33. Días de vino y...Cuba

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*Antes de empezar el capítulo, he enfocado este shot en relación a uno de los anteriores, el de "La Habana", vendría a ser como una continuación de Blanca en Cuba*

—¿Seguro que estás bien?

—Tranquila, Carmen...todo está bien...estoy ya llegando a la ciudad, solo he hecho una pausa para llamarte.

—Mamá, ve con cuidado, por favor te lo pido. Como haya por ahí una guerrilla de esas o algo y tú sola con el coche...

—Cariño, las guerrillas están en México. Aquí en Cuba no hay de eso, bueno, que yo sepa, a lo mejor si hay...

—¡Mamá!

—Carmen, tú tranquila, aquí todo está bien, de verdad. Bueno, te dejo que tengo que volver a la carretera, no quiero que se me haga de noche. Te quiero, besos.

Blanca cuelga el teléfono tan rápido como puede. Si no se da prisa la pillará la noche y eso no le gusta especialmente. Ha aprendido a conducir en La Habana y su amigo, Antonio, le presta su coche de vez en cuando, cuando lo necesita para moverse en busca de telas y joyas para su proyecto nuevo, pero aún así no le gusta conducir de noche, teme perderse y no saber volver a la ciudad, todo sigue siendo muy desconocido para ella. Coge el bolso que había apoyado sobre la cabina del teléfono y vuelve al coche. Lo arranca sin problemas, a la primera. Todavía, de vez en cuando, se le atasca al salir. Sonríe para sí misma, orgullosa, y se incorpora a la circulación de nuevo. Enciende la radio, la música es lo único que le puede amenizar el viaje de vuelta. Mira a su derecha, dos rulos de tela descansan a su lado, junto a otros en los asientos de atrás. Cualquiera que la viera durante alguno de sus viajes podría pensar que hacía contrabando de telas o algo por el estilo pero las necesita de verdad, no hay telas así en España y siempre que las ve siente una necesidad imperiosa de hacerse vestidos con ellas. Porque si algo había encontrado en La Habana era libertad. No es que en Madrid no la tuviera, siempre había vivido como se le había antojado, pero en Cuba se había liberado de ese corsé que la seguía comprimiendo, el largo de su falda se había acortado, igual que las mangas, y el escote había crecido. Se sentía mejor que nunca viviendo con unas normas sociales algo más relajadas. Había dejado de lado el luto para pasar a los colores vivos y los estampados. Los necesitaba si quería estar acorde con la tónica de la ciudad. Incluso alguna vez Antonio la había llevado a bailar aunque ella se resistiera a hacerlo. Apenas se reconocía a si misma y allí nadie la conocía a ella. Fija su vista en la carretera, el sol empieza a bajar y está en un punto en que no puede ver nada. Alarga su mano hacia el bolso y rebusca en él hasta dar con las gafas de sol pero al ir a ponérselas se da cuenta. Es solo un segundo pero no puede reaccionar. Los coches de delante están parados. Aprieta el freno tanto como puede y se agarra al volante como si le fuera la vida en ello pero no sirve de nada. Cierra los ojos en cuanto escucha el golpe con el coche de delante. No es excesivamente grave pero le ha dado.

—Lo que me faltaba...

El conductor del otro coche sale a toda prisa, de un modo furioso, y ella no tarda en hacer lo mismo.

—¿¡Pero qué cojones te pasa!? ¿¡No has visto que estoy parado!?

—¡Lo siento! ¡Lo siento de veras!

Eleva la vista hacia quien le grita y entre los intensos rayos de sol puede distinguir un rostro conocido aunque algo distinto a como ella lo recordaba.

—¡Joder, qué mierda! ¡El coche era nuevo!

—¿Max? ¿Eres tú?

Él detiene sus gritos y cubre su frente con la mano, a modo de visera, para observar con mayor detalle a quien le habla. La conoce y la conoce muy bien.

One shots!!Where stories live. Discover now