Capítulo 62

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Damián Webster.


Después que el doctor estabilizó a Ámbar y la trasladaron a una habitación, me encargué de qué dos guardias quedaran custodiando su puerta.

Aún ni siquiera había ido a avisar a Carmen, Hansel y Amelie, que las dos estaban bien, que el peligro no se había ido totalmente, pero que estaban a salvo.

Tan pronto como me aseguré que Ámbar quedara bien protegida me encaminé a la sala dónde el doctor había dicho que estaba mi hija. Y aquí estaba llegando al lugar por el cual gracias a una ventana grande se podía ver hacia el interior.

Una sala grande llena de incubadoras, habían varios bebés y entre esos estaba mi hija. Tenía que asegurarme que estuviera bien, que seguía respirando.

Me adentré en la sala y dejé a los otros dos hombre afuera, enseguida en mi campo de visión apareció el enfermero al cual se la había encargado, me pidió que lo siguiera y eso hice.

Caminamos entre las incubadoras con bebés que lloraban con desespero y hacían que el estar en la sala fuera algo irritante. Finalmente el hombre se detuvo frente a una de las incubadoras del fondo y me mostró a mi hija dentro.

Se despidió y me dejó a solas con ella.

Sonreí con ternura y tristeza.

No podía describir con exactitud lo que sentía, era un jodido mar de sentimientos encontrados, sentía mucha alegría, felicidad, una maldita e inmensa felicidad de tenerla y verla por fin.

Pero también podía sentir los sentimientos malos chocar con los buenos, pero de todos esos sentimientos el que más predominaba era la culpa.

Culpa por hacerla pasar por esto, porqué sí me hubiera quedado callado y no hubiese respondido a los reclamos de su madre y no la hubiese alterado, ella seguiría en el vientre de Ámbar, protegida y tranquilita allí dentro.

No estaría aquí dentro, con una pequeña manguerita debajo de su diminuta nariz, sufriendo por mi maldito descontrol.

Solté un suspiro.

Su pecho subía y bajaba con mucha lentitud, era una de los pocos bebés que no lloraba, sólo estaba allí acostada inconsciente de lo que pasaba a su alrededor.

Dejé salir una risita algo amarga de mi boca cuando la miré vestida sólo con un pañal. Uno de los pañales que un mes atrás le dije a Ámbar que le quedarían pequeñitos, pero qué contrariamente le quedaban muy grandes, tanto que le llegaban a la mitad de su barriguita.

Parecía un ángel, un angelito que quise tomar y meter en una cajita de cristal blindada, para que nada en la vida la lastimara.

Quise tocarla, moría por cargarla, pero se miraba tan débil que el miedo a romperla o lastimarla era muchísimo más grande que las ganas de tenerla en mis brazos, por ello sólo fuí capaz de meter cautelosamente mi mano por uno de los agujeros a los costados de la incubadora.

Una vez que mi mano estuvo dentro dude mucho en acercarla a su cuerpecito, y es qué no sabía ni siquiera dónde ponerla. Temía qué sí la tocaba se desvaneciera, se hiciera humo y ya no existiera.

Además qué en su pecho estaban puestos tres parches que sujetaban cables que supongo eran para monitorear los latidos de su corazón, los cuales se mostraban en una pantalla del otro lado se la incubadora.

¿Y sí al tocarla los movía y dejaban de funcionar?

Ante la idea alejé mi mano lo más que pude de su pecho y la subí un tanto a su mejilla que ahora ya no estaba morada y que tenía un fuerte color carmín en ellas.

No Puedes Escapar De Mí.©Where stories live. Discover now