8. Amantes

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Aquella era una de esas noches oscuras, casi sin luna, cubierta por un manto espeso de nubes negras, en la que sólo se podía escuchar la lluvia golpeando los cristales de las ventanas y sus tacones de aguja contra la madera al entrar en el edificio. Recorrió el vestíbulo sin ninguna prisa, con la clase que siempre la caracterizaba, y llegó hasta el ascensor.

Después de unos segundos un sonido metálico. Había llegado a la 7° planta. Salió del modo más grácil con el que fue capaz aunque no hubiera nadie para observarla. Fijó la vista en su reflejo, sobre una de las puertas, arregló su falda roja de tubo, que le cubría hasta las rodillas, y apretó sus labios, esparciendo su carmín rojo. Se sonrió. Colocó una mano en la manivela y con los nudillos de la otra llamó. Ni siquiera esperó una respuesta, abrió sin pensarlo dos veces.

-Cariño...

Sobre la enorme mesa de escritorio una pila de papeles amontonados, tan sólo iluminados por una pequeña lampara, cubrían el rostro del director de aquel edificio.

-Esteban, deberías dejarlo ya...
-¿Qué haces aquí? Te había dicho que esperaras en casa...Blanca, tengo mucho trabajo...
-Me preocupo por ti...trabajas demasiado...

Se acercó hasta la mesa y rodeó la silla, rozando con sus dedos el lóbulo de la oreja de él.

-Anda...deja eso...vamonos a casa...-susurró
-No puedo, tengo que terminarlo

Blanca no dijo nada. Había aprendido a callar y a evitar esas horribles discusiones con su marido. Llevaba toda la vida con eso. Le quería pero el cargo de director le estaba consumiendo. En más de una ocasión había hablado con Rafael, el hermano de Esteban, para que él se hiciera cargo pero siempre lo había rechazado. Claro que, cuando se casó con él sabía lo que le esperaba.

-Nos vemos luego

Salió del despacho y cerró. No estaba dispuesta a marcharse así. Estaba segura de que su marido tenía más de un secreto para ella, cosa que ella también tenía para él. Bajó hasta las habitaciones de los empleados, recorriendo un par de pasillos y se detuvo enfrente de una de las puertas. Repitió la misma acción que anteriormente pero esta vez esperó a ser correspondida.

Unos segundos más tarde la puerta se abría por completo y un joven con el torso desnudo y el pelo revuelto aparecía tras ella.

-Hola...
-Blan...doña Blanca, ¿qué hace aquí?
-Mi marido sigue ahí arriba, trabajando...y yo no estoy dispuesta a irme así como así...

Se acercó al joven, descansando sus manos sobre su pecho. Le miró, pícara. Le empujó suavemente hacia dentro de la habitación y cerró la puerta a su espalda.

-¿Me has echado de menos Max?
-No podemos seguir con esto
-¿Por qué no? Lo pasamos bien
-Porque usted es...es...la mujer del director y yo sólo un empleado y si él se entera...entonces yo...yo...perderé mi trabajo...
-Te noto algo nervioso, será mejor que te relajes...

Blanca llevó sus manos hasta los pantalones de Max y empezó a acariciar su entrepierna. Max cerró los ojos y tomó aire, aquella mujer le volvía loco. Era tan atractiva y tan seductora. Recordó la primera vez que la vio entrar en las Galerías, con un vestido negro que realzaba todas sus curvas, una estola de piel sobre sus hombros, el pelo ondulado y unas enormes gafas de sol que cubrían sus ojos por completo. Se enamoró de ella al instante. Sabía que ella le trataba como un modo de diversión más, cuando su marido no le hacía caso entonces ahí estaba él. Aunque, en realidad, él también se divertía con aquello.

-Ves...mucho mejor...

Él la cogió por la cintura y la pegó a la puerta. La besó apasionadamente, mordiendo sus labios de un modo salvaje y tiñendo sus propios labios de aquel carmín rojo mientras ella recorría su pelo con sus uñas. Empezó a sentir que se le erizaba la piel.

Blanca se despegó de él y le obligó a sentarse en la cama. De pie, frente a él, le observó detenidamente y fue desvistiéndose, despacio, saboreando aquel momento en que sabía que estaba siendo deseada por un joven atractivo de ojos azules. Tan sólo cubierta por su ropa interior negra de encaje, se sentó sobre sus muslos y cogió su mano derecha, guiándole hasta su zona más sensible. Max empezó a acariciarla, en círculos, sintiendo como su excitación iba en aumento.

-No pares...

Apartó ligeramente su ropa interior e introdujo dos de sus dedos en ella, haciéndola gemir. Blanca se agarró a sus hombros con fuerza. El hecho de saber que aquel chico la deseaba con todas sus fuerzas la llevaba hasta el límite aunque era capaz de reconocerse a si misma que poder engañar a su marido y que él no sospechara nada le gustaba aún más. Le miró a los ojos y Max le devolvió la mirada. Era una mirada llena de fuerza, llena de pasión, repleta de fuego y de celos. Él se incorporó, llevándola aún en brazos y la pegó a la pared. Intentó besarla pero ella le rehuyó. La aupó ligeramente, colocando sus manos en su trasero y apretando con fuerza sus glúteos mientras ella utilizaba sus piernas como anclaje en su cintura. Se acercó a su oído, mordiéndole el lóbulo de la oreja de un modo salvaje.

-Hazme tuya...ahora...

Max la tumbó en la cama y se colocó sobre ella. La miró de arriba abajo y ella hizo lo mismo. Mordió su labio inferior al verle sobre ella, como su pecho se movía acelerado y su excitación iba en aumento. Max buscó la zona de su cuello y la besó. Olía a rosas mezcladas con el propio aroma de su piel. Era dulce, cálido, atrayente. Sus manos, espías, recorrieron sus muslos, que irradiaban calor en cada centímetro. Las manos de Blanca llegaron hasta la entrepierna de él y le guió dentro de ella. Dejó escapar un corto gemido. Max empezó a tomar un ritmo constante, que iba en aumento al tiempo que las mejillas de ella se volvían cada vez más y más coloradas y sus gemidos se confundían con los suyos.

Blanca llevó sus manos hasta la espalda de Max, agarrándose a él y arañandole con las uñas. Él no cesó en sus movimientos y ella sentía crecer el fuego entre sus piernas. Aquel muchacho conseguía llevarla a otro mundo, un mundo que había deseado toda su vida. Le miró a los ojos y aguantó una sonrisa al ver la concentración de Max sobre ella. Sabía que estaba al borde del clímax porque ella también lo estaba. Por cuestión de segundos sintió como la respiración de ambos se detenía y volvía como la explosión de una bomba atómica. Gritó con fuerza, clavando sus uñas en los brazos de él, quien empujó una última vez dentro de ella y cayó sobre su pecho.

Max se volvió y se recostó en la cama, intentando recobrar la respiración. Blanca cubrió parte de su cuerpo con las sábanas y se apoyó en él.

-Ves como lo pasamos bien

-Dime una cosa, ¿por qué te casaste con él? Un día me dijiste que tú eras una simple costurera

Blanca dibujó una mueca irónica en su rostro y esperó unos segundos para responder. Alcanzó su bolso y sacó una pitillera plateada. Prendió un cigarrillo y volvió sobre Max.

-No te importa, ¿verdad?-dijo señalando el cigarrillo- Me casé con él porque me dejó embarazada. Yo era una tonta, he madurado con el tiempo, me he hecho más lista

-Te casaste por obligación, entonces...

-No tanto...yo le quería...le quiero-se corrigió-pero las cosas han cambiado mucho

-Al menos dejaste de ser una costurera para pasar a ser la señora del director

-¿Y eso que importa? Visto trajes caros, sí, viajo, sí, pero mi marido ya me considera un estorbo...

-Yo no lo hago...a mí me gustas...

Blanca dejó la cama, apagó su cigarrillo y empezó a vestirse.

-Aún te queda mucho por aprender

-Enséñame tú

Max se incorporó en la cama y la observó, pícaro, como estiraba sus largas piernas y dejaba correr las medias transparentes por ellas. Ella se puso en pie y llegó hasta la puerta. Él la alcanzó.

-Déjale...vente conmigo...

-No voy a hacer eso, Max...sabes perfectamente que nuestra relación se basa en ser...

-¿En ser qué?-la cortó

-Tan solo amantes

Blanca dejó un corto beso sobre su mejilla y sonrió. Max la vio desaparecer y confundirse con la oscuridad de aquellos laberínticos pasillos.


*Ilustración de Sergi Bleda*


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