39. La Granja

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Blanca llega a su despacho como todas las mañanas, bostezando pero sin perder el estilo que la caracteriza. Frota sus ojos y abre la puerta. Todo está a oscuras. Deja caer su bolso sobre el sillón de brazos que queda junto a la puerta y se encara directa a la ventana, abriendo rápida las cortinas. La luz inunda entonces un despacho de tamaño no muy grande, con solo lo indispensable. El brillo de la luz del sol de la mañana deja ver algunas motas de polvo flotando en el aire. Blanca suspira y abre la ventana, permitiendo entrar a la poca brisa que pueda colarse, que sabe que es poca en un julio sevillano tan caluroso como ese. Respira profundo antes de darse la vuelta y ver un sobre ocre sobre la mesa. Lo inspecciona con cuidado pero no sabe muy bien que es hasta que ve un escudo. Parpadea rápido y niega con la cabeza.

—No puede ser...—cruza veloz el despacho y sale de él.

Corre por el pasillo hasta el despacho de Macarena. Golpea dos veces la puerta y abre sin pensarlo. Macarena, apoyada en la mesa habla con Eduard, que fuma sentado en el sofá.

—Buenos días, Blanca.

—¿Qué significa esto?—le muestra el sobre y lo zarandea.

—¿Lo has abierto?

—No. Sé perfectamente lo que es, sería tonta si no lo supiera. Solo quiero saber cómo ha llegado a mi despacho.

—Pensé que os haría ilusión, me ha costado mucho conseguirlo.

—Y yo te lo agradezco, Eduard. ¿Puedo hablar un momento a solas con Macarena?

Eduard asiente algo a regañadientes y sale del despacho sin demasiada prisa. Blanca espera que haya cerrado para encararse con Macarena.

—¿¡Pero te has vuelto loca!?

—No pensaba que te lo tomaras así, me parece un poco exagerado, Blanca.

—¿Pero te estás oyendo? Vamos a ver, ¿Qué pintamos nosotras en La Granja? Con toda la gente importante que va ahí, con todos los artistas. ¡Que ahí hay que hacerle una reverencia a Franco y a su mujer! ¡Y yo por ahí no paso!

—¿No te das cuenta de que ir a la Granja y hacer un poco el paripé nos puede venir muy bien? Que hay gente muy importante para ampliar el negocio.

—Pues te vas sin mi. No pienso ir a celebrar un día como ese.

—No puedo ir sin ti, Blanca. El negocio es de las dos. Sin ti no hago nada. Es una oportunidad única, piénsalo, por favor. Además, entre los artistas siempre van las folclóricas y las ye-ye. ¿Qué me dices de fichar a alguna para la nueva colección?

Blanca suspira y no dice nada. No sabe si está dispuesta a renunciar a lo que piensa por el negocio. Tuerce los labios ante la mirada triste de Macarena. Se da la vuelta y sale del despacho sin decir nada. Eduard la mira de arriba abajo antes de echar el humo de su puro. Blanca encara el pasillo algo más enfadada y cierra de un portazo su despacho. Arroja el sobre sobre el sillón y se sienta en su silla. Cierra los ojos y suspira. No puede fallarle a Macarena pero aunque no pueda decir lo que piensa abiertamente tampoco está dispuesta a renunciar así a sus ideas. No piensa que su presencia en un acto como ese sirva de algo. Sabe que todo es obra de Eduard y eso todavía le molesta más. Piensa en Madrid, intentando ver algo positivo del viaje, podría ir a visitar la tumba de su hijo, pasearse por el que fue su barrio, recordar algo de su vida antes de Sevilla. Dos golpecitos suaves en la puerta la sacan de sus pensamientos.

—Blanca...¿podemos hablar más calmadas? Bajemos a por un café y hablemos, por favor.

Asiente con desgana. Coge su bolso y coloca con una rapidez asombrosa las gafas de sol en sus ojos. Llegan hasta la cafetería de enfrente de las Galerias. Desde el primer día Blanca agradeció tener una cafetería tan cerca, sus cafés le han salvado más de un mal día y de varias malas noches. Se sientan en la terraza, aprovechando la brisa de la poca sombra que da un árbol grande y frondoso de la calle.

One shots!!Where stories live. Discover now