Palabra de Bruja Indomable

By E_Hache

20.7K 3.5K 353

«La única manera de librarse de la tentación es caer en ella» Oscar Wilde. ~ Palabra de Bruja #3 ~ Spencer Jo... More

Indomable
~ Advertencia ~
~ Glosario ~
Prólogo
Capítulo 1: El objetivo
Capítulo 2: La celebración
Capítulo 3: La noticia
Capítulo 4: La visita
Capítulo 5: El huésped
Capítulo 6: La charla
Capítulo 7: El bizcocho
Capítulo 8: La oferta
Capítulo 9: El despacho
Capítulo 10: El domúnculo
Capítulo 11: La sutileza
Capítulo 12: El entrenamiento
Capítulo 13: La normalidad
Capítulo 14: La planta
Capítulo 15: El esbat
Capítulo 16: La resaca
Capítulo especial: Eric
Capítulo 17: La hostilidad
Capítulo 18: El café
Capítulo 19: El gimnasio
Capítulo especial: Eric (II)
Capítulo 20: El escritorio
Capítulo 21: El Scrabble
Capítulo 22: El cuadro
Capítulo 23: El solsticio (I)
Capítulo 24: El solsticio (II)
Capítulo 25: El solsticio (III)
Capítulo 26: Las puñaladas
Capítulo especial: Eric (III)
Capítulo 27: El fantasma
Capítulo 28: La ausencia
Capítulo 29: El regalo
Capítulo 30: El cumpleaños (I)
Capítulo 31: El cumpleaños (II)
Capítulo 32: El control
Capítulo 33: La entrega
Capítulo 34: La genética
Capítulo 35: Las marcas
Capítulo especial: Eric (IV)
Capítulo especial: Eric (V)
Capítulo 36: El ruiseñor
Capítulo 37: La burbuja
Capítulo 38: La libélula
Capítulo 39: La apuesta
Capítulo 40: Los triarcas
Capítulo 41: El desayuno
Capítulo 42: La casa
Capítulo 43: El susto
Capítulo 44: La amistad
Capítulo 45: Las galletas
Capítulo 46: Las confidencias
Capítulo especial: Eric (VII)
Capítulo especial: Eric (VIII)
Capítulo especial: Eric (IX)
Capítulo 47: La rendición
Capítulo 48: La vidente
Capítulo especial: Los aquelarres
Capítulo 49: La intrusa
Capítulo 50: El artesano
Capítulo 51: Las consecuencias
Capítulo 52: El luto
Capítulo 53: La emboscada
Capítulo 54: El interrogatorio
Capítulo 55: Los demonios
Capítulo 56: La habitación
Capítulo 57: El juramento
Capítulo 58: Las vergüenzas
Capítulo 59: Las heridas
Capítulo 60: La cura
Capítulo 61: El heredero
Capítulo 62: La propuesta
Capítulo 63: La academia
Capítulo 64: El policía
Capítulo especial: Eric (X)
Capítulo 65: La pantomima
Capítulo 66: El rescate
Capítulo 67: La verdad
Capítulo especial: Eric (XI)
Capítulo especial: Eric (XII)
Capítulo 68: La mudanza
Epílogo
Capítulo especial: El Cuervo
~ Agradecimientos ~
Cuestionario

Capítulo especial: Eric (VI)

196 40 4
By E_Hache

Aquello no era muy diferente de lo que debían de sentir los gladiadores al entrar en el Coliseo. Tenía la misma forma circular y las gradas alrededor estaban colmadas de gente que ya llevaba un buen rato bebiendo y armaban barullo entre gritos y vítores.

En el centro de la sala, elevada en alto sobre una plataforma, estaba la jaula. De forma circular, para hacer honor a la temática de aquel lugar; aunque sería más correcto hablar de una cúpula ya que estaba cerrada por completo. No eran combates por tiempo o por número de asaltos; una vez que entraban los combatientes, la puerta no se abría hasta que solo uno quedaba en pie. Si el otro acababa vivo o muerto... eso dependía de lo enardecido que estuviera su rival.

En el aire, unas luces dibujaban por tiempos las caras de los que iban a combatir junto a sus títulos y sus estadísticas, como si se tratara de una gran pantalla. Giraba por el aire, para que todo el mundo pudiera verlo, así que supuse que aquella ronda de apuestas seguía abierta.

Pude contar siete caras aparte de la mía, ocho luchadores. Como se trataban de rondas clasificatorias, serían siete combates en total y, según se me diera, pelearía entre una y tres veces.

Lancé una mirada hacia donde estaban los organizadores. Me harían una señal tras la primera ronda de combates para indicarme en qué puesto debía tratar de quedar según cómo estuvieran las apuestas en ese momento.

La mitad de los combatientes eran de fuera. Eso solía ser lo normal. Idiotas con algo de músculo y un uso aceptable de la magia corporal que querían ganar dinero fácil. Si tenían suerte, al día siguiente podrían caminar hasta el bar más próximo para lamentarse por ser tan optimistas de creer que se puede ir al infierno a conseguir algo sin que te cueste el alma.

Así que los primeros enfrentamientos siempre eran entre alguien de la casa contra alguien de fuera. A partir de ahí, los combates seguían la planilla clasificatoria. En una mala noche, los de fuera serían todos una panda de inútiles y las palizas de verdad tendrían que ser entre nosotros. Y aunque siempre había algún imbécil con ganas de ascender a base de pisar el cuello de un compañero, por lo general no era plato de buen gusto tener que hacer daño a un amigo. Los combates tenían que ser realistas, la gente quería sangre como si aquello fuera de verdad el Coliseo, así que no podíamos mostrar piedad.

Sin embargo, casi todas las caras me resultaron desconocidas aquella noche. Peleaba con mucha menos frecuencia en los últimos años, así que no reconocí ni siquiera a los de mi propio bando. Y solo pude pensar con fastidio que, por estadística, entre los tres al menos uno sería un imbécil que quería demostrar a Astaroth que era digno de un ascenso pateándole el culo a un rango B.

Tras unos minutos, bajaron la música y Chax hizo su entrada. Haciendo un alarde de agilidad, se deslizó por una de las cadenas que unían los laterales con la jaula y cuya función principal era darle una apariencia más brutal al entorno más que realmente mantener la jaula anclada a ninguna parte. Se dejó caer de lado, como si fuera un tobogán, y saltó el último trecho para caer de pie en la parte superior de la jaula, que le gustaba usar de escenario porque era el punto desde el que obtenía más miradas. Hizo una reverencia a su público mientras este rompía en aplausos eufóricos.

Chax tenía una apariencia neutra en cuanto a género. Tenía un cuerpo adolescente, con el cabello rapado salvo por la parte superior, que mantenía más larga y peinaba hacia un lado como un desordenado flequillo de mechones azules de diferentes tonos. Su cara redondeada tenía unos bonitos ojos grises que brillaban con un aire travieso, llevaba un piercing en el septum y otro en una ceja, y su ropa holgada disimulaba por completo la presencia de pecho. Ni siquiera su voz terminaba de aclarar su género y él, o ella, parecía disfrutar de la confusión que eso despertaba a su alrededor, ya que nunca se tomaba la molestia de aclararlo y respondía por igual ante ambos pronombres. Y no pude evitar una pequeña sonrisa al pensar que aquello sacaría de quicio a Spencer: su mente cuadriculada no aceptaría que hubiera algo que no pudiera categorizar.

Aquel día, Chax llevaba un traje verde, con una camisa púrpura y pajarita amarilla, dándole el aspecto de un duende bromista. Y favorecía esa impresión manteniendo la atención del público con bromas mientras dirigía el espectáculo. Ariel aún no terminaba de pillarle la gracia, pero no iba a interponerse en lo que el público quería y Chax tenía un carisma innegable.

—¡Buenas noches, mi querido público! —Su voz resonaba por toda la enorme estancia como si llevara un micrófono que, por supuesto, no le hacía falta para amplificar el sonido—. Os veo especialmente felices. ¿Es que no sabéis dónde estáis?

La sala entera vibró cuando todos contestaron al unísono «¡En el infierno!».

—Joder, ¡sí! ¡Ya lo creo que sí! ¡Y aquí se viene a pasarlo diabólicamente bien!

El público estalló en un ruidoso jolgorio mientras Chax paseaba por la cúpula para no dar la espalda demasiado tiempo a ninguno de los sectores de las gradas.

—¿Eso es todo? —les desafió en tono socarrón—. ¡Venga ya! ¿Me he equivocado de piso y he bajado hasta el inframundo? ¡¡Quiero que os oiga todo el puto Londres!!

Y su público le dio lo que pedía, cada vez más exaltado. Porque eso era bueno para el negocio. Así bebían más alcohol y dejaban más dinero en las apuestas.

A cambio, exigían más sangre.

Mientras caminaba por la superficie abombada, ignorando las leyes de la gravedad, Chax fue presentando a los ocho participantes, con breves narraciones de cada uno qué tenían más de historia que de descripción, dejándome a mí para el final.

Al oír mi rango, muchos se mostraron impresionados y eso me dio esperanzas. Si demasiadas personas apostaban por mí, tendría que dejarme ganar pronto y mi noche aún podría salvarse. Pero pronto empecé a oír que llevaba demasiado sin subir al Círculo, que estaba "viejo". —¡Viejo! ¡Con menos de treinta años!—. Y visualicé cómo los números empezaban a ponerse en mi contra. En ese caso debería quedar de los primeros, eso significaría combatir toda la noche.

Me mantuve imperturbable, cruzado de brazos, ajeno a los comentarios y las alabanzas por igual. Esperando mi turno con indiferencia en la pequeña plataforma flotante que se disponía para cada uno de los combatientes y que nos mantenían equidistantes, rodeando la jaula desde las alturas, como si fuéramos estatuas en exposición hasta que llegara nuestro momento. Dejando que el público apreciara también nuestro temple para tomar una decisión en sus apuestas.

—¡Señoras y señores...! Oh, ¿a quién quiero engañar? ¡Ebrios patanes del público!

Las gradas estallaron en ruidosas carcajadas y tuvo que esperar unos segundos antes de poder seguir hablando. Pero ese era parte de su trabajo, al fin y al cabo. Si nos centráramos en pelear, aquello sería rápido, sucio y aburrido, y tarde o temprano alguien se daría cuenta de que aquel despropósito debería indignarle en lugar de entretenerle. Por eso la labor de Chax era importante: convertía aquello en un espectáculo.

Anunció el primer combate y, a medida que los presentaba, las plataformas de los participantes bajaron por turnos hasta colocarse a un salto de donde estaba Chax en la cúspide.

Tradicionalmente se le concedía entrar primero al visitante y después al luchador del Pandemonium. Cada uno tenía un minuto para hablar con Chax y ganarse al público, para paladear su pequeño momento de gloria mientras sonaba una canción elegida por ellos y el público les gritaba por igual ánimos y abucheos. Luego se abría la parte superior de la jaula y saltaban dentro, ignorando los cinco metros de caída hasta el suelo.

Después, aquella cúpula se cerraba como si se hubiera alimentado de ambos combatientes y no abría su boca de nuevo hasta que solo quedara uno en pie.

Daeva subió a pelear la primera de los nuestros.

Daeva era una mujer albina, de inquietantes ojos rojos. Llevaba la cabeza rapada y tenía una complexión fuerte si se le prestaba la suficiente atención; pero su piel, de un blanco extremo, hacía que se viera delicada y enfermiza. Y quizás ese fuera precisamente su punto fuerte.

Fue presentada ante todos como «Daeva, la Serpiente Blanca» y no era una elección al azar. Había oído hablar de ella aunque nunca la hubiera visto luchar: la druida no recurría a la fuerza bruta, sino que su estrategia consistía en ser rápida y debilitaba a su rival con temibles arañazos que le inyectaban veneno.

Los que no la conocían apostaron sin dudar por su rival: un hombre joven, con poderosos músculos y sin rastro alguno de cicatrices que respaldaran ante un ojo experto que alguna vez hubiera luchado contra algo que no fuera un saco de boxeo y que aquellos músculos nacieran de algo más que ser mimados en un gimnasio. Se hizo llamar en un alarde de ingenio «Jack, el Destripazorras» y el público rio su vulgaridad a base de insultar a Daeva, que mantenía la calma como si su alma también fuera de alabastro.

Aquel hombrecillo estúpido que cometió el error de pensar que su combate sería más sencillo por enfrentarse a una mujer no tardaría en lamentarlo.

—¿¡Vosotros qué opináis, mi querido público!? ¿¡Podrá un «destripazorras» usar sus conocimientos de carnicería en una serpiente o serán especies demasiado diferentes!?

Por supuesto que no fue rival para Daeva.

Podría haber acabado el combate a los pocos segundos, pero lo importante era dar espectáculo, así que prolongó durante quince agónicos minutos la tortura de aquel muchacho que apenas podía moverse tras sufrir el veneno de sus certeros ataques.

Cuando ya ni siquiera podía arrastrarse por el suelo, Daeva caminó orgullosa hasta él y puso un pie sobre su espalda, nombrándose ganadora con su gesto, en el orgulloso y tranquilo silencio que la caracterizaba. El pobre insensato tuvo la mala idea de tratar de seguir luchando y la cogió del tobillo pese a que no tenía fuerzas ni para intentar derribarla, ganándose que ella le pisara la cabeza y, ahora sí, lo dejara del todo inconsciente y posiblemente con la nariz rota.

Un justo castigo por no saber rendirse ni respetar a su rival.

El siguiente en entrar a la jaula fue alguien llamado Häel, apodado «la Sombra». No le conocía, ni mucho menos le había visto luchar, pero me pareció que su apodo le venía de que su estrategia era dejar momentáneamente ciegos y sordos a sus rivales mientras aprovechaba para atacar sin poder ser esquivado.

Sin embargo, dado que llevaba tantos años combatiendo en el Séptimo Círculo, sé reconocer cuando un guerrero tiene que dejarse ganar. Y Häel fue quien esa noche tuvo que fingir su derrota contra «Caleb, el Destructor» para mantener la farsa de que los luchadores que venían de fuera a desafiarnos en nuestra propia casa tenían alguna posibilidad. De lo contrario, ningún idiota con algo de músculo, un uso decente de su poder y poco sentido común se plantaría allí a pelear por dinero y nosotros no podríamos seguir haciendo fortuna con las apuestas.

Häel luchó bien, pero demasiado lento. Supuse que había optado por no aumentar su velocidad para fingir que invertía todos sus esfuerzos en atacar y hacerlo creíble. Así que, tras un buen rato de combate, el desgaste pudo con él y acabó dejándose caer cuando alguien de la organización consideró que ya había soportado suficiente y le hizo una señal.

El orgullo no tiene cabida cuando estás dentro de una jaula.

Una lección que debería haber aprendido hacía tiempo el que sería el tercer combatiente de Pandemonium.

Analicé con ojo experto al luchador fornido y de piel morena. Tenía el cabello negro lo bastante largo como para que se le metiera en los ojos, por lo que usaba una bandana roja en la cabeza para sujetarlo, a juego con su pantalón. Era un rango E y no me resultaba familiar, pero por cómo me miraba, ignorando a su rival para centrar el espectáculo en crear una imaginaria rencilla entre nosotros dos, detecté sin lugar a dudas al imbécil arribista de turno.

Como si ascender dependiera solo de la fuerza. ¿Qué futuro tiene una organización dirigida por brutos idiotas? Hacía falta astucia, lealtad y talento. Pero ese imbécil no tenía neuronas suficientes para comprender que vencerme no le garantizaba nada más que un simbólico ascenso al rango D y nada más. Y una bronca de Ariel a mí por dejarme vencer por un imbécil como ese.

«Erebus, el Titán» se hizo llamar. Supongo que la humildad tampoco estaba en su lista de virtudes. Ni la obediencia, ya que su combate duró demasiado poco y eso no era bueno. Su chulería haría que los demás tuviéramos que alargar nuestros encuentros y yo era el único que quedaba por pelear de la primera ronda.

Al acabar, me hizo un gesto señalándose a los ojos y a mí: «te vigilo». ¿Se suponía que eso me debía intimidar?

—¡Bueno, bueno, bueno! ¡Parece que Erebus quiere ponerse a prueba esta noche enfrentándose a Belial, el Rey Demonio! ¡Crucemos los dedos para tener la oportunidad de ver esa pelea de colosos!

Aquello no me podía despertar más tedio. Y, aun así, me tragué mis sentimientos, le sonreí socarrón y le hice un corte de mangas, entrando en su estúpido juego. Dejando que todos los allí presentes pudieran meterse en la fantasía de que había una rivalidad antigua que valía la pena presenciar cómo se resolvía de forma violenta en la ronda final.

Había que ser imbécil para querer llamar así la atención y asegurarte de tener que pelear y ganar hasta llegar a la final. Y encima me arrastraba a mí en su locura. Jodido imbécil...

Porque encima él ya había dejado claro en su combate que le daban igual las reglas bajo las que debíamos actuar los luchadores del Pandemonium. Y, al parecer, la ira del propio Astaroth cuando supiera que había actuado por su cuenta. Se le había metido entre ceja y ceja que debía ganarme y en su imaginación los beneficios compensarían el coste.

—¡Y por fin, el último combate de la primera ronda! ¡¡Ajax, el Demoledor!!

En serio, ¿qué pasaba con esta gente? ¿Se habían reunido en la puerta cinco minutos antes del inicio y se habían repartido los apodos buscando en un diccionario de sinónimos?

Al igual que todos los que venían a pelear, el joven pelirrojo tenía músculos y una buena dosis de vanidad. Evitaba pensar en si hacían aquello porque necesitaban el dinero porque no podía permitirme actuar desde la empatía con ellos. Y, por suerte, la mayoría se enajenaban lo suficiente al verse arropados por el público como para ayudarme a visualizarlos solo como unos idiotas que estarían mejor yéndose a casa con una paliza que les bajara los humos.

—¡Y se enfrentará al que todos estabais esperando! ¡A uno de los demonios más temibles de este infierno! ¡Belial, el Rey Demonio!

Los gritos del público no despertaron nada en mí.

Las primeras veces tenía demasiado miedo para engrandecerme con los vítores y, cuando por fin me sentí algo más seguro de mi fuerza, comprendí que no les importaba lo más mínimo. Unas veces te animaban y otras te abucheaban, y en ocasiones la misma persona era capaz de hacer ambas a lo largo del mismo combate. No tenía cara ni nombre para ellos, solo era su juguete. Eran un puñado de niños consentidos enfocando sus lupas sobre las hormigas y nada más. Su amor era falso. Lo único real allí era el dolor y la siempre presente amenaza de morir en cualquier momento. Así que ahora solo sentía asco y tedio de verme envuelto en aquella brutalidad sin sentido.

¿Se preocuparía Spencer si no volvía al día siguiente?

Ese pensamiento surgió de la nada, removiendo algo de inquietud en mi apatía. Pero no le di mayor importancia. Sí, seguramente sí, se preocuparía porque necesitaba saberlo todo y no tener bajo control cuándo iba a volver la sacaría de quicio. Y supuse que, con el paso de los días, al final empezaría a preocuparse de verdad... aunque con el tiempo lo superaría. Ella tenía experiencia con la pérdida y dudaba que alguien que había tenido que perder a sus padres tan joven no supiera lidiar con ello. Comparado con eso, el hermano de un conocido con el que había convivido unos días no sería un gran drama en su vida.

Aunque no era lo mismo, claro. Con ellos había sabido lo que les pasó, mientras que conmigo nunca sabría...

La comprensión me sacudió de pronto. Sus padres, el accidente de coche...

Apreté la mandíbula, disgustado conmigo mismo. Dylan me lo había contado, ¿cómo había podido olvidarlo? Eso daba un sentido diferente a sus ojeras, a su preocupación. Le estaba apretando sobre viejas cicatrices que todavía dolían. Y dudaba de que algún día fuera capaz de ver coger a alguien un coche en un día de lluvia sin enfermar de la preocupación.

¿Cómo no me había dado cuenta antes? Menudo cabrón insensible; y encima la había torturado no volviendo hasta el día siguiente. Y esa misma noche lo había vuelto a hacer. Si no volvía, la idea de que me marché en coche una noche de lluvia y ella no me lo impidió la atormentaría durante demasiado tiempo.

Hoy no es un buen día para morir, le debo una disculpa a Spencer.

Y con ese firme pensamiento en mente, salté de la plataforma hacia la jaula.

* * * *

Ajax, el Demoledor, había mordido el polvo. Y de qué forma.

Nada más empezar le había sonreído con un aire burlón y el pobre novato no había necesitado más para lanzarse al ataque perdiendo los estribos. Acorde a su apodo, había decidido que con fuerza bruta bastaba para un combate y había apostado por aumentar su potencia, creyendo que dar puñetazos con la fuerza de una bola de demolición sería su mejor opción. Y no andaba muy desencaminado cuando bastaría un golpe para destrozar un coche, pero su estrategia no era muy útil si no era capaz de tocarme.

Yo no era ningún novato y ya no cometía ese tipo de error. Todos tendían a usar la magia corporal para aumentar su fuerza, esperando ganar a base de brutalidad. Yo, en cambio, prefería concentrar mis esfuerzos en volverme más ágil y endurecer mi piel para ganar resistencia. Después de todo, nadie quiere un combate breve, no había gloria alguna en vencer rápido para el público, y los propios aspirantes acababan cometiendo errores cuando les podía el cansancio.

Las técnicas de Daeva y Häel estaban bien, pero yo no podía permitirme perder ni una gota extra de energía modificando mi cuerpo para crear veneno o para trastocar los sentidos de mi rival. No cuando ya había quedado claro que tendría que entrar a la jaula tres veces esa noche. En su lugar tuve que ser ahorrador, dejarme golpear alguna vez para darle emoción y procurar alterarle con mis comentarios para que cometiera errores.

Tuve un pequeño descanso mientras se abría otra ronda de apuestas y Chax cantaba los próximos combates, lanzando elucubraciones y juegos de palabras. No me molesté ni en escuchar. Necesitaba ese respiro ya que tenía el peor hándicap posible: mis dos siguientes combates serían seguidos. Mi siguiente descanso sería tras vencer o, viendo lo motivado que estaba Erebus, sería para siempre.

Unos minutos después, Daeva y Erebus entraron en la jaula. La druida combatió bien, y ella misma sabía que debía dejarse ganar por el bien del espectáculo, pero eso no privó a Erebus de actuar de forma brutal con la bruja, una vez más anteponiendo la victoria a costa del entretenimiento.

Mi descanso había durado demasiado poco cuando me vi frente a Caleb, quien se había venido arriba tras vencer a Häel como si hubiera sido mérito propio. Decidido a ocupar mi lugar y vencer al Rey Demonio para poder enfrentarse luego al otro luchador favorito de la noche, apostó el todo por el todo: su cuerpo comenzó a arder como si fuera un fénix. 

Tal vez no le llegarían las fuerzas para vencer a Erebus, pero clasificarse para la final en su primer intento, tras vencer al Rey Demonio, sería recordado como una hazaña.

Me crucé de brazos y negué con la cabeza, chasqueando la lengua despectivamente.

—Vamos, Jerry. Habías elegido... ¿el Arrollador? No puedes a mitad de partido pretender ser «el Príncipe de las Salamandras». Apegarse al papel es importante.

—¡¡Me llamo Caleb, el Destructor!! —bramó ofendido por mi "error".

Mientras corría hacia mí, invoqué un campo de fuerza a unos veinte centímetros de mi puño derecho y a unos diez del izquierdo. Sentí la tentación de reforzar mi piel, o incluso de invocar agua y dejarlo como a un caniche empapado, pero no podía olvidar que era el segundo combate y debía reservarme para Erebus.

Salté hacia un lado cuando trató de hacerme un placaje ígneo y, mientras se giraba, le di un gancho de izquierda ignorando el desagradable calor del fuego y las posibles quemaduras. De eso nos encargaríamos más tarde.

Caleb se quedó noqueado un momento, sin entender cómo le había golpeado sin tocarle. Y cuando logré impactarle un segundo golpe, esta vez con la derecha, quedó todavía más aturdido.

Había logrado leerle bastante bien y reconocía sus movimientos de boxeador. Pero la falta de heridas en la piel significaban que no peleaba fuera del ring normalmente, así que estaba malacostumbrado a medir la distancia que debía dejar con sus rivales y a esquivar los golpes por la medida del brazo. Al añadir largo extra —y además diferente— a cada uno de mis brazos, le había aturdido lo suficiente como para no saber esquivarme con la facilidad que debiera.

Matty se horrorizaría al verme pelear así, pero mi honorable hermano no sabía lo que era pelear por tu vida. Aquí valía todo.

Por desgracia, pelear a tan corta distancia hizo que me llevara varias quemaduras y no pude recrearme demasiado tiempo dado que con cada minuto desgastaba mis fuerzas en ir creando los campos de fuerza y cambiándoles la distancia. Así que apenas llegamos a los diez minutos, lo dejé KO a costa de una severa quemadura en la pierna.

—¡Y así acaba la ardiente trayectoria de Caleb, el Destructor pirómano! ¡Supongo que tenía la mecha corta!

Apreté los dientes mientras sacaban a un humeante Caleb de allí. Los chistes de Chax ya no me hacían ni puta gracia, estaba cansado, sudoroso y dolorido y a cada segundo les odiaba más a todos ellos. Decidí concentrarme en curar parcialmente la pierna para no perder estabilidad y dejar lo demás para luego. Nunca se era demasiado ahorrador en estos casos mientras pudieras seguir peleando, aunque fuera con algo de dolor.

Mientras tanto, Erebus entró a la jaula con una expresión arrogante y empezó a pasear a mi alrededor como un tiburón rodeando a su presa.

—¿Cansado? Pobrecito... Los combates largos son agotadores, ¿verdad? —se jactó con el mismo tono de burla que usaba yo para sacar de quicio a los novatos.

Y entonces lo entendí: no había sido solo vanidad vencer tan rápido a sus rivales, sino también un intento de reservar sus fuerzas. Quería llegar a la final descansado, sabiendo que yo tendría que desgastarme en mis combates para suplir la falta de espectáculo de los suyos. 

Después de todo, había un par de neuronas ahí dentro. Y le daba igual ganar en un combate desigual con tal de vencerme.

Le eché un vistazo. Se había llevado golpes, por supuesto, pero nada grave. Daeva le había logrado arañar, aunque no había cometido el error de subestimar su veneno y ya se había curado. Debía de estar en torno a las tres cuartas partes de sus energías, yo apenas a la mitad.

—Estoy cansado y herido, las apuestas están a tu favor. Tienes que dejarme ganar.

Así funcionaba, le gustase o no. La gente adoraba las remontadas de última hora, lo suficiente como para irse a casa aceptando el sabor agridulce de haber perdido dinero por una apuesta a cambio del numerito.

Pero Erebus sacudió la cabeza con insolencia.

—Me la sudan las reglas. Si acabo contigo, yo seré el nuevo Rey Demonio. Y Astaroth no podrá castigarme si soy el favorito del público.

Vale, sí que era un idiota. Uno que no entendía que no podía ganarse el favor de su líder haciéndole perder dinero. Aquello era un negocio y yo no me había ganado mi fama por ser el más fuerte sino por seguir las reglas.

Me apodaban «el Rey Demonio» por ser el único de un rango tan alto que luchaba, el propio Astaroth eligió el nombre para mí. Porque por mí bien me podría haber llamado «Belial, el Hasta-los-huevos». Y claro, habría quedado en mal lugar de cara al público que un rango tan alto perdiera contra niveles inferiores, así que era parte de la pantomima que ninguno de mis compañeros me tratara de vencer. Los combates peligrosos eran contra los que venían de fuera, porque ellos querían la gloria de derrotar a un alto mando. Y ahora resultaba que se me tenía que colar una víbora en el nido.

—La estás cagando —traté de advertirle.

Pero el imbécil de turno se creía demasiado inteligente para su propio bien y ya había tomado su decisión. Mutó sus brazos para invocar cuchillas que salían de sus nudillos y dos largas que se extendían desde su muñeca a su codo. Alguien había leído demasiados cómics...

—¿¡Estáis viendo eso!? ¡¡Lobezno en persona, amigos!! ¿¡Podrá un X-men derrotar a nuestro Rey Demonio!?

Las risas se me clavaron como agujas. ¿Dónde estaba la maldita gracia en todo aquello? ¿Con qué derecho esas personas volverían a sus casas esa noche y abrazarían a sus hijos fingiendo ser personas decentes? Yo te lo diré: con el que les daba saber que en cuanto sus hijos tuvieran edad para tomarse una cerveza los traerían con ellos.

Suspiré y petrifiqué mi antebrazo izquierdo para usarlo a modo de escudo. Estaba claro que iba a necesitar bloquear sus golpes, así que no tenía más remedio que hacer un pequeño exceso si no quería acabar trinchado como un pavo.

Erebus no contuvo sus fuerzas. Sabiéndose más poderoso en ese momento, decidió que le valía más una victoria rápida que me dejara en mal lugar que regodearse en hacerme pedazos poco a poco.

Traté de esquivar sus golpes, pero había igualado mi velocidad. Y aun cuando lograba apartarme a tiempo, las malditas cuchillas apenas necesitaban un ligero roce para cortar. Tan solo un minuto después de empezar, mi sangre se deslizaba de forma escandalosa por mi mejilla, mi pecho y mi abdomen, salpicando el suelo.

Aquello no funcionaba. Tenía que pensar algo, ¡y rápido! 

Retrocedí un par de pasos para darme algo de espacio para pensar. En ese instante, me falló el apoyo del pie y resbalé hacia atrás, cayendo duramente de espaldas antes de poder reaccionar. Rodé sobre mí mismo por puro instinto y oí cómo Erebus caía contra el suelo apenas una milésima de segundo después, justo donde yo estaba antes. 

Mientras me frotaba la nuca dolorida por el golpe, vi cómo se deshacía la capa de hielo que había usado para hacerme patinar.

—¡Eso es trampa! —rugí irritado.

No estaba permitido modificar en forma alguna la jaula y eso incluía invocar nada sobre su suelo. Una medida que, en realidad, lo que buscaba era que centráramos nuestros esfuerzos en destruirnos de formas más directas y brutales.

—Lo siento, Majestad —contestó con falsa modestia Chax—. Su Real Alfombra Helada estaba a medio centímetro del suelo, así que técnicamente era una alfombra voladora. Además de proporcionar un paseo de ensueño, no se han incumplido las reglas.

¿Con que esas teníamos? Si ni siquiera se iba a tomar la molestia de aparentar jugar limpio, ya no me quedaban motivos por los que contenerme. Porque estaba más que claro por las perforaciones que había dejado en el suelo, donde había pretendido ensartame, que no le importaba recoger la corona de un muerto.

Me lancé contra él y, cuando se posicionó para contraatacar, invoqué una luz con la que cegarle. Hice un quiebro para atacar desde otra dirección y golpearle con fuerza por la espalda, directo a los riñones, y me aparté antes de que pudiera girarse y contraatacar, aunque fuera a ciegas, con sus cuchillas. 

En cuanto intentó abrir los ojos de nuevo repetí la misma jugada, y la repetí hasta tres veces más, hasta que, harto de mi treta, tuvo que malgastar energía en cegar parcialmente su vista para no reaccionar a la luz y poder localizarme entre las sombras en movimiento. 

Entonces se lanzó como un animal herido hacia mí, bramando colérico. Esquivé una, dos... la tercera llegó a rasgar mi costado, pero me obligué a ignorarlo. Solo un poco más...

Todo pasó en menos de un segundo. Erebus cargó el brazo de nuevo, yo salté, agarrándome con las manos a las rejas de la jaula y levantando mis piernas para apartarme de su ataque y él no pudo reprimir a tiempo el impacto. Aprovechando su visión mermada, había conjurado una ilusión detrás de mí, haciéndole creer que el borde de la jaula estaba unos metros más atrás. La imagen se deshizo cuando su puño la atravesó y su puño se estrelló contra las rejas, con tantísima fuerza, que se incrustó sus propias cuchillas en el puño y se quedó trabado.

Antes de que terminara de entender el engaño, pateé su cabeza hacia atrás aprovechando mi posición y me dejé caer con el brazo petrificado por delante. El escalofriante chasquido de los huesos de su brazo partiéndose se hizo eco en mi interior pese al desgarrador grito con el que podría haberlo enmascarado.

Me aparté rápidamente, valorando la situación. Era diestro y se había destrozado el brazo derecho al golpear las rejas y conmigo dejándome caer sobre él. Eso le había liberado de la reja por el brusco tirón, pero con tanta violencia que incluso le había arrancado una de las cuchillas y las otras se las estaba clavando él mismo. Parecía que hubiera metido el brazo en un triturador de basura.

Sin embargo, ante mi atónita mirada, empezó a regenerarse a toda velocidad, sin importarle el derroche y con más competencia que la mayoría de sanadores que hubiera conocido. Su mirada destilaba un odio desquiciado. Ya no solo buscaba matarme, ahora era matar o morir.

Lanzó un rayo. Y luego dos más. Ni siquiera se molestó en comprobar la puntería para confirmar que solo uno de ellos me había dado. Y uno es más que suficiente para caer al suelo por unos segundos.

Los otros dos impactaron contra los barrotes y fueron absorbidos por la jaula, protegiendo al público, pero este le abucheó igualmente. No habían ido hasta allí para ver a los magos recurrir a lo fácil, eso lo podría hacer cualquiera.

No me dio tiempo a levantarme antes de sentir el impacto de su pie en mi cabeza. Unos puntitos blancos empezaron a empañar mi visión tras la explosión de dolor y supe que si no me movía, eso iba a ser lo último que viera.

Me obligué a moverme aunque apenas podía respirar. Todas mis terminaciones nerviosas llorando de agonía por mi persistente deseo de no morir.

No podía morir esa noche.

Las cuchillas volvieron a perforar el suelo donde yo había estado un instante antes y Erebus rugió de la rabia. Apenas podía enfocar la vista, así que no vi que me lanzó por los aires hasta chocar con las rejas. Ya apenas era consciente del dolor, el mareo cada vez más intenso. La neblina insistía en acaparar mi visión, la oscuridad me llamaba... pero tenía que aguantar.

Los abucheos eran un ruido sordo que no me dejaba escuchar nada más y quería suplicarles que se callasen. Si no podía ver a Erebus, necesitaba oír por donde venía. 

Chax gritó algo, pero no logré entender nada. Erebus replicó en el mismo tono agitado.

Eso bastó.

Esos valiosos segundos me dieron algo de tiempo para regenerarme, para detectar a Erebus a mi alcance por su voz y, sin pensarlo dos veces, lancé un puño con todas mis fuerzas y recé a la Diosa por su infinita piedad aunque no fuera digno de ella.

Enfoqué la vista a tiempo para ver cómo se sujetaba el lado izquierdo de la cara, incapaz de devolver el golpe por el repentino mareo al afectarle al oído interno y con él a su equilibrio.

No esperé a que se recuperara. Salté sobre él con las pocas fuerzas que me quedaban y golpeé una y otra y otra vez, ignorando sus cuchilladas las pocas veces que logró defenderse, ignorándolo todo y centrándome en dar lo que quedaba de mí en esos golpes.

Seguí aun después de que dejara de moverse, cuando la magia abandonó su cuerpo y ya no podía fortalecer sus huesos contra mi ataque. Cuando todo se volvió rojo, cálido y blando. Cuando la realidad me expulsó del mundo y me dejó en un extraño limbo etéreo.

El mundo se movió en parpadeos a partir de ese momento.

Yo fuera de la jaula, Chax alzaba mi brazo en alto.

Yo en los pasillos, apoyándome en las paredes, tiñéndolo todo de escarlata.

Yo de rodillas en el suelo y unos gentiles ojos rasgados me preguntaron a dónde quería ir.

Y yo... yo quería ir a casa. 

Continue Reading

You'll Also Like

12K 542 14
Las emociones tienden a descontrolar nuestra forma de pensar, pero... ¿Que pasaría si además de cambiar nuestro comportamiento también nos cambia de...
103K 13.3K 163
Entra para obtener más información de la historia 💗
965K 50.1K 36
Melody Roberts es una chica muy sencilla, no es muy sociable y solo tiene una mejor amiga. Vive sola en un pequeño departamento, el cual debe de paga...
822K 51.1K 90
Segundo libro de Aléjate. ❤️Sígueme❤️ Prohibida su adaptación, copia, y traducción sin permiso de la autora. Leddy Strong.