36. Alcohol y puros

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Blanca despierta sobresaltada, como si una fuerza sobrenatural se apoderara de ella, y se incorpora en la cama. Respira agitada y se percata de que su cuerpo está empapado en sudor. Lanza las sábanas a los pies de la cama y mira al techo. El ventilador se ha detenido. Cierra los ojos y suspira. No le hace falta mirar el reloj, sabe que deben ser entre las tres y las cuatro de la madrugada, horas en que sus pesadillas suelen hacer acto de presencia y la atormentan hasta que despierta y es capaz de salir de ellas. Rosario, su casera, siempre le repite que es una mala hora para despertarse, que esa es la hora de los malos espíritus que la persiguen. Se deja caer en la cama, alargando sus brazos y sus piernas como si estuviese sobre la nieve dispuesta a hacer un ángel sobre ella, pero no tarda en ponerse en pie y llegar a la cocina. Alcanza un vaso limpio y lo llena de agua fresca, que en cuestión de segundos impregna todo el cristal y lo vuelve translúcido y lleno de gotas que caen por él casi del mismo modo que las de Blanca caen por su cuello y su clavícula. Se asoma a la ventana, no hay nadie en el patio, todo lo impregna el silencio más lúgubre y sepulcral, extraño en La Habana donde siempre parece sonar una trompeta o unas maracas. Termina el vaso de agua, lo deja en el fregadero y se dispone a volver a la cama cuando escucha barullo que viene de la calle. Corre hasta la puerta y se asoma al patio desde el pasillo que une todos los apartamentos. Le parece ver una sombra, alguien que se tambalea pero que se sienta en una de las sillas del patio y enciende un cigarrillo. Solo es capaz de ver la luz anaranjada del pitillo y el ligero humo que se eleva y pronto se pierde por el viento. Fija su vista, intentando adivinar de quien se trata pero no es capaz de distinguir nada entre la oscuridad. Vuelve a entrar en casa, no es extraño que alguno de sus vecinos llegue a altas horas de la madrugada con alguna copa y alguna samba de más. Enciende el ventilador de nuevo y se sienta en su sillón de mimbre, apoyando los pies sobre la mesilla de café mientras se abanica. Más de la mitad de las noches cubanas las ha pasado sentada en ese sillón, intentando no pensar en nada y tratando de volver a dormirse. Parece que su vecino ha decidido que es hora de volver a casa, le escucha tambalearse por las escaleras mientras canta de manera algo torpe el dos gardenias para ti. Sonríe y se balancea al tiempo que sigue abanicándose. Jamás imaginó que se encontraría en una situación así. No puede evitar tararear la canción ante la insistencia del ebrio vecino. Pero la inocente situación se torna sospechosa cuando él llama a su puerta. Blanca aguanta la respiración y se incorpora. Reza para que se vaya pero contra sus esperanzas, vuelve a llamar. Ella muerde sus labios, no sabe muy bien que hacer pero se decide. Llega hasta la cama y alcanza su bata, cubriendo el ligero lencero que dejaba entrever demasiado de su cuerpo. Abre con cuidado. Él apoya su mano sobre la pared y mira al suelo pero ella le reconoce.

-Antonio, ¿qué haces aquí? Vete a dormir la mona a tu casa. Esto no son horas.

-Ssshh...dejame entrar. No voy borracho.

-¿Qué? ¡Claro que sí!

-Blanca...

Se incorpora y la mira. Entonces Blanca se da cuenta. Lleva la camisa ensangrentada, el labio partido sigue emanando toda la sangre posible, el ojo derecho es ahora morado y está algo hinchado. Blanca abre del todo tan rápido como le es posible y le ayuda a entrar. Antonio se deja caer sobre el sillón de mimbre que momentos antes ha ocupado ella.

-¿Qué te han hecho? ¿Qué ha pasado?

-No es nada...

-¿Qué no es nada? ¿Pero tú te has visto? Si te han dejado hecho un Cristo...

Blanca corre hasta la cocina y alcanza el pequeño botiquín improvisado en una caja de metal. Saca la botella de alcohol y un par de gasas.

-¿Me lo vas a contar?

-Un tontería de bar...ya sabes...

-¿Y por qué no me lo creo?

-Pues es la verdad...

One shots!!Where stories live. Discover now