40. Fiesta

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Blanca mira por la ventanilla del coche, observa como avanza por calles cada vez menos asfaltadas y más llenas de tierra y gravilla, como los edificios van dejando paso a los árboles, que los sustituyen casi de una forma imperceptible. Deja escapar un discreto bostezo y observa como empiezan a caer algunas gotas sobre el cristal. Por momentos todo se va volviendo oscuro, las nubes cubren el cielo y parece que va a caer sobre ellas.

—Macarena...quizá deberíamos dejar las prácticas del coche para otro día...está anocheciendo y parece que va a caer una buena...

—Tienes razón, además nos hemos alejado un poco. Ahí delante si hay algún terraplén doy la vuelta.

Continúan avanzando, al igual que la tormenta, que las ha alcanzado con rapidez. Ahora llueve con mucha más intensidad y apenas se ve nada delante de ellas. Los truenos hacen que de vez en cuando el cielo se encienda y las ilumine, pero solo dura unos segundos. El camino por el que circulan ya no se ve con claridad y la tierra mojada ha dado paso al barro.

—Macarena, por favor. Nos vamos a quedar aquí atrapadas como no des la vuelta.

Macarena aprieta el acelerador pero algo no va bien. El coche parece no avanzar. Insiste pero lo único que consigue es que la rueda derecha trasera se hunda más en el barro del camino. Golpea el volante con la palma de las manos.

—¡Mierda!

—¿Y ahora qué?—. Blanca se cruza de brazos, esperando una respuesta por parte de su amiga pero nada, Macarena solo la mira y tuerce sus labios—. Creo que no muy lejos de aquí he visto una casa. Quizá podíamos ir y desde allí pedir una grúa.

—¿Con la que está cayendo quieres salir del coche?

—¿Y qué hacemos? ¿Nos quedamos aquí estancadas toda la noche esperando a que nos arrastren el barro y la lluvia? No me apetece especialmente, si te soy sincera. Prefiero mojarme pero pedir ayuda.

—Espera. Ahí atrás debe haber un par de paraguas.

Macarena se da la vuelta rebuscando en los asientos de atrás y da con un par de paraguas aunque uno de ellos está roto. Observa a Blanca, que asiente con cierta desgana. Salen del coche y nada más hacerlo notan como sus tacones se hunden en el barro.

—Dios...con lo que me habían costado estos zapatos...son de la última colección...

—¿Crees que es momento de pensar en eso, Blanca?

Avanzan con cuidado, intentando cubrirse lo máximo posible aunque es inútil, en tan solo dos pasos han terminado empapadas. Blanca, sin decir nada, señala hacia una dirección y Macarena se limita a seguirla. No tardan en divisar una finca vallada y un chalet que parece tener las luces encendidas.

—Menos mal...

Llegan hasta la puerta metálica que las separa de poder sentirse a salvo de la tormenta. Blanca llama al timbre sin pensarlo dos veces y la puerta cede. Nadie pregunta. Entran algo tímidas pero decididas. Hay algunos coches aparcados delante de la casa, de la que escapa un barullo considerable. A medida que avanzan escuchan no solo barullo sino música y gente, mucha gente.

—Igual no llegamos en un buen momento...

—Eso a mí me da igual, yo solo quiero un teléfono y sacar mi coche de ahí.

Blanca vuelve a llamar al timbre, esta vez de la puerta principal del chalet. La puerta se abre con cuidado y un hombre elegantemente trajeado aparece tras ella. A Blanca le da la sensación de que es el mayordomo de la casa o algo por el estilo.

—Disculpe que molestemos a estas horas pero...

—Se nos ha averiado el coche, justo allí en el camino...

One shots!!Where stories live. Discover now