30_Historias del pasado (Astrid)

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Mi mundo está sepultado encima de mentiras que también lo sostienen.

En mi mundo cuesta definir lo real de lo falso, fuera del plano sentimental, que halla su máxima expresión en las acciones. Por tanto, la lucha diaria de mi vida ha sido no perder mi esencia mientras vivo dos vidas a la par: una de día y otra de noche. En blanco y negro, tratando de no mezclar tonalidades.

Dentro de ese ambiente he querido ser alguien real y fuerte en sus convicciones. Pues, desde joven asumí que la mentira no es una excusa, sino un estilo de vida que puede abducirnos por completo. Por tanto, yo: Astrid Yoon Urquía de Eglossa, e hija de Dios por la gracia y fe en Jesucristo, soy Arturo.

Lidero el movimiento insurgente Amigos De la Noche. Aunque también soy una joven de diecisiete años cargando con el peso que me dejó la perdida más grande que he tenido.

— La verdad, ante todo –saludan los ADN en tono susurrante.

— La verdad nos salve –respondo.

— La vedad, ante todo –continúan tributando.

— La vedad nos salve –contesto en tanto camino.

«La verdad, ante todo, la verdad nos salve»

Nuestro saludo, nuestro lema y nuestro propósito.

Después de los saludos o abrazos cordiales con los ADN más próximos, subo la escalera hacia el Nivel Dos con el grupo heredero pisándome los talones. Sacha cierra la marcha junto con Adam y el bullicio en derredor, eclipsado está por los bombeos de mi corazón. Aparte de esto, escucho las pisadas ascendentes de varias botas sobre la escalera angular de hierro.

Tanto tiempo preparándome para cuando pasara –me digo– y nunca pensé que sentiría miedo; nervios a flor de piel.

No he vuelto a colocarme la capucha. Error por mi parte ya que, al tenerla, me siento yo al cien por ciento y no al cincuenta. Ahí es donde Astrid y Arturo se funden sin máscaras exteriores. Ambos planean su próximo paso, sienten y recuerdan por qué vale la pena este sacrificio.

— Tenía cuatro años cuando mi abuela murió aquella noche de navidad.

Relato una vez dentro de la habitación a puerta cerrada. Nadie habla porque están más ansiosos por escuchar.

— Frente al inmenso espejo del baño siempre me vi pequeña, mientras que a Damián tal cosa le provocaba deseos de hacer locuras. Tal vez, ambas razones hacían a la abuela acompañarnos –cuento–. Esa noche atiborrados de comida, los tres nos cepillábamos los dientes antes de irnos a dormir.

Aún recuerdo el diálogo. Es uno de esos retazos del pasado que no se borran, porque se marcan muy dentro de la persona que los vivió.

— ¿Nos vas a leer una historia abuela? –preguntó mi hermano– Pero no una aburrida como la de esos búhos.

Advirtió dejando entrever el interior de su boca llena de pasta; cosa que me provocó escalofríos. Reproché por su actitud y por aquella vez no replicó.

— Mis niños, es tarde. Mamá y papá vendrán mañana temprano a recogerlos y ya saben que deben ser puntuales. Nada de trasnochar.

Convencidos de ello, mi hermano y yo fuimos a las respectivas habitaciones que la abuela tenía dispuestas para esos días fortuitos, o vacaciones escolares en que le hacíamos la visita completa.

Tenía todo lo necesario para dormir aquella noche. Aun así, no había manera de que cerrase los ojos.

Pasé poco tiempo dando vueltas en la cama hasta que entendí la razón: abuela no había ido a desearme las buenas noches. De manera que esperé paciente y mientras tanto, comencé a imaginar cómo sería aprender a montar el triciclo rosado con girasoles que papá me había enviado de regalo. Abuela me enseñaría a pedalear en la mañana. Mis padres no tenían tiempo. Damián sabía hacerlo, pero no era muy bueno en ello.

Legado de Pilares [ADN I] |Finalista Wattys 2021|©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora