía sobre sus hombros, pero seguramente tendría marcas rojas de sus uñas debajo del pantalón.

—Mis padres querrán ver a Artemisa —dijo Elena.

Romeo acababa de detener el auto en el estacionamiento de la torre departamental.

—No quiero ir a su casa... es como lanzarte a la caza del tigre en su guarida —continuó.

—Tiene que suceder —Romeo apagó el coche y se recostó sobre el volante—. Puedo invitar a mis padres y los tuyos a cenar mañana, ¿te parece?

—Va a parecer que nos estamos comprometiendo.

—¿Y no te gustaría? —tomó la mano de Elena y la acercó a sus labios, que se convirtieron en una curva seductiva. Miró a Elena con diversión—. Recuerdo que querías una hija con mis ojos y con tu color de pelo, ¿Marina, Estella o Theia? No pudimos reducir más los nombres.

—Oh, Dios mío —dijo Elena rodando los ojos—. Por el bien de tus deseos de ser padre, te recomiendo no intentar nada. Tengo dos piernas y sé usarlas.

—Capto la indirecta.

Elena bajó la mirada a su mano, aún atrapada entre los largos dedos de Romeo.

—¿Puedes soltarla? —pidió mordiéndose el labio inferior.

—Sí, lo siento.

Viajar seis horas en coche nunca dejaba de ser cansado, incluso estando en el coche con asientos tan cómodos como el colchón de la bella durmiente. Después de las primeras dos películas, Artemisa había acomodado las sábanas, mantas y almohadas a su gusto. Menos de quince minutos pasaron antes de que sus párpados se cerraran por el resto del viaje, ahora le tocaba a Elena despertarla. A decir verdad, Romeo disfrutaba despertando a Artemisa, pero en menos de un mes Elena tendría que hacerlo de ley y era mejor si empezaba a acostumbrarse.

—¿Artemisa? —la llamó Elena, sentada a sus pies, inclinándose hacia su sobrina.

La niña no se movió ni un centímetro.

—Artemisa, ya llegamos. Vamos, princesita, despierta —la sacudió con suavidad y Artemisa se movió ligeramente, mas no lo suficiente para que Elena pusiera un brazo de barrera para que no se cayera del sillón—. Artemisa, Artemisa.

Finalmente abrió los ojos, miró a su alrededor y bostezó, poniendo en sus ojos pequeñas perlas saladas.

—Estamos en el estacionamiento, bajemos para ir a la casa de Romeo.

—¿Casa de tío Romeo? —Artemisa se estiró en el sillón.

—Exacto. Vamos, linda.

Artemisa se colgó a su cuello, como un monito a su madre, y apoyó su mejilla en el hombro de Elena. Bastaron unos segundos para que Elena reconociera el jardín podado, los arbustos redondos y la fachada de cristal, con letras verticales que deletreaban "GOLDEN". Romeo se acercó a las chicas, le dio un beso en la coronilla a Artemisa. Se detuvo un segundo a contemplar a Elena, su cuerpo encajaba con el de Artemisa a la perfección. No necesitaba practicar, el lado maternal de Elena había salido a la luz. Romeo quiso besarla, pero se contuvo. Sus deseos de ver ese lado desconocido de Elena se lo prohibieron.

—Pensé que te habrías mudado a un departamento más grande —comentó Elena.

—Es adecuado para una persona, quizá me lo hubiera pensado dos veces de tener compañía —Romeo se metió las manos en los bolsillos, en los hombros cargaba las mochilas.

Si te hubieras quedado aquí conmigo... como habíamos planeado.

Romeo no vivía en el último piso como Elena, su departamento estaba en el tercer piso. A diferencia del penthouse de Elena, él sí tenía divisiones entre la cocina, sala y comedor, agregando las dos puertas a las pequeñas habitaciones. Acostaron a la niña en la habitación de invitados, luego se reunieron en la cocina. Elena sugirió compartir cuarto con Artemisa, pero Romeo se negó rotundamente bajo la excusa de que en los últimos días había sido víctima de las patadas de la chiquilla y no había podido dormir bien.

—Artemis ya se ha quedado a dormir conmigo cuando sus padres salían hasta tarde, una vez al mes —dijo Romeo—. No te preocupes.

—¿Seguro? ¿Dónde vas a dormir tú?

—En uno de los sillones —señaló el más cercano.

—¿No será incómodo?

—¿Quieres que compartamos cama? —Elena negó efusivamente, Romeo le sonrió apoyado en la barra de cajones—. Eso pensé.

Elena miró su alrededor sintiendo que regresaba a casa. Había tantos recuerdos encerrados allí... en esa cocina preparó cientos de comidas con Romeo. Se llenaron de harina la nariz y las mejillas de salsa de tomate. Convirtieron brownies en galletas y hot-cakes en crepes. Rieron y lloraron disfrutando de películas que ambos amaban. Bailaron con baladas extranjeras y valses hermosos, manteniendo sus cuerpos pegados. Elena con un costado de su rostro sobre el pecho del joven y Romeo con la mano en su cintura. Dos años después, habiendo escuchado muchas canciones, bailado música moderna, paladeado diferentes sabores y disfrutado más películas, Elena seguía oliendo, escuchando y saboreando todo como si hubiera sucedido ayer.

Puedo verme en sus brazos. Veo las sonrisas. Los corazones enamorados.

El estómago se le contrajo, un nudo se le formó en la garganta. Mr. Karma le restregaba en la nariz lo que había dejado ir. ¿Por qué no podía dejarla en paz por una vez? ¿Por qué estoy pagando ahora? ¿Qué hice? Pasó el dedo sobre la superficie de la mesa de madera en la cocina. Romeo la veía en silencio, el corazón en el puño porque conocía esa mirada perdida en el pasado. La añoranza bailaba en esos ojos almendra, que se opacaban por momentos y brillaban en otros.

—Nada ha cambiado —murmuró Elena.

—Nosotros sí, cielo —tomó asiento en una silla de madera—. Te has convertido en una mujer fuerte e independiente de corazón infinito, ya no eres la misma chica que actuaba sin pensar... maduraste. Creciste.

—Quizá me hacía falta —se quitó un mechón de la cara—. Me lanzaba de cara a los obstáculos y no me importaba el resultado, tampoco pensaba en el daño que podría hacer.

—Y Mr. Karma siempre te lo echaba en cara.

—Mr. Karma lo sigue haciendo... ojalá hubieras cambiado un poco la decoración para no sentirme sentimental.

—Me gustas sentimental —replicó Romeo frunciendo el ceño—. Cambiar la decoración sería guardar todo lo que vivimos y hay muchas cosas que me gustaría recordar cuando veo los objetos.

—¿Por qué quieres recordar cuando ya hemos terminado? —preguntó curiosa, jugando con sus dedos y el borde de su blusa.

Romeo acortó la distancia entre ellos, la miró directo a los ojos y permitió que sus manos la tocaran. La agarró de las mejillas, acariciando con los pulgares su piel. Elena no se movió. Contuvo la respiración. El mundo desaparecía a su alrededor, se convertía en un espacio blanco que relajaba su cuerpo. Cruzarse con esos ojos azules hacían muchas cosas, ese momento le prometían ser querida y protegida.

—Porque nunca he dejado de amarte, Elena —respondió Romeo rendido, ¿cuántas veces tendría que decírselo?—. Juro que intenté olvidarte, pero sabe Dios que me fue imposible. Mi corazón tiene tu nombre escrito en él y ninguna chica pudo borrarlo, fíjate que lo intenté varias veces, pero no se sentía correcto... no era natural. Forzarte a querer a alguien solo te deja más vacío. Contigo estoy lleno. ¿Crees que querría olvidarme de todo lo que compartimos en mi departamento? ¿Cuántas cosas hicimos por primera vez aquí?

Elena repasó lo más importante...

Cocinamos postres cuando me lo prohibieron en casa.

Me enseñaste matemáticas.

Me introdujiste a grandes películas.

Jugamos épicos juegos de mesa.

Leí a Dickens, Victor Hugo y Poe.

Aprendiste un poco de yoga.

Cuidamos nuestra primera mascota.

Hicimos nuestro primer álbum de fotos.

Grabamos nuestros primeros videos caseros.

Tuve mi primera vez contigo.

—Eres un maldito —dijo Elena limpiándose un par de lágrimas que se le escaparon—. No estás jugando limpio.

—El mundo ya está contaminado.

—Si perdonar fuera fácil me declararía tuya y tú serías mío de nuevo —se colgó a su cuello poniéndose de puntitas. Romeo la abrazó y aspiró su familiar aroma.

—Soy tuyo desde la primera vez que perdí en Risk —dijo contra su pelo.

—¡Eso fue a unos días de conocernos! —exclamó Elena brincando a la silla. Cruzó una pierna sobre la otra.

—Lo siento, soy débil a ti —le guiñó un ojo—. Voy a llamarle a mi madre, ponte cómoda.

Elena acercó un frasco de cristal lleno de cacahuates japoneses, forzó la tapa para abrir el tarro y sacó unos cuantos. Los comió siguiendo a Romeo con la vista, hablaba por teléfono caminando en círculos por la sala, con una mano en las presillas del pantalón y la otra en el celular. La señora Dalmas lo obligó a dar un reporte completo de los aspectos más importantes del viaje, además de cómo estaban los tres. Elena se mordió el interior de la mejilla para no reírse cuando Romeo redó los ojos y suspiró cansado de dar explicaciones. Sin embargo, una risita se le escapó entre sus dientes llegando hasta los oídos de Romeo. Viéndose descubierta, Elena bajó la vista al frasco de cacahuates.

—Chismosa —resopló Romeo—. No, mamá. Le decía a Elena —se frotó el entrecejo—. Sí, yo llamo a los señores Hall. Entonces, nos vemos mañana en la comida.

—¿Comida? No me das tiempo de prepararme psicológicamente, Romeo —dijo Elena al segundo que Romeo presionó el botón para terminar la llamada.

El castaño negó con la cabeza, al mismo tiempo que marcaba al señor Hall. Si tenía que hablar con uno de los dos, prefería que fuera con padre de Elena. Pese a mostrarse tranquilo alrededor de la señora Hall, la mujer le ponía los pelos de punta. Tenía ojos en la nuca o una cámara trasera, si no, ¿cómo le hacía para seguir cada movimiento y estar al corriente de todo lo que hacían? No le hubiera extrañado verla escondida detrás de una estatua en una de las citas que tuvo con Elena en sus días de gloria.

Es una bruja en todos los sentidos.

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