El juego de Artemisa | COMPLE...

By OMCamarena

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Guiada por sus sueños, Elena se fue a Esperanza, dejando atrás el drama de la adolescencia. Tres años después... More

AVISO
I
II
II
III
IV
V
VI
VIII
IX
X
XI
XII
XIII
XIV
XV
XVI
XVII
XVIII
XIX
XX
XXI
XXII
XXIII
XXIV
XXV
XXVI
XXVII
XXVIII
XXIX
XXX
XXXI
XXXII
XXXIII
XXXIV
XXXV
XXXVI
Epílogo
N. A.

VII

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By OMCamarena

Elena

Atenea venía de visita tres días antes de Navidad y dos antes de Pascua. Nadie sabía de sus visitas, salvo Paris. Llegaba en el camión de las ocho de la mañana y se iba doce horas después. No teníamos un plan que seguir ni compromisos por cumplir. Nos transportábamos de regreso a los días donde solo éramos nosotras, cuando aún no aparecían los Dalmas. Aunque a veces hablábamos de Paris y la pequeña Artemisa. En las seis veces que me visitó, vi muchas fotos de ellos.

A Atenea le gustaba los caballos, a mí me daban miedo por su increíble tamaño, pero me sacrificaba un día por ella, después de todo era la única oportunidad que tenía para montar uno de esos animales totalmente gratis. Esto era gracias al hermano de Flora y Sally, un veterinario con un pequeño rancho. Esa última visita había charcos de lodo a un lado de la cerca, donde Atenea disfrutaba de su caballo favorito. Pasó cabalgando muy cerca de donde yo estaba, haciendo que el animal brincara en uno de los charcos de lodo y me manchara de pies a cabeza.

«El karma te lo regresará.»

Atenea me miró divertida.

«Ay, Elenita, exageras.»

Unas horas después la estaba despidiendo en la estación de autobuses, sin saber que sería la última vez que la vería en mi vida. De saberlo... le hubiese dicho tantas cosas de las que no tenía ni idea.

Era la primera vez que jugaban a tan temprana hora de la mañana, los días anteriores Elena había estado durmiendo y Romeo entretenía a la niña, pero él no estaba. En algún lugar del jardín, detrás de un árbol o arbusto, se escondía Artemisa; muy atenta de la voz de Elena, quien contaba en voz alta hasta el veinte para iniciar la búsqueda de su sobrina. Al terminar el conteo levantó la vista al cielo parcialmente oculto detrás de las tupidas copas verdes de los árboles, y grito:

—¡Lista o no, ahí voy!

Escuchó un movimiento entre las ramas del árbol a su derecha, pero no era Artemisa, sino un gato moteado. La mascota de la vecina, ¿qué hacía fuera del departamento? Contempló la idea de llevárselo, enseguida recordó que esa pequeña bestia la odiaba y se olvidó de ella.

—¡A que no puedes encontrarme! —Cantó una vocecita en movimiento.

Elena se giró. Allí de donde se originó la voz, un arbusto de flores azul cielo, estaba vacío. Buscó detrás de los árboles, en los lugares más evidentes y de fácil acceso para una niña. Cuando había recorrido un buen área empezó a asustarse, ¿dónde estaba Artemisa? La llamó por su nombre varias veces recibiendo el silencio como respuesta. Dio un giro de 360° hacia la derecha y luego en sentido contrario, el resultado fue el mismo. Se desenredó con nerviosismo el pelo usando sus dedos, se le enredaron los anillos en el cabello, sin embargo, el dolor era menor al temor de perder a Artemisa. ¿Y si algo le había pasado?

—¡ARTEMISA! ¡¿Dónde estás?!

«¡Mantén toda tu mierda unida, Elena!»

Para su suerte, Artemisa pensó que algo había sucedido y decidió salir —o más bien bajar— de su escondite. Elena la vio aparecer de entre unas ramas repletas de hojas verdes del mismo color que el vestido que llevaba puesto. Corrió al encuentro de Artemisa y la abrazó, luego comprobó que no tuviera heridas graves.

—¿Qué pasa, tía Elena? —Preguntó la niña poniendo sus pequeñas manos en las mejillas de Elena.

—Me asustaste.

—¿Por qué?

—Pensé que algo te había sucedido.

—Pero estaba escondida, así es el juego. —Dijo señalando el árbol.

—A la siguiente escalar árboles no cuenta, ¿de acuerdo? Es muy peligroso.

Artemisa hizo un puchero, pero no le llevó la contraria.

—Quiero donas, ¿podemos ir por donas?

—¿Sabes, Artemisa? Conozco el mejor lugar para comer donas.

—¡Conoces lo mejor de todo, tía Elena! ¡Eres genial!

La tía, orgullosa, le dio unas palmaditas a la niña en la espalda. Elena se preguntó qué hizo para merecer una sobrina como Artemisa. Energética, alegre e inteligente. Definitivamente le sacaría canas verdes y moradas, para cuando Artemisa tuviera quince años mejor se pintaría el pelo porque tendría muchas.

«O antes», pensó. Artemisa le sonrió haciéndole pensar que entre sus cualidades se encontraba leer la mente.

Regresaron al departamento por la bolsa de Elena, una pequeña con cosas de Artemisa que metería a la bolsa grande que ya tenía consigo. Alcanzó a ver por el rabillo del ojo un papelito rosado pegado en el refrigerador. Soltó la bolsa sobre la isla de la mesa y fue a ver el objeto de su interés.

«Pluma fuente.» Pasó el dedo encima de las letras y serie de números escritos en ese trozo de papel.

«Romeo, Romeo.»

La nota fue escrita bajo presión, las dos palabras eran casi ilegibles y un par de números se confundían, a pesar de eso sonreía cual romántica empedernida.

—¿Qué es? —Preguntó Artemisa, después de enganchar la correa rosada de Josefo Nicolás a su collar dorado con rosado. Tres colores predominaban en ese piso, rosado, dorado y blanco. Artemisa no tardaría en acostumbrarse.

—Una nota... —su sonrisa se ensanchó todavía más—. La escribió tío Romeo.

—¿Qué dice?

—¡Pequeña preguntona! —murmuró Elena—. "Las amo" y su número.

«Creo que tener celular de nuevo no es tan mala idea...»

—¡Llamemos a tío Romeo! —Exclamó Artemisa ahorcando con un abrazo al perrito naranja.

—Es un poco temprano, ¿no crees? Son las ocho de la mañana.

Artemisa hizo una mueca, no estaba de acuerdo con su tía Elena. El sol ya había salido y eso significaba que el día había empezado, es decir, podía sacar todo el provecho a las horas de luz. ¿Para qué salía el sol si no era para que ella pudiese apreciar las maravillas del mundo, sus colores vibrantes, los pájaros volando, los insectos ocupando su lugar en el ciclo de la vida y los humanos trabajando por mejorar el mundo?

«Ojalá fuera lo único a lo que nos dedicáramos», se dijo Elena.

—Esperemos a que sea tantito más tarde, unos treinta minutos. —Acercó su dedo índice y gordo entre ellos, marcando un corto tiempo.

«Cuando llene mi vaso de valor y me lo tome.»

—¿Treinta minutos? —replicó. Levantó las cejas y sacó los labios, pensativa—. Okay. Uno... dos... tres...

—Minutos, Artemisa.

—¡Eso hago, contar minutos! Cuatro... cinco...

Perdió la cuenta varias veces y volvió a empezar desde uno. Cuando Elena veía que se le olvidaba un número que va había dicho anteriormente, se lo soplaba. Artemisa agradecía cada una de las veces, era una niña muy educada. Desde bebé era muy inteligente, pero eso no la sacaba de su asombro. Estaba determinada a contar hasta treinta y tenía casi cinco años.

«¿Qué le habrán dado de comer? ¿Wikipedia? ¿Google? ¡¿Baldor?!»

Sí, debía de ser Baldor, comúnmente conocido como dolor de cabeza tres mil.

—Y veinticinco... veinti... ¿qué sigue?

—Veintiséis.

—¡Veintiséis!

—¡Wow! ¿Dónde aprendiste los números? —Preguntó Elena, la pregunta había salido antes de tragársela.

—En la escuelita, tiene un árbol muy grande con flores naranja, ¿ya sabes cuál?

Elena respondió que sí. La vaga descripción encajaba con la escuela a la que fueron Atenea y ella, un lugar donde se hablaba en francés en todo momento. Un edificio de ladrillos con dos torres en cada extremo y un árbol en la puerta tapando gran parte de la fachada. Si tuviera que elegir a dónde irían sus hijos a la escuela, en caso de tener chiquillos y regresar a esa ciudad, Elena los inscribiría sin pensarlo dos veces en el Colegio Francés.

Los alumnos aprendían divirtiéndose, así creaban plácidos recuerdos, como los que hasta la fecha Elena encontraba entre los archivos en su cabeza. Se imaginó a Artemisa enfundada en el uniforme, una falda escocesa negra, blanca, gris y roja. Seguramente Atenea le trenzaba el cabello y empezaba a hablarle en francés a mitad del camino a la escuela para que la niña llegara con el chip del idioma en perfecta condición, aunque a los pequeñines no les hablaban todo el día en francés, eso era para los estudiantes de primaria en adelante.

—¿Ya podemos llamar? Ya conté hasta treinta.

—Treinta minutos. Tendrías que contar hasta sesenta unas treinta veces.

—¿Por qué? Es más de treinta.

—Cada sesenta es un minuto y tú quieres llegar a treinta minutos... lo que te lleva a contar mucho. —Intentó explicar.

Atremisa tenía un signo de interrogación sobre su cabeza. ¿De qué cosas raras hablaba su tía? Para ella contar hasta treinta era igual a treinta minutos y así se quedaría hasta tener una correcta noción del tiempo. Elena se dio cuenta, entonces soltó un suspiro admitiendo su derrota.

—¿Te parece si le llamamos cuando hayamos comprado las donas?

—¿Lo prometes?

—Prometido.

—¡Entonces sí!

Realizaron una escala rápida en centro de la compañía telefónica que le rentaba el servicio a Elena, era primordial pagar en vista del contacto que ya no estaba rondando a su alrededor. Artemisa quería hablar con Romeo y además, razón más importante, ya iba creyendo conveniente tener un medio para mandar una señal no de humo para informar al mundo de que estaba en aprietos. Pese a ser temprano, ya estaban dando servicio a los pocos que se pasaban a tal hora. Salieron en menos de diez minutos.

—Ahora ya podemos llamarle al rato a Romeo.

—¡Ahora!

—Dije al rato, cuando termines con tus donas.

—Mmm... bueno.

Elena aparcó el coche en el espacio disponible más cercano al café y se contorsionó para desabrochar el cinturón de Artemisa. La niña se asomó por la ventana, sacando la parte superior de su cuerpo y recibiendo por ello una llamada de atención. En la acera había un par de mesitas de metal, además de un letrero que anunciaba conchas, donas y otros panes recién horneados. El local vecino era de adornos para el hogar y el del otro lado era una boutique de ropa vintage. Elena ignoró ambas tiendas con mucha dificultad, usualmente cada visita al Café Jazmín empezaba o terminaba con una escala a ambas tiendas.

—¡Elena! Hoy madrugaste —saludó Flora sentada detrás del mostrador, dejó a un lado su esmalte de uñas y sacudió las manos, como si pudiese hacer que se secara la pintura más rápido.

—Esta princesita quería donas —dio un empujoncito a Artemisa hacia adelante—. Muéstrale lo mejor que tienes.

—¡Vas a tener que comprar toda la tienda! —se rio apoyando ambas manos en el mueble—. ¿Algo como qué buscas? Tenemos pay de manzana recién horneado y miel de abeja fresca, nos la acaban de traer. Aquí hay panes, merengues...

—¡Qué rico! —la boca de Elena se hizo agua con tan solo imaginarse esas delicias en su boca—. Una rebanada de pay y un café con leche, por favor, Flo.

—Perfecto —se inclinó para ver mejor a Artemisa—. ¡Ven! Te mostraré lo último del menú.

Artemisa sonrió y volteó esperando recibir el visto bueno de Elena.

—Ve, ve —dijo la joven moviendo la mano, se sentó en la mesa más cercana demostrando, con solo colgar su bolsa, que no iba a ninguna parte.

—¡Magnolia, tenemos visitas! —llamó a su vez Flora girándose a la puerta detrás de ella.

Segundos después aparecía la hija de Sally —hermana de Flora— aún en pijamas, cargando un libro de ilustraciones en un brazo. Saludó a Artemisa con la mano, la pequeña le devolvió el saludo. A diferencia de Artemisa, Magnolia estaba durmiéndose todavía estando de pie. Sus facciones asiáticas le daban un toque de ternura y fragilidad que corroía la dureza de cualquier persona. Elena quería convertirla en su muñequita.

Mientras Artemisa seleccionaba sus donas, Flora le explicó a Elena que Sally y su esposo salieron en un viaje de negocios a dos países asiáticos. Magnolia se quedaría con su abuela por las noches, pero el resto del día Flora cuidaría de ella.

—De entre todos los continentes tuvieron que irse a Asia, imposible hablar con ellos. Los horarios son una locura —bufó Flora.

—¿Cuánto tiempo van a estar fuera?

—Dos semanas, una por negocios y la segunda para visitar a la familia del cuñado.

—Podríamos hacer planes un día para salir con las niñas —sugirió Elena—. Se llevan bien.

Las dos mujeres desviaron la mirada a las pequeñas. La escasez de palabras por parte de Magnolia no era problema para comunicarse. Ella negó con la cabeza y señaló con el dedo una dona decorada con flores rosadas.

—Tiene relleno de chocolate —dijo Magnolia con tranquilidad, le dio una pequeña sonrisa a Artemisa.

—¡Esta! —dijo inmediatamente Artemisa.

—¿Segura? —preguntó Elena—. Si no te gusta, te la vas a tener que acabar.

—¡Sí, sí, segura!

—Bon appétit —Flora le dio el plato ornamentado con la dona en el centro y una barrita de chocolate a un lado, cortesía de Flora.

—Merci —respondió Artemisa de forma automática, clavando la mirada en el pan—. Mira, tía Elena, tiene flores pequeñitas.

—¿Por qué no me dijiste que tu sobrina es un geniecito?

Flora siguió a Artemisa con la mirada, sorprendida de la inmediata respuesta. Sintió un jalón en el delantal, bajó la mirada y se topó con Magnolia pidiéndole el desayuno. Flora le hizo una seña para que esperara unos segunditos, su desayuno estaba en la cocina. A mitad de camino lo pensó mejor, a nadie dañaría que un día no comiera siguiendo las reglas del menú que la meticulosa de Sally había dejado, además Magnolia se lo agradecería. Decidió que así sería. Sacó un segundo plato, una segunda barra de chocolate y la dona favorita de la niña.

—¿Y mis verduras? —preguntó Magnolia.

—Las comes al mediodía.

—¡Mamá se va a molestar! —susurró bajito, como si la persona en cuestión estuviera detrás de ella.

—Soy la tía y tengo el poder de cambiar el menú del día, ¿o quieres comer verduras? —Magnolia negó varias veces con la cabeza, pues sus manos estaban ocupadas por el plato y su voz mostraba en susurros lo que quería. Flora le revolvió el pelo—. Ve a sentarte con Artemisa.

Con la llegada de Magnolia a la mesa, la atención de Artemisa pasó de su tía a su nueva amiga. Elena apoyó su mejilla en la palma de su mano, con el codo sobre la mesa. Por más que intentara convencerse de estar equivocada, Artemisa le recordaba más a Romeo que a Atenea o Paris. Además de la similitud física, Artemisa usaba expresiones características de Romeo.

«Quizá es...»

El corazón jugaba con la velocidad de sus latidos, ¿taquicardia o reacción pre reconocer sentimientos?

«...por todo lo que he pasado con él.»

Con aquel pensamiento llegaron recuerdos que creía haber dejado en el pasado, cada uno portaba una energía distinta y le dejaba una sensación reconfortante en el pecho, como si un líquido dulce la estuviera llenando. Por momentos sintió su piel en fuego. Oía la voz de Romeo llamándola "Lena" con cariño. Pero lo que más atesoraba era los pequeños detalles, como el caramelo que le daba cada vez que se veían, las flores que le llevaba cuando uno de sus floreros exigía un cambio o las citas donde le vendaba los ojos hasta llegar al lugar de destino. Oh, referirse a eso en pasado menguó su buen estado de ánimo.

—¡Oh, Romeo, Romeo! ¿Dónde estás que no te veo? —canturreó Flora jugando con su pelo, aleteando las pestañas y, en general, poniendo cara de adolescente hormonal enamorada. Se burlaba de la expresión de Elena.

Magnolia dejó de comer su chocolate para mirar confundida a su tía, ¿qué estaba haciendo? Artemisa reaccionó completamente distinto, se reía mostrando todos los dientes.

—¿Pero qué es lo que veo? —siguió Flora sentándose en la silla al lado de Elena—. ¿Por qué tienes cara de "mi príncipe me ha dejado aquí abandonada y no va a regresar"? ¿Dónde dejaron a Romeo, muchachas?

—Tío Romeo se regresó a casa ayer en la mañana —dio un mordisco a la dona, Artemisa comía extremadamente lento. Saboreaba cada centímetro cuadrado de dona y observaba por todos los ángulos posibles las flores en la decoración—. ¿Estás triste, tía Elena?

—Escucha a Artemisa, Flo, pura verdad dice. Deberías aprender de ella.

—¿Príncipe que me deja abandonada? Para empezar, no es mí príncipe y no me dejó abandonada.

—¿Entonces por qué estabas roja como tomate hace unos segundos? ¡Yo sé que te gusta! —Dijo Flora elevando la voz.

—¿Cómo me va a gustar? —refunfuñó Elena, agarró un menú e hizo como si lo estuviera leyendo. Claro, si se puede leer con el texto al revés.

—¡Tía Elena! ¿Te gusta tío Romeo? —preguntó Artemisa emocionada.

Elena fulminó a Flora con la mirada.

«Gracias amiga.»

—¡A mí también! Es muy lindo y me lleva a lugares divertidos.

—Ya tenemos el club de fans de Romeo. ¡Presentando a las románticas!

Elena dejó el menú por la paz, miró a su amiga fingiendo estar molesta. Entre los gritos de Artemisa, la cara de «están locas» de Magnolia y la insistencia al puro estilo Flora, se preguntaba cómo podía mantener la actuación.

—¡Flora, parece que tienes quince años!

—¡La que parece que tiene quince años eres tú! ¡Bien que te sigue gustando Romeo! ¡Admítelo!

—¡Lo besaste ayer, tía Elena! ¡Se van a casar!

—¡Fuchi! —dijo Magnolia arrugando la nariz.

—¡LO BESASTE, ELENA! ¡Estás quedando roja!—dijo Flora poniéndose de pie, con los ojos abiertos como platos—. ¡Dime que no te gustó y te tiro al pozo con los cocodrilos! ¡Sé sincera, tengo el horno prendido!

Elena se tiró sobre la mesa, una manta rojiza cubrió cada huequito que pudiera revelar el color de su piel, solo unos tonos más brillantes que su pelo. Gracias al cielo, las niñas tenían sus platos en la orilla de la mesa y no los llegó a cubrir con su melena. Elena murmuró algo, pero no la escucharon con claridad. Pidieron que lo repitiera.

—Me gustó y no lo rechacé —admitió y se sentó correctamente de nuevo—. ¿Felices?

—¡Te gusta tío Romeo!

—Artemisa...

—Solo se besa a la persona que te gusta, ¡me lo dijo mi mamá!

Y Elena no podía ir en contra del recuerdo de Atenea, pero sí podía distraer a Artemisa trayendo en escena el celular que la conectaría con Romeo. La niña se olvidó de si a Elena le gustaba o no Romeo, ahora quería el celular. Elena tuvo que pararse para poner una distancia considerable entre el celular y las manos de Artemisa, la niña se molestó e hizo un puchero. Clavó la mirada en la dona, como si quisiera hacerla pedacitos. Elena la vigilaba a unos metros, esperando que Romeo contestara la llamada antes de que los nervios terminaran con ella.

«Pareces enamorada primeriza. Por Dios, tú.»

Romeo contestó el celular. Siguió un segundo de silencio. Elena pasó saliva y se quedó tiesa en su lugar. No había planeado qué le iba a decir y parecía difícil decir "Artemisa quiere hablar contigo" sin que sonara como un graznido.

¿Hola?

Elena pidió ayuda con los ojos a Flora, esta negó con la cabeza y se cruzó de brazos.

—¡Tío Romeo! —gritó Artemisa lo suficientemente fuerte para que la escuchara.

Romeo suspiró.

¿Elena? Sabía que llamarías.

—¿Sí? Aquí hay alguien que quiere hablar contigo.

¿Y tú no?

—Yo te hablo en la noche, ¿vale? —sonrió aun sabiendo que no podía verla—. Te paso a Artemisa. ¡Princesita!

La pequeña corrió a apoderarse por fin del celular, murmuró un "gracias" y empezó a platicar al mismo tiempo que caminaba en círculos alrededor del café. Le contó a Romeo lo que habían hecho desde que se fue, el día anterior pasearon por la ciudad con Josefo Nicolás y cenaron en un restaurant con columpios en el interior. Artemisa los había amado, le prometió que irían cuando él regresara para que se columpiara.

—Tío Romeo —dijo Artemisa bajando la velocidad con la que hablaba—. ¿Te gusta tía Elena?

—¡Artemisa! —murmuró Elena levantándose a recuperar el celular.

Sí, ¿por qué lo preguntas, Artemis? —Respondió con total tranquilidad, como si fuese lo más normal y correcto.

—¡A ella también le gustas! —chilló saliendo disparada lejos de Elena.

—¡Artemisa!

La pequeña soltó un gritito y se rio muerta de los nervios. Elena la alcanzó, extendió el brazo y recibió el celular. La llamada no había terminado, pero Romeo estaba en un silencio perfecto. Ni su respiración era audible. Elena se mordió el labio. Romeo buscaba palabras, sabía que el celular ya no lo tenía Atremisa porque las risas se oían en el fondo. Entonces ahí estaban los dos, sin palabras, sin saber cómo seguir la conversación...

«Si es que debía seguir

Elena no refutaría a Artemisa, había dicho la verdad.

«Lo acepto, sigo enamorada de mi ex. ¿Felices?»

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