26. Navidades

463 11 3
                                    

La Habana, 6 de julio de 1968.

No sé como empezar con esto. Ni siquiera sé si debería ponerlo por escrito aunque en realidad siento dentro de mí una necesidad imperiosa de hacerlo, de soltar por fin todo lo que he guardado durante tanto tiempo. Nunca las cosas son como se cuentan, siempre hay algo más, algo que se omite porque se considera irrelevante. No sé si en este caso lo es, solo sé que nadie os lo contó. No sé quien está al otro lado de estas líneas, quien leerá esto, pero querido lector o lectora, espero que entiendas mi postura y no me juzgues como ya lo hicieron algunos. O pensándolo mejor, siéntete libre para hacerlo, porque yo nunca lo sabré.

Era 1958, en Navidad, concretamente. Nadie se podía ir a su casa porque las carreteras estaban cortadas. Yo había quedado con mi hija Carmen, tenía tantas ganas de verla, necesitaba que me reconfortara su presencia después de lo que había ocurrido no tanto tiempo atrás. Sé que cada vez que don Emilio se cruzaba conmigo por los pasillos y me observaba con semblante serio su mente lo revivía, ese beso robado, ese gran error, que me perseguía y del que él me echaba la culpa, a mí, porque yo era la figura más adulta, porque el error era mío y no de él. Debo admitir que en ese momento yo también pensaba como él, que el error era mío. Pero no lo era en absoluto, incluso ahora dudo que fuese un error. Se nos fue de las manos, eso es cierto. No me ves, pero mientras escribo esto sonrío porque me acuerdo de él, de su picardía, que hizo salir a relucir la mía. Aquellas Navidades la intención de don Emilio era que me olvidara de lo que había ocurrido, me dijo que él ya lo había olvidado. Mentía. Sé que jamás me lo perdonó. El caso es que con las carreteras cortadas fue imposible visitar a mi hija. Nos convertimos en una especie de presos temporales de las Galerías, sin poder salir de ellas. Recuerdo coger mi abrigo y mis guantes y aventurarme a salir a la calle. Hacía frío, todo estaba nevado. Mis tacones se hundían con facilidad en la nieve. ¡A quién se le ocurre! Llegué hasta uno de los bares cercanos a las galerías, hacía esquina con la Gran Vía. Había gente pero no demasiada. Me dolían los ojos del frío y no tardé en pedirle al camarero un café bien caliente. No sé por que hice aquello, en realidad. Supongo que me sentía agobiada en las galerías, las paredes se me empezaban a caer encima y las miradas inquisitivas de mis chicas no se apartaban de mí. Al menos en ese bar nadie sabía quien era ni que había ocurrido de puertas para adentro de mi habitación. Mi vida íntima convertida en vox populi. No era la primera vez que me ocurría, antes ya había sido "la viuda con una hija que se acuesta con el hermano del dueño". Un historial muy bueno el mío. Todo esto pasaba también por mi cabeza en aquel momento, no solo en este, mientras escribo. Pero todo se detuvo. No recuerdo la escena a ciencia cierta pero sé que ahí estaba, que apareció delante de mí, con un abrigo negro sobre su traje chaqueta. Me puse en pie y me acerqué a él. "Max". Él se volvió hacia mí, pude ver el cansancio y la tristeza en sus ojos. En tan solo un tiempo se había desmejorado mucho. Pero en aquel momento, todo mi ser volvió a reactivarse. Ni siquiera él lo sabe pero verle de aquel modo me puso, ya sabéis, no hace falta que os lo diga. No supe reaccionar de otro modo, le abracé con todas mis fuerzas, le pegué a mi cuerpo y sentí el frío de la calle que había todavía en su ropa. Recuerdo que repetí varias veces un "lo siento" como un mantra de esos que promulgan ahora los hippies. Él me abrazó también, pude sentir sus manos sobre mi espalda. Me duele hasta hoy reconocerlo pero deseaba que bajara sus manos hasta mi trasero y lo apretara con fuerza. Suena egoísta, lo sé. Yo misma me lo reconozco. No me dijo nada, simplemente se esforzó por marcar una pequeña y débil sonrisa. Le invité a café, nos sentamos juntos y hablamos. Sé que le pedí de nuevo disculpas, él me dijo que no eran necesarias, que la culpa no era mía sino suya. Le pregunté que había hecho desde que se había marchado de Velvet. Me dijo que vivía de alquiler en una pensión, a la que debía ir a recoger sus cosas para marcharse a Barcelona. Ya tenía el billete comprado. Desconozco cuanto tiempo duró la conversación y sigo sin saber muy bien como llegué hasta su apartamento, alejado del bullicio navideño del centro. Sabía perfectamente que iba a ocurrir allí. No sé por que miré la hora de su reloj de mesilla mientras él me cogía por detrás, besaba mi cuello y metía su mano derecha entre mis piernas. Iba a llegar tarde a la cena que habían organizado entre todos en las Galerías. Llegados a este punto creo que quizás os estoy dando demasiada información, pero he empezado con estas líneas para contaros lo que ocurrió, así que allá voy.

Recuerdo que me besó y yo me dejé por completo. Deseaba volver a sentir sus labios junto a los míos. Le desvestí con rabia y con tanta velocidad como me fue posible, arrojando su camisa al suelo, tal y como hacía en mi habitación de las Galerías. Creo que me guió hasta la cama mientras me besaba, pero no lo sé con certeza. Me dejó caer sobre el colchón y se puso sobre mí pero yo fui más rápida y me senté sobre sus muslos. Podéis imaginar que fue lo que ocurrió después. Durante un tiempo volví a sentirme conectada con él como nunca antes lo había sentido. No estaba preparada para despedirme de él. Quería convencerme a mí misma de que sí pero la realidad era otra. Todavía recuerdo sus manos agarrando mis muslos con fuerza, clavando sus dedos en ellos y sus besos sobre mis pechos. Creo que nunca había habido tanta intensidad entre nosotros. Estaba claro que los dos nos necesitabamos.

Me detengo en escribir unos momentos. Me reclama el mismo del que os escribo pero eso sería otra historia que quizás algún día os cuente.

One shots!!Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt