Capítulo 42

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«Antes no era consciente de mis sentimientos, pero ahora sí». Sus propias palabras se repetían en su mente como un eco que parecía lejano, pero que aun así repercutían en él. Contempló el pelo oscuro y la piel morena de la mujer que dormía a su lado y negó con la cabeza, consciente de que no estaba haciendo las cosas bien. Ni con ella ni consigo mismo. Esa noche no sucedió nada de lo que pudiera arrepentirse, Margarita solo se quedó en su casa a dormir, pero lo sintió como una traición a Valeria. Aunque dejaron las cosas claras, Manuel era incapaz de olvidarla por mucho que se esforzara. Pasó la mano por su pelo y lo revolvió antes de levantarse con cuidado de la cama. Dejó que su amiga siguiera descansando y fue a darse una ducha. Le esperaba otro día largo, agotador y, por qué no, lleno de tristeza.

Al salir del baño diez minutos después, se encontró de frente con su madre. Solo le dirigió una mirada que él entendió a la perfección y la siguió a través del pasillo hasta el salón. Cerró la puerta para que solo ellos fueran testigos de la conversación.

—Manuel, querido, no entiendo nada —expresó con cautela.

—¿Te refieres a Marga, mamá?

—Sé que es tu amiga porque la has traído alguna vez, pero a dormir es la primera...

—Era muy tarde y no podía dejar...

—Sabes perfectamente que podrías haberla llevado a su casa y haber vuelto —le interrumpió—. Mira, no te estoy echando la bronca ni mucho menos, solo quiero que me cuentes lo que sea que te pasa. No estás bien y eso se nota a la legua.

Manuel suspiró. Conocía la capacidad de su madre para detectar que las cosas no iban bien, pero esperaba que esa vez fuera diferente. ¿Cómo podría siquiera hablarle de sus sentimientos por Valeria? ¿Y de la traición de su padre? A decir verdad desconocía si ella lo sabía ya o si sería la última en conocer los hechos.

—Antes de que se fuera a Alemania por trabajo teníamos una relación un tanto extraña... Éramos amigos con derecho a roce y nos acostamos en más de una ocasión, aunque la cosa no pasó de ahí —explicó, intentando ser lo más sincero posible—. Ahora que ha vuelto he decidido retomarlo y, quién sabe, quizá nos demos la oportunidad de ser algo más.

Al final de su historia se encogió de hombros. Fuensanta le dedicó una mirada cargada de tristeza, contraria al efecto que esperaba conseguir él con su relato.

—A mí no me mientes, hijo —insistió, con la esperanza de que al menos le contara parte de lo que escondía.

Él guardó silencio durante un rato sopesando las cosas y su madre se acercó para posar la mano sobre su hombro. Se sentó en la silla que tenía al lado de Manuel y este se giró para mirarla a la cara.

—No estoy bien, si es lo que quieres saber —admitió al fin—, pero Marga no tiene nada que ver con eso. Es más, ella solo intenta ayudarme.

—Pero ¿a qué? Es lo que quiero saber. Nunca te había visto así y, aunque con la presencia de tu tía...

Manuel apretó los puños al escuchar la última palabra y la rabia no dejó que pensara con claridad. Bajó el rostro.

—Esa mujer no es mi tía.

El tono de su voz sorprendió a Fuensanta, que no dijo nada más por si él quería agregar algo, pero no lo hizo. Manuel no quería precipitarse, antes necesitaba hablar con su padre para saber su versión. ¿Y si su madre no sabía nada y metía la pata?

—Sé que desde que ha estado en casa las cosas han estado tensas entre vosotros, pero no pensé que le guardaras este rencor... ¿Es porque se ha separado de tu tío?

—Claro que sí. Ya no me une nada a ella, ya no es mi tía.

Levantó la mirada para contemplar los ojos tristes de su madre. Le dolía verla así, pero era mucho mejor aquella verdad a medias que la completa.

—Si estás así por Carmen...

—Aún me siento molesto, pero lo que te dije tampoco va por ella...

«O al menos no del todo», terminó en su mente.

Dos toques en la puerta interrumpieron la conversación y la expresión del rostro de Fuensanta se transformó poco a poco. La cabeza de Margarita asomó y la madre de Manuel le dedicó una sonrisa sin abrir la boca.

—¿Vas a querer desayunar? —quiso saber, levantándose de la silla.

—Sí, pero no se preocupe, ya me lo preparo yo. —Sonrió—. Solo quería saber si se podía entrar.

—Claro, pasa —la invitó la mujer.

—Yo voy a vestirme —anunció Manuel, dejándolas a solas.

Margarita notó algo en el ambiente que llamó su atención, pero no preguntó nada.

—Sé que le habrá pillado desprevenida que su hijo me trajera aquí, pero...

—No me trates de usted, por favor —la interrumpió con otra sonrisa, esta vez un poco más genuina—. Si lo que ha dicho mi hijo es cierto, puedes tutearme.

—¿Y qué es lo que te ha dicho Manu?

—Que habéis decidido daros una oportunidad.

—Sí, anoche lo hablamos y llegamos a tomar esa decisión entre los dos.

La morena se avergonzó al recordar el beso de la noche anterior y las palabras dichas por él. Aún no estaba segura de que fueran sinceras, pero se sentía contenta por ese pequeño avance. Que la dejara ayudarlo era solo el principio para que todo se resolviera, sobre todo entre los dos primos. En ese instante lo que más deseaba era conocer a Valeria, ¿tendría ocasión de hacerlo?

Sucumbir a lo prohibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora