2."Buenos días, preciosa"

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Me levanté como cada mañana, con el espantoso e indeseable sonido metálico de aquel viejo despertador. ¡Ni siquiera eran las 6! Desde que vivía fuera de las Galerías, hacía ya unos meses, todo me costaba el triple de hacer. Supongo que seguía sin acostumbrarme demasiado a eso de tener que acudir al trabajo, antes siempre estaba allí.

Escuché unos ruidos que venían de la casa de al lado, la de don Emilio. La verdad es que compartía con él la mayor parte de mi tiempo. Creo que era porque ambos nos sentíamos solos, él más que yo. Aunque no lo reconocía no sabía vivir sin su sobrina. ¿Qué digo? ¡No sabía vivir sólo! Aunque supongo que yo tampoco...

Bajé hasta la cocina para prepararme el desayuno pero antes me acerqué a la puerta. Desde hacía unas semanas, todas las mañanas aparecían en mi puerta unos papelitos blancos con un mensaje que empezaron con un "¿Ahora vives aquí?" y terminaron repitiéndose con varios "Buenos días, preciosa".

Al principio pensé que se trataba de una broma, que quizá alguien se había equivocado o que, aunque era muy remoto, se tratara de don Emilio. Pero él me dejó tajantemente claro que esa letra no era suya. El caso es que me puse a pensar, yo conocía esa letra y era incapaz de recordar donde la había visto. Aquella mañana no había nada. Me pareció extraño, me estaban gustando aquellos misteriosos buenos días.

Mientras desayunaba,mi típico café completamente sola en aquel gran apartamento, escuché unos movimientos que venían de la calle. Ahí estaba mi mensaje y ahí estaba el que me lo dedicaba.

Por un momento no supe que hacer. ¿Abría la puerta y descubría de una vez por todas de quien se trataba o dejaba que siguiera existiendo el misterio entre aquel desconocido y yo? Me puse en pie, dispuesta a abrir la puerta, rocé con mis manos la manivela y sin pensarlo dos veces abrí.

No pude reaccionar. Fue como si toda mi sangre se convirtiera de pronto en hielo y yo misma en piedra.

Tragué saliva. El misterioso desconocido levantó su mirada.¡Era él! ¡Claro que era él! ¿Cómo había estado tan ciega? No podía ser otro. Se puso en pie frente a mi después de dejar el pequeño trozo de papel por debajo de la puerta.

-Max...

¡Oh Dios mío! ¡Cómo había cambiado! Hacía cerca de, no sé, 8 o 9 años que no le veía. Vestía de traje, iba muy elegante, llevaba el pelo un poco más largo de lo que yo recordaba y una incipiente barba que le hacía muy atrayente. Sus ojos seguían siendo tan azules como el mar y su cara de desvergonzado no había cambiado ni una pizca. Ahora era más adulto pero seguía siendo aquel chico joven que me llevó a cometer una de las mayores locuras de mi vida.

Se puso las manos en los bolsillos y bajó la mirada. Yo me mantuve apoyada en el dintel de la puerta.

-Así que eras tú...
-Lo siento, no quería que te lo tomaras a mal...es simplemente que un día te vi entrar aquí y se me ocurrió que...

Escuché abrirse la puerta de don Emilio. No podía vernos allí. Debo reconocer que, en cuanto a Max se refería, el miedo se seguía presentando. Le cogí de la camisa y la corbata y tiré de él hacia dentro. Cerré la puerta, pegándole contra ella.

-Vaya...
-No quiero que te vean aquí
-No quieres que don Emilio me vea aquí
-Llámalo como quieras

Me crucé de brazos, intentando aparentar cierta seriedad aunque mi corazón latía a velocidades desconocidas. Empezó a observar la casa sólo con su mirada y mientras lo hacía mordía su labio inferior de una forma pícara.

¿Por qué hacía eso? ¿Por qué? Me resultaba tan excitante. Esa media sonrisa malvada y desvergonzada estaba haciendo que yo me excitara por momentos. Empecé a sentir la humedad entre mis piernas. Estos últimos años había perdido toda pasión posible y que él estuviera allí me estaba volviendo loca. Le necesitaba.

One shots!!Where stories live. Discover now