1_Burbuja Rota (Ainhara)

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Ser niño es vivir en un mundo de fantasías, en una burbuja donde el mundo exterior no interesa mucho. Aquello que ocurre a nuestro alrededor no lo comprendemos del todo, o en muchas ocasiones no deseamos que así sea. Pues, al comprender aquello que subsiste fuera de la burbuja puede cambiarnos la vida sin remedio.

Tenía siete años cuando presencié ese hecho fatal. Fue en la misma noche donde un trozo de cristal acabó con toda fantasía infantil. Durante ese día estuve disgustada porque era navidad y pese a ello, en casa nadie parecía dispuesto a celebrarla este año. En resumidas cuentas: mis padres no estaban de ánimo.

Así que para limitar mi enojo me enceré en mi dormitorio de color rosa. La habitación más bella de la casa, asimismo era el monumento al trabajo arduo de mi mamá como diseñadora de interiores. Tenía talento para ello. De modo que me encontraba jugando con Betty (mi muñeca favorita) y después recordé que papá aún no estaba en casa. Él solía llegar temprano. Acostumbraba a tumbarme en su cama y a besarme los pies entretanto me hacía cosquillas en la pansa.

Aunque, en los últimos siete días no se me había acercado. Tan solo me veía de reojo cuando nos sentábamos a ver el televisor.

Mamá lo notaba por igual, sin embargo, no decía nada al respecto. Mientras que la relación de ellos dos tenía menos sonrisas. Estaba tensa, aunque a mi edad de siete años, eso no lo comprendía, solo sabía que reían menos, mucho menos. Nuca supe que llevó a mis padres a estar juntos. Existía amor al mismo tiempo que cierto hilo divisorio ente ellos. Con todo, me amaban. O eso creía, porque la certeza de su amor por mí acabó y descubrí que mi existencia tenía su origen en una mentira.

Mientras jugaba papá rompía la vajilla. Escuché el estrépito y decidí ignorarlo. Aunque no con ello el ruido cesó, al contrario: el ruido de la porcelana rompiéndose contra el suelo taladraba mis oídos de infante. Por lo tanto, solté Betty y corrí hacia la escalera. Al llegar al último escalón me detuve sofocada y con el sentir de un nuevo miedo. O quizá odio: por ese ruido que alebrestó mi calma.

Entonces observé: papá enfurecido; mamá temiéndole, mientras buscaba protección en acorralarse contra la pared de la cocina.

Mi cuerpecito protestó con el primer paso que di hacia ellos. Jaloneé el pantalón y supliqué:

— Papá para, tengo miedo.

De un manotazo me apartó. Caí al suelo bañado en vidrio y porcelana exhalando un gemido. Él se inclinó a verme con rostro de demente que me reveló su embriaguez. No obstante, en esa época para mí se trataba de que había bebido del líquido que mamá botaba cuando él se iba a trabajar.

Me señaló con el dedo acusador.

— No te metas, bastarda. Con razón no te pareces a mí, esos cabellos negros no son míos, ¡son de él!

Levantó su mano y cerré mis ojos.

— ¡Agus! No dañes a Ainhara... por favor –suplicó mamá–. Hazme a mí lo que quieras, pero no a ella... la niña no tiene la culpa.

— Tus deseos son órdenes mi señora –el desdén ensombreció su tono.

Luego se acercó a ella. Por mi parte recordé que la frase anterior él se la decía a mamá cuando estaban en sus mejores momentos. Si bien no eran una pareja como las de mis pelis antiguas de princesas, ellos habían sido felices. Ahora lo dicho por papá era la antítesis de cada uno de esos momentos. Se precipitó hacia ella para comenzarla a golpear. Intenté detenerlo sin éxito: cuando me interpuse agarró un trozo de plato roto y me arañó el cuello, entonces, no escuché quejas, ni oí sus gritos. Al despertar estaba en un hospital.

Legado de Pilares [ADN I] |Finalista Wattys 2021|©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora