Capítulo 79

14.8K 1K 110
                                    

Damián Webster.

Veinticuatro horas. Veinticuatro malditas horas y no sabía nada de mi hija.

Sabía lo que intentaban, yo sabía que ellos la tenían y sí no se habían comunicado conmigo era porqué simple y llanamente querían que explotara. Me querían al borde del abismo, sabían que sí me desesperaba iba a empezar a actuar por puro impulso y eso les convenía.

Les convenía porqué sí no pensaba las cosas antes de hacerlas las cagaba completamente, me volvía un total imbécil.

Pero no les daría el gusto, no sabiendo que mi hija estaba en peligro.

Hace un rato fuí por mis medicinas y me aseguré que Ámbar siguiera dormida. Mi cabeza amenazaba con explotar en cualquier momento, pero seguía allí, mostrándome tranquilo y sereno, mientras que mi interior estaba hecho un total lío.

No quería dormir a Ámbar de esa manera, pero lo necesitaba, ella parecía que en cualquier momento se desestabilizaría, que entraría en pánico de un momento a otro, yo no podía cuidarla, estaba fuera de sí y no podía ocuparme de ella mientras mi hija estaba en peligro.

—Ya está aquí, amigo— murmuró Hansel detrás de mí, asentí y dí una última calada al cigarrillo antes de tirarlo al piso y pisarlo.—Hemos movido a Chris y a la chica a una de las habitaciones de piso subterráneo.

Asentí sin más y empecé a caminar junto a él al sótano de la casa de los guardias.

—¿Clarisse sigue sin comunicarse con Helen?— pregunté.

Después de dormir a Ámbar ordené a los guardias en la ciudad buscar a la chica y que la trajeran a mí viva. Por otro lado también estuve hablando con Helen; ella me juro que no sabía nada, que nunca sospecho que su sobrina era capaz de hacer eso.

Le creí, después de toda esa mujer siempre ha estado conmigo, sería incapaz de hacerme daño a mí o a cualquiera de los míos. Prometió tratar de contactar a Clarisse para que me regresara a la niña, le dejé muy claro lo que haría con su sobrina, pero ella sólo endureció sus facciones y asintió totalmente de acuerdo en que se lo merecía, que cualquier persona capaz de dañar a un niño era totalmente merecedor de muchas desgracias.

—Aún no sabemos nada de ella— murmuró— pero los hombres están haciendo su trabajo, los he enviado ha cubrir muchos lugares.

Decidí no decir nada, hacerlo sólo me haría enojar más.

Caminamos en silencio hasta entrar a la casa de los guardias y posteriormente al sótano. Evelyn y su primo ya no estaban aquí, pero aún no los dejaría libres, pues, esa chica igual había traicionado mi confianza y por su culpa casi pierdo a Ámbar, después de encontrar a mi hija pensaría en que hacer con ellos.

—Buenos días señora Ross— saludé con fingida calma y alegría.

La mujer me reconoció de inmediato y su rostro cambio a uno de sorpresa, enojo y mucho más temor que el que ya sentía cuando la trajeron aquí.

—No soy la señora Ross— aclaró en voz baja— hace mucho que dejé a ese hijo de puta.— hice una falsa mueca de pesar.

Eso lo sabía ¿Como olvidar el día en que su maldito ex-esposo fué a casa a decirle a mi padre cuanto dinero le había quitado su esposa por el divorcio? Ella era la madre de los dos hijos de Ross, pero después de lo sucedido ella quiso separarse de él.

—En fin— hice un gestó con mis manos para restarle importancia— sólo quiero que le haga una llamada a  Bratt— le dí la espalda y busqué entre las cosas que habían recolectado mis hombres de ella, su celular.

—¿A Bratt?— preguntó confundida— ¿Que es lo que quieres con mi hijo? ¿Tambien lo vas a matar como hiciste con...— un sollozo silencio sus palabras y lo agradecí.

—A Bratt, a tí, a tu maldito ex-esposo y a toda las malditas personas que se apelliden Ross— dije sin mucha importancia y tomé él celular para luego girar sobre mis talones y dárselo.— Adelante, llámalo.

—No— negó e intentó mover sus manos de un lado a otro para tratar de liberarse— no voy a permitir que mates a mi hijo.

—Esta bien— dije como sí fuera un niño pequeño— lo haré yo, además tú estás atada.— busqué entre sus contactos el número telefónico de Bratt.

Reí cuando su hijo respondió.

—Hola Bratton— saludé con el mismo nombre con que solía llamarlo cuando eramos niños.— ¿A que no adivinas?— podía escuchar su respiración acelerada del otro lado se la línea— me he comprado un juguete nuevo— reí— te invitaría a jugar, pero ya sabes, nunca me ha gustado prestarte mis juguetes.

Yo no tengo nada que ver, dejá a mi madre en paz, ella está fuera de todo estó.—pidió con rapidez y reí.

—¿Sabes quién tampoco tenía nada que ver con estó?— pregunté en retórica.

Yo no tengo a tú hija, Webster— repitió— mi padre es quien toma decisiones, yo no pude evitar que la trajera aquí.

—Siempre has sido un inepto, nunca has podido hacer algo por tu cuenta. Estás destinado en no ser más que un simple segundo.— hice un sonido— lastimero con los labios.— Incluso tu padre prefería confiar más en cualquiera que no fuese tú—reí con burla— ¿Sabes que él personalmente me llamó y propuso una tregua sólo para que le entregara a su querido tigre? Amigo, es triste saber que por tí jamás haría eso...

—¡No lo escuches, cariño, tu padre haría eso y mucho más por tí!— gritó su madre y yo reí con burla.

Todas, absolutamente todas las personas que conocían a la familia Ross sabían perfectamente que Bratt no era ni sería nunca alguien digno de la admiración y cariño de su padre ¿Por qué? Ni puta idea.

Solté un suspiro y me senté en una silla frente a la mesa de metal dónde estaban las cosas de la señora, tomé uno de mis cigarrillos y lo encendí, yo no era de fumar mucho, pero cuando sentía que el estrés estaba a punto de sobrepasarme, la jodida nicotina era lo único que lograba relajarme.

Le dí una calada al cigarrillo y puse mis ojos sobre la pared gris frente a mí.

—Es increíble las mentiras que las madres son capaces de decir para que sus hijos no sufran...

No le hagas daño, Damián...— el teléfono fué arrebatado de mis manos y giré con calma para ver quien se había atrevido a hacer aquello.

Pero solo pude sonreír al verla, estaba allí, muchísimo más calmada que la noche anterior, parecía que la mujer fuera de control que ayer tuve que dormir con sedantes había quedado sólo en mis recuerdos.

Su actitud era fría, distante, estaba enojada. Pero había entendido a la perfección lo que quería que entendiera; estaba allí, más fuerte que nunca, su cabello aún goteaba por la ducha que se había dado, vestía un jeans negros ajustados y una chaqueta de cuero del mismo color.

Sus ambarines ojos estaban puestos sobre los míos con tanta frialdad que no sabía sí reír y festejar interiormente por qué finalmente había conseguido lo que desde un principio quise, o sentirme amedentrado por su desafiante y fría mirada.

—Tienes cinco minutos para decidir sí regresas a mi hija por las buenas o por las malas.— habló con frialdad al teléfono sin despegar sus ojos de los míos.

sonreí.

Dí una calada a mi cigarrillo y después de soltar el humo ella me tendió el celular.

—Ya escuchaste a la reina, Bratton— dije empleando el mismo tono burlesco.— cinco para decidir sí salvas a la única persona que de verdad te ha querido en toda tú maldita vida, o sí prefieres que muera sólo para complacer al hombre que lo único que ha hecho es restregarte en la cara que sí tuviera la oportunidad de elegir un hijo tú serías lo último que escogería.

Y colgué.

—Señor— la voz de Dan tan pronto como colgué me hizo poner toda la atención en él— tenemos a la chica.

No Puedes Escapar De Mí.©Where stories live. Discover now