15. Oscuridad

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Mantengo entre mis dedos una delicada seda de tonos rosa claros. Ha costado mucho de conseguir, es cara, exquisita, digna de los mejores modelos de costura. Cojo las tijeras para cortar la suficiente para el cuerpo de un vestido.

Las chicas siguen centradas en su trabajo. Mis últimos gritos han hecho dejar de lado los cuchicheos y las risas a medias. Pedro y Maximiliano merodean de vez en cuando por el taller. Para mí solo estorban. Entorpecen mi trabajo. Sobretodo él, Maximiliano. Cuando él entra, entre estas cuatro paredes todo se altera, mis chicas se detienen en sus ocupaciones y le miran embobadas. ¿Para que voy a mentir? Yo también le miro. Pero nunca como ellas, a mí nunca se me nota que le miro. Él siempre centra su atención en mí, quizás por miedo, quizás por respeto, quizás como una mera formalidad. Sus ojos azules se clavan en mí, en mi cuerpo. Siento como me recorre con su mirada y, la verdad, me inquieta. Es un joven caradura, muy desvergonzado que, sin embargo, es atractivo, absorbente.

Mis tijeras rozan la tela. Aprieto y empiezo a cortar. No puedo seguir. Todo el taller se ha vuelto oscuro de repente. No veo nada.

—¡Doña Blanca!

—¡Tranquilas chicas! ¡No os mováis! ¡Permaneced en vuestro sitio! Voy a buscar velas. O algo que nos sirva...Maximiliano, ¿está ahí?

—Sí, doña Blanca. Aquí a su lado.

—Bien. Sígame. Creo que las velas están en el almacén.

Alargo mis manos. No recuerdo exactamente donde están colocados los maniquís pero el resto lo conozco a la perfección. He recorrido demasiadas veces esos pasillos. Choco con algo. No sé muy bien que es.

—Doña Blanca, soy yo—le escucho reír.

Mis manos han tocado su pecho. Está más fuerte de lo que pensaba. Sus manos llegan hasta mis brazos y me agarran. No puedo verle pero siento su cálida respiración junto a mí.

—Perdone, Maximiliano. Vamos, salgamos al pasillo.

Emprendo de nuevo el camino. Esta vez sí consigo salir hasta el pasillo. Voy rozando con la yema de mis dedos todos y cada uno de los muebles, todas las paredes y las puertas, hasta llegar a la mía. Espero que él me vaya siguiendo. Solo queda girar ligeramente a la derecha. Alcanzo la puerta y abro.

—Doña Blanca, ¿cómo vamos a encontrar las velas entre todo esto y a oscuras?

—No lo sé, la verdad

—Espere

Me giro hacia la dirección de donde procede su voz. Doy un paso al frente pero algo se interpone en mi camino, seguramente alguna caja. Tropiezo y pierdo el equilibrio. Pero no caigo, él me sostiene entre sus brazos.

—Cuidado

—Gracias...Maximiliano...

En cuestión de segundos una llama se enciende casi en mi rostro. Siento su calor. Su luz se clava en mis pupilas. Le miro. El fuego se refleja también en sus ojos, que muestran una fuerza desmedida. Tan solo puedo ver su rostro. Me inquieta y me atrae, como un pequeño insecto a la luz.

Nuestros cuerpos siguen juntos, pegados el uno al otro. Trago saliva. No sé muy bien por que pero me estoy empezando a poner nerviosa.

—¿Se ha hecho daño?

—No, solo me he torcido algo el tobillo, pero no es nada

—Siéntese

Guía la luz que produce su mechero hacia las cajas y acerca una. Dibujo una media sonrisa en mi rostro y me siento sobre ella. Él se pone de cuclillas frente a mí mientras aguanta el mechero.

—Déjeme ver

—No se preocupe, Maximiliano, si no es nada

No responde. Coge mi pie derecho entre sus manos. Siento la yema de sus dedos sobre mi piel. ¿Y estas confianzas? No le digo nada. Toca mi tobillo y le da vueltas a mi pie, de un lado a otro, de arriba abajo.

—¿Le duele?

—Siento cierta molestia

—Espere aquí sentada, yo buscaré las velas.

—Maximiliano, ¿por qué se preocupa por mí?

—Porque es usted mi jefa y porque si fuese yo, estoy seguro de que usted se hubiese preocupado por mí.

—Tiene razón

Se pone en pie y empieza a indagar por el almacén, alumbrando cada rincón de las estanterías con la poca luz que hace el mechero mientras yo espero sentada sobre la caja. Le observo atenta. El reflejo de la luz sobre su rostro hace que sea más atractivo que nunca. Resalta sus ojos, sus labios se confunden entre la luz y la sombra, su pelo adquiere tonos cobrizos. Me doy cuenta de que estoy mordiendo mis labios al mirarle. Me recompongo. ¿Qué me pasa? Es solo un muchacho.

—¡Las encontré!

—¡Bien! Podemos volver al taller entonces

Se acerca a mí y me tiende la mano. Me pongo en pie, quedando justo a su altura. De pronto la luz desaparece. Volvemos a estar a oscuras. Escucho un sonido metálico rodando por el suelo.

—¡¿Qué ha ocurrido?!

—No se preocupe. Me he quemado y me ha caído el mechero, demasiado tiempo encendido—su voz adquiere un tono gracioso

—¿Pero está bien?

—Sí, sí, tranquila.

No sé que hacer. No sé si debo moverme y buscar el mechero por el suelo o lo va a hacer él. No sé si lanzarme hacia él y besarle o lo hará él. No sé cual de los dos lo hará pero necesito que alguno lo haga.

Alargo mis manos. Vuelvo a toparme con su pecho. Sonrío. Debe pensar que estoy loca o algo por el estilo. Siento, de pronto, sus manos envolviendo mi cintura. Mi corazón late cada vez más fuerte, incluso creo que sufro una pequeña taquicardia.

—Maximiliano...

Siento su dedo indice sobre mis labios. Pasa a recorrerlos con él. Me acerco más a su cuerpo. Le noto junto a mí. Su mano pasa a mi rostro, a mi mejilla, a mi pelo. Muerdo mi labio inferior por la parte interior. Mi pecho se mueve algo irregular.

—Blanca...

Aproximo mi rostro al suyo. ¿Qué estoy haciendo? ¿He perdido totalmente el juicio? Igual me estoy agarrando a la estúpida idea de que si no lo veo no es real. ¡¿Qué se yo?! En cuestión de segundos detengo mis pensamientos. Sus labios están ahora junto a los míos. Cierro los ojos. Él me besa despacio, como si tuviese miedo por lo que estaba haciendo. Incremento el ritmo del beso mientras mis manos envuelven su cuello. Muerde mi labio inferior y parte de mi barbilla. Yo cojo su rostro entre mis manos. Acaricio sus mejillas y recorro su pelo sin dejar de besar y morder sus labios. Siento su lengua haciendo presión contra mí. No quiero que el beso termine.

Siento como sus manos, algo tímidas, bajan a mi trasero. Junto mi mano izquierda con la suya. Le animo a que apriete mis glúteos. Quiero perderme en ese momento, quiero perderme y encontrarme con él al mismo tiempo, en esa oscuridad que lo invade todo. Siento su respiración por mi cuello y, de pronto, la humedad de sus labios y su lengua recorriéndolo por completo. No puedo evitar un corto jadeo.

Empieza a avanzar, haciéndome a mí retroceder hasta pegarme a la pared. Sigue besando mi cuello. Mis manos van directas a su camisa. Desato su corbata pero él me coge por las muñecas y me detiene. Vuelve a encender el mechero. ¿De dónde lo ha sacado? La luz inunda mi rostro mientras mantiene el suyo en penumbra.

—Deberíamos llevar las velas al taller, ¿no le parece, doña Blanca?

—¿Eh? Sí, claro, sí—recorro mi pelo con mi mano derecha

Sonríe. Coge las velas y su mechero, llega hasta la puerta pero no abre. Se gira y me mira.

—¿Ocurre algo?

No me responde. Deja las velas en un estante y mete su mechero en el bolsillo. No le veo pero pronto siento sus labios de nuevo junto a mí. Sonrío mientras me besa.

—Volvamos al taller. Ah, de esto ni una palabra. A nadie.

—Tranquila, no te preocupes por eso.

One shots!!Where stories live. Discover now