Capítulo 83

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—Te dije que he preparado todo para asegurarla aún más— repitió desde el armario— No soy tan idiota como para ponerlas en peligro— salió del armario y caminó hacia mí que me encontraba en la cama con Mía.

—¿Y por qué mejor no nos quedamos aquí?— pregunté retóricamente, él siguió caminando hasta acostarse en la cama y resoplar.

Se acomodó hasta quedar de medio lado para poner sus ojos en mí, puso su mano sobre la espalda de Mía que estaba acostada en medio de ambos.

—Tengo razones para creer que Ross ha descubierto nuestra ubicación, y aquí no tengo los mismo métodos de seguridad que en aquella casa ¿Comprendes?— confesó.

—¿Cuales son las razones?

—Razones Ám, quizás sólo son suposiciones o simple paranoia, el hecho es que quiero irme de aquí.

—Entonces vamos a otro lugar, Damián.— repetí por millonésima vez en la semana— No lo sé, otra casa, incluso podemos irnos de está ciudad y ya...

—No me jodas, Ámbar— se enojó.— sí te estoy diciendo que nos iremos a esa puta casa nos iremos y no se habla más del tema— puntualizó con firmeza.

—¿Que hay de lo que dijiste que harías?— pregunté empleando su mismo tono—Dijiste que saldrías de ese mundo— hizo un sonido de fastidio con los labios y se volvió a acomodar en la cama hasta fijar la vista en el televisor— ¿También mentiste respecto eso?

—¿Como puedo mentir respecto a algo que no ha salido de mi boca?— murmuró en voz baja sin mirarme.

Enojada alargue mi brazo en su dirección hasta dar un fuerte golpe en su brazo que lo hizo voltear a mirarme con desconcierto y enojo.

—¿Tienes una puta idea de lo que hablamos?— me incorpore hasta quedar sentada.— Ya no sólo eres tú, Damián, ya no sólo voy a pensar en tí. Es mi hija quien está en peligro por culpa de tu maldito trabajo.

—¿Crees que es fácil salir?— preguntó igual de enojado mientras se incorporaba para quedar igual que yo— ¿Tienes tú una puta idea de lo que hablamos? Yo no puedo simplemente decir: “Hey, adiós, mi esposa quiere que salga de está mierda y yo quiero complacerla”

—Entonces por eso, ella y yo debemos vivir encerradas y aisladas del mundo.— señalé a Mía— Para no morir tu hija y yo debemos renunciar a salir y tener una vida normal como el resto de las personas en el mundo.

Su rostro se transformó en una genuina mueca de culpa y después de pasar su lengua por sus labios bajó la mirada y salió de la cama. Solté un suspiro mientras lo veía caminar a la puerta.

Sintiendo mi cabeza a punto de explotar me dejé caer de espaldas sobre la cama y puse mis ojos en el blanco techo de la habitación.

—El día después de mi cumpleaños nos iremos de aquí— habló desde la puerta con altanería, como si en lugar de su esposa fuera un empleado más que debía acatar sus órdenes sin rechistar.

Sentí la ira recorrer mi sangre ante su demanda.

—Perfecto, se hará lo que tú digas— acepté con frialdad— pero después no te quejes de las consecuencias.

Soltó un quejido y sin más salió y de un portazo cerró la puerta.

Él creía que me refería a las consecuencias que podía traernos el hecho de que Ross supiera la dirección, pero por supuesto que no, yo no me quedaría a esperar que esas consecuencias nos envuelvan a mi hija y a mí.

Me iría, sí él planeaba irse a esa mansión yo planearía irme y alejar a Mía lo más lejos que pudiese. Pondría a mi hija a salvo así tuviera que renunciar a él.

¡Ahgs! ¡Maldito estúpido! ¿A caso no entendía que irnos allí era una total estupidez?

Ni siquiera era capaz de intentar salir del jodido hoyo en el que estaba metido ¡Joder! Yo sabía que no era para nada salir de allí, pero por lo menos quería que lo intentase. Él tenía que hacerlo, por su hija, por él mismo.

Pero el imbécil ni siquiera quería intentarlo y por más que lo quisiera yo no podía vivir con eso, me rehusaba a pasar el resto de mis días escondida dentro de las paredes de una jaula de cristal. Había renunciado a muchas cosas por estar con él, por vivir y formar un familia a su lado ¿Por qué él no podía hacer lo mismo? Sólo un cosa estaba pidiéndole, merecía por lo menos que lo intentase.

Que saliera del maldito negocio que tarde o temprano terminaría ahogandolo, asesinandolo.

¿Por qué era tan difícil para él entenderme? ¿Por qué él era una persona tan difícil?

¡Maldición! Terminaría perdiendo la cabeza por su maldita culpa, y lo peor es qué aún sabiendo eso no quería dejarlo, no quería abandonarlo pese a que todo me gritaba con desespero que lo hiciera.

Pero yo tenía muy claro lo que significabamos Mía y yo para él, sabía que nuestra ausencia lo descolocaria y que posiblemente no pararía hasta volver a encontrarnos.

Juro que no quería hacerlo, juro que no quería separ a mi hija de él, juro que yo misma no quería tener que vivir lejos de él, pero era eso o resignarme a vivir de está forma, era eso o resignarme a despertar un día y me digan que mi hija nuevamente estaba en peligro.

Yo lo amaba con todo mi ser y me dolería enormemente separarnos. Pero sí él no ponía de su parte, sí su orgullo o lo que sea que le impedía hacer lo que le pedía era más fuerte que él y sus deseos de poner a nuestra hija a salvo y fuera de peligro, entonces yo no miraría atrás, no me quedaría a su lado siendo participe de una de sus tantas y estúpidas locuras.

Ahora mi hija estaba por sobre todo, por sobre él y nuestro amor. No voy a permitir que ella salga lastimada, y así me cueste la vida iba sacarla de en medio de la maldita guerra que mantenía con el viejo Ross.

Soltando un suspiro puse me puse de lado y empecé a dar palmadas en la pequeña espalda de mi bebé para dormirla, pero mientras lo hacía mis ojos también empezaron a pesar.

Era todo un desgaste mental pensar en lo que sucedía, en lo que podía suceder y en lo que sucedería. Así que sin rechistar me dejé volver por el sueño.

Un sueño que no duro mucho o por lo menos así lo sentí yo cuando la puerta de la habitación siendo cerrada me hizo despertar sobresaltada. Miré la entrada del lugar con el ceño fruncido y los ojos aún adormilados.

—¿Dónde está Mía?— pregunté con la voz ronca al darme cuenta que la niña no estaba a mi lado como cuando me dormí.

—La he llevado a su cuna— respondió, se quitó la camiseta de algodón y con siempre la tiro al piso mientras caminaba hacia a la cama— Sí la dejaba allí iba a amanecer aplastada— bromeó, levanté las cejas en su dirección; Ya se le pasó el enojo.

Me dejé caer con brusquedad nuevamente a la cama y estiré mi mano sobre la mesita de noche y miré la hora; doce y media de la noche, cuatro horas habían pasado desde que salió de la habitación.

Subió sobre la cama y una vez en ella gateó hasta subirse sobre mí y empezar a besar mi cuello.

—¿Ya no estás enojado?— pregunté con ironía.

Ni si quiera tenía razones de peso para enojarse.

—¿Por qué habría de estarlo?— besó mis labios.— Además, prefiero mil veces follarte qué no hablarte.

Reí.

—Damián— susurré con una sonrisa para tratar de qué me viera como una amiga y no como una enemiga a punto de atacarlo con su peor arma.—Sabes que debes salir de ese mundo ¿No es así?

Soltó un suspiro y bajó su mano hasta meterla dentro de mi shorts de pijama.

—Yo sé que es lo que tengo que hacer muñeca.— sentenció y mordió mi labio inferior empezando a mover sus dedos en mis pliegues.

No Puedes Escapar De Mí.©Where stories live. Discover now