10. Miedo

492 10 0
                                    

Llegó hasta uno de los bares a las afueras de la ciudad, completamente perdido del barullo del centro. No era muy distinto al resto de bares de las afueras, esos en los que es mejor no fijarse, en los que toda persona con dos dedos de frente no entraría. Pero ella no era así, se había ido convirtiendo en un ser oscuro que parecía moverse al compás de la luna. Acudía a ese tipo de bares en un vano intento de olvidar en lo que se había convertido, a beber hasta que no fuera capaz de recordar quien era, a encontrar algún amante que la hiciera sentir viva como tiempo atrás, aunque solo fuera por unos minutos.

Fijó su mirada en el pequeño espejo retrovisor del coche, perfiló sus labios con carmín rojo sangre y arregló su pelo. Dejó el coche y entró en el bar. Era oscuro, tan solo pequeñas velas iluminaban las mesas. Ni siquiera se fijó en la decoración pero agradeció aquella oscuridad que la hacía emerger como si fuese una criatura vampírica en la noche. Se sentó en uno de los taburetes de la barra y esperó. Miró a su alrededor, a todos y cada uno de los hombres del bar, ninguno le pareció lo suficientemente interesante como para irse con él. Tras la barra apareció un joven de ojos azules y sonrisa dulce.

-¿Qué le pongo?
-Un Martini...

Le miró detenidamente y le analizó con una mirada felina, de aquellas que eran capaces de desgarrarte el alma. Aquel joven tenía algo, no era el típico camarero de bar de carretera. Era atractivo.

-¿Puedo preguntar qué hace una mujer como usted aquí?
-¿Una mujer como yo?
-Con clase

Rió con ironía. La sonrisa fría que dibujó en su rostro tardó unos segundos en difuminarse. El joven le devolvió la sonrisa. Ella acabó su Martini de un sorbo y pidió otro.

-Escucha...¿cómo te llamas?
-Max
-Max...Max...debes estar muy solo por aquí...¿te gustaría venirte conmigo?
-No creo que sea buena idea...Además tengo trabajo...
-¿Te doy miedo?
-¿Miedo? No...
-Pues lo parece

Ella fue creando en esa breve conversación verdadera tensión entre los dos, sabía como hacerlo. No había hombre que al final no terminara cayendo entre sus redes, "todos son iguales", se repetía constantemente.

La barra se fue llenando de una hilera de vasos y copas vacías pero ella no había perdido todavía el control de su cuerpo. Como una carrera de fondo, había aprendido a controlar el alcohol.

-Escucha, Max, no debería conducir...¿tienes alguna habitación vacía?
-Si, la acompaño si quiere...

Max dejó la barra y guió a aquella misteriosa mujer hasta el piso superior. Había visto muchas películas en las que una femme fatal, como algunos las llamaban, seducía a algún pobre diablo, se llevaba lo que quería y después si te he visto no me acuerdo. Él no quería eso aunque aquella mujer tuviera un aura de misterio y de seducción extraña, que le atraía hasta ella, como un pequeño insecto en las redes de una araña.

Sacó una de las llaves del bolsillo. Habitación 236. Abrió y antes de que pudiera encender las luces ella había desaparecido. Sintió unas manos por su espalda. Ella sabía moverse rápido en la oscuridad, era como su hábitat natural. Recorrió la espalda de Max con las uñas, arañandole con fuerza mientras sus labios se acercaban a su oído. Mordió su lóbulo de la oreja y dejó cortos y húmedos besos sobre su cuello.

-¿De verdad que no quieres pasar un rato conmigo?

Max no pudo responder. La voz de aquella mujer en su oido era como el canto de las sirenas que atraían a Ulises a su perdición. Se dejó sumergir en aquella perdición. Se giró, a tientas palpó su cuerpo y buscó sus labios. La llevó hasta la pared y la besó mientras la aupaba cogiendola por los muslos.

Ella se agarró a sus hombros y envolvió su cintura con las piernas. Se acercó de nuevo a su oido.

-Llévame a la cama

Max obedeció. La acercó hasta la cama de matrimonio, momento que ella utilizó para tomar el control. Lo arrojó sobre la cama y se sentó sobre sus muslos.

Él sintió como desabrochaba su camisa sin ni siquiera detenerse en los botones, que saltaron por el suelo de la habitación. Pasó a sus pantalones, desabrochó su cinturón y los bajó hasta sus rodillas. De pronto, el peso de su cuerpo sobre él desapareció. Un pequeño reflejo azulado que entraba por la ventana le permitió verla, de rodillas frente a él. Sus muslos empezaron a erizarse cuando sintió sus uñas recorriendolos de arriba abajo y la humedad de sus labios se posó en su entrepierna.

Max respiró profundo. Aquella mujer le estaba llevando a un mundo al que él era totalmente ajeno. Nunca había conocido a una mujer como ella. Cerró los ojos y dejó escapar una respiración cálida. Le estaba sumiendo en un oscuro trance que se le antojaba de lo más peligroso y placentero a la vez.

Ella se detuvo y sonrió con malicia al comprobar que, como siempre, había conseguido lo que quería. Se deshizo de su vestido y volvió a los muslos de Max. Buscó sus labios. Max se incorporó ligeramente y envolvió su cintura con sus brazos. Pudo sentir la presencia de un corsé completamente rígido que cubría todo su tronco y se extendía en forma de suspensores hasta las medias. Deseó poder verla con algo de luz, cosa que no ocurrió. Ni siquiera se atrevía a preguntar.

Las manos de ella pasaron, atrevidas, a su entrepierna y le guió dentro de ella. Dejó escapar breves gemidos mientras él lentamente invadía su cuerpo. Se agarró a sus hombros con las uñas y estableció un ritmo constante en sus caderas. Ritmo que Max no tardó en incrementar, necesitaba más de aquella mujer, de aquella extraña fantasía, de aquel dudoso sueño e indescifrable enigma que ahora movía con determinación todos los muelles de la cama.

Los gritos de ella eran cada vez más constantes y su respiración más acelerada. Max cerró los ojos. El placer que sentía era tal que apenas podía articular palabra. Ella se encargaba de marcarle el ritmo a base de cada vez más próximos "más" que escapaban entre sus jadeos de placer.

Max no podía aguantar más. Los envites de ella contra su cuerpo se estaban apoderando de él. Sintió como ella aumentaba su ritmo, estaba claro que tampoco iba a permanecer mucho más en aquel estado de trance hasta llegar al clímax.

Él sintió un calor repentino que no tardó en acompañarse de un grito feroz y sensual a la vez. Ella se dejó caer sobre su pecho.

-Madre mía...hacía tiempo que no conocía a alguien como tú...
-Lo mismo digo...

Ella sonrió y dejó atrás la cama. Buscó su vestido en la oscuridad.

-No sé cómo te llamas...
-No te conviene saberlo, créeme
-¿Y si algún día quiero buscarte?
-Seré yo la que te encuentre, como te he encontrado hoy
-Lo de hoy ha sido casualidad
-¿De verdad crees eso?

La puerta se abrió y un haz de luz iluminó durante unos segundos la habitación. Max la observó salir, con un aire grácil, elegante y fresco, muy distinto al aura que la envolvía nada más entrar en el bar. Al marcharse, él encendió la luz y observó algo brillante en el suelo, una pitillera. La recogió y la observó con detenimiento. Tan sólo había grabada una letra, B.

*Ilustración: Sergi Bleda*

One shots!!Where stories live. Discover now