3_Unidas por el Dolor (Anahí)

579 323 166
                                    

La huella que perdura más allá de nuestra existencia posee el potencial de forjarse tanto en un espacio de tiempo corto, como en uno largo. Pues, la fuerza de ese legado no reside en el tiempo, sino en las acciones. De igual modo tiene molde preciso en el dolor, si tomamos en cuenta que lo peor de nuestra existencia es lo que nos ayuda a conformarla; a aprender y a crecer. Por tanto, es ley de vida y requisito para las grandes herencias, sufrir y pese a ello, continuar adelante como persiguiendo el ciclo.

Iluso es aquel que deseé o piense posible vivir una buena vida donde no existan los problemas... porque entonces no sería vida. Con todo, era una niña incapaz de rendirme ante esa realidad no tan agradable. Por lo cual, deseé escapar de la soledad; de los terrores que me asediaban y mi mayor anhelo era tener una vida corta pero no ocurrió así. Ya han pasado doce años en los que experimenté el mal en lo subjetivo, a consecuencia de mis traumas de infancia. Aprendí a sobrellevar mis fantasmas en la medida que comprendía que el mal no dura para siempre, permanece, pero su luz es tenue, mientras que lo bueno brilla con fluorescencia.

Por tanto, cuando desperté sobre una camilla, me alegró estar en el Orfanato de Señoritas de Musa. Pues ya no tenía más que perder.

— ¿Anahí? ¿Cómo te sientes?

Evalúe a la joven de cabellos obscuros y lentes en conjunto. Repetía mi nombre para atraer mi atención cuando empezaba a parpadear.

— Sí. Estoy bien.

Respondí pese a la confusión inicial de haberme despertado en un sitio que no conocía.

— No es un hospital. Estamos en la sala de primeros auxilios del Orfanato de Señoritas de Musa.

Ella advirtió lo que pensaba, o quizá es que había pasado por este protocolo muchas veces ya. Clocó su mano izquierda en mi antebrazo con la pretensión de que le mirase a los ojos.

— Mi nombre es Jimena. Puedes confiar en mí. Anahí...

— ¿Orfanato? –sabía lo que era, con todo, necesitaba asegurarme.

La joven, con voz aquietada comenzó a hablar.

— Anahí seguramente no lo recuerdas, pero...

— Lo recuerdo. Entiendo.

Ahogué un puchero. Sus ojos se ensancharon, no sé si compadeciendo mi dolor, o admirando mi supuesta seguridad. A propósito de ello, los labios me comenzaron a temblar. No quería llorar frente a una desconocida, pero conseguir no hacerlo era imposible.

Después de unos chequeos fui enviada al dormitorio. Señalaron cuál sería mi cama y delimitaron también mi parte del closet. Además, hicieron entrega de un horario dejándolo sobre la almohada. Por ende, lo primero que hice al estar sola fue revisarlo. Poco después me fijé en el reloj, eran las dos y veinte de la tarde, entonces comprendí por qué el Orfanato estaba tan silencioso: todas las niñas a esa hora residían en la escuela. De modo que preferí dormir.

Desperté a las cuatro y diez de la tarde. Salí de la cama, alisé las sábanas, para luego dirigirme a la puerta. Deseaba ver cómo sería este lugar lleno de niñas parloteando por todos lados. A razón de ello descansé la mano en el manubrio, pero no abrí; alguien empujó desde afuera.

Lo hizo de tal forma que me tambaleé.

La niña cerró la puerta dedicándome una mirada inquisitiva y con actitud airada habló.

— ¿Tú quién eres? –vio a su alrededor y de vuelta a mí– ¿Por qué estás en mi habitación, ¿cómo entraste? Solo yo tengo mis llaves –afirmó.

— Yo tengo la otra –repuse con timidez.

De repente me sentí una intrusa. En efecto este era dormitorio. La observé de forma rápida: se mantenía con el ceño fruncido y sus labios carnosos los tenía apretados. Ambas expresiones modulaban evidentes indicadores de rivalidad, pero lo cierto era que este dormitorio me pertenecía tanto como a ella

Legado de Pilares [ADN I] |Finalista Wattys 2021|©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora