Capítulo 5

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Manuel apoyó la espalda en la puerta de la casa de su prima. Durante unos segundos permaneció ahí, pensativo y quieto, mientras recuperaba su autocontrol. No dejaba de preguntarse por qué había estado a punto de lanzarse a una piscina vacía de varios metros de profundidad. Porque su prima no podía sentir ese fuego abrasador que le estaba quemando por dentro... No, eso solo le estaba sucediendo a él porque algo no iba del todo bien en su cabeza. Su corazón ahí no tenía nada que ver, todo era una farsa. ¿Cómo podría enamorarse de su prima carnal? ¡Era una locura! Y, sin embargo, lo sentía todo tan real... ¿O eran sus ganas de intimar con ella más allá de las palabras? ¿Tal vez la había estado esperando y por eso no había sido capaz de tener relaciones estables? Estaba hecho un lío. No obstante, no se permitió estar mucho más tiempo ante la puerta de su prima, por lo que caminó hasta su casa más rápido de lo habitual en él. Necesitaba alejarse para poder pensar con claridad.

Al entrar por la puerta escuchó las voces de sus padres mientras hablaban.

―No deberíamos dejar que esté sola cuando tu hermano esté fuera.

―¿Sugieres que venga a vivir con nosotros cada vez que Paco tenga que marcharse por trabajo? ―preguntó José.

―Sé que ella puede valerse por sí misma, pero debe sentirse muy sola allí, ¿no crees?

―¿Y crees que ella aceptará?

Manuel no podía creer la conversación que estaban teniendo sus padres. Sin hacer ruido se acercó hasta el salón, que era de donde provenían las voces. Permaneció quieto y en silencio lo suficientemente cerca como para oírlos.

―¿Por qué no iba a aceptar? Somos sus tíos, ¿con quién mejor que con nosotros?

―Pero ya es mayor, Fuensanta. ¿Has pensado que quizá ya haya probado lo que es vivir sola?

―Nada perdemos con proponérselo, ¿verdad? ―insistió ella.

―No, claro que no ―respondió José.

Cinco minutos después, y tras comprobar que la conversación no seguía, Manuel decidió entrar. Fuensanta fue la primera en ver el semblante serio de su hijo, así como la tensión de su cuerpo. Cuando desvió la mirada hacia abajo vio, además, que sus puños estaban apretados.

―¿Sucede algo, hijo?

En ese instante, José se percató de la actitud de su hijo, pero no dijo nada. Manuel, al ver la preocupación de su madre, relajó sus músculos y abrió sus manos, dejándolas a ambos lados de su cuerpo.

―¿Tendría que pasar algo?

No pretendía hablarles de lo que le estaba ocurriendo en ese momento, de lo que empezaba a sentir por su prima. Ni siquiera él lo entendía, ¿cómo iban a hacerlo sus padres? Estaba seguro de que si hablaba sobre el tema, ellos le mandarían lejos de allí como mínimo. Notó la mirada de su madre sobre él y entendió que le estaba analizando. No hizo falta que fuera directa con él, la conocía bastante como para saberlo sin que ella lo dijera con palabras.

―Tu padre y yo hemos pensado en invitar a Valeria a casa mientras su padre esté fuera. ¿Te parece bien?

No vio venir ese cambio tan abrupto de tema.

―Es mi prima, ¿cómo no iba a estar de acuerdo? ―respondió, restándole importancia.

Aunque luego, tras pensarlo mejor, se arrepintiera.

―Entonces está hecho. Mañana irás a darle la noticia. ―Al ver cómo la miraba Manuel, agregó―: Si no te importa...

Manuel observó a su padre, que asintió ante las palabras de Fuensanta. Dirigió su mirada de nuevo a su madre antes de volver a hablar.

―Claro que no, mañana se lo diré.


···


Al día siguiente, Manuel se despertó con una sensación extraña en el pecho que no le abandonó en ningún momento, ni siquiera cuando estuvo ante la puerta de Valeria. Llamó al timbre y esperó a que ella saliera a recibirle.

―No te esperaba ―comentó al verle―. Pasa.

Manuel entró sin pensarlo dos veces mientras decía:

―Mi madre me ha pedido que venga a proponerte algo, así que seré rápido.

―Quédate al menos a tomar un café si quieres ―pidió la chica tras cerrar la puerta.

―Como quieras. ―Manuel sonrió.

Mientras ella iba hacia la cocina, él volvió a sentarse en el sofá del día anterior. Respiró hondo e intentó no recordar nada de lo acontecido para mantener la compostura. Como si el hecho de verla ante él no le provocara mucho más que los recuerdos. Antes de lo esperado, Valeria apareció con la taza en su mano derecha.

―Bueno, ¿qué es lo que mi tía quiere proponerme? ―indagó.

Él tragó saliva y cogió la taza que su prima le ofreció. Bebió varios sorbos del café, a pesar de estar bastante caliente, y después posó el recipiente sobre la mesita antes de girarse hacia Valeria.

―Mi madre quiere que vengas a vivir con nosotros cada vez que tu padre tenga que trabajar fuera. Más que nada para que tengas compañía. Podrías ayudarme con lo que te conté ayer...

Ella permaneció callada durante unos segundos, pensativa. En ningún momento se esperó esa propuesta tan extraña como tentadora.

―Me encantaría. Al fin y al cabo sois mi familia, no veo ningún problema.

Manuel sonrió al escucharla. No podía creer que a partir de ese mismo día ella estaría en su casa hasta que su tío volviera.

―Voy a avisar a mi padre para que no se extrañe cuando vuelva ―anunció Valeria, sacando el móvil de su bolsillo. Lo desbloqueó, abrió la aplicación de mensajería y tecleó durante unos segundos. Cuando recibió la respuesta de su padre, volvió a hablar―. Él no ve ningún problema tampoco, así que puedo irme contigo si quieres cuando termines el café.

―Sería estupendo.

Posó su mano sobre la de Valeria, que estaba sobre la pierna izquierda de la chica. Sus miradas conectaron durante unos segundos en los que no dijeron nada. Sin embargo, se rompió la magia cuando ella abrió los labios y dijo:

―Voy a hacer una pequeña maleta para poder cambiarme de ropa allí sin tener que pasarme antes por aquí. Espérame, ahora vuelvo.

Se marchó con prisa hacia su habitación y se encerró para hacer la maleta. En la bolsa que solía llevarse de viaje, y que había traído consigo dentro de la maleta, metió ropa interior, varios sujetadores, un camisón, varios pantalones, camisetas y toda la ropa que consideró oportuna. También preparó su neceser y lo guardó en el mismo lugar, ya que aún quedaba sitio. Cerró la cremallera, guardó algunas cosas más en su bolso y se reunió con su primo en el salón llevando el equipaje en la mano.

―Ya estoy preparada para irnos cuando quieras.

Manuel sonrió.

―Entonces déjame que friegue la taza antes de irnos. ―Vio cómo Valeria le miraba y agregó―: No es ninguna molestia para mí, en mi casa suelo hacerlo bastante.

Ella asintió y dejó que se encargara de limpiarla.

Sucumbir a lo prohibidoWhere stories live. Discover now