30. Heridas

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Max entró aquella noche a las galerías intentando hacer el menor ruido posible. Sabía a lo que se enfrentaba si le descubrían, las reprimendas de Doña Blanca y el posible despido. Con esa mujer no se podía jugar. Un solo pequeño fallo frente a ella podía suponer la mayor de las consecuencias. Bajó los escalones despacio y consiguió llegar hasta la estantería del pasillo. Misión cumplida. Había llegado hasta ahí sin despertar a Lucifer. Escarbó entre las cosas de la estantería casi a tientas en busca de un botiquín. No parecía haber nada. De pronto, la puerta. Blanca había afinado su oído lo suficiente en los últimos años para saber que había alguien en el pasillo. Alguna de las chicas llegando tarde o cambiando de habitación. Abrió la puerta decidida, dispuesta a lanzar una de sus frases a mitad camino entre la sentencia y la reprimenda.

—¿Quién anda ahí?

Pero no encontró a ninguna de las chicas. Max se dió la vuelta tan rápido como pudo al escuchar los pasos de doña Blanca, valiéndose de la oscuridad para ocultar su rostro y de paso sus heridas. Blanca volvió hasta su habitación para alcanzar su bata y cubrir su camisón, atándola con fuerza al ver de quien se trataba.

—Maximiliano...¿Pero te has vuelto loco? ¿A qué viene semejante escándalo?

—Lo siento.

—¿Me puedes explicar que estás haciendo en el pasillo de las chicas a estas horas? ¿No vendrás de ver a Carmen?

—No. No he venido a ver a Carmen. Es lo que me pidió y es lo que he hecho. Estaba buscando el botiquín.

—El botiquín está en el taller. Y mírame cuando te hablo.

Max se dió ligeramente la vuelta, topándose con su rostro enfadado que cambió en un segundo al ver las heridas en su nariz y la sangre recorriendo su rostro.

—¿Qué te han hecho?

—No es nada.

—Anda, ven.

Blanca emprendió el camino al taller y Max simplemente la siguió. Tan solo encendió una de las luces, la suficiente para ver donde estaba el botiquín. Max cogió una de las sillas y se sentó, cruzando sus manos. Blanca se acercó a él con el botiquín, armada de algodón y alcohol.

—¿Vas a explicarme por qué te han pegado o vas a seguir fingiendo?

Blanca cogió el rostro de Max con su mano izquierda, elevando su barbilla hacia ella mientras que con la derecha empezó a limpiar sus heridas con cuidado.

—¿Ahora se interesa por mí?

—Allá tú y tus problemas—. Suspiró Blanca con fuerza—. Esta es una casa decente, aquí no queremos vagos ni maleantes. ¿Está claro?

—Tengo algunas deudas. No es asunto suyo—. Dejó caer Max después de una breve pausa.

—Si afecta a las galerías lo es. Debería haberte echado a la calle por el alboroto que has organizado.

Max la observó con atención. Blanca también centró su mirada en él, acariciando con la yema de los dedos un mechón de su pelo. No pudo evitar respirar de un modo agitado ante la mirada penetrante e insistente de Max, manteníendola como si de un duelo se tratara. Terminó de limpiar su rostro con algo más de velocidad. Deseaba apartarse de él, de sentir su mirada constante sobre su cuerpo. Max la cogió por la muñeca, deteniéndola del todo. Con la otra mano apartó el botiquín que descansaba sobre sus piernas, dejándolo en el suelo. Tiró algo de ella, haciendo que se sentara sobre él, sobre sus muslos, en su regazo. Blanca tragó saliva con algo de dificultad. Max la ponía demasiado nerviosa. Jamás lo habría admitido pero así era. Las manos de Max poco a poco pasaron a su bata, desatándola. Blanca no dijo nada, simplemente le observó. Cambió su posición, sentándose a horcajadas sobre él. Max sonrió algo pícaro y acercó su rostro al de ella, quedando a escasos centímetros de su rostro. Ninguno sabía muy bien que era lo que le pasaba pero deseaba al otro con todas sus fuerzas. Blanca envolvió el rostro de Max con sus manos, acercándole más a ella y besando sus labios. Max envolvió su cintura y la pegó más a él. El beso se intensificó. Y las manos de Max. Retiró la bata de Blanca, dejándola caer hasta su cintura. Sonrió al ver el camisón de la jefa de taller, largo, cubriendo casi todo su cuerpo. Desabrochó con rapidez los botones que tenía en la zona del pecho, dejándolo al descubierto. Apretó sus pechos y los besó. Blanca echó su cabeza hacia atrás y mordió sus labios, acallando un gemido. Los besos de Max se trasladaron a su cuello y Blanca aprovechó para subir su camisón hasta su cintura y desabrochar el cinturón de Max y bajar su cremallera. Su mano se introdujo algo tímida por su ropa interior y acarició su miembro, haciendo suspirar a Max. Saltó el obstáculo de la ropa interior y le introdujo dentro de ella. Gimió al sentirle. Había olvidado como la hacía sentir. Max la besó. Sus manos fueron directas a sus glúteos, que apretó con fuerza.

—Max...

Empezó a marcar un ritmo fijo, subiendo y bajando sobre sus muslos. La silla se tambaleó resultado de sus movimientos pero consiguió mantenerles. Blanca agarró con fuerza los hombros de Max, pellizcando su camisa.

—Joder...Blanca...joder...

Blanca siguió con su ritmo, sintiendo a Max cada vez más dentro de ella y su humedad cada vez invadiéndola más. No pudo evitar gemir aunque Max intentara camuflarlo con rápidos besos sobre sus labios. Él intentó incrementar el ritmo, haciendo que ella echara su cabeza hacia atrás, poniendo los ojos en blanco y mordiendo sus labios.

—Blanca...voy a...

—Sigue...

Max apretó sus labios al sentir que iba a llegar al orgasmo. Que ya no podía más. Blanca intentó incrementar algo más el ritmo, lo poco que sus piernas se lo permitían. Empezó a cansarse por la posición. Pasó su brazo derecho por detrás del cuello de Max, agarrándose con fuerza a su camisa. Le besó con intensidad. Max mordió sus labios y apretó sus glúteos en el momento en que sintió que llegaba al orgasmo.

—Aahh...

Suspiró profundo y echó su cabeza atrás, intentando respirar con normalidad. Blanca cerró sus ojos y gimió con fuerza al sentir como todo parecía explotar dentro de ella. No recordaba ningún orgasmo así. Intentó coger aire pero le costaba. Max la miró pero no dijo nada. Ella tampoco dijo nada. Tampoco sabían como reaccionar a lo que acababa de ocurrir. Blanca se puso en pie y arregló su camisón. Le temblaban las piernas todavía. Se apoyó en una de las mesas.

—Recoge el botiquín y vete a dormir. Vamos.

One shots!!Where stories live. Discover now